De divino furore (Sobre el furor divino)
«Marsilio Ficino saluda a Peregrino Alio.
[...] Por mi parte, Peregrino, agradabilísimo amigo, cuando reflexiono sobre tu edad del mismo modo que sobre los hechos que cada día dimanan de ti, no sólo me alegro por tantos bienes de mi amigo, sino que también me maravillo vivamente, y no sé, pasando en silencio a los más recientes, quién de aquellos antiguos, a cuya memoria rendimos culto, sobresalió tanto en esta edad en la que tú estás ahora. Yo no lo atribuyo, como afirman Demócrito y Platón, sólo a la técnica y al estudio, sino mucho más a aquel divino furor sin el cual nunca ha habido un hombre verdaderamente grande. [...]
Pero, ya que hemos mencionado el furor, relataré el pensamiento de nuestro Platón acerca de este asunto en pocas palabras y con la brevedad que reclama una epístola, a fin de que entiendas fácilmente qué es el furor, de cuántas partes se compone y qué divinidad guía cada furor. Confío en que esto será para ti unas veces motivo de placer y otras incluso de gran utilidad.
Opina, pues, Platón que nuestro espíritu, antes de caer en los cuerpos, como ya Pitágoras, Empédocles y Heráclito habían defendido, había existido en las regiones celestiales, donde por la contemplación de la verdad, como Sócrates dice en el Fedro, se nutría y gozaba. Después que aquellos filósofos, a los que antes he mencionado, aprendieron de Mercurio Trismegisto, el más sabio de todos los egipcios, que Dios es un cierto manantial muy elevado y una luz en la que los prototipos de todas las cosas, a los que llaman ideas, se muestran brillantemente, pensaron que sería natural que el espíritu, contemplando sin interrupción la mente eterna de Dios, también viese de forma más clara las naturalezas de todas las cosas. El espíritu veía, en consecuencia, dice Platón, la misma justicia, veía la sabiduría, veía la armonía y una cierta belleza admirable de naturaleza divina. A todas estas realidades que están en la mente eterna de Dios, unas veces las llama ideas, otras esencias divinas y otras primeras naturalezas. Por un cierto conocimiento perfecto de ellas las mentes de los hombres son alimentadas felizmente todo el tiempo que están en aquel lugar. Pero, cuando por el pensamiento de las cosas terrenas y por su deseo los espíritus bajan hacia los cuerpos, entonces se dice que quienes antes eran alimentados de ambrosía o néctar, esto es, del conocimiento y perfecto gozo de Dios, al instante, en este mismo descenso, beben las aguas del río Leteo, es decir, el olvido de las realidades divinas, y que no pueden volver a volar hacia los dioses celestes, de donde los pensamientos terrenos, por su peso, los habían separado, antes de empezar a examinar aquellas naturalezas divinas que habían olvidado. Aquel divino filósofo cree que alcanzamos esto, es decir, lo que se refiere a las costumbres y lo de más arriba, que se refiere a la contemplación, gracias a dos virtudes: a una la denomina justicia con un término común, y a la otra, en cambio, sabiduría. Por este motivo dice que, con dos alas iguales, significando estas virtudes según mi parecer, los espíritus se elevan hacia los dioses celestes. Sócrates sostiene en el Fedón que las alcanzamos igualmente gracias a las dos partes de la filosofía, a saber, la activa y la contemplativa. Por eso él dice lo mismo en el Fedro: "Sólo la mente del filósofo recupera las alas". Pero en esta misma recuperación de las alas se separa del cuerpo por la fuerza de aquéllas el espíritu y, lleno de Dios, es arrastrado hacia los dioses celestes y se esfuerza con energía.
A esta separación y empeño Platón los denomina furor divino y lo divide en cuatro partes. De hecho, piensa que los hombres nunca se acuerdan de las realidades divinas, salvo de algunas de ellas, a no ser como como sombras e imágenes que son percibidas como propias del cuerpo y suscitadas por lo sentidos. Por consiguiente, Pablo y Dionisio, los más sabios de los teólogos cristianos, declaran que lo invisible de Dios se conoce mediante las obras suyas que se ven aquí abajo. Platón, en cambio, defiende que la sabiduría de los hombres es imagen de la sabiduría divina. [...]
De todo ello se desprende con claridad que son cuatro las categorías de furor divino: el amor, la poesía, los misterios y la profecía. Aquel amor materno, popular y completamente loco imita falsamente al amor divino; la música ligera, como hemos dicho, a la poesía, la superstición a los misterios, y la conjetura a la profecía. Sócrates, según Platón, atribuye el primer furor a Venus, el segundo a las Musas, el tercero a Dionisos y el último a Apolo.
Por lo demás, he preferido ser prolijo en la descripción de las dos causas de este furor que se refiere al amor divino y a la poesía, porque sé que estás movido por ambos con vehemencia y para que recuerdes que lo que escribes no procede de ti, sino de Júpiter y de las Musas, en la medida en que estés lleno del espíritu y de la divinidad. Por esta razón, amigo Peregrino, obrarás con justicia y piedad si tú, como hasta ahora creo que lo has hecho, reconoces que el principio y el autor de las obras más grandes y perfectas no eres tú ni ningún otro hombre en absoluto, sino Dios inmortal.
Cuídate y persuádete de que nada es más amado para mí que tu persona.
Figline, calendas de diciembre de 1457.»
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