Capítulo setenta y tres
«Los
Centros de Dados. ¡Ah! Los recuerdos, los recuerdos. ¡Qué días aquellos! Los
dioses volvían a jugar entre sí sobre la tierra. ¡Cuánta libertad! ¡Cuánta
creatividad! ¡Cuánta trivialidad! ¡Cuánto caos último! Y todo sin la guía de la
mano del hombre, sino por la del gran Dado ciego que a todos nos ama. Una vez,
sólo una vez en la vida he sabido el significado de vivir en comunidad, de
pertenecer a un objetivo amplio compartido por mis amigos y mis enemigos. Tan
sólo en los CEETA supe qué era la liberación total, completa, desgarradora,
inolvidable, la iluminación total. Durante el último año no he dejado de
reconocer al instante a quienes han pasado un mes en uno de nuestros centros,
los hubiera visto con anterioridad o no. Pero nos miramos y nuestras caras
refulgen, fluyen las carcajadas y nos abrazamos. El mundo seguirá su descenso
continuado si cierran los CEETA.
Supongo
que, en un lugar u otro, habrán leído la típica histeria de los medios de
comunicación a propósito de los centros: la sala del amor, las orgías, la
violencia, las drogas, las crisis nerviosas que desembocan en psicosis, el
crimen, la locura… La revista Time
publicó un artículo espléndido sobre nosotros, objetivamente titulado, “Las
cloacas CEETA”. Decía así:
Los cimientos de la humanidad tienen una nueva
grieta: unos psiquiátricos-moteles donde todo vale. Fundados en 1969 por el
ingenuo filántropo Horace J. Wipple, y disfrazados de centros de terapia, los
Centros para la Experimentación en Entornos Totalmente Aleatorios (CEETA) han
sido, desde su nacimiento, una invitación impertérrita a la orgía, a la rapiña
y a la locura. A partir de las premisas de la teoría de los dados, enunciada
originalmente por un psiquiatra lunático, Lucius M. Rhinehart (Time, 26 de
octubre de 1970), el propósito de los Centros es liberar a sus clientes del
peso de la identidad individual. Quienes llegan a un Centro para realizar una
estancia de 30 días, tienen que abandonar nombres coherentes, vestuario,
manierismos, rasgos de personalidad, preferencias sexuales, sentimientos
religiosos… En resumen, abandonarse a sí mismos.
Los internos, denominados “estudiantes”, llevan
casi siempre máscaras y siguen las “Órdenes” de los dados para determinar cómo
pasan el tiempo y quién fingen ser. Los presuntos terapeutas se convierten en
estudiantes que experimentan con un nuevo personaje. Los policías que fingen
mantener el orden son, casi siempre, estudiantes que desempeñan el papel de
policías. El uso de la marihuana, del chocolate y del ácido es común. Las
orgías se suceden a cada hora en salas con nombres tan imaginativos como “La
sala del amor” o “La cama” (esta última es un cuarto totalmente oscuro con un
colchón en el suelo, en el que se apiñan los estudiantes según el capricho de
los dados y donde sucede de todo).
Los resultados son previsibles: unos cuantos
individuos enfermos tienen la impresión de estar pasándoselo en grande, unos
cuantos tipos sanos acaban enloqueciendo y el resto sobreviven de un modo u
otro, tratando de convencerse de que están viviendo “una experiencia
importante”.
En las colinas de Los Altos, en California, la
“experiencia importante” de la semana pasada acabó con el arresto de Evelyn
Richards y de Mike O’Reilly. Los dos estaban disfrutando de un festín amoroso
ordenado por los dados en la capilla Whitmore de la Universidad de Stanford,
algo que no hizo ninguna gracia ni a los habitantes del pueblo ni a la policía.
Los estudiantes de Stanford, visitantes
habituales del CEETA de Los Altos, están enfrentados sobre el Centro de Terapia
de los Dados. Los estudiantes Richard y O’Reilly aseguran que sus traumas han
desaparecido desde la estancia de tres semanas en el Centro local. Pero el
presidente de la Asociación de Estudiantes, Bob Orly, manifestó la opinión de
buena parte del resto de estudiantes al decir:
“El deseo de liberarse de la propia identidad
personal es un síntoma de debilidad. La humanidad siempre ha tendido a la
destrucción cuando ha seguido la llamada de quienes nos han animado a
deshacernos del yo, del ego, de la identidad. La gente que va a los Centros es
la misma que se ve arrastrada por el mundo de las drogas. Toda esta historia de
vivir según te lo diga un dado no es sino una manera lenta de suicidarse que
han descubierto quienes son demasiado débiles para intentarlo de veras”.
El fin de semana, la policía de Palo Alto llevó
a cabo la segunda redada en el Centro de Los Altos, pero no se incautó de nada
más que de una caja de películas pornográficas, filmadas posiblemente en los
Centros. El director, Lawrence Taylor, asegura que lo único que lamenta de las
redadas es la publicidad favorable que da al Centro entre los jóvenes. “Tenemos
que declinar un centenar de solicitudes cada semana. No queremos parecer
exclusivos, pero no contamos con las instalaciones adecuadas”.
Un equipo de redactores de Time descubrió que
los amigos y los familiares de quienes han sobrevivido a las experiencias en
los CEETA están, sin excepción alguna, alterados con los cambios que se han
producido en sus seres queridos. “Irresponsable, errático, destructivo” fueron
las palabras con las que Jacob Bleiss, un chico de diecinueve años de New
Haven, describió a su padre después de que éste regresara del CEETA de Catskill
(Nueva York). “No soporta el trabajo, casi nunca está en casa, pega a mi madre
y parece estar pensando en la nada casi todo el tiempo. Y no para de reír como
un idiota.”
Las carcajadas irracionales, un síntoma clásico
de la histeria, es una de las manifestaciones más evidentes de lo que los
psiquiatras han empezado a denominar como “la enfermedad de los CEETA”. El
doctor Jerome Rochman, del Hope Medical Center de la Universidad de Chicago,
afirmó la semana pasada en Peoria:
“Si alguien me hubiera pedido que creara una
institución que destruyera totalmente la personalidad humana con toda su
grandeza inherente, la lucha, las dudas morales, la compasión por el prójimo y
el sentido de una identidad individual específica, posiblemente habría creado
los CEETA. Los resultados son predecibles: apatía, informalidad, indecisión,
depresiones, incapacidad para relacionarse, destructividad social, histeria…”
El doctor Paul Bulber, de Oxford, en
Mississippi, va más allá: “La teoría y la práctica de la terapia de los dados,
tanto en los CEETA como fuera de ellos, es una de las mayores amenazas para nuestra
civilización, mucho peor que el comunismo. Subvierten todo aquello que defiende
la sociedad norteamericana y que defiende cualquier sociedad. Deberían
erradicarlos de la faz de la tierra”.
El juez Hobart Button, del tribunal del distrito
de Santa Clara, fue posiblemente quien mejor resumió el sentir de mucha gente
cuando dijo a los estudiantes Richards y O’Reilly: “Las ilusiones que hacen que
la gente tire su vida por la borda son atroces. La atracción por las drogas y
por los CEETA es como la atracción que sienten los lemmings por el mar”. O las
ratas por las cloacas.
Time, dentro de los límites necesarios que impone la
ficción, estaba totalmente en lo cierto.»
[El texto
pertenece a la edición en español de Ediciones Destino, 2003, en traducción de
Manuel Manzano. ISBN: 84-233-3474-0.]
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