XIII.-De prueba
«14 de
octubre de 1911
Querida
señora Coney:
Me imagino
que estará ya esperando respuesta a su carta, de manera que intentaré contestar
a tantas preguntas como recuerde, puesto que se me ha extraviado.
Esta
semana hemos andado con muchas prisas. Hemos tenido por aquí dos días a la
brigada de la trilladora. Estuve ocupada cocinando para ellos dos días antes de
su llegada y desde que se fueron he estado atareada limpiando la casa. Clyde se
ha llevado la trilladora a la zona alta del valle para trillar para los
vecinos, y todos los hombres se ha ido con él, así que los niños y yo nos hemos
quedado solos.
No, no se
preocupe, no voy a perder mi tierra, eso sí, van a pasar más de dos años hasta
que consiga la escritura. Para entonces habrá pasado el período de prueba
requerido de cinco años. Si Clyde también hubiera estado en período de prueba,
no habría podido mantener mi hacienda, pero afortunadamente lo había superado
hacía años y estaba en poder de su escritura, de manera que tengo derecho a mi
hacienda. Tampoco es que haya ejercido aún mi derecho de deserción, así que
todavía me corresponden ciento sesenta acres más*. Algún día, cuando haya ahorrado el dinero suficiente, haré el pertinente registro. La ley exige el
pago en efectivo de veinticinco centavos por acre a la hora de cumplimentar la
instancia y un dólar más por acre para la verificación final. No me habría
casado si Clyde no me hubiera prometido que se resolverían sin problemas todos
los escollos relacionados con la propiedad de mi hacienda. No quería perderme
el regocijo y la experiencia. Es por ese motivo que quiero reunir, por mí
misma, hasta el último centavo que invierta en mi propia hacienda. A veces me
da por cavilar cómo me las voy a arreglar, pero sé que lo lograré; otras mujeres
también lo han hecho. Sé de varias que ahora se ríen de las dificultades
pasadas. ¿Sabe una cosa? Yo creo firmemente en la risa. Soy realmente
supersticiosa al respecto. Creo que si la Mala Suerte se cruzara en mi camino,
pondría pies en polvorosa si alguien se riera en su cara estrepitosamente.
Creo que
Jerrine ha nacido para las leyes. Se las apaña siempre para evitar las
preguntas que no le convienen. Durante mucho tiempo estuvo rezando por su
hermano; también rezaba para que le trajéramos unos perritos. Le trajimos los
cachorrillos, pero no se lo dijimos hasta que aprendieron a caminar. Una mañana
los vio siguiendo a su madre y se puso a bailar de alegría. Cuando nació su
hermanito se quedó francamente decepcionada. “Mamá”, dijo, “¿de verdad que fue
Dios el que hizo al bebé?”. “Sí, cariño”. “Entonces ha sido injusto con
nosotros y me gustaría saber por qué. Los cachorros sabían andar cuando los
terminó; las terneras, lo mismo. Los cerdos, los potrillos, incluso los pollos.
¿Qué sentido tiene que nos dé un bebé a medio terminar? No tiene pelo, ni
dientes; no sabe andar ni hablar y lo único que hace es berrear y dormir”.
Varios días después llegó a una conclusión. Empezó por donde se había quedado:
“Ya lo sé, mamá, ya sé por qué Dios nos dio un bebé a medio terminar; para que
así pueda aprender nuestras costumbres y no las de otros, puesto que tiene que
vivir con nosotros, y para que nosotros aprendamos a quererlo. Cada vez que me
paro delante de su cochecito se ríe y yo entonces lo quiero, pero no quiero a Stella
o a Marvin aunque se rían. Así que es por eso”. Tal vez sea esa la razón.
Los
parientes de Zebbie vinieron y se lo llevaron al condado de Yell. No me
sorprendería que nunca regresara. Los Lane y los Patterson se mudan en breve a
Idaho, donde “nuestro Bobbie” ha hecho grandes inversiones.
Espero
tener noticias suyas pronto y espero que le vaya muy bien.
Con mucho
cariño, su amiga,
Elinore
Stewart.
XVIII.-La boda del hacendado y un pequeño
funeral
2 de
diciembre de 1912
Querida
señora Coney:
Cada carta
suya que recibo es una fuente de inspiración para mí. Además, me encanta saber
de usted.
