5
«Estoy de
pie en mi dormitorio, nuestro dormitorio, el dormitorio de Bobbo y mío, y me
arreglo la cara para volver lo antes posible a mis deberes conyugales, a la
condición de esposa y madre, y a mis padres políticos. A este fin, recito la
Letanía de la Buena Esposa. Es como sigue:
Debo
fingir que estoy contenta cuando no lo estoy; por el bien de todos.
No debo
hacer ningún comentario adverso sobre mi forma de existencia; por el bien de
todos.
Debo estar
agradecida por el techo que me cobija y la comida que me alimenta y pasar mis
días demostrándolo, limpiando y cocinando y sentándome y levantándome de la
silla; por el bien de todos.
Debo hacer
que los padres de mi esposo me quieran y que mis padres le quieran a él; por el
bien de todos.
Debo
aceptar el principio según el cual los que ganan más fuera de casa merecen más
dentro de ella; por el bien de todos.
Debo
reforzar la confianza sexual de mi esposo, no debo expresar interés sexual por
ningún otro hombre, ni en privado ni en público; debo hacer caso omiso de la
forma en que él me denigra, alabando públicamente a mujeres más jóvenes, más
hermosas y más afortunadas que yo, y acostándose a escondidas con ellas, si
puede; por el bien de todos.
Debo
prestarle apoyo moral en todas sus empresas, por inmorales que sean, por el
bien del matrimonio. Debo fingir ser inferior a él en todo.
Debo
amarle en la prosperidad y la pobreza, en buenos y malos tiempos, y serle
inquebrantablemente leal, por el bien de todos.
Pero la
Letanía no funciona. No calma: irrita. Me quebranto: ¡mi lealtad se quebranta!
Miro en mi interior: encuentro odio, sí, odio a Mary Fisher, fuerte, caliente y
dulce: pero ni un resto de amor, ni el más mínimo e inquieto tentáculo de amor.
¡Ya no estoy enamorada de Bobbo! Corrí escaleras arriba amando y llorando.
Correré escaleras abajo sin amar, sin llorar.
[…]
25
Ruth, una
vez conseguidos sus propósitos […] buscó alojamiento en Bradwell Park, un lugar
donde consideró que podía pasar desapercibida. Allí vivía mucha gente de
dimensiones, forma y apariencia rara y muy pocos se tomaban la molestia de
volver la cabeza cuando pasaban a su lado. Bradwell Park estaba en las
profundidades de los suburbios occidentales, una zona deprimida de la ciudad,
sin rasgos especiales. Allí vivían los pobres.
Ruth tenía
2.563.072 dólares y 45 centavos en una cuenta en Suiza, pero de momento
prefería vivir sencilla y modestamente. Los ricos llaman la atención, los
pobres son anónimos: una apagada capa gris de invisibilidad cubre sus vidas. Y
Ruth no quería atraer sobre sí la atención de la policía o de las autoridades
fiscales hasta que la ocasión madurara. Y además en Bradwell Park tenía muy
pocas oportunidades de tropezarse con alguien de Eden Grove, alguien que
dijera: “¿Pero tú no eres la mujer de Bobbo? ¡Qué casualidad verte por aquí!”
Aunque
tanto Bradwell Park como Eden Grove, donde Ruth había vivido en su otra vida,
eran definidos como suburbios, se trataba de lugares muy diferentes. En
Bradwell Park, hombres y mujeres vivían juntos en promiscuidad; en Eden Grove,
se les separaba con pulcros cercados cuadriculados. En Bradwell Park, había más
mujeres que hombres, menos garajes para menos coches, y una sola piscina
comunal, tan fuertemente clorada que podía ocasionar ceguera temporal. En
Bradwell Park, vivía gente que ganaba menos de lo que le habría gustado ganar y
mujeres más atrapadas por la necesidad que por la complejidad de sus deseos,
pero que al menos tenían el consuelo de saber que su descontento no se debía a
una mera intranquilidad e ingratitud, sino que estaba justificado.
[…]
29
Ruth se
metió en una comuna de feministas radicales. Aquellas mujeres no tenían
relación con el mundo masculino; la aceptaron sin reservas como una de ellas.
Adoptó el nombre de Millie Mason. Llevaba, como todas, vaqueros, camiseta de
manga corta, botas y una chaqueta de paño; no le pidieron documentación alguna.
Era mujer y había sufrido por ello, y eso bastaba. Sus nuevas compañeras no
comían carne ni productos lácteos y se satisfacían sexualmente entre ellas. No
sentían el menor deseo de atraer a los hombres, aunque muchas de ellas eran muy
atractivas. Las Mijiris, como ellas mismas se llamaban, vivían en las afueras
de la ciudad, en un racimo de roulottes
dispuestas alrededor de un viejo caserón. Trabajaban un terreno de cuatro acres
donde crecían legumbres, cereales, consuelda y milenrama, que cosechaban,
trataban y vendían en tiendas de comida natural en todo el país. Tenían hijas,
pero no hijos: de éstos se libraban en formas que al mundo exterior le habrían
parecido macabras, pero que ellas consideraban perfectamente razonables.
Ruth era fuerte
y competente y carecía de esa afectación que por lo general se considera
femenina. Hacía lo que estaba en sus manos para ayudar a las Mijiris, pero se
alegraba de que su estancia entre ellas fuera transitoria. No quería vivir
permanentemente en su mundo. Le faltaba luminosidad superficial: era como un
dril duradero, embarrado por una inundación fangosa de desperdicios del
purgatorio, no chispeante y peligroso como el fuego del infierno.
Pero la
vida era dura y la dieta fibrosa y poco grasa y cada semana que pasaba más
anchos le iban quedando los vaqueros mientras cavaba y labraba y trabajaba con
la azada. No había donde pesarse y era difícil encontrar espejos.
-Tu
aspecto no importa –decían-. Lo que importa es cómo te sientes.
Pero ella
sabía que se equivocaban. Ella quería vivir en la vertiginosa vorágine del
mundo, no oculta en aquel fangoso rincón de integridad. Pero no lo decía,
porque podía quedarse sin sitio donde vivir. Las Mijiris no veían con buenos
ojos a las que no estaban de acuerdo con ellas: los nombraban no-mujeres
honorarias.
Cuando
Ruth ya casi no podía distinguir la cintura de las caderas, telefoneó a Mr.
Roche desde una cabina. En la comuna no había teléfono: era un instrumento de
control propio de la tecnología masculina. Además, las mujeres no tenían
necesidad alguna de comunicarse con el mundo exterior.»
[El texto
pertenece a la edición en español de Tusquets Editores, 1990, en traducción de
Manuel Sáenz de Heredia. ISBN: 84-7223-221-2.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: