lunes, 13 de enero de 2020

Paraíso cercado.- Yi Chongjun (1939-2008)

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Segunda traición
27

«El director estaba aislado en un pantano. Todo iba de mal en peor. Un día le llegó por teléfono la orden de que tuviera todos los documentos de Omado listos para entregarlos a su sucesor. De que colaborara con el equipo de inspección que iba a evaluar la obra. Esto significaba que la obra, aparentemente, pasaría a manos de su sucesor y que habrían tomado en cuenta las protestas del director Cho. Sin embargo, era una patraña; en realidad pasaba a otras manos. Y estos otros enviaban su equipo para evaluar la obra. Naturalmente, el famoso equipo de inspección pertenecía a la Sociedad de Desarrollo de Corea. Al director Cho no le quedaba más opción que obedecer. No tenía forma de oponerse a los mandatos de sus superiores. Tarde o temprano llegaría el equipo, y él debía preocuparse por su seguridad.
  El director informó y pidió un favor a todos los enfermos: “Vendrá el equipo de inspección. Como estamos trabajando según nuestro plan, no tenemos por qué tratarlos mal. Dejaremos que hagan lo que quieran. Nosotros trabajaremos para lograr nuestra meta sin intervenir en sus asuntos”.
  Llegó el equipo. Eran los mismos técnicos de la Sociedad que la vez pasada. Los enfermos permanecieron indiferentes. No mostraron rencor ni ganas de venganza. El director se sorprendió. Eran los mismos técnicos a quienes los enfermos habían querido matar para defender su obra. Significaba que ya no les importaba que les quitaran o no la obra. Con su indiferencia ellos manifestaban en silencio: que hagan lo que quieran, porque no es asunto nuestro. Era una resistencia peligrosa. Ante el silencio, el rostro indiferente, la obediencia total y la resignación, el director no sabía qué actitud tomar.
  Ahora el problema residía en la actitud de los del equipo de inspección. Se mostraban muy altivos. El director se había propuesto actuar lo mejor posible hasta el último día de su estancia, sin tomar en cuenta la opinión de los enfermos. Como la obra no se traspasaba al hospital, sino a la Sociedad, debía tener más cuidado. Porque a fin de cuentas, la Sociedad era una entidad ajena. Faltaban dos semanas para el cambio y necesitaba arreglar todos los documentos para pasárselos al sucesor. No podía dejar los informes técnicos de la obra en manos de la Sociedad. Aunque él ya no viera la compuerta del dique, por lo menos su sucesor debía participar en el avance de la obra.
  Pidió a los empleados que prepararan los informes del hospital por secciones y él se ocuparía de la obra de Omado. A los técnicos del equipo de inspección les pidió que terminaran su trabajo a fines de febrero. Y, por su parte, formó un equipo propio de inspección con el que se dedicó a examinar y registrar los avances del trabajo y los criterios para su evaluación, etc.
  Ambos equipos presentaron los informes de su inspección a finales de febrero. Las conclusiones de ambas partes eran totalmente diferentes: para el equipo de la isla, el avance de la obra llegaba al ochenta y tres por ciento el 25 de febrero; para la Sociedad, el avance llegaba al cuarenta por ciento. La diferencia era tremenda, ochenta y tres frente a cuarenta.
  El director Cho quedó muy sorprendido. Sabía que iba a haber diferencias, por esa razón se había preocupado tanto de la inspección. De ello dependía el futuro de los enfermos; aunque la obra pasara a otras manos, les distribuirían el terreno al término de la obra según lo realizado antes del día de la entrega. Aunque las autoridades habían dicho y prometido que el derecho a distribuir el terreno no correspondía a los responsables de la Provincia, el director Cho consideraba que, tanto él como la isla, necesitaban tener una evaluación justa del trabajo.
  La evaluación era importante no sólo para el director, sino también para la Sociedad de Desarrollo. A ésta le convenía valorar con las cifras más bajas el avance. Por eso, ya suponía él que habría cierta diferencia. Pero no esperaba la tremenda diferencia de cuarenta frente a ochenta y tres.
  El director no reconoció ese resultado. Pidió explicación sobre los criterios y los métodos. Y aplicó esos criterios y métodos a su investigación y después defendió el resultado concluido de parte de la isla. Además, propuso una investigación conjunta. Pero fue en vano. Los puntos de vista obedecían a intereses opuestos, resultaba imposible llegar a un acuerdo sobre criterios y métodos justos para ambos.
  Para la Sociedad, la obra, desde el inicio, había tenido problemas técnicos; por tanto, no podían juzgarla tal como la veían. El necesario refuerzo de lo hecho y la modificación del plan reducían el grado de avance. Pusieron ejemplos de fallos técnicos: el dique debió ser más amplio; los ángulos del muro exterior del dique estaban diseñados sin tener en cuenta la presión de la corriente ni la profundidad del mar, etc. Los representantes de la isla también tenían sus teorías para replicarles.
  Ambas partes estaban enfrentadas. Como la Sociedad no cedía, el director tampoco podía ceder. Ante la terquedad de los otros, él no tenía por qué dar el visto bueno al informe.
  El director, de nuevo, luchaba como un enfermo de fiebre, padecía la sensación de ser traicionado. Además de esa lucha agotadora, los enfermos lo desilusionaban más. No mostraban ningún cambio ante los resultados de la inspección. Tampoco mostraban preocupación por su partida ni por la inauguración de la compuerta del dique. Permanecían indiferentes a pesar de que su sudor de años se valoraba sólo como un cuarenta por ciento, y no apreciaban la lucha solitaria del director para aumentar esa cifra.
  A pesar de estar ya acostumbrado al silencio y la indiferencia, esta vez le hizo daño. Le parecía que todo el esfuerzo de años dedicado a la isla y a los insulares no tenía ningún fruto Sintió un terrible vacío. Quizás los enfermos sentirían, instintivamente, miedo hacia el vacío posterior, porque habían tenido una esperanza de bienestar; pero todo comenzaba a esfumarse en el momento en que se iba a realizar ese sueño. El director veía que su situación iba haciéndose más triste día a día.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Trotta, 2003, en traducción de Hye-Sun Ko y Francisco Carranza Romero. ISBN: 84-8164-617-2.]  

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