domingo, 29 de diciembre de 2024

Los sonetos del Cancionero.- Francesco Petrarca (1304-1374)

2ª parte (Ciclo: Tras la muerte de madonna Laura)
269

 «Cayeron la alta columna y el laurel verde
que sombra daban a mi fatigado pensamiento;
perdí lo que encontrar ya nunca espero
de norte a sur, o del mar índico al moro.
 Quitado me has, Muerte, el doble tesoro
que daban alegría y orgullo a mi vida;
ni compensarlo pueden tierra o imperio,
gema oriental ni la fuerza del oro.
 Pero, si lo consiente así el destino,
¿qué puedo sino tener el alma triste,
siempre húmedos los ojos y bajo el rostro?
 ¡Oh, vida nuestra, tan bella en apariencia!
¡Qué fácilmente pierdes en una mañana
lo que en muchos años penosamente se conquista!
[...]

272

 Huye la vida y no se detiene una hora, 
detrás viene la muerte a grandes pasos,
y las cosas presentes y pasadas
me dan guerra, e incluso las futuras;
 y el recordar y el aguardar me angustian
por igual, tanto que, a decir verdad,
si no tuviera de mí mismo piedad
estaría ya de estos pensamientos fuera.
 Evoco si alguna dulzura tuvo
el triste corazón; y por el otro lado
preveo a mi navegar turbados vientos;
 veo tormenta en el puerto, ya cansado
mi piloto, rotos mástil y jarcias,
y las bellas luces que miré, apagadas.

273

 ¿Qué haces? ¿Qué piensas? ¿Qué miras aún atrás
hacia el tiempo que ya volver no puede?
Alma desconsolada, ¿por qué vas
echando leña al fuego en que tú ardes?
 Las suaves voces y las dulces palabras
que, una por una, has descrito y pintado,
marcháronse del mundo; y, bien lo sabes,
es aquí inútil buscarlas, y tarde.
 ¡Oh! No renueves lo que nos da muerte;
no sigas un pensar vago, falaz,
mas firme y cierto, que a buen fin nos lleve.
 Busquemos el cielo, si aquí nada nos place;
que para nuestro mal aquella beldad vimos,
si viva y muerta había de quitarnos la paz.

274
 
 Dadme paz, oh mis duros pensamientos:
¿no es bastante que Amor, Fortuna y Muerte
me combatan en torno, y a las puertas,
para adentro encontrarme otros guerreros?
 Y tú, mi corazón, ¿aún eres cual eras?
Sólo a mí desleal, que espías feroces
vas agrupando, y te has vuelto aliado
de mis prestos y ligeros enemigos.
 En ti sus mensajes secretos el Amor,
en ti Fortuna abre toda su pompa,
y Muerte la memoria de esa herida
 que conviene destroce lo que de mí queda;
en ti los bellos pensamientos se arman de error:
por ello de mis males sólo a ti te culpo.
[...]

277

 Si Amor nuevo consejo no nos trae,
por fuerza convendrá perder la vida:
tanto miedo y dolor sufre el alma triste,
que el deseo vive y la esperanza ha muerto;
 por lo cual se desconcierta y desalienta
mi vida en todo, y noche y día llora,
cansada, sin gobierno en mar tormentoso,
y en vía dudosa sin guía de confianza.
 Imaginaria guía la conduce,
que la verdadera está bajo tierra, mejor dicho en el cielo,
desde donde más que nunca clara en el corazón reluce;
 mas no en los ojos, que un doliente velo
les contiene la deseada luz,
y a mí tan pronto me encanece el pelo.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Bosch, casa editorial, 1981, en traducción de Atilio Pentimalli, pp. 523-537. ISBN: 84-7162-850-3.] 

domingo, 22 de diciembre de 2024

Matemáticas e imaginación.- Edward Kasner (1878-1955) y James Newman (1907-1966)


Pie (𝝿, 𝒊, 𝒆). Trascendente e imaginario

 «Un universo donde faltaran 𝝿 y 𝒆, como lo ha dicho algún espíritu antropomórfico, no sería inconcebible. Difícilmente uno podría imaginarse que el sol dejara de salir o que las mareas cesaran de producirse por falta de 𝝿 y 𝒆. Pero sin estos artificios matemáticos, lo que sabemos del sol y las mareas, a pesar de nuestra habilidad para describir todos los fenómenos naturales, físicos, biológicos, químicos o estadísticos, estaría reducida a dimensiones primitivas.

