La destrucción de la Europa central
«Mientras Zabor se dirigía al sur por la Autostrada del Sole, huyendo del sol, su mente ya elaboraba planes nuevos y menos peligrosos en sustitución de los antiguos, que habían resultado letales para la vida. A lo que no renunciaría nunca, resumió para sus adentros, era a la lucha contra la naturaleza. Una vez más decidió escabullirse de la catástrofe para poder consagrarse de nuevo a sus ideas originales. ¿Acaso no estaban todos los progresos vinculados a horribles torturas, no sólo en la política, sino también en las ciencias naturales? A fin de lograr ventajas para millones de seres humanos, otros tantos tenían que sufrir los inconvenientes. Zabor no creía, sin embargo, que la suma de todo el afán de vivir humano permaneciese constante. Sus planes debían ser legitimados por un éxito definitivo que condujera a los seres humanos a un nivel más alto de humanidad. ¿No era indispensable para la consecución de este último éxito intentar una vez más la creación de nuevos climas para el globo terráqueo?
En Reggio di Calabria, Zabor cruzó el estrecho y, ya en Sicilia, se dirigió a Siracusa, donde al principio se alojó con Natalie en un hotel. El matemático griego Arquímedes también había vivido en esta ciudad hasta que fue asesinado y el poeta alemán Heyse había venido a Siracusa con el único propósito de morir aquí. Siracusa era para Zabor las antípodas del ruinoso Emden y tal vez fuera esto lo que le había atraído hasta esta ciudad.
En cualquier caso, su intención de alquilar el palacio vacío no llegó a realizarse. El propietario, un traficante de armas bastante peculiar, no se avino a ello en absoluto. No había adquirido el palacio, construido tras el histórico terremoto de 1693, para entregarlo a un alemán desconocido. Zabor y él mantuvieron largas conversaciones sobre el auge y la decadencia de ciudades y estados y sobre las leyes naturales que podían ser su causa. Así pues, Natalie y Zabor continuaron viviendo en su pequeño hotel, paseando por la ciudad en ruinas y siguiendo las aterradoras noticias sobre los acontecimientos en Europa central. Zabor sufría al saber lo que había iniciado contra su voluntad.
El calor había alcanzado en el centro de Europa unos niveles que ya no podían medirse. Los vientos llevaban muchas veces un aliento sofocante hacia el este o hacia el norte, según su dirección, y más regiones de la Rusia occidental y de los países escandinavos tuvieron que ser evacuadas. Satélites de reconocimiento tomaban fotografías en las que ya no aparecía otra cosa que superficies totalmente aplanadas y atomizadas. Los espectrogramas sólo recogían residuos quemados. En Japón, una conferencia internacional convocada en agosto de 1995 con asombrosa celeridad, trató de la interpretación de los acontecimientos y tomó medidas preventivas para todos los países no afectados. Zabor reconoció que todo había concluido para él desde que el nombre del Globe quedara desprestigiado en todo el mundo.
El 3 de septiembre de 1994 escribió en Siracusa una carta dirigida al presidente de los Estados Unidos en Washington y al secretario general del KPDSU en Moscú. La llamó el "Testamento de Siracusa" y en ella decía, entre otras cosas: "Los diez grados de la desgracia son los siguientes y muchos grandes naturalistas del siglo XX los padecen:
1.-Ser ambicioso y, desgraciadamente, dotado.
2.-Estudiar precisamente una profesión tecnológica que más tarde ocasione estragos increíbles.
3.-No contentarse con los conocimientos teóricos adquiridos, sino empeñarse en llevarlos a la práctica.
4.-Iniciar a otros técnicos porque son necesarios para la realización del proyecto y depender en cierto modo de ellos.
5.-Inventar algo que realmente funcione,
6.-y que inmediatamente se convierta en una mercancía que atraiga como lobos a los comerciantes.
7.-Permitir que no sólo la codicia económica, sino también la ambición militar derribe las últimas barreras morales.
8.-Carecer de cualquier posibilidad jurídica o fáctica para detener el abuso del invento tecnológico.
9.-No encontrar a nadie que se sienta responsable de los efectos destructores.
10.-No poder evitar la catástrofe.
Hasta el punto dos o tres fui quizá todavía dueño de la situación. Después me faltó la sensibilidad filosófica para reconocer el abismo al que me he precipitado junto con otros. Este siglo, que a mí me parece de mal gusto, corrompido y aficionado a jugar con los extremos, nos arrastra de este modo al vacío. Lo abandono voluntariamente. Yan Zabor."
El traficante de armas del palazzo apetecido había regalado a Zabor como compensación un pequeño revólver. Zabor se lo puso en el bolsillo, se dirigió al palazzo y se mató de un tiro. Natalie le enterró en una tumba anónima en un cementerio del nordeste de Sicilia.»
[El texto pertenece a la edición en español de Círculo de Lectores, 1987, en traducción de Pilar Giralt Gorina. ISBN: 84-226-2415-X.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: