XII.- En defensa de Eufileto
Argumento
«Al demo de Erquia lo cita ante el tribunal uno de sus miembros excluido por votación, que alega haber sido privado injustamente del derecho de ciudadanía. Se había redactado por parte de los atenienses una ley según la cual se haría un censo de los ciudadanos por demos; el que fuera excluido en votación por los miembros de su demo no participaría del derecho de ciudadanía, pero los que hubieran sido excluidos injustamente podrían hacer una apelación ante el tribunal después de citar a los miembros de su demo y, si por segunda vez resultaban convictos, serían vendidos como esclavos y confiscados sus bienes. De acuerdo con esta ley, Eufileto, después de citar a los miembros del demo de Erquia porque, según él, habían votado en su contra injustamente, emprende este proceso. [...]
Que, en efecto, jueces, Eufileto, aquí presente es hermano nuestro, lo habéis oído no sólo a nosotros, sino también a todos los parientes que han testificado. Pero pensad primeramente en nuestro padre, por qué razón iba a mentir y a haber adoptado a éste como hijo suyo si no lo era. Os daréis cuenta de que todos los que hacen algo semejante es, bien porque no tienen hijos legítimos, bien porque, a causa de la pobreza, se ven obligados a adoptar extranjeros para sacar de ellos algún beneficio si , con su ayuda, llegan a hacerse atenienses. Pues bien, a nuestro padre no le sucede ninguna de estas dos cosas: nosotros somos sus dos hijos legítimos, de modo que, al menos por soledad, no habría adoptado a éste. Pero, además, tampoco necesitaba del sustento ni de la buena situación de Eufileto, porque tiene un medio de vida suficiente y, aparte, se os ha atestiguado que desde pequeño lo ha criado, instruido e introducido en su fratría y éstos no son gastos insignificantes. Así que no es lógico, ciudadanos, que nuestro padre intentara un acto tan injusto, cuando no sacaba ningún provecho. Y tampoco a mí nadie me supondría tan completamente insensato como para testificar en falso a favor de Eufileto, de modo que fuésemos más a repartir el patrimonio familiar. En efecto, no tendría posibilidad siquiera de reclamar después que no es hermano mío, pues ninguno de vosotros soportaría escuchar mi voz si ahora, exponiéndome al peligro de un proceso por falso testimonio, declaro que es nuestro hermano, y después se me ve contradiciendo estas palabras. Además, no sólo nosotros, jueces, es razonable que hayamos testificado la verdad, sino también los demás parientes. Porque pensad, en primer lugar, que los maridos de nuestras hermanas jamás habrían declarado en falso sobre Eufileto: la madre de éste se había convertido en madrastra de nuestras hermanas y casi siempre acostumbran a tener discrepancias mutuas las madrastras y las hijastras; de modo que si éste le hubiese nacido a la madrastra de algún otro hombre y no de nuestro padre, jamás, ciudadanos, nuestras hermanas habrían permitido que sus maridos testificaran ni se lo habrían consentido. Y por cierto, tampoco nuestro tío, que lo es por parte de madre e indudablemente no tiene con él ningún parentesco, habría querido, jueces, presentar a favor de la madre de éste un testimonio falso, que nos causa un daño evidente, si, pese a ser extranjero, lo adoptamos como hermano nuestro. Además, jueces, ¿cómo alguno de vosotros podría acusar de falso testimonio a Demárato, aquí presente, y a Hegemón y Nicóstrato, que, en primer lugar, son conocidos por no haber hecho nunca nada vergonzoso y, en segundo lugar, siendo parientes nuestros y conociéndonos a todos, han atestiguado cada uno su parentesco con Eufileto, aquí presente? Así que con gusto preguntaría al más respetable de nuestros oponentes si hay algún otro medio de poder demostrar que es ateniense, distinto a este por el que nosotros demostramos que Eufileto lo es. Yo creo que él no podría decir nada más, salvo que su madre es ciudadana y esposa legítima y su padre ciudadano, y podría presentar como testigos de que esto es cierto a sus parientes. Luego, jueces, si nuestros adversarios estuvieran en peligro de ser condenados, os pedirían que confiarais más en el testimonio de sus familiares que en los acusadores; pero ahora que os hemos presentado todas estas pruebas, ¿os van a pedir que deis más crédito a sus palabras que al padre de Eufileto, a mí, a mi hermano, a los miembros de la fratría y a todo nuestra familia? Y por cierto, nuestros adversarios actúan así, sin correr ningún peligro, por una enemistad privada, mientras que nosotros declaramos arriesgándonos todos a un proceso por falso testimonio. Junto a estos testimonios, jueces, en primer lugar la madre de Eufileto, que nuestros oponentes admiten ciudadana, quería prestar juramento ante el árbitro, en el Delfinio, de que realmente Eufileto, aquí presente es hijo suyo y de nuestro padre. Y en verdad, ¿quién debía saberlo mejor que ella? En segundo lugar, jueces, nuestro padre, que lógicamente es quien, después de su madre, conoce mejor a su hijo, tanto entonces como ahora desea jurar que Eufileto, aquí presente, es hijo suyo nacido de una ciudadana y esposa legítima suya. Además, jueces, resulta que yo tenía trece años, como dije antes también, cuando éste nació y estoy dispuesto a jurar que, en verdad, Eufileto, aquí presente, es mi hermano paterno. De modo, jueces, que sería justo considerarais más fiables nuestros juramentos que las palabras de nuestros adversarios porque nosotros, que lo conocemos perfectamente, queremos prestar juramento sobre él, mientras que nuestros adversarios dicen esto porque lo han oído a sus enemigos o lo inventan ellos mismos. Además, jueces, nosotros hacemos comparecer como testigos ante los árbitros y ante vosotros a nuestros familiares, de los que no es justo desconfiar; nuestros adversarios, en cambio, cuando Eufileto incoó el primer proceso contra la comunidad del demo y el demarco de entonces, que ahora está muerto, pese a que el árbitro tuvo el caso durante dos años, no pudieron hallar ningún testimonio de que Eufileto es hijo de otro padre distinto del nuestro. Para los árbitros éste era el indicio más importante de que nuestros oponentes mentían y uno y otro dictaminaron contra ellos.»
[El texto pertenece a la edición en español de RBA, 2007, en traducción de María Dolores Jiménez López. ISBN: 978-84-473-5413-9.]
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