jueves, 28 de mayo de 2020

La carroza de Bolívar.- Evelio Rosero (1958)

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Segunda parte
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   «-¿Cómo establecer -dijo Chivo- a estas alturas que los pastusos eran realistas y defendían al rey? Si ni siquiera defendían sus tierras y haberes, señores, defendían la vida misma, ¿con qué ganas iban a ocuparse de un rey desconocido a perpetuidad? Eran tan "realistas" los pastusos que la primera rebelión del mundo contra el rey español ocurrió en su provincia, muchísimo antes del "grito de independencia" de 1810. Fue en 1781: veintinueve años antes. Y fue un levantamiento popular por los nuevos impuestos reales, rebelión que acabó con la vida del cobrador de impuestos, el español Ignacio Peredo, a manos del indio Naspirán. Hubo también otra revuelta contra los reales decretos, de proporciones mayores a muchas de las que ha enaltecido la historia; esta segunda ocurrió veinte años después de la primera, y nueve años antes del grito oficial de independencia: sucedió en Túquerres, cerca de Pasto, y cobró la vida de los hermanos Clavijo, comerciantes acaudalados, representantes del rey en el recaudo de impuestos. Otra vez los indios y montañeses fueron protagonistas: su grito de rebeldía hizo callar al párroco encargado de leer el decreto en plena misa mayor, un domingo 18 de mayo: dos mujeres indígenas, Manuela Cumbal y Francisca Aucú, le arrebataron de las manos el papel del decreto, y al grito de Abajo el mal gobierno lo pisotearon. Empezaron a llegar a la población indios de Sapuyes y Yascual, armados de palos y lanzas; se fueron contra la casa del corregidor, la incendiaron; un grupo encabezado por Lorenzo Piscal, Julián Carlosama y Ramón Cucas Remo, sitió la iglesia para evitar la fuga de los Clavijo, que se habían refugiado allí, en el nicho de la Virgen, donde se creían protegidos. Pero invadido el templo, a Francisco Clavijo lo atravesaron con su propia lanza, también lancearon a Atanasio, mientras que el tercero de los Clavijo, Rafael Martín, pudo escapar disfrazado de mujer. Controlada la revuelta, el escarmiento de las autoridades españolas no se hizo esperar: "Los cabecillas fueron llevados arrastrados a cola de caballo con el pregonero delante que iba repitiendo en altas voces que aquélla era la justicia que mandaba hacer el rey nuestro señor a aquellos hombres por sus atrocísimos excesos y fueron condenados con la muerte de horca, y después cortadas las cabezas y manos", según certifica el escribano de cabildo público. Desde siempre la provincia pastusa padecía los impuestos de España, y los impuestos se recrudecieron con el Libertador Simón Bolívar, que incluso mandó que los indios continuaran pagándolos tal y como los pagaban con la monarquía, y cargó de gravámenes y otras contribuciones al pueblo de Pasto, ya empobrecido. De modo que lo que se les vino encima, el vendaval de los libertadores, era un enemigo peor que la monarquía: "No habría libertad mientras hubiera libertadores" era un dicho popular. Los libertadores, indica Sañudo, "infatuados por un necio orgullo, creían que ellos solos habían dado independencia a la república, y en nada estimaban los sacrificios de los pueblos, y estaban persuadidos de que Colombia debía ser patrimonio suyo". El Libertador fue el enemigo que no dio concesiones a Pasto, como sí las dio a otros pueblos realistas, importantes baluartes de la corona, cuando los derrotaron. "Mientras en otras ciudades de la nueva república se levantaban escuelas (nos dice Sañudo), en Pasto era el exterminio". Y la orden, el acicate de toda esta inmolación venía de Bolívar, el principal ofendido en las vísceras del alma a partir de Bomboná, de Bolívar a sus generales, de los generales a los oficiales, de los oficiales a los soldados, a los esbirros, a los matarifes como Salom, Flores, Cruz Paredes (que seguían estrictas órdenes de Bolívar), Lucas Carvajal, Andrés Alvárez o los brutos Hermógenes Maza y Apolinar Morillo, asesinos (los acusa Sañudo) que "sólo por probar el esfuerzo de su brazo hundían sus espadas en filas de individuos". Pues las matanzas no se hicieron esperar, y las alentaba el Libertador, que dio además un decreto de confiscación de bienes. Decía en un considerando: "esta ciudad, furiosamente enemiga de la república, no se someterá a la obediencia, y tratará siempre de turbar el sosiego y tranquilidad pública si no se la castiga severa y ejemplarmente".
La carroza de Bolívar - Evelio Rosero | Planeta de Libros Impuso contribuciones en pesos y reses y caballos que la empobrecida y saqueada Pasto no podía pagar, desterró a hombres y mujeres. Sus órdenes no buscaban independizar una provincia: la aniquilaban: "Deshágase usted de los prisioneros de modo que le sea más conveniente y expeditivo... usted conoce a Pasto y sabe de todo lo que es capaz; quizás en muchos meses no tendremos tranquilidad en el Sur", "Yo he dictado medidas terribles contra ese infame pueblo... las mujeres mismas son peligrosísimas... en Pasto 3.000 almas son enemigas (no quedaban más), pero un alma de acero que no pliega por nada... es preciso destruirlos hasta en sus elementos", y daba a Salom, el peor de sus esbirros, las órdenes terminantes: "Haga usted prodigios a fin de acabar cuanto antes con los infames de Pasto". "Destruir a los pastusos. Usted sabe muy bien que mientras exista un solo rebelde en Pasto, están a punto de encallar las más fuertes divisiones nuestras." "Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país a una colonia militar. De otro modo Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aun cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos."
 Aquí el catedrático Chivo se detuvo, paseando los ojos por el aula, para constatar lo que imaginaba: casi nadie permanecía; ya los hermanos Quiroz habían concertado abandonar el salón y, detrás de ellos, desapareció la gran mayoría de estudiantes: quedaban en el horizonte solamente los cuerpos de dos rigurosamente dormidos: ella la cabeza doblada sobre un brazo, su largo cabello rozaba el sucio piso de madera, él espatarrado, la boca abierta como recién llegado de una fiesta y todavía borracho: esa pareja de estudiantes dormidos, en otras cátedras, era impensable; pero con Chivo y su Historia de Colombia las cosas ya se habían dictaminado.
 Y, sin embargo, quedaba también en el salón, aún viva, la muchacha que sirvió de alegoría, que no se atrevía a marchar u coronar la ausencia total; era la última alumna viva del salón: ella misma no se explicaba por qué y para qué seguía allí, frente a un hombre que hablaba solo y leía solo en un salón más solo todavía, ¿sentía pena?, lo veía tan solo, pensaba, tan absolutamente requetesolo en su disertación sobre Bolívar, su lectura de Sañudo, su indignación y sus batallas, pobre loco, pensó.
 -He terminado, puede irse -la alentó el catedrático para que escapara.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Tusquets Editores, 2012. ISBN: 978-84-8383-356-8.]

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