Segunda traición
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«El
director estaba aislado en un pantano. Todo iba de mal en peor. Un día le llegó
por teléfono la orden de que tuviera todos los documentos de Omado listos para
entregarlos a su sucesor. De que colaborara con el equipo de inspección que iba
a evaluar la obra. Esto significaba que la obra, aparentemente, pasaría a manos
de su sucesor y que habrían tomado en cuenta las protestas del director Cho.
Sin embargo, era una patraña; en realidad pasaba a otras manos. Y estos otros
enviaban su equipo para evaluar la obra. Naturalmente, el famoso equipo de
inspección pertenecía a la Sociedad de Desarrollo de Corea. Al director Cho no
le quedaba más opción que obedecer. No tenía forma de oponerse a los mandatos
de sus superiores. Tarde o temprano llegaría el equipo, y él debía preocuparse
por su seguridad.
El
director informó y pidió un favor a todos los enfermos: “Vendrá el equipo de
inspección. Como estamos trabajando según nuestro plan, no tenemos por qué
tratarlos mal. Dejaremos que hagan lo que quieran. Nosotros trabajaremos para
lograr nuestra meta sin intervenir en sus asuntos”.
Llegó el
equipo. Eran los mismos técnicos de la Sociedad que la vez pasada. Los enfermos
permanecieron indiferentes. No mostraron rencor ni ganas de venganza. El
director se sorprendió. Eran los mismos técnicos a quienes los enfermos habían
querido matar para defender su obra. Significaba que ya no les importaba que
les quitaran o no la obra. Con su indiferencia ellos manifestaban en silencio:
que hagan lo que quieran, porque no es asunto nuestro. Era una resistencia
peligrosa. Ante el silencio, el rostro indiferente, la obediencia total y la
resignación, el director no sabía qué actitud tomar.
Ahora el
problema residía en la actitud de los del equipo de inspección. Se mostraban
muy altivos. El director se había propuesto actuar lo mejor posible hasta el
último día de su estancia, sin tomar en cuenta la opinión de los enfermos. Como
la obra no se traspasaba al hospital, sino a la Sociedad, debía tener más
cuidado. Porque a fin de cuentas, la Sociedad era una entidad ajena. Faltaban
dos semanas para el cambio y necesitaba arreglar todos los documentos para
pasárselos al sucesor. No podía dejar los informes técnicos de la obra en manos
de la Sociedad. Aunque él ya no viera la compuerta del dique, por lo menos su
sucesor debía participar en el avance de la obra.
Pidió a
los empleados que prepararan los informes del hospital por secciones y él se
ocuparía de la obra de Omado. A los técnicos del equipo de inspección les pidió
que terminaran su trabajo a fines de febrero. Y, por su parte, formó un equipo
propio de inspección con el que se dedicó a examinar y registrar los avances
del trabajo y los criterios para su evaluación, etc.
Ambos
equipos presentaron los informes de su inspección a finales de febrero. Las
conclusiones de ambas partes eran totalmente diferentes: para el equipo de la
isla, el avance de la obra llegaba al ochenta y tres por ciento el 25 de
febrero; para la Sociedad, el avance llegaba al cuarenta por ciento. La
diferencia era tremenda, ochenta y tres frente a cuarenta.
El
director Cho quedó muy sorprendido. Sabía que iba a haber diferencias, por esa
razón se había preocupado tanto de la inspección. De ello dependía el futuro de
los enfermos; aunque la obra pasara a otras manos, les distribuirían el terreno
al término de la obra según lo realizado antes del día de la entrega. Aunque
las autoridades habían dicho y prometido que el derecho a distribuir el terreno
no correspondía a los responsables de la Provincia, el director Cho consideraba
que, tanto él como la isla, necesitaban tener una evaluación justa del trabajo.
La
evaluación era importante no sólo para el director, sino también para la
Sociedad de Desarrollo. A ésta le convenía valorar con las cifras más bajas el
avance. Por eso, ya suponía él que habría cierta diferencia. Pero no esperaba
la tremenda diferencia de cuarenta frente a ochenta y tres.
El
director no reconoció ese resultado. Pidió explicación sobre los criterios y
los métodos. Y aplicó esos criterios y métodos a su investigación y después
defendió el resultado concluido de parte de la isla. Además, propuso una
investigación conjunta. Pero fue en vano. Los puntos de vista obedecían a
intereses opuestos, resultaba imposible llegar a un acuerdo sobre criterios y
métodos justos para ambos.
Para la
Sociedad, la obra, desde el inicio, había tenido problemas técnicos; por tanto,
no podían juzgarla tal como la veían. El necesario refuerzo de lo hecho y la
modificación del plan reducían el grado de avance. Pusieron ejemplos de fallos
técnicos: el dique debió ser más amplio; los ángulos del muro exterior del
dique estaban diseñados sin tener en cuenta la presión de la corriente ni la
profundidad del mar, etc. Los representantes de la isla también tenían sus
teorías para replicarles.
Ambas
partes estaban enfrentadas. Como la Sociedad no cedía, el director tampoco
podía ceder. Ante la terquedad de los otros, él no tenía por qué dar el visto
bueno al informe.
El
director, de nuevo, luchaba como un enfermo de fiebre, padecía la sensación de
ser traicionado. Además de esa lucha agotadora, los enfermos lo desilusionaban
más. No mostraban ningún cambio ante los resultados de la inspección. Tampoco
mostraban preocupación por su partida ni por la inauguración de la compuerta
del dique. Permanecían indiferentes a pesar de que su sudor de años se valoraba
sólo como un cuarenta por ciento, y no apreciaban la lucha solitaria del
director para aumentar esa cifra.
A pesar de
estar ya acostumbrado al silencio y la indiferencia, esta vez le hizo daño. Le
parecía que todo el esfuerzo de años dedicado a la isla y a los insulares no
tenía ningún fruto Sintió un terrible vacío. Quizás los enfermos sentirían,
instintivamente, miedo hacia el vacío posterior, porque habían tenido una
esperanza de bienestar; pero todo comenzaba a esfumarse en el momento en que se
iba a realizar ese sueño. El director veía que su situación iba haciéndose más
triste día a día.»
[El texto pertenece a la edición en español de
Editorial Trotta, 2003, en traducción de Hye-Sun Ko y Francisco Carranza
Romero. ISBN: 84-8164-617-2.]
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