domingo, 5 de enero de 2020

Camino en zigzag.- Anita Desai (1937)

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II parte: La estancia de Vera
Capítulo 5

«Pero tanto Paola como André reconocían que no había mucho que ver. El palenque, la plaza de toros abandonada...
 -Ya verás como es un pueblo fantasma. Está en ruinas.
 Eso era lo que Eric quería ver.
 -Sólo que hoy revive con la fiesta. ¿Nunca has visto la fiesta de los muertos?
 -En nuestro país se celebra algo parecido -explicó Eric con pocas ganas-. La fiesta de Halloween, la noche anterior al Día de Todos los Santos.
 -¿Ah, sí? ¡Vaya!
 Les explicó que se vaciaban calabazas para hacer lámparas y que los niños salían por la noche, disfrazados y con máscaras, para pedir caramelos... pero renunció a seguir, al ver que ellos no lo entendían.
 -A mí me daba mucho miedo -confesó-. Me escondía para no salir.
 -Bueno, pero aquí no es así. Cubrimos el umbral de la puerta con pétalos de cempasúchil, la flor de los muertos de los aztecas, para ayudar a los difuntos a encontrar el camino, y ponemos fotografías para que reconozcan cuál es su casa y velas para iluminarles, porque si no tienen luz se encienden los dedos y se queman -explicó Paola-. Y también les ofrecemos copal, incienso y flores con un perfume muy intenso.
 -Y comida con muchas especias -la interrumpió André.
 -Sí, claro, y cuando los difuntos se la comen, el aroma de la comida desaparece porque se apoderan del espíritu de la comida.
 -Y eso les dura un año entero.
 -Y para los angelitos, los que murieron de niños, sacamos cositas... chocolate, chicles, cacahuetes y, por supuesto, azúcar. Pájaros y corderitos de azúcar. Si preparamos sopa o un guiso para los niños, lo hacemos suave, que no pique.
 -Las familias dicen que oyen tintinear los platos cuando llegan los niños -intervino André.
 -Y los campesinos tienen la costumbre de dejar escobas y prensas de tortillas para las hijas, y azadones y palas para los hijos, para que puedan continuar con sus labores en el otro mundo.
 A Eric le pareció tan triste que se preguntó si tal vez, cuando era niño, no había presentido tras el carnaval de Halloween la sombra que otros preferían ignorar, la de los espíritus que habitaban entre la noche y el día, entre la vida y la muerte. Y una vez más volvía a encontrarse con ella; se puso nervioso y tuvo que hacer un esfuerzo para escuchar el animado relato de la pareja.
 -Hoy se visitan las casas de los difuntos a los que conociste, para comer con la familia.
 -Tienes que hacerlo. Se cuentan muchas historias sobre la gente que no lo hace. Díselo.
 -Sí. Un hombre que no creía en nada de esto se pasó toda la noche bebiendo. Cuando volvió a casa, por la mañana, vio a una multitud de difuntos que regresaban a su mundo, y entre ellos iban sus padres. Iban con las manos vacías. Otros llevaban montones de ofrendas, pero sus padres sólo llevaban barro, barro en llamas. Nada más entrar en la casa cayó enfermo y murió.
 -Pero algunos difuntos no quieren volver. Los angelitos, que llegan el 31 de octubre a mediodía, tienen que marcharse el 1 de noviembre a mediodía. Luego vienen los mayores. A las tres de la mañana se lanzan fuegos artificiales para indicarles que ha llegado la hora de que regresen. Un sacerdote recorre el pueblo tocando una campana y cantando. Cuando los muertos lo oyen, deben dirigirse al panteón; nosotros los acompañamos, para lavar, limpiar y decorar las tumbas donde serán acogidos.
 -No dejes de ir al panteón para ver esto. Está en lo alto del camino... en el cementerio de la montaña. Has elegido un buen día para visitar a tus antepasados.
 Sacudiéndose la sombra de sus viejos temores, Eric les aseguró que él también lo creía; y empezaría en ese mismo instante, antes de que hiciera más calor.
 El ambiente cambió de pronto en el comedor, con sus manteles de colores, y en la cocina cesó el ruido de cacharros, la charla y las risas de las criadas. Fue como si todos se reunieran para compartir lo que Eric estaba pensando y sintiendo en ese momento.
 -Adiós -le dijeron, y lo vieron marchar.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Alianza Editorial, 2006, en traducción de Catalina Martínez Muñoz. ISBN: 978-84-206-4590-2.]

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