viernes, 31 de enero de 2020

La razón salvaje. La lógica del dominio: tecnociencia, racismo y racionalidad.- Juanma Sánchez Arteaga (1974)

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Segunda parte
3.-Hacia una teoría superracional del conocimiento tecnocientífico
La “significación amplia” de los conceptos tecnocientíficos

«La comprensión del sentido de un texto tecnocientífico trasciende la mera dimensión enunciativo-descriptiva, que es la única que se mantiene explícita en el tipo de habla particular de la comunidad científica moderna: un vocabulario técnico especializado, acompañado de misteriosos gráficos y repleto de crípticos enunciados cuantitativos. Más allá de su evidente función utilitaria orientada a fines instrumentales de manipulación y dominio del objeto de estudio, tal reduccionismo manifiesto de toda comunicación científica a los aspectos puramente enunciativo-descriptivos de la acción comunicativa tiene, en la práctica, una función retórica principal, la cual ha sido perfeccionada a lo largo de los siglos: la potenciación máxima del “efecto verdad” de los mensajes científicos.
  El perfeccionamiento en la eficacia simbólica del lenguaje científico, frente a otras formas de jerga especializada a las que otorgamos un grado de fe muy inferior en nuestras sociedades, se consigue resaltando al máximo la dimensión enunciativo-descriptiva del lenguaje tecnológico o científico-natural que se aplica al discurso sobre la naturaleza. En este sentido, para potenciar el efecto verdad de las propias ideas existen clásicas estratagemas retóricas conocidas incluso por el más torpe de los científicos contemporáneos como, por ejemplo:
  -La cuantificación de las cualidades a toda costa –aún en el caso de que esta cuantificación no presente utilidad alguna-.
  -El empleo de una terminología hermética de aparente rigor, aunque ésta esté desprovista, en ocasiones, de todo significado real en un sentido fáctico. Esta estrategia es también una característica propia de las sociedades secretas en otras culturas y fue también usada por la Iglesia cristiana  durante siglos, cuando para aumentar la eficacia simbólica de su autoridad daba la misas en latín, una lengua que nadie, entre el pueblo llano, entendía.
  -El tradicional argumentum ad verecundiam o argumento de autoridad. Dígase el mayor disparate de la historia, pero póngase a su lado la firma de un científico cualquiera, con una referencia bibliográfica exacta, y muy pocos acudirán a la fuente para comprobar los fundamentos del disparate. Este se aceptará como algo evidente y “demostrado”. La estrategia a seguir en este caso ya quedó perfectamente explicada por Schopenhauer en su delicioso El arte de tener Razón: “Para el vulgus hay numerosísimas autoridades que gozan de respeto: por tanto, si uno no dispone de una enteramente adecuada, tómese una que lo es en apariencia, cítese lo que alguien ha dicho en otro sentido o en otras circunstancias. Las autoridades que el otro no entiende en absoluto suelen ser las más eficaces. Los incultos tienen un peculiar respeto por las fórmulas griegas y latinas. En caso de necesidad, también se puede no sólo tergiversar las autoridades, sino falsificarlas sin más, o citar algunas que sean de nuestra entera invención: la mayoría de las veces ni tiene el libro a mano ni tampoco sabe manejarlo”.
  -Una estratagema más: el empleo de explicaciones tautológicas, que nada explican en realidad, pero que cuelan, por así decir, disimulando su carácter de perogrulladas tras una jerga técnica de aparente rigor. Este fue el truco utilizado, en su momento, por los inventores de la idea de “selección natural”, entendida como “la supervivencia de los más aptos”, lo cual, en último término, no significa otra cosa que la supervivencia de los que sobreviven. Esta es también una estratagema clásica, conocida por los retóricos y dialécticos como la fallacia non causae ut causae –la falacia de hacer pasar por causa lo que no lo es-, que, de acuerdo con Schopenhauer, “si el adversario es tímido o estúpido y uno mismo posee mucho descaro y una buena voz, puede resultar bien”.
  -Otro recurso muy socorrido, en fin, para potenciar al máximo el efecto verdad del lenguaje-ritual de las ciencias naturales modernas aplicadas al ser humano consiste en eliminar de todas las proposiciones científicas al sujeto gramatical (que es también el sujeto histórico) que las enuncia. El paso último en esta dirección retórica asumida por el moderno lenguaje tecnocientífico consiste en la supresión misma de las proposiciones y en su sustitución por esquemas, diagramas, gráficos o inscripciones, que eliminan del objeto de estudio toda la dimensión histórica, social y humana en la que fue producido (Goody, 1985; Horton, 1993; Bloor, 2003). En cualquier caso, cuando aún existen –entre los gráficos, los algoritmos y las tablas-, las acciones científico-tecnológicas son descritas sin aludir al sujeto que las realiza: “se demuestra…, se deduce…, se vierten tantas gotas de …, se sacrifican tantos ratones…”. Nadie interviene en estas simples verificaciones autoevidentes: los elementos implicados en el procedimiento analítico del laboratorio no presentan historia, no tienen dueños, ni precio ni patrones. La tecnociencia moderna, como el mito, “priva totalmente de historia al objeto del que habla” (Barthes, 2003, 247).
  Resumiendo, sólo gracias a una convención retórica colectiva que en sí misma no posee nada de lógico (en términos formales), el lenguaje científico sobre la naturaleza, la salud y la racionalidad del Homo sapiens consigue disimular, hasta ocultarlas, el resto de las dimensiones socioemocionales de su “significación amplia”. Sin embargo, detrás de la mera denotación aséptica de las hipótesis, deducciones, falsaciones o corroboraciones científicas, se encuentra el ser humano histórico que las expresa simbólicamente como creencias o convicciones acerca de una serie de conceptos mitológicos sobre la naturaleza, muchos de los cuales recorren la historia de todas las culturas. Detrás de las estadísticas, los gráficos, los instrumentos tecnológicos de observación… se encuentra siempre un sujeto histórico oculto, quien produce las citadas construcciones simbólicas con un interés particular y que se dirige a un auditorio seleccionado en función de ciertas preferencias indeterminables en un sentido lógico pero que, sin embargo, pueden estudiarse recurriendo, por ejemplo, al análisis de la Sociología emocional o de la economía política de la ciencia moderna…»

   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Lengua de Trapo, 2007. ISBN: 978-84-8381-000-2.]
  

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