sábado, 24 de agosto de 2019

La enzima prodigiosa. Una forma de vida sin enfermar.- Hiromi Shinya (1935)

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Capítulo 4: Pon atención al "guión de tu vida"
La relación inseparable entre nuestros cuerpos y la tierra

«Los norteamericanos han consumido una dieta animal mucho más tiempo que los japoneses y el equilibrio intestinal no se ha trastornado por comer carne con tanta facilidad como el equilibrio intestinal de los japoneses. Con frecuencia me he preguntado por qué hay tal diferencia entre ambos. Veo algunas razones.
 En primer lugar, la cultura alimenticia cultivada a lo largo de muchos años es diferente en cada país.
 Los occidentales han consumido carne durante siglos, pero los japoneses no adoptaron esta dieta hasta el período Meiji (1868-1912), por lo que es un fenómeno bastante reciente. Los intestinos de los japoneses que han seguido durante siglos una dieta basada principalmente en granos y verduras, son 1,2 veces más largos que los intestinos de los occidentales en proporción a su tamaño corporal. Dado que sus intestinos son más largos, tardan más en excretar la comida. Como la comida queda en sus cuerpos durante más tiempo, el efecto de la carne en sus dietas es mucho mayor.
 La otra diferencia la encontramos en el suelo. El cuerpo humano y la tierra tienen una conexión inseparable. Somos capaces de comer alimentos de todo el mundo, pero todavía comemos principalmente alimentos de donde vivimos. Por lo tanto, la salud de la gente depende en gran medida del estado de la tierra de su región de origen.
 Ésta es una historia de hace algunos años, pero la primera vez que vi las verduras que se vendían en Estados Unidos quedé sorprendido por su tamaño. Las verduras japonesas, ya fuera una berenjena o un pepino, eran claramente más pequeñas. Pensé que esto se debía a que eran de diferente clase. Pero, de hecho, si plantas semillas japonesas en Norteamérica, las verduras crecerán más grandes que si lo hicieran en Japón. Esto es porque el suelo norteamericano contiene más calcio, minerales y vitaminas que el suelo japonés. Por ejemplo, hay de tres a cinco veces más calcio en una espinaca cultivada en Norteamérica que en una espinaca cultivada en Japón.
 Otro ejemplo es el brócoli. De acuerdo con algunos datos que encontré, hay 178 miligramos de calcio en 100 gramos de brócoli norteamericano. En comparación hay sólo 57 miligramos de calcio en los mismos 100 gramos de brócoli en Japón.
 Mi teoría es que aunque los norteamericanos han centrado su dieta en la carne, sus cuerpos no están tan afectados como los de los japoneses porque comen verduras que crecen en una tierra rica en nutrientes, lo cual les permite neutralizar, hasta cierto grado, el equilibrio ligeramente ácido de sus cuerpos debido a la carne.
 Años atrás había una diferencia clara entre el físico de los japoneses y de los norteamericanos. Sin embargo, los cuerpos de los japoneses son mucho más grandes que antes y la causa aparente es el cambio general a una dieta occidentalizada. En otras palabras, los hábitos alimenticios y la psique japonesa han cambiado con la importación de una cultura alimenticia consistente en carne, leche, queso y mantequilla.
 A pesar de eso, si los japoneses quieren occidentalizarse de esta manera, hay una sola cosa que no va a cambiar y es el suelo japonés. La riqueza del suelo no puede ser imitada por más que lo intenten. Uno puede decir que la riqueza del suelo está determinada por el número de pequeños animales y microorganismos que habitan en él. Pero en Japón la tierra se origina principalmente de restos volcánicos y no contiene tantos nutrientes para las bacterias del suelo.
 Así, el suelo japonés no es muy rico en nutrientes, para empezar. Los japoneses ha sido capaces de mantener el equilibrio en su dieta y salud en el pasado debido a que comían granos y verduras que crecían en la tierra, así como pescados y vegetales marinos de los océanos cercanos. Creo que esto está en línea con la naturaleza.
 No hay energía viviente en cosechas cultivadas con químicos agrícolas
 Todo en el mundo natural está conectado. Todo influye en todo y mantiene un delicado balance. Aun esas cosas que sentimos innecesarias son necesarias en el mundo natural.
