miércoles, 20 de septiembre de 2017

"Incendios".- Wajdi Mouawad (1968)


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Incendio de Jannaane
 25.- Amistades
Nawal (40 años) y Sawda
«Sawda: Entraron en el campo. Cuchillos, grabadas, machetes, hachas, fusiles, ácido. Su mano no temblaba. ¡En el sueño, clavaron sus armas en el sueño y mataron el sueño de los niños, de las mujeres, de los hombres que dormían en la gran noche del mundo!
 Nawal: ¿Qué vas a hacer?
 Sawda: ¡Déjame!
 Nawal: ¿Qué vas a hacer? ¿A dónde vas a ir?
 Sawda: ¡Voy a ir a cada casa!
 Nawal: ¿Vas a meterles una bala en la cabeza a todos?
 Sawda: ¡Ojo por ojo, diente por diente, ellos no cesan de repetirlo!
 Nawal: ¡Sí, pero no así!
 Sawda: ¡No hay otro modo! ¡Si la muerte puede ser contemplada con indiferencia, no hay otro modo!
 Nawal: ¡Entonces tú también, tú quieres entrar en las casas y matar niños, mujeres, hombres!
 Sawda: ¡Mataron a mis padres, a mis primos, a mis vecinos, a los amigos lejanos de mis padres! ¡Entonces es lo mismo!
 Nawal: ¡Sí, es lo mismo, tienes razón, Sawda, pero reflexiona!
 Sawda: ¡De qué sirve reflexionar! ¡Nadie vuelve a la vida por que reflexionemos!
 Nawal: ¡Reflexiona, Sawda! ¡Tú eres la víctima y vas a matar a todos los que tropieces en tu camino, entonces serás el verdugo y después volverás a ser la víctima de nuevo! ¡Tú sabes cantar, Sawda, sabes cantar!
 Sawda: ¡No quiero! No quiero consolarme, Nawal. ¡No quiero que tus ideas, tus imágenes, tus palabras, tus ojos, tu amistad, toda nuestra vida juntas, no quiero que me consuelen de lo que he visto y oído! Entraron en los campos como locos furiosos. ¡Los primeros gritos despertaron a los demás y enseguida se escuchó el furor de los milicianos! Empezaron por lanzar a los niños contra la pared, luego mataron a todos los hombres que pudieron encontrar. Los niños degollados, las jóvenes quemadas. Todo ardía alrededor. ¡Nawal, todo ardía, todo crepitaba! Había olas de sangre corriendo por las calles. Los gritos subían por las gargantas y se extinguían y era una vida menos. Un miliciano preparaba la ejecución de tres hermanos. Los puso contra la pared. Yo estaba a sus pies, oculta en la cuneta. Veía el temblor de sus piernas. Tres hermanos. Los milicianos arrastraron a su madre por los pelos, la pusieron delante de sus hijos y uno de ellos le gritó: "¡Elige. Elige a cuál quieres salvar. Elige! ¡Elige o los mato a todos! ¡A los tres! ¡Cuento hasta tres, a la de tres mato a los tres! ¡Elige! ¡Elige!" ¡Y ella, incapaz de hablar, incapaz de nada, volvía la cabeza de derecha a izquierda y miraba a cada uno de sus tres hijos! Nawal, escúchame, no te cuento una historia. te cuento un dolor caído a mis pies. Yo la veía, entre el temblor de las piernas de sus hijos. Con sus pechos demasiado pesados y su cuerpo envejecido por haber llevado a sus tres hijos. Y todo su cuerpo aullaba: "¡Entonces para qué haberlos llevado en mi vientre si es para verlos ensangrentados contra una pared!" y el miliciano no paraba de gritar: "¡Elige! ¡Elige!" Entonces, ella le miró y le dijo, con una última esperanza: "¿Cómo puedes? Mírame, yo podría ser tu madre!" Entonces él la golpeó: "¡No insultes a mi madre! ¡Elige!" y ella dio un nombre, dijo: "¡Nidal, Nidal!" Y se derrumbó y  el miliciano abatió a los dos más jóvenes. ¡Dejó al mayor con vida, temblando! Lo dejó y se fue. Los dos cuerpos cayeron. La madre se levantó y en el centro de la ciudad que ardía, que lloraba inconteniblemente, se puso a gritar que era ella quien había matado a sus hijos. ¡Con su cuerpo demasiado pesado, decía que ella era la asesina de sus hijos!
