«Hay personas y escritos que ofrecen instrucciones para aprender latín, griego o francés en tres días, contabilidad incluso en tres horas. Pero a nadie se le ha ocurrido todavía enseñar cómo puede uno convertirse en tres días en un escritor bueno y original. ¡Y eso que es tan fácil!
No hay nada que aprender, más bien desaprender mucho; no hay que experimentar nada nuevo, basta con olvidar algunas cosas. Tal como está hoy el mundo, las mentes de los eruditos -y por ende también sus obras- semejan esos viejos manuscritos a los que primero hay que raspar las aburridas disputas de los Padrastros de la Iglesia o las disparatadas digresiones de un monje para descubrir debajo a un clásico latino. Los pensamientos sublimes son congénitos a todas las mentes humanas y también los pensamientos originales porque con cada persona que nace se vuelve a crear el mundo; pero la vida y la escuela los acaban recubriendo con sus bagatelas. Uno se puede hacer una idea aproximada del estado de la cuestión si tiene en cuenta lo siguiente. Reconocemos un animal, una fruta o una flor a través de su imagen real; se nos aparecen tal como son. ¿Se podría sin embargo identificar una perdiz, un arbusto de frambuesa o una rosa si sólo conociéramos el paté de perdiz, el zumo de frambuesa y el perfume de rosas? Pues esto sucede con la ciencia, esto pasa con las cosas que asimilamos a través del intelecto y no de los sentidos; se nos presentan elaboradas y transformadas, e ignoramos qué aspecto tienen en estado crudo y desnudo.
La opinión es la cocina en la que se degüellan, despluman, despedazan, guisan y condimentan todas las verdades. Nada escasea más que los libros sin juicios, es decir, libros que contienen cosas y no meras opiniones. Son muy pocos los escritores originales y los mejores de ellos se diferencian de los no tan buenos en mucha menor medida de lo que cabría esperar tras un cotejo superficial. Uno se arrastra, el otro corre, uno cojea, otro baila, una va en coche y el otro cabalga hasta su meta; pero la meta y el camino son los mismos para todos. Los pensamientos altos y novedosos sólo se conquistan en soledad; pero, ¿cómo se conquista la soledad? Uno puede huir de los hombres pero queda atrapado en el tumultuoso mercado de los libros; uno puede desembarazarse de los libros, pero ¿cómo se saca de la cabeza todos los conocimientos convencionales adquiridos en la escuela? Para lograr convertirse en un ignorante es esencial practicar el bello y verdadero arte de educarse a uno mismo; pero es éste un arte que se practica rara vez y casi siempre con suma torpeza. Así como por cada millón de personas hay apenas mil pensadores, por cada mil pensadores sólo se halla uno que piensa por él mismo. Un pueblo es como un puré al que sólo el cazo da forma; lo duro y sólido se encuentra únicamente en la costra del fondo, en la capa más baja del pueblo; en el resto sigue siendo puré y aunque extraigamos una ración de él con una cuchara dorada no por ello se convertirá la cucharada en algo distinto de lo que queda en el cazo.
El verdadero afán científico no es un viaje de descubrimiento colombino, es una odisea. El hombre nace en parajes extraños, vivir significa buscar un hogar y pensar es vivir. Pero la patria de los pensamientos es el corazón; de esta fuente tiene que sacar el agua quien la quiera beber fresca; el intelecto es una corriente que fluye, un río enturbiado por miles de personas que se bañan en él, chapotean, se lavan y sumergen cáñamo en sus aguas. El intelecto es el brazo; el corazón, la voluntad; la fuerza se puede entrenar, desarrollar pero ¿de qué sirve la fuerza sin el valor para utilizarla? Reprimimos nuestros pensamientos por vergüenza y cobardía. Sobre ellos ejerce más presión la censura de la opinión pública que la de la autoridad. Para ser mejores de lo que son a la mayoría de los escritores no les falta intelecto, les falta carácter.
Esta carencia es consecuencia de la vanidad. El artista, el escritor, quiere descollar sobre sus semejantes, pretende superarlos; pero para superar a alguien se necesita primero situarse a su altura, para adelantarlo se tiene que enfilar su mismo camino. De ahí que los buenos escritores tengan tanto en común con los malos: el bueno lleva al malo dentro de sí, sólo que él es algo más; el bueno va por el mismo camino que el malo, sólo que unos pasos por delante. Quien atiende a su voz interior en vez de al vocerío que llega del mercado, quien tiene el valor de divulgar aquello que le ha enseñado su corazón resultará siempre original. La franqueza es el origen de toda genialidad y los hombres serían más lúcidos, más ingeniosos, si fueran más honestos. Y ya estamos en las instrucciones de uso prometidas al principio. Tomad unos folios y escribid ininterrumpidamente durante tres días, sin falsedad ni hipocresía, todo lo que se os pase por la cabeza. Escribid lo que pensáis de vosotros mismos, de vuestras mujeres, de la guerra con los turcos, del proceso criminal a Fonk*, del Juicio Final, de vuestros superiores; y una vez transcurridos esos tres días os quedaréis pasmados de la cantidad de ocurrencias inauditas que habéis tenido. En esto consiste el arte de convertirse en tres días en un escritor original.»
*Proceso que tuvo lugar en 1822 contra el comerciante de Colonia Peter Anton Folk, acusado de asesinato y que suscitó gran interés entre la opinión pública.
[El texto pertenece a la obra de título "La eternidad de un día. Clásicos del periodismo literario alemán (1823-1934)", de Francisco Uzcanga Meinecke, en editorial Acantilado, 2016. ISBN: 978-84-16748-01-3.]
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