V-La realidad del lenguaje
«2.1.2.-Pero esto no justifica una consideración puramente logicista del lenguaje ni mucho menos la afirmación de una pretendida identidad entre categorías lógicas y categorías gramaticales. En efecto, el lenguaje no es algo que se vuelve a hacer íntegramente en cada acto concreto de hablar, sino que es también hecho tradicional, en gran parte "automatizado", puesto que la operación cognoscitiva no se repite en su totalidad cada vez que se habla, sino que los actos lingüísticos se crean sobre modelos anteriores y por analogía con actos lingüísticos semejantes, pertenecientes al mismo sistema.
Consideremos, por ejemplo, la categoría gramatical del género. Evidentemente, el género gramatical -en las lenguas en que existe- corresponde al género natural (sexo) sólo cuando se trata de personas (profesor-profesora) o, en general, de seres animados; y ni siquiera en este caso la correspondencia es constante (por ejemplo, no hay un femenino de armadillo). De todos modos, en casos parecidos, la gramática está más o menos de acuerdo con la lógica. Pero no hay ninguna razón lógica actual para decir la mesa, con un nombre de género femenino; y, en efecto, los alemanes y los rusos designan el mismo objeto mediante nombres masculinos (Tisch, stol). Probablemente, como nos enseña la lingüística indoeuropea, hubo alguna vez razones de imaginación o fantasía, o mitológicas, por las cuales se tenía una noción de género "natural" también en el caso de objetos no animados. Así, por ejemplo, como agudamente observa Meillet, en las lenguas indoeuropeas encontramos, como designaciones del fuego, un término más antiguo, masculino (del tipo del lat. ignis), que se remonta probablemente a una época en que el fuego se concebía como principio masculino, como fuerza viril, y otro término más reciente, neutro (del tipo del gr. pyr), que corresponde a una concepción del fuego como fenómeno no animado. Así, también, se puede observar que el sol, concebido como fecundador de la tierra, es decir, como principio masculino, tenía en las lenguas indoeuropeas más antiguas nombres de género masculino (lat. sol, gr. hélios), mientras que la tierra, concebida como elemento generador fecundado por el sol, tenía nombres femeninos (lat. terra, gr. gê). Pero estas razones se han olvidado casi totalmente en la tradición cultural de los indoeuropeos: hoy el sol tiene nombres masculinos en los idiomas románicos (esp. port. sol, it. sole, fr. soleil, rum. soare), mientras que es femenino en alemán (die Sonne) y neutro, en los idiomas eslavos (ruso solnce, servio-cr. sunce); la luna, por el contrario, tiene nombres femeninos en los idiomas románicos y nombre masculino en alemán (der Mond). Además, si es posible hacer esta investigación por lo que concierne a unas pocas palabras, nos es imposible llegar en todos los casos a comprender la razón "lógica" originaria, si es que hubo alguna, del género gramatical. Y, por otra parte, sabemos ya que, en las lenguas, lo que importa es el modelo sobre el cual se crean los actos lingüísticos nuevos, puesto que las palabras, en un sistema lingüístico, no se presentan aisladas, sino reunidas en categorías analógicas, cuya constitución muchas veces no depende de su significado sino de aspectos puramente morfológicos. Así, por ejemplo, armadillo es de género masculino porque entra en la categoría de los substantivos en -o, que tiene generalmente este género en español, mientras que otro nombre del mismo animal, mulita, es de género femenino, porque pertenece a la categoría de los substantivos en -a; un nombre de formación relativamente reciente, como bombardeo, es de género masculino como los demás nombres en -eo, mientras que cotización, a pesar de ser del mismo tipo significativo, es femenino, por presentar una desinencia típicamente femenina. Pero no hay duda de que, sin que se modifique su significado, los mismos nombres cambiarían de género si cambiaran de desinencia, si, por ejemplo, se dijera bombardización y cotizamiento. Por razones análogas, en alemán, donde todos los diminutivos (que terminan en -chen y -lein) son neutros, hasta conceptos eminentemente femeninos como "señorita" y "muchacha" se nombran mediante neutros (Fräulein, Mädchen), simplemente por tratarse de diminutivos. Se deduce de todo esto que la lengua, aun reflejando evidentemente el pensamiento, no sigue sus mismas leyes, en parte por su aspecto de sistema tradicional y en parte por su aspecto afectivo, "estilístico", que es a menudo metafórico: un ejemplo como el de los versos de Goethe citados por Vossler -"Gris... es toda teoría, pero es verde el árbol dorado de la vida"- puede ser lógicamente "absurdo", pero lingüísticamente es correcto y se justifica plenamente, desde el punto de vista poético, por su carácter metafórico.
2.2.1.- También la posición psicologista necesita varias correcciones. En primer lugar, por ser el lenguaje forma de un contenido cognoscitivo, constituido mediante operaciones lógicas; y, en segundo lugar, por ser el lenguaje una función social. En efecto, aunque, incluso como fenómeno de conocimiento, el lenguaje puede ser interpretado psicológicamente (puesto que todo acto cognoscitivo implica un proceso psíquico), de ninguna manera se puede afirmar que el elemento constantemente predominante en el lenguaje es el factor "afectivo", con el cual la razón nada tendría que ver. Indudablemente, al hablar, expresamos también hechos afectivos; y se puede incluso admitir la existencia de una convención afectiva o "estilística", de un lenguaje "emotivo" distinto del lenguaje puramente "enunciativo". Pero también el lenguaje emotivo se expresa en símbolos que son productos de una operación lógica y produce, a su vez, símbolos que, vaciados de toda carga emotiva, pasan al lenguaje enunciativo, de pura comunicación. Por ser el lenguaje un hecho social para el cual se necesitan por lo menos dos individuos, y cuya condición primera es la comunicación, de ninguna manera podemos aceptar que esté constituido por simples manifestaciones de cargas psíquicas estrictamente individuales: aun al expresar tales "cargas", no podemos hacerlo con símbolos personales, puesto que los símbolos, para ser comunicables, tienen que adaptarse a una norma que resulte aceptable también para los demás individuos de nuestra comunidad, a quienes hablamos. Es condición imprescindible del lenguaje su aceptabilidad, su inteligibilidad.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Gredos, 1986, en revisión de José Polo. ISBN: 84-249-1071-0.]