 Nawal: Comprendo, Sawda, pero para responder a eso no podemos hacer lo que sea. Escúchame. Escucha lo que te digo: la sangre nos salpica y, en una situación así, los sufrimientos de una madre cuentan menos que la máquina terrible que nos tritura. El dolor de esta mujer, tu dolor, el mío, el de todos los que han muerto esta noche no son ya un escándalo, sino una suma, una suma monstruosa que no podemos calcular. Entonces tú, tú, Sawda, tú que recitabas el alfabeto conmigo hace tiempo en el camino del sol, cuando íbamos juntas a buscar a mi hijo nacido de una historia de amor como nadie cuenta ya, tú no puedes participar en esta suma monstruosa del dolor. No puedes.
 Sawda: ¿Entonces, qué hacemos? ¿Qué hacemos? ¡Quedarnos con los brazos cruzados! ¿Esperamos? ¿Comprendemos? ¿Comprendemos qué? ¡Nos decimos que todo esto no son más que historias entre seres embrutecidos que no nos conciernen! ¡Que más vale quedarnos en nuestros libros y nuestro alfabeto para encontrar todo esto tan bonito, tan bello, tan extraordinario y tan interesante! "Bonito", "bello", "extraordinario", "interesante" son escupitajos al rostro de las víctimas. ¡Palabras! ¡De qué sirven las palabras, dime, si hoy yo no sé lo que debo hacer! ¿Qué hacemos, Nawal?
 Nawal: No puedo responderte, Sawda, porque estamos desarmadas. Carecemos de valores para reencontrarnos, sólo tenemos pequeños valores improvisados. Lo que sabemos es lo que sentimos. Esto está bien, esto no está bien. Pero yo te digo: no amamos la guerra y estamos obligados a hacerla. No amamos la desgracia y estamos en medio de ella. Tú quieres vengarte, quemar casas, hacer sentir lo que tú sientes para que ellos comprendan, para que cambien, que los hombres que hicieron eso se transformen. Quieres castigarles para que comprendan. Pero este juego de imbéciles se nutre de la estupidez y del dolor que te ciegan.
 Sawda: ¿Entonces, no hacemos nada, es eso?
 Nawal: ¿Pero tú a quién quieres convencer? ¿No ves que hay hombres a los que no se puede convencer? ¿Hombres a los que no se puede persuadir de nada? ¿Cómo quieres explicarle al tipo que gritaba al oído de esa mujer "¡Elige!", para obligarla a condenar a sus propios hijos, que está equivocado? ¿Qué te crees? ¿Que va a decirte: "¡Ah, señorita Sawda, su razonamiento es interesante, corro a cambiar de opinión inmediatamente, cambiar de corazón, cambiar de sangre, cambiar de mundo, de universo y de planeta, y voy a pedir disculpas sobre la marcha"? ¡Qué piensas! ¡Que desangrando con tus propias manos a su mujer y a su hijo vas a enseñarle alguna cosa! ¡Crees que va a decir de un día para otro, con los cuerpos de quienes ama a sus pies: "Mira, esto me hace reflexionar y es verdad que los refugiados tienen derecho a una tierra. Les daré la mía y viviremos en paz y armonía todos juntos"! Sawda, cuando me arrancaron a mi hijo del vientre, después de mis brazos y luego de mi vida, comprendí que era necesario elegir: o contribuyo a la fealdad del mundo o hago todo por encontrarlo. Y cada día pienso en él. Hace veinticinco años, la edad de matar y la edad de morir, la edad de amar y la edad de sufrir; ¿y en qué crees que pienso cuando te cuento todo esto? Pienso en su muerte evidente, en mi búsqueda estúpida, en que yo estaré para siempre incompleta porque él ha salido de mi vida  y nunca veré su cuerpo ahí, delante de mí. No pienses que no siento el dolor de aquella mujer. Ella está en mí como un veneno. Y te juro, Sawda, que yo, la primera, cogería granadas, cogería dinamita, bombas y todo lo que pudiera causar el mayor mal, me lo ataría al cuerpo, me lo tragaría y me iría derecha en medio de los hombres imbéciles  y me haría estallar con un gozo que tú no puedes sospechar. ¡Lo haría, te lo juro, porque no tengo nada que perder, y mi odio hacia esos hombres es grande, muy grande! Todos los días vivo en el rostro de los que destruyen nuestras vidas. Vivo en cada una de sus arrugas y me bastaría hacer esto para desollarlos hasta la médula de su alma, ¿comprendes? Pero hice una promesa, una promesa a una anciana de aprender a leer, a escribir, a hablar, para salir de la miseria, salir del odio. Y voy a cumplir esa promesa. Cueste lo que cueste. No odiar a nadie jamás, la cabeza en las estrellas siempre. Promesa hecha a una anciana ni bella, ni rica, ni nada de nada, pero que me ayudó, se ocupó de mí y me salvó.