 Cuando cultivamos cosechas agrícolas, los químicos agrícolas se usan con frecuencia para prevenir el daño a las cosechas por insectos nocivos. Sin embargo, "insecto nocivo" es un término acuñado por los seres humanos. En el mundo natural no puede concebirse un insecto que cause daño.
 A los humanos les disgusta cuando los insectos se meten en las cosechas agrícolas, pero la verdad es que, sean dañinos o útiles, los insectos añaden ciertos nutrientes a las cosechas cuando llegan a ellas. Ese nutriente es la quitina.
 La quitina se encuentra en las corazas de los cangrejos y camarones, también la coraza que cubre el cuerpo de los insectos está formada por quitina. Cuando los insectos se posan en las hojas de las plantas de las cosechas, las hojas secretan enzimas como la quitonasa y la quitinasa. Esas enzimas permiten a las plantas absorber pequeñas cantidades de quitina, como un nanogramo más o menos, del cuerpo y las patas del insecto y la usan como nutriente.
 De esta forma, los nutrientes que las plantas absorben de los insectos contribuyen a la vida de los animales que se comen esas plantas.
 Sin embargo, esta cadena de nutrición es interrumpida por los químicos agrícolas. En lugar de la quitina las plantas y vegetales absorben los químicos agrícolas que se usan para repeler los insectos, generando, a fin de cuentas, gran daño a los humanos que se comen esas plantas.
 Más aún, los químicos agrícolas quitan la vida de seres vivos en el suelo. Estos seres vivos son la fuente de energía para las cosechas. Las tierras de las huertas que se rocían periódicamente con químicos agrícolas carecen de gusanos o bacterias benéficas de la tierra. Dado que las cosechas no pueden crecer en tierra estéril sin energía viviente, se tiene que usar fertilizantes químicos. Las cosechas pueden crecer con los fertilizantes químicos, per su sabor y su valor nutritivo es deficiente. Ésta es la razón por la que los nutrientes de las cosechas agrícolas disminuye cada año.
 Otro peligro se genera por la irrigación de las cosechas. El agua para el uso agrícola no se esteriliza con cloro como el agua del grifo. Pero el agua está contaminada con químicos agrícolas, la contaminación de los ríos y las aguas negras. Se necesita mucha agua para hacer crecer las cosechas. Las toxinas que entran en el cuerpo humano son, hasta cierto punto, excretadas por el cuerpo al beber agua. Lo mismo se puede decir de las plantas. Sin embargo, dado que el agua de riego que se supone debe excretar las toxinas de las plantas está contaminada, es inevitable que las toxinas se acumulen en las cosechas.
 El tercer problema es el cultivo en invernadero. El propósito de usar el invernadero es reducir el daño de los insectos nocivos y controlar la temperatura. Sin embargo, el lado negativo de esto, aunque no sea del todo conocido, es que la cubierta de vinilo bloquea la luz del sol. Las plantas no se pueden mover como los animales. Por esa razón están expuestas a grandes cantidades de rayos ultravioleta. Los rayos ultravioleta del sol hacen que las plantas y animales acumulen radicales libres y se oxiden. Para que las plantas se protejan de esto poseen un mecanismo que les permite producir grandes cantidades de antioxidantes.
 Esos agentes antioxidantes incluyen las vitaminas, como la A, la C y la E, y los polifenoles como el flavonoide, el isvaflavonoide y la catequina, los cuales se encuentran  en gran cantidad en las plantas. Esos antioxidantes son producidos cuando las plantas se exponen a los rayos ultravioleta. En otras palabras, si cortas los rayos de luz usando el vinilo, la intensidad de los rayos ultravioleta que reciben las plantas se reduce. Como resultado las plantas terminan produciendo menos antioxidantes, como las vitaminas y los polifenoles.
 En la industria agrícola actual la prioridad es producir alimentos sin imperfecciones en lugar de producir alimentos con valor nutritivo.»
 [El texto pertenece a la edición en español de Santillana Ediciones Generales, 2013, en traducción de Salvador Alanís. ISBN: 978-84-03-01357-5.]
    

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