jueves, 21 de diciembre de 2017

Helena, Helena, amor mío.- Luciano de Crescenzo (1928)


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XIV.-Las Amazonas
Donde conocemos a las Amazonas y presenciamos los mortales duelos entre Aquiles y Pentesilea, y entre Aquiles y Memnón. Para concluir, nos reencontraremos con Ekto, en esta ocasión en el campamento aqueo, y nos despediremos del desdichado Tersites.

«Las Amazonas (1) están presentes en muchas leyendas populares. No hay mitología que no incluya el tema de las mujeres guerreras: desde la griega hasta la de los pieles rojas, desde la china hasta la celta, desde las Valkirias wagnerianas hasta Minnehaha, la coleccionista de cueros cabelludos. Sin embargo, para saber si estamos hablando de seres legendarios o de personajes de carne y hueso, habrá que distinguir entre las que se convierten en Amazonas por necesidad y las que llevan en la sangre una vocación belicosa. Las primeras eran menos insólitas de lo que se suele creer: antiguamente, cuando una población era saqueada, los invasores, a fin de evitar eventuales represalias futuras, solían pasar a cuchillo a todos los varones del lugar, incluidos viejos y niños. De ahí que las viudas necesitasen armarse, acaso con las armas de sus difuntos maridos, para defenderse de nuevos ataques por parte de los pueblos invasores. Otro es el caso de las mujeres dotadas de instintos guerreros, que, más bien, parecen un residuo de una época matriarcal sobre la que mucho se ha fantaseado sin conseguir nunca la mínima prueba, o acaso la proyección de un antiguo sueño feminista, siempre anhelado y jamás conseguido.
 Las Amazonas por excelencia fueron las que tuvieron como reinas a las hermanas Hipólita y Pentesilea (2): sus dominios se extendían  desde las costas del mar Negro hasta la actual Capadocia. Una vez al año solían visitar a los pueblos colindantes, con la única finalidad de hacerse fecundar por los machos locales; más tarde, eliminaban a todos los recién nacidos de sexo masculino, o, como alternativa, se los enviaban a los padres. De todas maneras, no faltaron las consabidas excepciones: por ejemplo, la de la reina Lisipe que se enamoró ardientemente de su propio hijo Tanais. Por último, hay quienes sostienen que las Amazonas encargaban todas las labores domésticas a los esclavos varones, especialmente a los cojos. Lo referido a los cojos ha de remontarse, al parecer, a una no mejor identificada reina Antianara, defensora de la teoría según la cual el hombre cojo es más hábil en los "juegos amorosos".
 Durante los períodos de paz las Amazonas vestían de negro; en la guerra, por el contrario, se cubrían con pesadas armaduras de piel de serpiente. También sus escudos estaban hechos con ese material y tenían forma de hoja de hiedra. Todos los años se elegían dos reinas por votación en asamblea: una para la paz y la otra para la guerra. La primera, comparable a los actuales ministros del Interior, administraba la justicia y controlaba todos los problemas de orden público; la segunda entraba en funciones solamente cuando la comunidad se veía amenazada desde el exterior.
 Pero ¿cómo ocurrió que las Amazonas llegaran a Troya? Al parecer, por una coincidencia fortuita. Narran los mitólogos que, durante una batida de caza, la reina Pentesilea dio muerte por error a su hermana Hipólita y que, para evitar la persecución de las Erinias (o, peor aún, de las Amazonas adictas a Hipólita), se dirigió al palacio de Príamo con la intención de purificarse (3). Cayó por allí en pleno funeral: la corte estaba en un baño de lágrimas. Héctor acababa de morir y los troyanos necesitaban con urgencia apoyos militares. Entonces Paris le ofreció, aparte de la anhelada purificación, también numerosos presentes de oro y plata, a condición de que acudiese, desde el mar Negro, la tan temida caballería de las Amazonas (4).
 Cuando los aqueos vieron que se les echaban encima las Amazonas, huyeron como alma que lleva el diablo. Aquellas extrañas criaturas, recubiertas de piel de serpiente, con largas melenas y una sola mama al aire, los atemorizaron, en parte porque hasta entonces nunca habían visto caballos con un ser humano adherido al lomo: de tal suerte, las Amazonas les parecieron feroces centauras. El único que no huyó, obviamente, fue el consabido Aquiles, que a pie firme aguardó la llegada de Pentesilea.
 Sobre el resultado del duelo existen las más diversas versiones: unos le asignan la victoria final a la amazona y otros a Aquiles (5), algunos pintan a Pentesilea como una virgen invencible o, por el contrario, como la víctima de una extraña maldición: la de que siempre le tocara ser poseída por la fuerza. Según éstos, nuestra amazona era tan bella y seductora que no podía evitar, en cada hombre que la mirase, el estallido de un repentino raptus sexual. Esto le aquejó tantos problemas que la pobrecilla se vio obligada a vestir, incluso en verano, una armadura de bronce que la ocultase a las miradas de los varones.»
 
 
(1) "Amazona" en griego, vocablo compuesto por a privativa y mazon, debería significar "carente de mama"; ello secunda una leyenda según la cual las mujeres guerreras se amputaban la mama derecha para mejor tensar el arco. Será así, pero yo no me lo creo; me convencería mucho más una etimología (acaso atrevida) que se fundase en la a privativa y amaxa, donde con este término nos referimos al carro de guerra. Efectivamente, las Amazonas fueron las primeras que cabalgaron sin montura y eliminaron el carro de combate.
(2) Las más conocidas entre las reinas de las Amazonas fueron: Antíope, Antianara, Hipólita, Lampado, Lisipe, Marpesia, Melanipa, Minicia, Onfalia y Pentesilea. 
(3) En el mundo homérico, cuando alguien cometía algún delito particularmente terrible, por ejemplo, el de dar muerte a un familiar, para después librarse de las Erinias del remordimiento recurría a la "purificación" que solamente podía conceder un rey en ejercicio de su cargo. 
(4) Al parecer, en tiempo de la reina Mirina las Amazonas disponían nada menos que de tres mil infantes y treinta mil guerreras a caballo.
 (5) A principios del siglo XIX Heinrich von Kleist escribió un drama, Pentesilea, en el que la reina de las Amazonas derrota al héroe y termina devorándolo por exceso de entusiasmo erótico.
 
  [El extracto pertenece a la edición en español de Planeta, 1997, en traducción de Atilio Pentimalli Melacrino. ISBN: 84-08-46222-9.]
  

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