domingo, 26 de enero de 2020

Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador.- Margo Glantz (1930)

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Palabras para una fábula

«El pecho debe estar siempre erguido, ser pleno, proporcionado, duro, situado en un espacio ancho, providente. Es pequeño, sin embargo, el porcentaje de mujeres que se sienten satisfechas con la forma o el tamaño de sus senos. Por eso se los operan, algunas quieren tenerlos más firmes, más altos, más grandes, ¿los de Marilyn Monroe?, un pecho redondo, turgente, altivo (otra alternativa: los brassieres diseñados científicamente, un moderno y novedoso sistema permite reafirmar, aumentar, disminuir, igualar, hacerlo prominente o remodelar el busto), otras prefieren reducir el tamaño de sus senos, quieren un pecho breve, de adolescente, un pecho unisex, estar a la moda, a la altura de la nueva moda, la moda de la anorexia, la de las mujeres ojerosas y delgadas, tan delgadas como su piel, una piel que apenas alcanza a cubrir los huesos, unos huesos protuberantes sobre la cadera, los omóplatos, huesos delgados, finos, un frágil armazón, incapaz de sostener un par de senos robustos, pesados, altivos. El esternón, aunque parezca lo contrario, es un hueso elástico. ¿Cuál será el tamaño ideal de los senos? ¿Los que caben en la palma de la mano? Uno de mis anuncios de publicidad preferidos es el que muestra a una bella adolescente con los ojos muy maquillados de oscuro y cuyo pelo teñido de rojo hace juego con la piel morena de un esbelto joven (apenas se ve la cara), que abarca con ambas manos los blancos pechos de la joven. En otra fotografía, la misma modelo aparece desnuda, muy tostada por el sol, en el seno derecho la marca de una mano masculina se dibuja en tonos mucho más claros.
  -Bueno, ni modo, ya no salió la placa, tendremos que hacerla otra vez, ¡caramba!, mi vida, ahora descanse y tranquilícese, madre, parece que va a llorar, tómese su tiempo, pero recuerde que me falta sacar dos placas más, si no lo hacemos bien el doctor no podrá leerlas bien. ¿Ya está lista? No ponga la cara sobre el marco porque salen sombras en la mamografía. ¿Ya? ¿Puedo empezar?, no, respire, ¡caramba!, ¡quédese tranquila, le digo!, no respire, aguante el aire, aguáaantese, ni que fuera de vidrio, yaaa, bueno, perfecto. Descanse un poco, ahora me llevo las placas y las lee el doctor, tranquila, no creo que tenga usted nada. Bueno, sea por Dios, no se altere, ya no llore, que no es el fin del mundo.
  Pechitos, manitas, manguita, plaquita, respiracioncita: en los países con tasas de mastectomía más elevadas, los tumores se hallan en estadios más avanzados en el momento del diagnóstico. Lenguaje, vaciado de su contenido, deformado por el diminutivo. La enfermera sigue hablando con voz pausada, como si estuviese hablando con un niño pequeño, repite despacio sus órdenes, modula las frases, alarga los diminutivos, ¿acaso soy una vaca? Me ofende que hable de mis senos como si fuera una vaca. ¿En qué nos parecemos las mujeres a las vacas? ¿En que tenemos los pechos caídos después de amamantar? ¿Habrá aparatos especiales para detectar el cáncer en las ubres de las vacas? ¿Cómo sería un aparato que hiciera ese tipo de mamografías? ¿Se llamarían ubregrafías? ¿Cómo se las ingeniarían para apretarles cada una de sus innumerables tetas, esas tetas ordeñadas hoy con aparatos modernos que extraen hasta la última gota de leche? Al hámster de mi nieta se le cayeron los senos, se le desprendieron del cuerpo como si antes los hubiese tenido 
asegurados solamente con una cinta velcro. A diferencia de los senos, las ubres de las vacas no son eróticas, y sin embargo en el imaginario masculino los senos caídos, enormes, desmesurados, representan el seno bueno, rollizo, providente, alimenticio, los senos nutricios, buenos, de la primera infancia, senos maternos y seductores. Una cosa es definitiva, eso sí, nuestros deseos no tienen ninguna influencia sobre el tamaño, la forma o la belleza de los senos, la cirugía cosmética sí puede alterarlos y reconstruirlos a la medida, adecuarlos al deseo femenino de tener un bello cuerpo en el que destaque la carne tersa y delicada de los senos o al deseo masculino de un seno nutricio, maternal o de un seno frágil, que apenas abulte, como el seno de las vírgenes.
  La deslumbrante blancura de un pecho blanco.
  La deslumbrante negrura de un pecho negro.
