VIII.-Y la
luz se hizo
En el año
1959
«-¡Qué no
haríamos nosotros por nuestros alumnos!
Si por lo
menos, padres de familia de buena voluntad, osarais hacer por vuestra
descendencia lo que realizan el granjero por sus animales, el campesino por sus
árboles, el industrial por sus máquinas, el ganadero por sus animales de raza,
¡cuántas nubes escamparían!
Cuando el
granjero aumenta su ganado, añade naturalmente un ala más a su cuadra, y ¡qué
ala!, inundada de aire y de luz, con agua corriente y fuerza motriz, condiciones
de higiene garantizadas por el control regular del Estado que subvenciona los
trabajos indispensables de modernización.
¿Acaso no
tenéis una solicitud semejante para con las escuelas de vuestros hijos y no
exigís la vigilancia eficaz para que los escolares de 1959 se beneficien
finalmente de las instalaciones sanas y cómodas previstas para las vacas y los
caballos?
Cuando el
arboricultor quiere plantar su vergel, cava, estercola y, sobre todo, toma
terreno a los prados y a los campos. No amontonará cien árboles allí donde no
pueden vivir más que cincuenta. Roturará el campo cercano y hará su plantación
racional y productiva.
Vosotros
aceptáis que amontonen a cien niños en un local previsto para cincuenta y que
se escatimen los trabajos elementales que les permitirían crecer y vivir
eficiente y humanamente. Sabéis muy bien que los caballos y los perros de raza
exigen, para reafirmar sus cualidades, unas condiciones de habitación, de
alimento, de limpieza y de ejercicios sin los que ningún sujeto rendiría al
máximo en agilidad y elegancia.
Vuestros
hijos, que serán los inventores y los constructores de mañana, ¿no son dignos
acaso de una atención semejante?
Objetaréis
que los locales espaciosos, los espacios generosos alrededor de las ciudades
están acaparados por las fábricas y los almacenes en los que se instalan en
condiciones de comodidad y de lujo, los perfeccionamientos técnicos que
lógicamente causan admiración.
Para hacer
vivir y modelar al hombre que mañana conducirá y dominará esta audaz técnica,
sólo quedan patios desnudos, la sombra fría de las fábricas y las escuelas
medievales rechazadas como parientes pobres, lejos de los centros favorecidos.
-¡Qué no
haríamos nosotros por nuestros hijos!
Entonces,
que se alcen las voces que reivindican, en la gran obra de educación, las
reglas de higiene y de salubridad previstas para la fábrica, los almacenes, los
animales de provecho y los vergeles fértiles. Que se organicen las comisiones
de investigación de los padres, educadores, parlamentarios que estudiarán
objetivamente las necesidades de las escuelas del pueblo para que en el año
1959 el niño tenga los cuidados que se reservan en provecho del animal de lujo
y del árbol productor.
¿De dónde
saldrá el dinero?
Bastará
con disminuir las fuerzas de guerra en provecho de la vida.
[…]
Las técnicas modernas han ganado la partida
La real
superioridad actual de las técnicas de la Escuela moderna, no podría ser
valorada si no se comparasen con los viejos métodos que progresivamente ceden
el paso ante la experiencia que prueba útiles y métodos de trabajo más
eficientes.
Esto no
significa que subestimemos a aquellos compañeros que, por razones diversas, de
las que no son responsables, no han podido, o no han sabido, comprometerse por
las nuevas vías.
Se pueden
encontrar anticuados el arado o la carretilla y preferir el tractor sin que
ningún sentimiento de reproche o desaprobación agrave las comparaciones que se
imponen. Sin embargo, haciendo marchar uno al lado del otro a la carretilla y
al tractor se pueden medir realmente los progresos técnicos y humanos que es
necesario explotar y reforzar.
La
Historia no es nunca un frente unido que avanza como un bloque en cada época.
En el dominio de la Escuela, como en el de la técnica agrícola o de la
vivienda, todos los estadios están aquí como testigos de un pasado que se
acerca a la vida que avanza. Las viejas cocinas, arregladas como lo estaban en
la Edad Media, se parecen a las casas de los colonos del siglo XVII y a las
casas modernas recién pintadas. En nuestras escuelas, los bancos de 1890
todavía son sólidos junto a las mesas individuales de tubo; los cuadros murales
reciamente enmarcados contrastan con los heliograbados de F. Nathan y los
manuales escolares más o menos rezagados conservan un lugar de honor que raramente han merecido.
Los
métodos son hijos de este estado de hecho, igual que lo es la atmósfera escolar
–de la que el educador es, conscientemente o no, la primera víctima.
Para
servir a la Escuela y a los educadores, haremos la prueba dejando marchar uno
junto al otro, el tractor y el faetón. Pedimos a nuestros compañeros que nos
ayuden lealmente, sin tomar partido, en esta indagación que iniciarán en sus
casas, en sus clases, para que seguidamente estudiemos en común cómo el
presente y el futuro pueden separarse de un pasado del que serán un resultado
reconfortante.
[…]
¡Si gobiernan!
Si
gobiernan en el Ayuntamiento o en el Sindicato, dice mascullando sus palabras
el pastor flemático, es porque nosotros les dejamos gobernar.
Sabemos
discutir, en el café o en el recodo de los caminos, cuando nada nos apremia,
que el día está despejado y que el río murmura a nuestros pies. Allí, entre
nosotros, reconstruiremos el mundo. Dios mismo es criticable y, por poco, le
haremos la competencia. Pero cuando, en una reunión, se trata de decir su
merecido a aquellos a los que criticamos y tomar frente a ellos una posición
viril que hemos tomado entre nosotros, entonces ya no quedan hombres. Sólo hay
ovejas y lacayos.
Y nos
quejaremos a la salida.
Sí, ellos
están acostumbrados a hablar y a gobernar, y nosotros, nuestra función es
callarnos y obedecer. Y, sin embargo, tenemos lo mismo que ellos en la cabeza
y, en nuestra lengua, no es precisamente la elocuencia lo que nos falta. Sólo estamos
dominados por una cadena de la que no nos podemos liberar.
Lo más
grave es que esta cadena la preparamos y la forjamos para nuestros hijos.
Cuando
resisten obstinadamente a nuestras razones y a nuestra autoridad porque creen
tener razón; cuando defienden hasta la cólera y las lágrimas, sin respeto, es
verdad, para las jerarquías formales, lo que es su bien y su libertad, llamamos
desfachatez a su valentía, irrespetuosa inconveniencia a sus reivindicaciones.
Puede ser
que si les ayudáis, educadores, a afirmar su personalidad de la misma manera
que queréis enseñarles ortografía y cálculo; si les acostumbráis a salvaguardar
su dignidad con la misma ciencia pedagógica que empleáis, para hacerles
obedecer; si aportáis tanto interés en formar a un hombre como en adiestrar al
escolar, entonces, quizá tengamos, el día de mañana, generaciones que sabrán
defenderse contra los habladores y los políticos que hoy nos guían.
Pero los
que gobiernan dirán para abrumaros que, olvidando las jerarquías justas y
formales, reivindicáis con desfachatez y que por su ciencia habéis perdido el
respeto que se debe a los ídolos y a los dioses.»
[El texto pertenece a la edición en español de Planeta-De Agostini, 1994, en traducción de Elisenda Guarro. ISBN: 84-395-2262-2.]
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