miércoles, 7 de agosto de 2019

De un experto en demoliciones. Críticas para Le Chat Noir.- Léon Bloy (1846-1917)

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León XIII y la conspiración de los imbéciles (Inédito)
I

«Está escrito que la cantidad de imbéciles es infinita. Juzguen la fuerza destructiva de semejante conspiración. León XIII lanzó una nueva advertencia a la supuesta sociedad cristiana, a la que tantas veces se ha advertido en vano. No cabe duda de que la encíclica que acaba de ser publicada in extenso no será mucho más escuchada que las bulas de Clemente XII y Benedicto XIV durante el último siglo.
 En la primera de ellas, fechada el 27 de abril de 1738, el papa, "al reflexionar sobre los grandes males causados por la sociedad clandestina denominada francmasónica, que le hacía temer por la tranquilidad de los estados y por la salud de las almas, prohibía a todos los cristianos, bajo pena de excomunión, promoverla, agregarse a ella y asistir a sus reuniones".
 Esta excomunión, reservada especialmente al sumo pontífice, implicaba el más formidable carácter de reprobación y sólo él podía conceder su absolución.
 El 18 de mayo de 1751, Benedicto XIV confirmaba mediante una segunda bula la constitución apostólica de su predecesor en todas sus disposiciones. Estos actos de la autoridad religiosa suprema fueron renovados en 1821 por Pío VII, en 1825 por León XII -aterrorizado por el avance de la secta- y, por último el 25 de septiembre de 1865 por Pío IX, quien tuvo el honor de protestar prácticamente solo, con gran energía y arriesgando su propia vida , contra todas las sandeces homicidas de su siglo.
 De este modo, queda perfectamente establecido que no se puede ser al mismo tiempo francmasón y católico. Sin embargo, parece que es algo terriblemente difícil de comprender, pues no sólo los imbéciles que conforman la inmensa mayoría de las naciones, sino también un buen número de intelectuales no han conseguido enterarse.
 Hoy, el desventurado sucesor de Pío IX renueva la reprobación. ¿Volverá alguien a escucharla y a creérsela? La infalibilidad doctrinal del santo padre es una simple falacia para el noventa y nueve por ciento de la humanidad civilizada, e incluso se trata de un interrogante para muchos católicos ruinosos, semejantes al padre Didon, que carecen de la virilidad necesaria para optar entre una verdadera apostasía y la perfecta adhesión del corazón.
 ¿Pero cómo quieren ustedes que una sociedad tan profundamente mediocre acoja unas proposiciones tan absolutas y rigurosas?
 Dios es el autor de la soberanía y de la sociedad civil; aquéllos sobre quienes recae la soberanía deben ser considerados cooperadores o ministros de Dios. Es totalmente falso que los pueblos tengan el derecho de librarse de la obediencia según su voluntad.
 Seguro que un encogimiento de hombros nacional será el único efecto de este clamor paternal sobre nuestra república de soberbios decrépitos, y el antiguo honor de Francia, en absoluto recuperado, continuará revolcándose y agonizando por el suelo, asesinado por banqueros y venerables.

II

La francmasonería referida por la encíclica y la vieja herejía jansenista tienen en común que no se desenmascaran en ningún caso y que jamás han consentido triunfar por la ostentación de su poder. Por contra, tanto una como la otra han adorado siempre el secreto y el argot del misterio.
 El victorioso procedimiento del jansenismo consistía en negarse a sí mismo, en no dejar de declarar su perfecta sumisión a la autoridad eclesiástica y en considerar que se dirigían a los demás las sanciones o condenas que esta autoridad ridiculizada le atribuía a él directamente.
 A su vez, los francmasones defendían invariablemente su inalterable simplicidad. No son más que un puñado inofensivo de personas asociadas con un fin filantrópico, risueñas y sin ninguna intención de actuar directa o indirectamente en nada. Así se expresaba, hace varios días, el periódico Le Temps, voz acreditada de todas las idioteces intermedias, tras la lectura del resumen de la encíclica. 
 En la mente de León XIII -decía-, todo el mal proviene de la francmasonería... Eso demuestra una noción claramente exagerada de la acción de la francmasonería en nuestra época y creemos que León XIII, a pesar de su habitual lucidez, confunde los tiempos y la situación... La francmasonería es sólo un medio de acercamiento pacífico entre un determinado número de personas. Es como un gran círculo donde las conversaciones, las alocuciones y las ceremonias tradicionales sustituyen a las cartas y al billar. Es sobre todo una institución de beneficencia contra la cual no existe hoy en día ninguna razón de luchar. Si el papa quiere encontrar las causas de los males de los que se queja, debe buscar en otro lugar.
 Ése es el constante sofismo de estos Tartufos insignes. Por mucho que las refutaciones históricas más atroces los dejen en evidencia, no pierden la compostura y jamás se esfuerzan en disfrazar sus nuevas mentiras. Siempre presumen de una humanidad bonachona y modesta, satisfecha de progresar con lentitud y desdeñosa hacia las intrigas subterráneas de las que se les acusa. Las revoluciones, según ellos, son los frutos naturales del terreno social sembrado por el viento de las filosofías, madurados bajo el sol de la razón.
 Pero, para ser estrictos, hay que distinguir entre dos tipos de francmasones. Según su propio testimonio, de los ocho millones de adeptos repartidos por el universo, "no hay más que quinientos mil miembros activos". Los demás sólo comen, beben, cantan y pagan. Es el inmenso ejército de los imbéciles, el criadero, siempre lleno, de la bufonería orgullosa, rebelde sólo ante la autoridad de la Iglesia, de donde los ocultos cocineros de la alta iniciación extraen a su antojo las combinaciones diabólicas de su política.
 Entre los miembros de la secta -dice la encíclica-, tal vez sean muchos los que, aunque no estén exentos de falta por haberse afiliado a tales sociedades, tampoco estén involucrados en sus actos criminales e ignoren el objetivo final que esas sociedades se esfuerzan en alcanzar.
 Con total seguridad se puede presentar a este bonito rebaño como la obra maestra ideal del embrutecimiento humano, consecuencia de una simple transposición de la ley de obediencia.»
 [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Berenice, 2014, en traducción de Teresa Lanero. ISBN: 978-84-15441-62-5.]

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