viernes, 17 de enero de 2020

El hombre de los dados.- Luke Rhinehart [George P. Cockcroft] (1932)

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Capítulo setenta y tres

 «Los Centros de Dados. ¡Ah! Los recuerdos, los recuerdos. ¡Qué días aquellos! Los dioses volvían a jugar entre sí sobre la tierra. ¡Cuánta libertad! ¡Cuánta creatividad! ¡Cuánta trivialidad! ¡Cuánto caos último! Y todo sin la guía de la mano del hombre, sino por la del gran Dado ciego que a todos nos ama. Una vez, sólo una vez en la vida he sabido el significado de vivir en comunidad, de pertenecer a un objetivo amplio compartido por mis amigos y mis enemigos. Tan sólo en los CEETA supe qué era la liberación total, completa, desgarradora, inolvidable, la iluminación total. Durante el último año no he dejado de reconocer al instante a quienes han pasado un mes en uno de nuestros centros, los hubiera visto con anterioridad o no. Pero nos miramos y nuestras caras refulgen, fluyen las carcajadas y nos abrazamos. El mundo seguirá su descenso continuado si cierran los CEETA.
  Supongo que, en un lugar u otro, habrán leído la típica histeria de los medios de comunicación a propósito de los centros: la sala del amor, las orgías, la violencia, las drogas, las crisis nerviosas que desembocan en psicosis, el crimen, la locura… La revista Time publicó un artículo espléndido sobre nosotros, objetivamente titulado, “Las cloacas CEETA”. Decía así:
  Los cimientos de la humanidad tienen una nueva grieta: unos psiquiátricos-moteles donde todo vale. Fundados en 1969 por el ingenuo filántropo Horace J. Wipple, y disfrazados de centros de terapia, los Centros para la Experimentación en Entornos Totalmente Aleatorios (CEETA) han sido, desde su nacimiento, una invitación impertérrita a la orgía, a la rapiña y a la locura. A partir de las premisas de la teoría de los dados, enunciada originalmente por un psiquiatra lunático, Lucius M. Rhinehart (Time, 26 de octubre de 1970), el propósito de los Centros es liberar a sus clientes del peso de la identidad individual. Quienes llegan a un Centro para realizar una estancia de 30 días, tienen que abandonar nombres coherentes, vestuario, manierismos, rasgos de personalidad, preferencias sexuales, sentimientos religiosos… En resumen, abandonarse a sí mismos.
  Los internos, denominados “estudiantes”, llevan casi siempre máscaras y siguen las “Órdenes” de los dados para determinar cómo pasan el tiempo y quién fingen ser. Los presuntos terapeutas se convierten en estudiantes que experimentan con un nuevo personaje. Los policías que fingen mantener el orden son, casi siempre, estudiantes que desempeñan el papel de policías. El uso de la marihuana, del chocolate y del ácido es común. Las orgías se suceden a cada hora en salas con nombres tan imaginativos como “La sala del amor” o “La cama” (esta última es un cuarto totalmente oscuro con un colchón en el suelo, en el que se apiñan los estudiantes según el capricho de los dados y donde sucede de todo).
  Los resultados son previsibles: unos cuantos individuos enfermos tienen la impresión de estar pasándoselo en grande, unos cuantos tipos sanos acaban enloqueciendo y el resto sobreviven de un modo u otro, tratando de convencerse de que están viviendo “una experiencia importante”.
  En las colinas de Los Altos, en California, la “experiencia importante” de la semana pasada acabó con el arresto de Evelyn Richards y de Mike O’Reilly. Los dos estaban disfrutando de un festín amoroso ordenado por los dados en la capilla Whitmore de la Universidad de Stanford, algo que no hizo ninguna gracia ni a los habitantes del pueblo ni a la policía.
  Los estudiantes de Stanford, visitantes habituales del CEETA de Los Altos, están enfrentados sobre el Centro de Terapia de los Dados. Los estudiantes Richard y O’Reilly aseguran que sus traumas han desaparecido desde la estancia de tres semanas en el Centro local. Pero el presidente de la Asociación de Estudiantes, Bob Orly, manifestó la opinión de buena parte del resto de estudiantes al decir:
  “El deseo de liberarse de la propia identidad personal es un síntoma de debilidad. La humanidad siempre ha tendido a la destrucción cuando ha seguido la llamada de quienes nos han animado a deshacernos del yo, del ego, de la identidad. La gente que va a los Centros es la misma que se ve arrastrada por el mundo de las drogas. Toda esta historia de vivir según te lo diga un dado no es sino una manera lenta de suicidarse que han descubierto quienes son demasiado débiles para intentarlo de veras”.
  El fin de semana, la policía de Palo Alto llevó a cabo la segunda redada en el Centro de Los Altos, pero no se incautó de nada más que de una caja de películas pornográficas, filmadas posiblemente en los Centros. El director, Lawrence Taylor, asegura que lo único que lamenta de las redadas es la publicidad favorable que da al Centro entre los jóvenes. “Tenemos que declinar un centenar de solicitudes cada semana. No queremos parecer exclusivos, pero no contamos con las instalaciones adecuadas”.
  Un equipo de redactores de Time descubrió que los amigos y los familiares de quienes han sobrevivido a las experiencias en los CEETA están, sin excepción alguna, alterados con los cambios que se han producido en sus seres queridos. “Irresponsable, errático, destructivo” fueron las palabras con las que Jacob Bleiss, un chico de diecinueve años de New Haven, describió a su padre después de que éste regresara del CEETA de Catskill (Nueva York). “No soporta el trabajo, casi nunca está en casa, pega a mi madre y parece estar pensando en la nada casi todo el tiempo. Y no para de reír como un idiota.”
  Las carcajadas irracionales, un síntoma clásico de la histeria, es una de las manifestaciones más evidentes de lo que los psiquiatras han empezado a denominar como “la enfermedad de los CEETA”. El doctor Jerome Rochman, del Hope Medical Center de la Universidad de Chicago, afirmó la semana pasada en Peoria:
  “Si alguien me hubiera pedido que creara una institución que destruyera totalmente la personalidad humana con toda su grandeza inherente, la lucha, las dudas morales, la compasión por el prójimo y el sentido de una identidad individual específica, posiblemente habría creado los CEETA. Los resultados son predecibles: apatía, informalidad, indecisión, depresiones, incapacidad para relacionarse, destructividad social, histeria…”
  El doctor Paul Bulber, de Oxford, en Mississippi, va más allá: “La teoría y la práctica de la terapia de los dados, tanto en los CEETA como fuera de ellos, es una de las mayores amenazas para nuestra civilización, mucho peor que el comunismo. Subvierten todo aquello que defiende la sociedad norteamericana y que defiende cualquier sociedad. Deberían erradicarlos de la faz de la tierra”.
  El juez Hobart Button, del tribunal del distrito de Santa Clara, fue posiblemente quien mejor resumió el sentir de mucha gente cuando dijo a los estudiantes Richards y O’Reilly: “Las ilusiones que hacen que la gente tire su vida por la borda son atroces. La atracción por las drogas y por los CEETA es como la atracción que sienten los lemmings por el mar”. O las ratas por las cloacas.
  Time, dentro de los límites necesarios que impone la ficción, estaba totalmente en lo cierto.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Destino, 2003, en traducción de Manuel Manzano. ISBN: 84-233-3474-0.]

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