A veces me
entran ganas de contarle todo sobre mi Clyde, pero no lo he hecho por dos
razones. La primera es que no podría empezar sin decirle lo bueno que es, y no
es cuestión de que usted piense que no hago más que alardear de marido. La otra
razón son las prisas con las que me casé. Me avergüenzo de ello. Me da miedo
que piense que soy una especie de Becky Sharp. Pero a pesar de haberme casado
apresuradamente, no tengo nada de lo que arrepentirme. […]
¿Se
acuerda de que le hablé de un niño que se estaba muriendo? Pues se trataba de
mi pequeño Jamie, nuestro primer hijo. Estuve destrozada mucho tiempo. Era un
muchachito tan lindo y hermoso. Lo quería tanto. Murió de erisipela. Lo tuve en
mis brazos hasta que terminó de agonizar. Después vestí el lindo cuerpecito y
lo preparé para la tumba. Clyde es carpintero y era mi deseo que él hiciera el
pequeño ataúd. Lo hizo enterito y yo me encargué de forrarlo, acolcharlo,
embellecerlo y cubrirlo. No es que no pudiéramos permitirnos comprar uno, ni
que nuestros vecinos no fueran amables y voluntariosos. Se trataba de darnos el
triste gusto de hacer todo lo que estuviera en nuestras manos por nuestro
pequeño primogénito.
Igual que
no había habido médico que nos asistiera, tampoco hubo pastor que nos
reconfortara, pero yo no podía soportar que nuestro bebé se fuera de este mundo
sin dejar ningún mensaje en una comunidad donde tanta falta hacía. El pequeño
mensaje que nos dejó a nosotros había sido el amor, así que seleccioné un capítulo de Juan y organizamos un funeral en
el que estuvieron presentes todos nuestros vecinos a treinta millas a la
redonda. Así que ya ve, nuestra unión está sellada con amor y soldada con mucho
sufrimiento.
El pequeño
Jamie fue el primogénito de los Stewart. Dios ha querido darme otros dos hijos
varones maravillosos. El dolor ya no es tan agudo ahora y puedo contárselo, cosa
que antes era incapaz. Cuando usted piense en mí, hágase a la idea de que soy
una persona realmente feliz. Es verdad, se me antojan muchas cosas que no tengo, pero eso no me
impide estar contenta y disfrutar de las muchas bendiciones que sí tengo. Tengo
mi casa en mitad de las montañas azules, mis niños bien educados, mi esposo
limpio y honesto, mis lindas y generosas vacas lecheras, mi jardín del que yo
misma me encargo. Tengo montones y montones de flores de las que yo misma me
ocupo. Hay montones de pollos, pavos y cerdos que están a mi cuidado. Tengo
unos cuantos caballos viejos, lentos y nobles y una vieja carreta. Puedo subir
a los críos y en cualquier momento ir adonde me apetezca. Tengo los mejores
vecinos, los más amables, y tengo también mis queridos amigos ausentes.
¿Entiende por qué soy tan feliz? Cuando pienso en todo esto, me pregunto cómo
es posible abarrotar toda mi alegría en una vida tan corta. No quiero que
piense ni por un momento que me molesta escribirle. Para mí es un auténtico
placer. Es usted tan comprensiva por dejarme contarle todo. Lo único que me da
miedo es estar poniendo a prueba su paciencia. Ni siquiera en esta larga carta
me cabe todo lo que quiero contarle; así que le escribiré de nuevo pronto.
Jerrine también le escribirá. En estos momentos tiene los dedos doloridos. Ha
estado recogiendo grosellas silvestres y se le han resentido sus pequeñas manos
morenas.
Con mucho
cariño, cordial y sinceramente suya,
Elinore
Rupert Stewart.»
*Elinore Pruitt Stewart participa de un programa de colonización de las tierras del Oeste norteamericano impulsado por el Estado: tras solicitar la concesión de una parcela, tiene un período de prueba inicial de cinco años para poner en rotación cultivos y preparar la explotación de los recursos forestales. Pasado ese período de manera positiva, puede acceder a la propiedad de la tierra o bien puede renunciar a su condición de colona mediante el derecho de deserción. [N. del T.]
[El texto
pertenece a la edición en español de Hoja de Lata Editorial, 2015, en
traducción de Rosana Herrero Martín. ISBN: 978-84-941153-1-8.]
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