IV.-Capital y trabajo
I
«La revolución industrial fue asunto no sólo de tecnología sino también de economía: consistió en cambios en el volumen y en la distribución de la riqueza, a la vez que en los métodos por los cuales dicha riqueza se dirigió hacia fines específicos. Hubo, en realidad, una estrecha conexión entre los dos movimientos. Sin las invenciones la industria hubiese tal vez continuado su lento progreso -aumentando las compañías, extendiéndose el comercio, mejorándose la división del trabajo y haciendo de los transportes y finanzas sistemas más especializados y eficaces-, pero no habría habido revolución industrial. Por otra parte, sin los recursos recién descubiertos las invenciones muy difícilmente se hubieran realizado, y su aplicación hubiese sido muy limitada. Fue, pues, el crecimiento de los ahorros y la facilidad con la cual se pusieron a disposición de la industria, lo que hizo posible a la Gran Bretaña recoger le cosecha debido a su ingenio.
Muy amplio ha sido el debate que procura determinar el origen del capital que se invirtió en las nacientes industrias. Algunos opinan que provino de la tierra, en tanto otros señalan el comercio exterior, y unos terceros creen haber descubierto su fuente en una corriente que iba de las industrias secundarias a las primarias, siempre en el interior del país. Pero a cada argumento que en uno u otro sentido se hace valer, es posible contraponer razones de igual peso. Muchos propietarios o agricultores, como Robert Peel, pasaron a la industria; pero numerosos otros con éxito, como Arkwright, compraron tierras y terminaron su vida como progresistas terratenientes. Gran número de comerciantes, como Anthony Bacon, reinvirtieron sus beneficios en minas o en manufacturas, pero muchos industriales, como Sampson, Nehemiah Lloyd y Peter Stubs empezaron a vender sus productos, mas también a trocarlos por otros. Muchos artesanos que trabajaban los metales, como Abraham Darby, establecieron altos hornos y fundiciones y abrieron minas; pero muchos mineros e industriales del hierro se iniciaron en la ferretería y en la industria de la fabricación de herramientas. Si terratenientes tales como el Duque de Bridgewater invirtieron su capital en caminos de portazgo y en canales, lo propio hicieron industriales como Wedgwood. En resumen, debe decirse que las corrientes fueron muchas, y caminaron en todas direcciones, en tanto la riqueza aumentaba en una rama y las oportunidades en otra; no puede afirmarse que haya sido una sola zona de la economía y de la actividad humana de donde hayan soplado los vientos del tráfico.
Al principio del período, muchas de las unidades industriales se componían de pequeñas empresas familiares, o bien de consorcios de dos o tres amigos. En la mayoría de las industrias el capital invertido no era mayor que el que un fabricante casero o aun un jornalero podía proporcionar con sus ahorros. Si acaso se obtenía algún beneficio, se invertía con frecuencia en agrandar la fábrica, pues la "resiembra" (ploughing back) no es, como algunos suponen, un descubrimiento hecho por los Estados Unidos durante el siglo XX. Las primeras etapas de acumulación de la acumulación de capital se ilustran muy bien por citas tomadas del diario de Samuel Walker, de Rotherham:
1741.-Durante los meses de octubre o noviembre de este año, Samuel y Aaron Walker construyeron un horno de tiro de aire, en la antigua herrería del fabricante de clavos situado en el trascorral de la choza de Samuel Walker en Grenoside; se añadieron algunas cosas menores, una o dos chozas, techadas con barro, donde se instalaron después de reconstruir una vez la chimenea, y más de una vez el horno; Samuel Walker enseñaba en la escuela de Grenoside y Aaron Walker fabricaba clavos, segaba o trasquilaba según la época del año.
1743.-Aaron Walker comenzó a recibir mayor trabajo como industrial y sus jornales alcanzaban la suma de cuatro chelines a la semana, con los que podía vivir...
1745.-En este año, Samuel Walker, en vista del aumento de los negocios, se vio obligado a abandonar su puesto docente; se construyó una casa, en un extremo de la antigua choza, pues consideró que su posición era permanente; tanto Samuel como Aaron se señalaron diez chelines semanales de jornal, a fin de mantener a sus familias.
Para entonces el capital de la firma se valoró en cuatrocientas libras esterlinas, pero éste se incrementó el siguiente año con: cien libras aportadas por Jonathan Walker, hermano de los anteriores, cincuenta por John Crawshaw -que antes había sido empleado de los socios "pagándole lo que podíamos, a razón de doce peniques diarios"-, y cincuenta por el propio Samuel. Con esta base los socios establecieron en Masborough primero una fundición y, después, un alto horno. El cuento de que la fortuna de Samuel Walker se debió a que robó a Huntsman el secreto de un crisol para fabricar acero, carece de todo fundamento; no fueron tales métodos, sino el trabajo incesante, la frugalidad e integridad, lo que lo llevaron al éxito. Año tras año algo se añadía, grande o pequeño, a la fábrica; en 1754 un almacén y un pequeño buque -bautizado con el característico nombre de La Industria-, el cual comenzó a navegar en el río; cuatro años más tarde, los socios cavaron "un corte navegable", "mejoraron el camino de Holmes a Masbro y las veredas hacia Tinsley; gloria sea dada a Dios", en 1764 añadieron a su establecimiento "una amplia galería para la fabricación de sartenes". No fue sino hasta 1757, al alcanzar el capital la suma de 7.500 libras esterlinas, cuando los Walkers se permitieron asignarse un dividendo de 140 libras; y durante toda la vida de la empresa, los dividendos que llegaron a distribuirse fueron bien escasos. Para 1774, el capital había alcanzado la suma de 62.500 libras esterlinas; a esto se agregaron las ganancias de la fabricación de cañones durante la guerra con los Estados Unidos, las cuales, invertidas también, aumentaron el capital, para 1782, a 128.000 libras esterlinas. [...]
Muchas son las críticas que se les pueden hacer a los primeros emprendedores industriales, pero entre ellas seguramente no cabe incluir la de una complacencia excesiva consigo mismos. Los registros de una compañía tras otra no hacen sino repetir la historia de los hermanos Walker: los propietarios convenían en señalarse escasos jornales, restringían sus gastos caseros y reinvertían sus beneficios. Fue así como Wedgwood, Gott, Crawshay, Newton, Chambers y Cía. y muchos otros, formaron sus grandes empresas.»
[El texto pertenece a la edición en español de la editorial Fondo de Cultura Económica, 2008, en traducción de Francisco Cuevas Cancino. ISBN: 97-896-8168-517-1.]