A mi hija
«Es demasiado tarde para maldecirte, para desearte,
digamos, la fealdad, como Yeats hizo con su hija. Cuando
la vimos en Sligo vendiendo sus cuadros, había funcionado:
era la mujer más fea y más vieja de Irlanda. / Pero estaba a salvo.
Durante mucho tiempo no entendí / sus motivos. En cualquier caso, es demasiado tarde,
como digo. Ya eres mayor y preciosa. / Eres una borracha preciosa, hija.
Pero una borracha. No puedo decir que se me parta
el corazón. No tengo corazón cuando se trata
de la bebida. Es triste, sí. Sólo Dios lo sabe. / Tu viejo amigo, ése al que llaman Silo, ha regresado
a la ciudad y el alcohol ha vuelto a correr de nuevo. / Llevas tres días borracha, me dices,
cuando sabes jodidamente bien que la bebida es veneno / para nuestra familia. ¿No te servimos de ejemplo
tu madre y yo? Dos personas / que se querían a golpes,
que acabaron a golpes con el amor que se tenían, vaciando vaso tras vaso,
maldiciones, desgracias, traiciones. / ¡Debes de estar loca! ¿No has tenido suficiente?
¿Quieres matarte? Puede que sea eso. A lo mejor / creo que te conozco y no te conozco.
No te estoy tomando el pelo, niña. ¿Quién te toma el pelo? / Hija, no debes beber.
Las últimas veces que nos vimos lo habías dejado. / El cuello escayolado y además
un dedo entablillado, gafas oscuras para ocultar / el moratón en el ojo. Un labio
que un hombre debería besar en vez de partir. / ¡Oh, Dios, Dios, Dios!
Tienes que intentarlo ya. / ¿Me oyes? ¡Despierta! Tienes que cortar con esto
y empezar de nuevo. Tienes que dejarlo por completo. Te lo estoy pidiendo.
Vale, sólo te lo digo. Mira, el destino de nuestra familia
es el despilfarro, no el ahorro. Pero puedes cambiar las cosas. / ¡Debes hacerlo, no tienes más remedio!
Hija, no bebas. / Te matará. Como hizo con tu madre y conmigo.
Así.
Mi muerte
Si tengo suerte, estaré conectado / a una cama de hospital. Tubos
por la nariz. Pero intentad no asustaros, amigos. / Os digo desde ahora que está bien así.
Poco se puede pedir al final. / Espero que alguien telefonee a los demás
para decir, "¡ven rápido, se está yendo!" / Y vendrán. Así tendré tiempo
para despedirme de las personas que amo. Si tengo suerte, darán un paso adelante
para que pueda verles por última vez / y llevarme ese recuerdo.
Puede que bajen la mirada ante mí y quieran echar a correr
y aullar. Pero, al menos, puesto que me quieren, / me cogerán la mano y me dirán "Valor"
o "Todo va a ir bien". / Y tienen razón. Todo va a ir bien.
Me basta con que sepas lo feliz que me has hecho. / Sólo espero que siga la suerte y pueda mostrar
mi agradecimiento. / Que pueda abrir y cerrar los ojos para decir
"Sí, te escucho. Te entiendo". / Incluso que pueda llegar a decir algo así:
"También yo te quiero. Sé feliz". / ¡Así lo espero! Pero no quiero pedir demasiado.
Si no tengo suerte, si no la merezco, bueno, / me tendré que ir sin decir adiós ni darle la mano a nadie.
Sin poder decirte lo mucho que te quise y lo mucho que disfruté
de tu compañía todos estos años. En cualquier caso, / no me guardes luto mucho tiempo. Quiero que sepas
que fui feliz contigo. / Y recuerda que te dije esto hace tiempo, en abril de 1984.
Pero alégrate por mí si puedo morir en presencia / de mis amigos y de mi familia. Si es así, créeme,
salí de mi vida por la puerta grande. No perdí esta vez.
Los tirantes
Mamá me dijo que no tenía ningún cinturón que me sirviera y
que iba a tener que llevar tirantes al colegio / al día siguiente. Nadie llevaba tirantes en segundo
ni en ningún otro curso. Me dijo, / te los pondrás o te daré con ellos. Yo no
quería más problemas. Mi padre dijo algo. Estaba / en la cama que ocupaba la mayor parte de la habitación
de la cabaña en la que vivíamos. Nos preguntó si no podíamos
callarnos y resolverlo por la mañana. ¿No tenía que levantarse temprano
para ir al trabajo? Me pidió que le trajera
un vaso de agua. Es por culpa de todo ese whisky, dijo mamá. Está deshidratado.
Fui al fregadero y, no sé por qué, le llevé
un vaso del agua jabonosa de lavar los platos. Lo bebió y me dijo, sabe
rara, hijo. ¿De dónde la sacaste? / Del fregadero, le contesté.
Creí que querías a tu padre, dijo mamá. / Y le quiero, le quiero, dije yo, y fui al fregadero, metí un vaso
en el agua jabonosa y me bebí dos vasos nada más / que para demostrárselo. Quiero a papá, le dije.
Creía que me iba a poner malo allí mismo.
Si yo fuera tú me sentiría avergonzada, dijo mamá. No entiendo
cómo puedes hacerle eso a tu padre. Y bien sabe Dios que mañana
vas a llevar esos tirantes, porque si no, / te arrancaré el pelo a mechones. No quiero ponerme tirantes,
dije yo. Vas a ponértelos, dijo ella. Y con las mismas
cogió los tirantes y empezó a pegarme con ellos en las piernas desnudas
mientras yo iba a saltos y gritando por la habitación. Mi padre
gritó que parásemos, por el amor de Dios, estaros quietos. Le dolía
mucho la cabeza y además se sentía mal del estómago por el agua de lavar
los platos. Eso es gracias a éste, dijo mamá. Entonces alguien empezó
a dar golpes en la pared. Primero sonaba
como un puñetazo boom, boom, boom y luego como si alguien
golpeara con el mango de una escoba. Por el amor de Dios, / váyase a la cama, gritó alguien.
¡Basta ya! Y nos acostamos. Apagamos las luces y
nos fuimos a la cama. Quedamos en silencio. El silencio de una casa
en la que nadie puede dormir.»
[Los textos pertenecen a la edición en español de Bartleby Editores, 2006, en traducción de Jaime Priede. ISBN: 84-95408-59-7.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: