martes, 7 de enero de 2020

La fábrica del hombre endeudado.- Maurizio Lazzarato (1955)

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Conclusión

 «Debemos hacernos ahora una pregunta esencial: ¿en qué condiciones podemos reactivar una lucha de clases que la iniciativa capitalista ha desplazado por completo hacia el terreno muy "abstracto" y "desterritorializado" de la deuda?
 Marx decía que la crisis consigue hacer entrar en la "cabeza dura" de los capitalistas aquello que en otras circunstancias éstos jamás habrían aceptado. En este caso, la "cabeza dura" que hay que horadar es la de los dirigentes e intelectuales de la izquierda sindical y política, porque la deuda debería disipar de una sola vez todas sus ilusiones. Como terreno de combate, la deuda impone la transversalidad en todos los ámbitos: transversalidad entre Estados y espacios nacionales, transversalidad entre lo económico, lo político y lo social, transversalidad entre figuras de la explotación y la dominación. Estamos obligados a elevarnos a ese nivel de generalización y desterritorialización si no queremos que el Gran Acreedor nos barra o nos aplaste.
 El espacio político en el cual hay que trabar combate no puede ser, en ningún caso, el del Estado-nación. La deuda se burla de las fronteras y las nacionalidades; a escala de la economía-mundo, no conoce otra cosa que acreedores y deudores. Por las mismas razones, también obliga a adoptar una mirada que no sea la del trabajo y el empleo para pensar una política a la altura del Capital como "Acreedor Universal". La deuda supera las divisiones entre empleo y desempleo, activos e inactivos, productivos y asistidos, precarios y no precarios, que son las divisiones a partir de las cuales la izquierda construyó sus categorías de pensamiento y acción.
 La figura del "hombre endeudado" es transversal a la sociedad en su conjunto y exige nuevas solidaridades y nuevas cooperaciones. Debemos pensar, asimismo, la transversalidad entre "naturaleza y cultura", porque el neoliberalismo ha agravado aún más la deuda que hemos contraído con el planeta y con nosotros mismos en cuanto seres vivos.
 Una de las condiciones indispensables para la activación de la lucha de clases es una reinvención de la "democracia" que atraviese y reconfigure aquello que incluso teorías políticas muy sofisticadas siguen pensando por separado -lo político, lo social y lo económico-, porque la deuda ya ha integrado estos ámbitos en un dispositivo que los articula y les asigna un ordenamiento. La economía de la deuda parece realizar en plenitud el modo de gobierno sugerido por Foucault, para cuyo ejercicio es necesario tener el control de lo social y de la población metamorfoseada en población endeudada. Esta condición es imprescindible para poder gobernar la heterogeneidad de la política y la economía, pero bajo un régimen autoritario, y ya no "liberal". Si no se puede reducir la política al poder; si la política no es, simplemente, el calco positivo del negativo de la política de la deuda, y si no se puede deducir una política de la economía (de la deuda), difícilmente se vea en el capitalismo que una acción política surja en otro lugar que no sea la propia política del capital y contra ella. ¿Dónde se inventan las razones del "daño" y las condiciones del "litigio" sino en el marco de las relaciones de explotación y dominación actuales? El negativo dibujado por la deuda define las condiciones históricas de las cuales la lucha se aparta para inventar nuevas formas de subjetivación y nuevas posibilidades de vida. Empero, esas condiciones son en cada caso históricas, singulares, específicas; hoy se anudan alrededor de la deuda.
 La tarea más urgente consiste en imaginar y experimentar modalidades de lucha que tengan la eficacia de bloqueo que tenía la huelga en la sociedad industrial. El nivel de desterritorialización del mando capitalista nos obliga a ello. Las cabezas duras de capitalistas y gobernantes no entienden otra cosa que el lenguaje de la crisis y el del combate.
 Si hemos esbozado un recorrido teórico y político en torno a la economía de la deuda, no lo hicimos tanto para presentar una nueva teoría general y global del neoliberalismo, sino para proponer un punto de vista transversal a partir del cual puedan desplegarse las luchas.
 La lucha contra la economía de la deuda, y sobre todo contra su "moral" de la culpa, que en el fondo es una moral del miedo, requiere igualmente una conversión subjetiva específica. Nietzsche puede aún darnos algunas indicaciones: "El ateísmo libera a la humanidad de todos los sentimientos de deuda hacia su origen, hacia su causa prima. El ateísmo es inseparable de una especie de segunda inocencia".
 La reanudación de la lucha de clases en el lugar adecuado, o sea, donde es más eficaz, debe reconquistar esa "segunda inocencia" con respecto a la deuda: una segunda inocencia ya no referida a la deuda divina, sino a la deuda terrenal, la deuda que pesa en nuestras billeteras y modula y formatea nuestras subjetividades. No sólo se trata, en consecuencia, de anular las deudas o reivindicar los incumplimientos, aun cuando esto sería muy útil, sino de apartarse de la moral de la deuda y del discurso en el cual ella nos encierra.
 Hemos perdido mucho tiempo, y perdido sin atenuantes, al intentar justificarnos con referencia a la deuda. ¡Cualquier justificación nos hace ya culpables! Hay que conquistar esa segunda inocencia, liberarse de toda culpa, todo deber, toda mal conciencia, y no devolver ni siquiera un centavo; hay que luchar por la anulación de la deuda, que no es -recordémoslo- un problema económico, sino un dispositivo de poder que no sólo nos empobrece, sino que nos lleva a la catástrofe.
 La catástrofe financiera dista de haber terminado, porque ninguna regulación de las finanzas es posible. Regularlas significaría decretar el fin del neoliberalismo. Por otra parte, las oligarquías, plutocracias y "aristocracias" en el poder no tienen un programa político de recambio. Lo que el FMI, Europa y el Banco Central Europeo mandan, bajo el chantaje de los "mercados", siguen siendo, como siempre, remedios neoliberales que no hacen sino agravar la situación.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Amorrortu Editores, 2013, en traducción de Horacio Pons. ISBN: 978-84-610-9046-4.]

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