 Sawda: Entonces, ¿qué hacemos?
 Nawal: Voy a decirte lo que haremos. Pero me vas a escuchar hasta el final. Me vas a prometer que no discutirás.
 Sawda: ¿En qué estás pensando?
 Nawal: ¡Prométemelo!
 Sawda: ¡No sé!
 Nawal: Recuerda, viniste a buscarme  y me dijiste: "Enséñame a leer y a escribir." Yo te dije que sí y he cumplido mi promesa. Ahora te toca a ti prometer. Promete.
 Sawda: Lo prometo.
 Nawal: Vamos a golpear. Pero vamos a golpear en un sitio. Uno solo. Haremos daño. No tocaremos a ningún niño, a ninguna mujer, a ningún hombre, excepto uno. Uno solo. Le heriremos. Le mataremos o no, eso no tiene ninguna importancia, pero le heriremos.
 Sawda: ¿A quién te refieres?
 Nawal: A Chad.
 Sawda: Es el jefe de todas las milicias. No le encontraremos.
 Nawal: La chica que enseña a sus hijos fue alumna mía. Ella me va a ayudar. Yo voy a sustituirla por una semana.
 Sawda: ¿Por qué dices "yo"?
 Nawal: Porque voy a ir sola.
 Sawda: ¿Y qué vas a hacer?
 Nawal: Los primeros días, nada. Voy a enseñar a sus hijas.
 Sawda: ¿Y luego?
 Nawal: El último día, antes de dejarlo, le dispararé dos balas. Una por ti, otra por mí. Una por los refugiados, otra por la gente de mi país. Una por su estupidez, otra por el ejército que nos invadió. Dos balas gemelas. No una, ni tres. Dos.
 Sawda: ¿Y después? ¿Cómo vas a huir? (Silencio.) Me niego. No eres tú quien debe hacer eso.
 Nawal: ¿No? ¿Quién, entonces? ¿Tú, quizá?
 Sawda: ¿Por qué no?
 Nawal: ¿Por qué vamos a hacer eso? ¿Para vengarnos? No. Porque queremos todavía amar con pasión. Y en una situación como la nuestra, hay quien va a morir y quien no. Así que los que ya han amado con pasión deben morir antes que los que no han amado aún. Es lo que yo creo, Sawda. Yo, el amor que tenía que vivir, ya lo he vivido, el hijo que debía tener, lo he tenido. Me quedaba aprender, y he aprendido. No me queda más que mi muerte y yo la elijo y será completa. Tú irás a esconderte a casa de Chamseddine.
 Sawda: Chamseddine es tan violento como los otros.
 Nawal: No tienes elección. No me traiciones, Sawda, y vive por mí, y sigue cantando por mí.
 Sawda: ¿Cómo haré para vivir sin ti?
 Nawal: ¿Y yo, y yo cómo haré para vivir sin ti? Recuerda el poema que aprendimos cuando todavía éramos jóvenes. Aún creía poder encontrar a mi hijo. (Recitan el poema "Al Atlal", en árabe.) Recítalo. cada vez que me eches en falta y, cuando necesites valor, recita el alfabeto. Y yo, cuando necesite valor, cantaré, cantaré, Sawda, como tú me enseñaste a hacer. Y mi voz será tu voz y tu voz será mi voz. Así permaneceremos juntas. No hay nada más hermoso que estar juntos.»
 

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