jueves, 15 de agosto de 2019

La biblioteca de los libros perdidos.- Alexander Pechmann (1968)

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Bibliotecas en llamas

«Calcular cuántos manuscritos únicos e insustituibles se destruyeron en incendios de bibliotecas podría ser una tarea no precisamente fácil. Y aquí sólo quiero referirme a dos o tres bibliotecas importantes cuyos libros fueron destruidos total o parcialmente. A este respecto son particularmente interesantes las colecciones que se formaron y desaparecieron antes de la invención de la imprenta -en Europa en el siglo XV, en China ya en el siglo IX-, porque cabe suponer que los manuscritos reunidos -o al menos una parte esencial de ellos- se han perdido para siempre.
 La más famosa de todas las bibliotecas que fueron pasto de las llamas es, por supuesto, la de Alejandría, que es considerada, junto con la biblioteca de Pérgamo, como la colección de manuscritos arrollados más importantes de la Antigüedad greco-latina. Allí se reunieron, catalogaron, tradujeron y copiaron por primera vez sistemáticamente obras literarias y científicas. En un principio, no se trataba de una biblioteca en el sentido moderno, sino de una mezcla de academia, centro de investigaciones y lugar consagrado a las Musas (llamado por eso Museion). El Museion fue fundado el año 295 a.C. por Tolomeo I Sóter, un ex-general de Alejandro Magno al que, tras la muerte del conquistador, le fue asignado el reino de Egipto. Al igual que Alejandro y el padre de éste, Filipo de Macedonia, Tolomeo se había formado en la cultura helenística y las doctrinas de Aristóteles. Hizo que el heredero del trono recibiera enseñanzas de un miembro de la Academia aristotélica, y al fundar el Museion siguió el modelo del Lykeion, la Academia de Aristóteles. Unos años después de la fundación del Museion, se le anexionó la biblioteca, que fue considerablemente ampliada bajo Tolomeo II Filadelfo. La colección debía contener la totalidad de las obras escritas en griego, completada con traducciones del hebreo y del persa. Sobre el volumen de los textos reunidos hay datos contradictorios. Algunas fuentes hablan hasta de 700.000, otras de sólo 40.000 manuscritos arrollados, que estaban ordenados temática y alfabéticamente en las estanterías o "amaria" y provistos de etiquetas.
 Supuestamente, la biblioteca de Alejandría ardió el año 47 a.C., cuando César mandó incendiar la flota egipcia. Más probable es que fuera destruida sólo el año 272 de nuestra era, en la guerra entre el emperador romano Aureliano y Zenobia de Palmira. Según otra leyenda, la biblioteca más renombrada del mundo antiguo fue destruida el año 640 de nuestra era por el conquistador árabe Emir Amr ibn al-As, quien por orden del califa Omar mandó quemar todo lo que fuera contrario a las doctrinas del Corán e hizo calentar los baños públicos de la ciudad con los valiosos rollos. Seguirá siendo un enigma si esta historia tuvo su origen en la propaganda de los cruzados cristianos, como afirman algunos sabios islámicos, o si se corresponde con la verdad. Sin embargo, también se puede considerar el problema desde otra perspectiva: "Si la montaña de libros sobre la controversia acerca de la compatibilidad de la naturaleza humana y divina de Jesucristo fue realmente quemada para calentar los baños públicos -opinaba el historiador inglés Edward Gibbon-, un filósofo podría afirmar sonriendo que, a fin de cuentas, aquello había redundado en beneficio de la humanidad".
 Estrechamente vinculada a la época de las Cruzadas se halla la historia, convertida en mito, del "viejo de la montaña", el jefe de los "asesinos", que tenían su principal punto de apoyo en la fortaleza de Alamut. A esta misteriosa secta se le atribuyeron en el siglo XIII innumerables asesinatos. Según la leyenda, los atentados se cometían bajo los efectos del hachís, de ahí el nombre árabe de "hashishiyya" y la posterior denominación de "asesinos" en las distintas lenguas. En el delirio de la droga veían un paraíso en el que entrarían después de cometer sus crímenes. Y aceptaban su propia muerte sonriendo. El origen de esta leyenda de sospechosa actualidad se halla en una secta chiíta, los ismaelitas, que reivindicaban su procedencia directa del profeta Mahoma. Todas las demás interpretaciones del Islam eran para ellos pura y simple herejía.