  ¿No se dice que las prótesis de silicona son las mejores? En el mercado existen varias opciones, las de suero fisiológico pueden comprarse hechas, casi a la medida, como la moda prêt-à-porter. Y según el gusto de cada quien, me pregunto quién tendrá esos gustos, se pueden comprar empaques vacíos que se introducen en el cuerpo por medio de un aparato de endoscopia, aprovechando la abertura del ombligo, rellenados después con una solución salina. He oído decir que las prótesis de silicona son mejores, más naturales y firmes al tacto y algunas tan sedosas y lisas como los pechos de las adolescentes; otras prótesis están texturizadas y por ello son más suaves, ligeras y sensuales. Hay aditamentos a la moda que solucionan los problemas, por ejemplo, los corpiños en forma de bustier, abrochados a la espalda, tradicionales y a la vez modernos, su línea es larga y se confeccionan en nailon satinado para que los vestidos se ajusten a la perfección, sobre todo los que no tienen  tirantes: los trajes de noche o los de playa. Si está vacía, la copa izquierda puede rellenarse. Mejor sería una prótesis, pero, ¡cuidado!, las prótesis pueden reventarse o encogerse, ¿te imaginas los trastornos? En el primer caso, cuando se revientan (es obvio, el pecho tiene forma de globo) es necesario retirar los restos de silicona, volver a operar, remodelar el seno, soportar las curaciones, no hacer ningún esfuerzo durante mucho tiempo (duele levantar los brazos), en suma, ir trabajando la convalecencia. No hay ninguna seguridad, el material plástico suele contraerse, emigrar por la esfera globulosa y formar una protuberancia infame, muy semejante en su textura a la de un tumor.
  Aprovecho que la enfermera se ha ido, me siento y reanudo la lectura de la novela que estaba leyendo en la sala de espera, la abro al azar, aparecen los senos de la parturienta con sus pececillos saltarines, o hilitos de leche en cada uno de los pezones; en el regazo de la madre el niño se ha puesto a llorar, la leche escurre por la areola (rugosa, ennegrecida), la hermana observa perpleja, sin saber qué hacer: el niño empieza a convulsionarse. Chulita, interrumpe la enfermera con sus moditos suaves y su lenguaje impío, permítame tomarle otras placas. Me incorporo, dejo caer la novela, me acerco al aparato de rayos X (¿oculta un microscopio?), coloco mi pechito izquierdo medio amoratado por el frío y la presión (una piel de gallina literal que quizás disimule nódulos cancerosos) sobre la plancha de cristal transparente, un cuerpo de mujer convertido en un lugar, una pared de cristal, una página vacía, las palabras flotan, desprendidas, se arraciman como chorro de luz: me suelto a llorar con grandes sollozos entrecortados, gimo, tengo hipo, el seno prensado eternamente entre las dos placas, pierdo el aliento, duele y me piden que aguante aún más la respiración, ¿cómo puedo aguantarla si estoy sollozando? ¿cómo la aguantarían las vacas? La enfermera se interrumpe, libera mi pecho izquierdo y con un tono amable que no logra encubrir su exasperación explica: hay que volver a empezar de nuevo otra vez, tome usted este klínex, madrecita, suénese por favor la nariz, sí, así, bien, muy bien, así, así, muy bien, mi vida, descanse, tranquilícese, m’hijita y cuando se sienta mejor, volvemos a empezar. Las mujeres estamos hechas para sufrir, tenemos que aguantarnos; ahora sí, ponga su pecho izquierdo aquí, voy a apretar un poquito, bueno, sí, así, ahora cálmese, ya mismo termino.
  Y trato de calmarme, de ser lógica, de combatir la histeria: la rabia me gana, una rabia de puta madre o de la chingada madre (con la consabida indignación de la computadora que también se indigna siempre cuando pulso una a una las letras de las palabras mamografía, mastografía, mastectomía, y cuando pongo en diminutivo los sustantivos con que me bombardea la enfermera), ¿no ve que sólo soy una mujer aterrorizada, una mujer que tiene que hacerse una mastografía para evitar que le hagan una mastectomía?
  Ya lo sé, la supresión del tumor es apenas el comienzo, luego hay que someterse a un tratamiento de quimioterapia cuyas secuelas son imprevisibles, dan náuseas, se cae el pelo a puñados, las uñas se ponen quebradizas y se oscurecen, la piel se reseca, se arruga, se marchita, las terminales nerviosas de los pies y de las manos se atrofian, se sube de peso, se sienten dolores en los huesos y en los músculos, faltan las fuerzas. Me están faltando las fuerzas, de verdad ya no tengo fuerzas… ¡Válgame Dios, qué exagerada!, digo entre dientes, me calma como por ensalmo decirlo. Me he sentido vaca y mis pechos como ubres. (¡Más valdría, en verdad, que se lo coman todo y acabemos!)
   Hace unos años, las mujeres que presentaban ganglios axilares afectados en el momento del diagnóstico constituían una mayoría, dice el instructivo; en la actualidad el 48% de las pacientes se halla en estados más avanzados en el momento del diagnóstico. En ocasiones se ha logrado duplicar el número de casos de conservación del seno en determinadas neoplasias (a partir de dos o tres centímetros) con la aplicación de tratamiento de quimioterapia para reducir el tamaño del tumor antes de practicar una cirugía. Lo cierto es que los tratamientos han cambiado, se tiende cada vez a practicar operaciones más conservadoras. ¿En todas partes? ¿Por qué no usan los rayos láser, si causan menos dolor?»

     [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 2005. ISBN: 84-339-6876-9.]
   

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