miércoles, 8 de enero de 2020

Sociología del Renacimiento.- Alfred von Martin (1882-1979)

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I.-La nueva dinámica
c) La nueva mentalidad

«Al capital en dinero, a la propiedad mueble, se asocia el poder afín del tiempo, pues éste, visto desde este ángulo, es dinero. Es la gran fuerza liberal frente a la fuerza conservadora del espacio, de la propiedad inmueble, de la del suelo. En la Edad Media monopolizaba el poder quien fuera dueño de la tierra; por lo tanto, el señor feudal; pero ahora, quien supiera aprovechar el dinero y el tiempo, sería señor y dueño de todas las cosas. Éstos son los instrumentos nuevos del poderío burgués: dinero y tiempo, ambos fenómenos de movimiento. "Para expresar el carácter absolutamente dinámico de este mundo no hay símbolo más claro que el del dinero... cuando éste no se mueve deja de ser dinero en el sentido propio de la palabra... la función del dinero es facilitar el movimiento" (Simmel). La misma capacidad de circulación del dinero comparada con la inmovilidad del suelo refleja cómo ahora todo se ha convertido en movimiento. El dinero, que todo lo transforma, trae al mundo una gran inquietud y le pone en constante cambio. Todo el ritmo de la vida acelera su intensidad. Se impone el concepto moderno del tiempo, como un valor, como una mercancía útil. Se percibe que el tiempo es algo fugaz, algo que escapa, y se trata de retenerlo. Desde el siglo XIV resuenan, en todas las ciudades italianas, las campanas de los relojes, contando las 24 horas del día y así recuerdan que el tiempo es escaso, que no debe perderse, sino administrarse bien; que hay que economizarlo, que ahorrarlo, "si se quiere ser dueño de todas las cosas". Esa economía del tiempo era algo desconocido en la Edad Media. Esta época aún tenía tiempo y no necesitaba valorarlo como un bien preciado, cosa que sólo ocurre cuando el tiempo es escaso; y el tiempo escaseó cuando se empezó a pensar con las categorías liberales del individuo y a considerar el tiempo que a cada uno "correspondía". Porque la vida individual, considerada por separado, era corta por naturaleza y muy parcamente medida. Por eso había que hacer ahora todo rápidamente. Había también que construir rápidamente porque ahora el que edificaba lo hacía para su propio provecho. En la Edad Media podía trabajarse en una obra cualquiera -una catedral, la casa del concejo, un castillo- decenios y aun siglos (por ejemplo, La Certosa di Pavia, aún de estilo gótico), pues se vivía dentro de una comunidad y para ella, dentro de una continuidad de generaciones. Se vivía, pues, dentro de un gran todo, y por eso se vivía largo tiempo. Se podía, como lujo, gastar el tiempo, así como la vida y los bienes. Era una época de la economía del consumo, y es algo inherente a la economía natural el consumo directo, porque la conservación de los productos de la agricultura es muy perentoria y no cabe la "conservación usuraria" de los mismos y, por tanto, resultaba imposible la acumulación de valores. "Allí donde los productos del suelo se recogen y se consumen directamente, impera una cierta liberalidad... pero, por lo contrario, el dinero incita más a la acumulación (al ahorro)", dice Simmel; porque el dinero es conservable sin limitación. La generosidad era una virtud medieval, alabada por Bisticci, como entrega de cualquier suma, "sin pago" y "a manos llenas", "por el amor de Dios" y "en conciencia", "en alabanza de Dios". La esplendidez del Renacimiento tiene otro carácter: el Renacimiento es propiamente generoso "cuando procede el serlo". Alberti considera los gastos hechos para la erección de iglesias y edificios públicos como gastos hechos para honra de la casa y de los antepasados. Para tales fines conviene dar no más que lo necesario pero también tanto como sea decoroso. La honra de una familia no puede separarse del buen nombre de una firma. Esto es algo que desempeña muy peculiar papel en la mentalidad mercantil: la onestà exige determinados gastos, pero éstos tienen que ser "útiles" y no superfluos. No hay que ser cicatero, pero la regla de gastar lo menos posible es corolario natural de la de ganar lo más posible. Esto constituye el conjunto de las "virtudes" específicas burguesas. "Ordenación metódica", ésta es la exigencia del día. Gastar menos o no más de lo que se gana, economizar fuerzas, administrar con economía tanto el cuerpo como la mente (la higiene y el deporte son para Alberti medios para obtener fuerza y belleza), ser trabajador y afanoso (en contraposición a la ociosidad señorial), éstos son los medios para prosperar y elevarse. Hay que distribuir el tiempo, ordenarlo, e incluso racionar la misma actividad política al intervenir en la vida pública. En el Nápoles monárquico se recomienda la frecuentación de las ceremonias religiosas y Caraccioli piensa que eso "puede ser útil, pero también nocivo, y mucho, para el aprovechamiento completo de la jornada".
 Existe, sin embargo, una cierta religiosidad mercantil. Mientras que el pequeño burgués, que pertenece a la categoría de artesano, honra a Dios con relativa familiaridad, y a veces hasta de un modo vulgar, el gran burgués está con respecto a Dios en una relación de socio comercial. Giannozzo Manetti ve en Dios como un maestro d'uno traffico, como invisible organizador del mundo, concebido como una gran empresa mercantil. Con Dios se entablan relaciones de cuenta corriente, práctica que corresponde a la católica de "las buenas obras".  Villani ve en la limosna y otras prácticas análogas cierto modo contractual de asegurarse la ayuda divina (y la leal observancia de los contratos es la virtud suprema de un "comerciante honrado"). Ne deo quidem sine spe remunerationis serviré fas est (Valla). La prosperidad, según Alberti, es la recompensa visible por la buena dirección, grata a Dios, del negocio: tal es el verdadero espíritu religioso del capitalismo, en el que se admite, manteniéndose en la más pura ortodoxia, una especie de cooperación entre la grazia y la propia habilidad, y se considera la "gracia" como una contraprestación, a la que se tiene derecho contractualmente por la propia prestación. La religiosidad se convierte en un cálculo de ventajas, en una especulación con el éxito, lo mismo en el terreno económico que en el político (Villani).
 La situación espiritual que esto revela es que la religión ha cesado de dar a la vida un impulso propio y que ha entrado arrastrada en la nueva dirección que el hombre burgués, con un criterio primordialmente económico, ha dado a este mundo. La mentalidad religiosa ha perdido ya la energía para penetrar en todas las relaciones del mundo y recrearlo interiormente.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Fondo de Cultura Económica, 1962, en traducción de Manuel Pedroso.]

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