 En Alamut había una enorme biblioteca con manuscritos únicos, como los Apuntes del fundador de la secta, Hasan e-Sabah. En el año 1256, cuando los mongoles invadieron Irán, las fortalezas de los "asesinos" fueron sitiadas y, finalmente, expugnadas. Alamut cayó en diciembre del mismo año, pero el visir del conquistador Hülägü, nieto de Gengis Kan, le pidió permiso para echar una ojeada a la gran biblioteca del viejo de la montaña antes de que las tropas mongólicas la destruyeran. Al inspeccionar los libros, el visir llegó a la conclusión de que la colección contenía casi exclusivamente libros heréticos cuya conservación y transmisión no eran deseables. Hülägü ordenó a sus hombres que incendiasen la fortaleza con todos sus secretos y tesoros culturales.
 A diferencia de lo que ocurrió en la biblioteca de los "asesinos", los manuscritos custodiados en la biblioteca de Alejandría no se perdieron del todo, pues se habían hecho copias de las obras más importantes, que pasaron a integrar colecciones más pequeñas. De todas formas, se supone que un noventa por ciento de las obras escritas en la Antigüedad no se ha conservado. Esta enorme pérdida prueba que nuestra imagen del mundo antiguo reposa únicamente en unas pocas fuentes. Más tarde presentaré -en cuanto me vuelva a la memoria el camino a seguir hacia la sala correspondiente- algunos de esos tesoros que fueron leídos por última vez hace mucho, mucho tiempo.
 Lo que los valiosos manuscritos antiguos representaron para la cultura europea significaron para las culturas de Asia las tradiciones escritas de los chinos, que se remontan hasta el siglo IX a.C. Muchas crónicas antiguas, textos y colecciones de cánticos rituales, así como obras literarias y filosóficas fueron archivadas, estudiadas y evaluadas a lo largo de los siglos en la Academia imperial. En el año 190 de nuestra era, la biblioteca imperial y los archivos Han fueron destruidos en el saqueo de la entonces capital Luoyang por las tropas mercenarias del aventurero Dong Zhuo. La pérdida de manuscritos raros fue, al parecer, más grande que la ocasionada por las quemas de libros del emperador Qin a las que ya nos hemos referido. Algunos textos antiguos, escritos en tiras de bambú, se conservaron en copias anteriores. Éstas y un sinnúmero de otros tesoros -insustituibles documentos históricos y valiosos manuscritos que habían sobrevivido a guerras e incendios- fueron conservados desde el siglo XV hasta fines del XIX en la biblioteca Han-Lin de la nueva Academia imperial en Pekín. El edificio fue incendiado el 22 de junio de 1900 por los rebeldes bóxers, Yi He Tuan, durante la lucha por el barrio de las legaciones. Los defensores de las legaciones europeas, japonesa y estadounidense creían que los bóxers, que se habían rebelado contra las campañas misioneras y la explotación, jamás prenderían fuego a la Academia y a su valiosa biblioteca, pues los chinos, por regla general, conocían y apreciaban en su cultura el valor de la tradición escrita.
 Sin embargo, los rebeldes eran simples campesinos que no tenían la menor idea del valor y la importancia de la Academia imperial. En el saqueo de Pekín, una vez sofocada la rebelión de los bóxers, también se perdieron muchos manuscritos importantes o bien fueron robados por los ocupantes extranjeros. Entre ellos, se cuenta la enciclopedia Yongle Dadian, profusamente ilustrada, que comprendía 370 tomos y se había escrito en 1407 por deseo de aquel emperador abierto al mundo que ordenó también los grandes viajes marítimos del almirante Zheng He.»
 [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Edhasa, 2011, en traducción de Juan José del Solar. ISBN: 978-84-350-6515-3.]

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