Séptima noche, séptima luna, por Qin Guan
«Nubes suaves y finas,
pinturas multicolores cambiantes.
Las estrellas fugaces,
mensajeras de tristezas y cuitas.
Cruzando el Río Plateado,
nos vemos una vez al año,
en medio del viento otoñal dorado
y del rocío cristalino.
Nos sentimos más felices
que incontables parejas del mundo humano.
Nuestro profundo cariño, / -interminables aguas del río
y nuestros encuentros- dulces sueños. / Ahora nos duele volver la mirada
al Puente de las Urracas / por el que hemos venido.
Mas si nuestro amor es eterno, / poco importa
que no podamos estar juntos, / día y noche, a todas horas.»
Añorando a mi difunta hija al ver las flores abiertas, por Gao Qi
«¡Oh, mi segunda hija!
Eras mi predilecta
y la que más quería.
Aunque ya tenías seis años,
te llevaba siempre en mis brazos.
Me deleitaba contemplarte,
tomar alguna fruta o pasas
y, teniéndote en mi regazo,
te enseñaba a leer poemas.
De madrugada, imitando a tu hermana, / te arreglabas ante el tocador.
Quisiste tener un vestido hermoso, / mas, por falta de dinero,
no te lo pude comprar. / Eran tiempos muy difíciles.
Tenía yo que andar de un sitio a otro, / aun en días de lluvia y nieve.
Al volver exhausto a casa, / siempre te encontraba a la puerta.
Me esperabas, me saludabas, / dándome gran alegría.
Un día caíste enferma, / cuando se inició la guerra.
Aterrada, dejaste el mundo, / antes de que te asistiera el médico.
Tuve que enterrarte de prisa, / en una colina lejana.
¿Encontraría tu alma el camino / para regresar a casa?
Recuerdo que el año pasado, / en la primavera florida,
llevándome de la mano, / dabas vueltas y vueltas
por el jardín antiguo, / contemplando las plantas.
Este año se abren ya los capullos, / mas estamos a la orilla
de un río remoto. / Sólo faltas tú en la familia.
Mirando yo solo las flores, / no puedo contener las lágrimas.
Una copa ya no basta / para aliviar mi tristeza.
Oscuridad vespertina. / Un viento desolador y frígido,
levantando la cortina, / punza mi corazón dolorido.»
En memoria de mi difunta esposa, por Nalan Xingde
«Corta es la vida humana, / y fugaz la tuya.
Aun tengo presentes / los tiempos felices:
soplábamos juntos los pétalos de flores / de las macetas de la alcoba.
Apoyados uno en el otro, / junto a la balaustrada, contemplábamos,
los últimos rayos del sol. / Los sueños felices son
imposibles de prolongar, / y los poemas tristes,
difíciles de terminar; / sólo me mueven a lágrimas.
Veo tu rostro, en los sueños, / mas se desvanece con el viento.
Te buscaré en el más allá, / y te veré quizá un día
con el cabello ya blanco. / Tú estás en el cielo,
mientras yo en la tierra. / Pero no se han quebrado
los lazos que nos unen. / Las flores de primavera
y las hojas otoñales / me causan inmensas cuitas.
Ya casi no queda nada / de la fragancia de tu ropa
que los tiempos vienen disipando. / Impotente, sólo puedo
depositar mis tristezas / en las melancólicas melodías
de una flauta del vecino. »
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