El letrado Ye
«En
Huaiyang había un letrado de nombre Ye y apellido ya olvidado que, como
escritor y poeta, no tenía rival en la región, si bien nunca lograba aprobar
los exámenes provinciales.
Cuando el
magistrado Ding Shenghe ocupó su puesto en el distrito, leyó algunos de sus
escritos y considerándolos de gran maestría lo citó para hablar con él. La
profunda impresión que le causó su sabiduría lo movió a ofrecerle la biblioteca
de la magistratura para realizar sus lecturas. Desde ese día ayudó a su familia
con dinero y algún que otro envío de grano.
Cercana ya
la convocatoria de nuevos exámenes imperiales, el magistrado habló en persona
con el presidente del tribunal calificador y le exaltó las virtudes del
letrado. Ye hizo un examen insuperable. El magistrado, confiado en su triunfo,
logró hacerse con la hoja de examen y al estudiarla en casa no pudo reprimir
los aplausos de admiración que a cada momento le suscitaban los pasajes que iba
leyendo.
Pero el
destino iba a jugarle una mala pasada al letrado: su nombre no figuraba en la
lista de candidatos aprobados. Fue un duro golpe. Desde ese día quedó como
atontado. Atormentado por considerarse indigno depositario de las esperanzas
del magistrado, permanecía mudo, como una estatua de madera, y no probaba
bocado. Al poco tiempo se quedó en el esqueleto.
El magistrado, al saber de la mala suerte de
su protegido, se puso también muy triste y se compadeció de él. Lo mandó llamar
para consolarlo y le prometió llevarlo con él a casa al término de su oficio.
El letrado no pudo reprimir las lágrimas. Al llegar a casa se encerró en su
cuarto con intención de no salir nunca más de él y al poco tiempo cayó enfermo.
El magistrado no hacía más que enviarle comida y medicinas a través de
mensajeros, pero el letrado no mejoraba.
Estando en
esto, el magistrado fue destituido de su cargo por ofensas a un superior. En
seguida le escribió al enfermo el siguiente mensaje: “Ya me ha sido fijada la
fecha de regreso para volver a casa y la única razón por la que no me pongo en
camino es porque espero que me acompañe. Saldríamos el día que usted
decidiera.”
El letrado
leyó el mensaje en el lecho sin poder contener las lágrimas y le pidió al
mensajero que le transmitiera al magistrado las siguientes palabras: “Mi
enfermedad es grave y veo difícil que pueda curarme en breve plazo. Partid sin
mí.”
El
magistrado no se resignaba a abandonar al letrado y comenzó a hacer los
preparativos de viaje con la mayor lentitud posible para darle tiempo a que se
recuperase.
A los
pocos días, un ujier le anunció la visita del letrado. El funcionario lo
recibió con gran alegría y le preguntó si ya estaba bien de su enfermedad.
-Me tenía
muy preocupado el que tuvierais que aplazar vuestro viaje a causa de esta
enfermedad sin importancia –contestó el letrado-. Ya estoy bien y puedo
seguiros a donde dispongáis.
Se
pusieron en camino y a las pocas jornadas ya estaban en casa del magistrado.
Una vez allí, el letrado pasó a ser el preceptor de su hijo Zai Chang, un joven
de dieciséis años que no andaba muy versado en composición. Profesor y alumno
permanecían juntos leyendo o estudiando desde primeras horas de la mañana hasta
bien entrada la noche. El muchacho, muy inteligente, era capaz de aprender de
memoria cualquier disertación sobre los libros canónicos* o algún texto similar
con sólo haberlo leído dos o tres veces. Al cabo de un año dominaba ya el arte
de la composición.
Gracias al
celo del maestro, el hijo del magistrado aprobó el examen. El letrado le había
hecho aprenderse de memoria las tesis que él mismo había presentado en
anteriores exámenes y, por extraño que parezca, los siete temas que le tocó
desarrollar al muchacho fueron exactamente los mismos que el maestro le había
enseñado en su clase.
-Gracias a su talento –le dijo un día
suspirando el magistrado- mi hijo ha logrado aprobar. ¡Lo que es una vergüenza
es que a usted lo hayan suspendido!
-¡La suerte, en verdad, me ha sido esquiva!
–contestó el maestro-. Pero me consuela saber que el éxito de vuestro hijo
sirve para demostrar a todo el mundo que mis repetidos suspensos no son por
falta de aptitudes. Además, ningún hombre de letras podría quejarse de la
comprensión que me habéis brindado desde un principio. ¡No sólo es afortunado
el que puede quitarse los hábitos blancos de bachiller para vestir los de
licenciado! […]
Cierto
hombre de Zhucheng
Sun
Jingxia, letrado de Zhucheng, me contó que por su distrito pasaron unos
bandidos y asesinaron a un hombre. Lo dejaron casi decapitado, la cabeza
colgándole sobre el pecho. Cuando se fueron, los criados del muerto recogieron
el cadáver para enterrarlo. Pero notaron que aún respiraba y, al examinarlo más
de cerca, se dieron cuenta de que la tráquea no estaba del todo cortada. Le
colocaron bien la cabeza en su sitio y lo llevaron a casa. Al día siguiente
comenzó a gemir, y al medio año ya estaba curado gracias a la cuidadosa
alimentación que le administraron.
Una decena
de años más tarde, el hombre estaba un buen día charlando con dos o tres amigos
cuando a uno de ellos se le ocurrió un chiste que provocó la risa de los demás.
El hombre reía y reía y de tanto reírse se le abrió la cicatriz del cuello y le
cayó la cabeza. La sangre le brotaba a chorros. Los amigos sólo pudieron
confirmar su muerte.
Su padre
denunció al provocador de la risa. Pero entre todos hicieron una colecta para
sufragar el entierro y el hombre retiró la denuncia.
(Comenta
el cronista:
¡Ésta ha sido, sin duda, la mayor carcajada de
la historia! El hombre, en realidad, tenía que haber muerto diez años atrás,
cuando se quedó con la cabeza colgando de un hilo. ¡Querer abrir proceso contra
el provocador de la risa es tanto como querer acusarlo de su primera muerte!)»
*Los Cinco
Libros Clásicos o Canónicos son: el Libro
de las odas, el Libro de las
mutaciones, el Libro de la Historia,
el Libro de los ritos y los Anales de primavera y otoño. Éstos, en
unión de los libros de la escuela confuciana, configuraban el temario de los
exámenes imperiales.
[Los
textos pertenecen a la edición en español de Alianza Editorial, 2004, en
traducción de Laura A. Roverta y Laureano Ramírez. ISBN: 84-206-4571-0.]
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