miércoles, 15 de enero de 2020

Cuentos de Liao Zhai.- Pu Songling (1640-1715)

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El letrado Ye

«En Huaiyang había un letrado de nombre Ye y apellido ya olvidado que, como escritor y poeta, no tenía rival en la región, si bien nunca lograba aprobar los exámenes provinciales.
  Cuando el magistrado Ding Shenghe ocupó su puesto en el distrito, leyó algunos de sus escritos y considerándolos de gran maestría lo citó para hablar con él. La profunda impresión que le causó su sabiduría lo movió a ofrecerle la biblioteca de la magistratura para realizar sus lecturas. Desde ese día ayudó a su familia con dinero y algún que otro envío de grano.
  Cercana ya la convocatoria de nuevos exámenes imperiales, el magistrado habló en persona con el presidente del tribunal calificador y le exaltó las virtudes del letrado. Ye hizo un examen insuperable. El magistrado, confiado en su triunfo, logró hacerse con la hoja de examen y al estudiarla en casa no pudo reprimir los aplausos de admiración que a cada momento le suscitaban los pasajes que iba leyendo.
  Pero el destino iba a jugarle una mala pasada al letrado: su nombre no figuraba en la lista de candidatos aprobados. Fue un duro golpe. Desde ese día quedó como atontado. Atormentado por considerarse indigno depositario de las esperanzas del magistrado, permanecía mudo, como una estatua de madera, y no probaba bocado. Al poco tiempo se quedó en el esqueleto.
   El magistrado, al saber de la mala suerte de su protegido, se puso también muy triste y se compadeció de él. Lo mandó llamar para consolarlo y le prometió llevarlo con él a casa al término de su oficio. El letrado no pudo reprimir las lágrimas. Al llegar a casa se encerró en su cuarto con intención de no salir nunca más de él y al poco tiempo cayó enfermo. El magistrado no hacía más que enviarle comida y medicinas a través de mensajeros, pero el letrado no mejoraba.
  Estando en esto, el magistrado fue destituido de su cargo por ofensas a un superior. En seguida le escribió al enfermo el siguiente mensaje: “Ya me ha sido fijada la fecha de regreso para volver a casa y la única razón por la que no me pongo en camino es porque espero que me acompañe. Saldríamos el día que usted decidiera.”
  El letrado leyó el mensaje en el lecho sin poder contener las lágrimas y le pidió al mensajero que le transmitiera al magistrado las siguientes palabras: “Mi enfermedad es grave y veo difícil que pueda curarme en breve plazo. Partid sin mí.”
  El magistrado no se resignaba a abandonar al letrado y comenzó a hacer los preparativos de viaje con la mayor lentitud posible para darle tiempo a que se recuperase.
  A los pocos días, un ujier le anunció la visita del letrado. El funcionario lo recibió con gran alegría y le preguntó si ya estaba bien de su enfermedad.
  -Me tenía muy preocupado el que tuvierais que aplazar vuestro viaje a causa de esta enfermedad sin importancia –contestó el letrado-. Ya estoy bien y puedo seguiros a donde dispongáis.
  Se pusieron en camino y a las pocas jornadas ya estaban en casa del magistrado. Una vez allí, el letrado pasó a ser el preceptor de su hijo Zai Chang, un joven de dieciséis años que no andaba muy versado en composición. Profesor y alumno permanecían juntos leyendo o estudiando desde primeras horas de la mañana hasta bien entrada la noche. El muchacho, muy inteligente, era capaz de aprender de memoria cualquier disertación sobre los libros canónicos* o algún texto similar con sólo haberlo leído dos o tres veces. Al cabo de un año dominaba ya el arte de la composición.
  Gracias al celo del maestro, el hijo del magistrado aprobó el examen. El letrado le había hecho aprenderse de memoria las tesis que él mismo había presentado en anteriores exámenes y, por extraño que parezca, los siete temas que le tocó desarrollar al muchacho fueron exactamente los mismos que el maestro le había enseñado en su clase.
  -Gracias a su talento –le dijo un día suspirando el magistrado- mi hijo ha logrado aprobar. ¡Lo que es una vergüenza es que a usted lo hayan suspendido!
   -¡La suerte, en verdad, me ha sido esquiva! –contestó el maestro-. Pero me consuela saber que el éxito de vuestro hijo sirve para demostrar a todo el mundo que mis repetidos suspensos no son por falta de aptitudes. Además, ningún hombre de letras podría quejarse de la comprensión que me habéis brindado desde un principio. ¡No sólo es afortunado el que puede quitarse los hábitos blancos de bachiller para vestir los de licenciado! […]

Cierto hombre de Zhucheng

  Sun Jingxia, letrado de Zhucheng, me contó que por su distrito pasaron unos bandidos y asesinaron a un hombre. Lo dejaron casi decapitado, la cabeza colgándole sobre el pecho. Cuando se fueron, los criados del muerto recogieron el cadáver para enterrarlo. Pero notaron que aún respiraba y, al examinarlo más de cerca, se dieron cuenta de que la tráquea no estaba del todo cortada. Le colocaron bien la cabeza en su sitio y lo llevaron a casa. Al día siguiente comenzó a gemir, y al medio año ya estaba curado gracias a la cuidadosa alimentación que le administraron.
  Una decena de años más tarde, el hombre estaba un buen día charlando con dos o tres amigos cuando a uno de ellos se le ocurrió un chiste que provocó la risa de los demás. El hombre reía y reía y de tanto reírse se le abrió la cicatriz del cuello y le cayó la cabeza. La sangre le brotaba a chorros. Los amigos sólo pudieron confirmar su muerte.
  Su padre denunció al provocador de la risa. Pero entre todos hicieron una colecta para sufragar el entierro y el hombre retiró la denuncia.
  (Comenta el cronista:
  ¡Ésta ha sido, sin duda, la mayor carcajada de la historia! El hombre, en realidad, tenía que haber muerto diez años atrás, cuando se quedó con la cabeza colgando de un hilo. ¡Querer abrir proceso contra el provocador de la risa es tanto como querer acusarlo de su primera muerte!

 *Los Cinco Libros Clásicos o Canónicos son: el Libro de las odas, el Libro de las mutaciones, el Libro de la Historia, el Libro de los ritos y los Anales de primavera y otoño. Éstos, en unión de los libros de la escuela confuciana, configuraban el temario de los exámenes imperiales.  
  
  [Los textos pertenecen a la edición en español de Alianza Editorial, 2004, en traducción de Laura A. Roverta y Laureano Ramírez. ISBN: 84-206-4571-0.] 
  

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