jueves, 9 de enero de 2020

Parábolas para una pedagogía popular.- Célestin Freinet (1896-1966)

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VIII.-Y la luz se hizo
En el año 1959

«-¡Qué no haríamos nosotros por nuestros alumnos!
  Si por lo menos, padres de familia de buena voluntad, osarais hacer por vuestra descendencia lo que realizan el granjero por sus animales, el campesino por sus árboles, el industrial por sus máquinas, el ganadero por sus animales de raza, ¡cuántas nubes escamparían!
  Cuando el granjero aumenta su ganado, añade naturalmente un ala más a su cuadra, y ¡qué ala!, inundada de aire y de luz, con agua corriente y fuerza motriz, condiciones de higiene garantizadas por el control regular del Estado que subvenciona los trabajos indispensables de modernización.
  ¿Acaso no tenéis una solicitud semejante para con las escuelas de vuestros hijos y no exigís la vigilancia eficaz para que los escolares de 1959 se beneficien finalmente de las instalaciones sanas y cómodas previstas para las vacas y los caballos?

  Cuando el arboricultor quiere plantar su vergel, cava, estercola y, sobre todo, toma terreno a los prados y a los campos. No amontonará cien árboles allí donde no pueden vivir más que cincuenta. Roturará el campo cercano y hará su plantación racional y productiva.
  Vosotros aceptáis que amontonen a cien niños en un local previsto para cincuenta y que se escatimen los trabajos elementales que les permitirían crecer y vivir eficiente y humanamente. Sabéis muy bien que los caballos y los perros de raza exigen, para reafirmar sus cualidades, unas condiciones de habitación, de alimento, de limpieza y de ejercicios sin los que ningún sujeto rendiría al máximo en agilidad y elegancia.
  Vuestros hijos, que serán los inventores y los constructores de mañana, ¿no son dignos acaso de una atención semejante?
  Objetaréis que los locales espaciosos, los espacios generosos alrededor de las ciudades están acaparados por las fábricas y los almacenes en los que se instalan en condiciones de comodidad y de lujo, los perfeccionamientos técnicos que lógicamente causan admiración.
  Para hacer vivir y modelar al hombre que mañana conducirá y dominará esta audaz técnica, sólo quedan patios desnudos, la sombra fría de las fábricas y las escuelas medievales rechazadas como parientes pobres, lejos de los centros favorecidos.
  -¡Qué no haríamos nosotros por nuestros hijos!
  Entonces, que se alcen las voces que reivindican, en la gran obra de educación, las reglas de higiene y de salubridad previstas para la fábrica, los almacenes, los animales de provecho y los vergeles fértiles. Que se organicen las comisiones de investigación de los padres, educadores, parlamentarios que estudiarán objetivamente las necesidades de las escuelas del pueblo para que en el año 1959 el niño tenga los cuidados que se reservan en provecho del animal de lujo y del árbol productor.
  ¿De dónde saldrá el dinero?
  Bastará con disminuir las fuerzas de guerra en provecho de la vida.
  […]
Las técnicas modernas han ganado la partida

  La real superioridad actual de las técnicas de la Escuela moderna, no podría ser valorada si no se comparasen con los viejos métodos que progresivamente ceden el paso ante la experiencia que prueba útiles y métodos de trabajo más eficientes.
  Esto no significa que subestimemos a aquellos compañeros que, por razones diversas, de las que no son responsables, no han podido, o no han sabido, comprometerse por las nuevas vías.
  Se pueden encontrar anticuados el arado o la carretilla y preferir el tractor sin que ningún sentimiento de reproche o desaprobación agrave las comparaciones que se imponen. Sin embargo, haciendo marchar uno al lado del otro a la carretilla y al tractor se pueden medir realmente los progresos técnicos y humanos que es necesario explotar y reforzar.
  La Historia no es nunca un frente unido que avanza como un bloque en cada época. En el dominio de la Escuela, como en el de la técnica agrícola o de la vivienda, todos los estadios están aquí como testigos de un pasado que se acerca a la vida que avanza. Las viejas cocinas, arregladas como lo estaban en la Edad Media, se parecen a las casas de los colonos del siglo XVII y a las casas modernas recién pintadas. En nuestras escuelas, los bancos de 1890 todavía son sólidos junto a las mesas individuales de tubo; los cuadros murales reciamente enmarcados contrastan con los heliograbados de F. Nathan y los manuales escolares más o menos rezagados conservan  un lugar de honor que raramente han merecido.
  Los métodos son hijos de este estado de hecho, igual que lo es la atmósfera escolar –de la que el educador es, conscientemente o no, la primera víctima.
  Para servir a la Escuela y a los educadores, haremos la prueba dejando marchar uno junto al otro, el tractor y el faetón. Pedimos a nuestros compañeros que nos ayuden lealmente, sin tomar partido, en esta indagación que iniciarán en sus casas, en sus clases, para que seguidamente estudiemos en común cómo el presente y el futuro pueden separarse de un pasado del que serán un resultado reconfortante.
  […]
¡Si gobiernan!

  Si gobiernan en el Ayuntamiento o en el Sindicato, dice mascullando sus palabras el pastor flemático, es porque nosotros les dejamos gobernar.
  Sabemos discutir, en el café o en el recodo de los caminos, cuando nada nos apremia, que el día está despejado y que el río murmura a nuestros pies. Allí, entre nosotros, reconstruiremos el mundo. Dios mismo es criticable y, por poco, le haremos la competencia. Pero cuando, en una reunión, se trata de decir su merecido a aquellos a los que criticamos y tomar frente a ellos una posición viril que hemos tomado entre nosotros, entonces ya no quedan hombres. Sólo hay ovejas y lacayos.
  Y nos quejaremos a la salida.
  Sí, ellos están acostumbrados a hablar y a gobernar, y nosotros, nuestra función es callarnos y obedecer. Y, sin embargo, tenemos lo mismo que ellos en la cabeza y, en nuestra lengua, no es precisamente la elocuencia lo que nos falta. Sólo estamos dominados por una cadena de la que no nos podemos liberar.
  Lo más grave es que esta cadena la preparamos y la forjamos para nuestros hijos.
  Cuando resisten obstinadamente a nuestras razones y a nuestra autoridad porque creen tener razón; cuando defienden hasta la cólera y las lágrimas, sin respeto, es verdad, para las jerarquías formales, lo que es su bien y su libertad, llamamos desfachatez a su valentía, irrespetuosa inconveniencia a sus reivindicaciones.
  Puede ser que si les ayudáis, educadores, a afirmar su personalidad de la misma manera que queréis enseñarles ortografía y cálculo; si les acostumbráis a salvaguardar su dignidad con la misma ciencia pedagógica que empleáis, para hacerles obedecer; si aportáis tanto interés en formar a un hombre como en adiestrar al escolar, entonces, quizá tengamos, el día de mañana, generaciones que sabrán defenderse contra los habladores y los políticos que hoy nos guían.
  Pero los que gobiernan dirán para abrumaros que, olvidando las jerarquías justas y formales, reivindicáis con desfachatez y que por su ciencia habéis perdido el respeto que se debe a los ídolos y a los dioses.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Planeta-De Agostini, 1994, en traducción de Elisenda Guarro. ISBN: 84-395-2262-2.]

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