𝒊

 Alicia estaba censurando a Humpty Dumpty por las prerrogativas que tomaba con respecto a las palabras: "Cuando yo uso una palabra", replicó Humpty con un tono despreciativo, "ella significa precisamente aquello que yo quise decir, ni más ni menos". "La cuestión es", dijo Alicia, "si usted puede hacer que una palabra signifique tantas cosas diferentes". "La cuestión es", dijo Humpty, "conocer a fondo el asunto, eso es todo".
 Aquellos que están preocupados (y son muchos) , por la palabra "imaginario", tal como se la usa en matemáticas, deberían prestar atención a las palabras de Humpty Dumpty. Por supuesto que, a lo sumo, esto es cosa de poca importancia. Repetidas veces en las matemáticas, a palabras muy diferentes se les atribuyen significados técnicos. Pero, como lo ha dicho tan perspicazmente Whitehead, esto sólo es confuso para inteligencias inferiores. Cuando una palabra está definida con precisión y significa solamente una cosa, no hay más razón para criticar su uso que para criticar el uso de un nombre propio. Nuestros nombres de pila pueden no agradarnos, o no podrán satisfacer a nuestros amigos, pero ocasionan pocas equivocaciones. La confusión surge únicamente cuando la misma palabra tiene varias acepciones y constituye lo que Humpty Dumpty llama una "maleta de viaje".
 La semántica, una ciencia que hoy día está de moda, se dedica al estudio del uso adecuado de las palabras. Sin embargo, hay mucha mayor necesidad de la semántica en otras ramas de la ciencia que en las matemáticas. En efecto, la mayor parte de los males que aquejan hoy al mundo, provienen del hecho de que algunas de sus más volubles alabanzas son, por cierto, antisemánticas.
 Un número imaginario representa una idea matemática precisa. Se impuso por la fuerza en el álgebra de la misma manera que lo hicieron los números negativos. Llegaremos a entender más claramente cómo entraron en uso los números imaginarios si consideramos el desarrollo de sus progenitores, los números negativos.
 Los números negativos aparecieron como raíces de ecuaciones tan pronto hubo ecuaciones o, mejor dicho, tan pronto como los matemáticos se ocuparon del álgebra. Toda ecuación de la forma: ax + b = 0, en la que a y b son mayores que cero, tiene una raíz negativa.
 Los griegos, para quienes la geometría era un regocijo y el álgebra un mal necesario, descartaron los números negativos. Incapaces de adaptarlos a su geometría, imposibilitados para representarlos gráficamente, los griegos no consideraron, en modo alguno, a los números negativos. Pero el álgebra los necesitaba para desarrollarse. Más sabios que los griegos, más eruditos que Omar Khayyám, los chinos y los hindúes reconocieron los números negativos antes de la era cristiana, no como aprendidos en la geometría, pues no tenían escrúpulos de conciencia con respecto a los números que no podían dibujar en un gráfico. Hay una repetición de esa indiferencia en desear representaciones concretas para ideas abstractas en las teorías contemporáneas de la física matemática (relatividad, mecánica de los cuantos, etc.), las que, si bien son comprensibles como símbolos en el papel, desafían diagramas, cuadros o metáforas adecuadas para explicarlas en términos de la experiencia común.
 Cardano, eminente matemático del siglo XVI, jugador y bribón de vez en cuando y a quien el álgebra le debe muchísimo, fue el primero que reconoció la verdadera importancia de las raíces negativas. Pero su conciencia científica lo reprendió hasta tal punto que las llamó "ficticias". Rafael Bombelli, de Bolonia, prosiguió la obra de Cardano donde éste la había dejado. Este último había hablado de las raíces cuadradas de números negativos, pero no llegó a comprender el concepto de imaginarios. En una obra publicada en 1572, Bombelli señaló que las cantidades imaginarias eran indispensables para la solución de muchas ecuaciones algebraicas de la forma x²  + a = 0, donde a es cualquier número mayor que cero y que no puede ser resuelta sino con el auxilio de imaginarios. Tratando de resolver una ecuación sencilla como x² + 1 = 0 hay dos alternativas. O la ecuación no tiene sentido, lo cual es absurdo, o x es la raíz cuadrada de -1, que también es absurdo. Pero las matemáticas tienen buen éxito con los absurdos y Bombelli salió del paso aceptando la segunda alternativa.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1987, en traducción de José Celdeiro Ricoy, pp. 99-102. ISBN: 84-85471-55-5.]

domingo, 15 de diciembre de 2024

Cien años de soledad.- Gabriel García Márquez (1927-2014)

 

 «Sin embargo, dos meses después, cuando el coronel Aureliano Buendía volvió a Macondo, el desconcierto se transformó en estupor. Hasta Úrsula se sorprendió de cuánto había cambiado. Llegó sin ruido, sin escolta, envuelto en una manta a pesar del calor, y con tres amantes que instaló en una misma casa, donde pasaba la mayor parte del tiempo tendido en una hamaca. Apenas sí leía los despachos telegráficos que informaban de operaciones rutinarias. En cierta ocasión el coronel Gerineldo Márquez le pidió instrucciones para la evacuación de una localidad fronteriza que amenazaba con convertirse en un conflicto internacional.
 -No me molestes por pequeñeces -le ordenó él-. Consúltalo con la Divina Providencia.
 Era tal vez el momento más crítico de la guerra. Los terratenientes liberales, que al principio apoyaban la revolución, habían suscrito alianzas secretas con los terratenientes conservadores para impedir la revisión de los títulos de propiedad. Los políticos que capitalizaban la guerra desde el exilio habían repudiado públicamente las determinaciones drásticas del coronel Aureliano Buendía, pero hasta esa desautorización parecía tenerlo sin cuidado. No había vuelto a leer sus versos, que ocupaban más de cinco tomos y que permanecían olvidados en el fondo del baúl. De noche, o a la hora de la siesta, llamaba a la hamaca a una de sus mujeres y obtenía de ella una satisfacción rudimentaria, y luego dormía con un sueño de piedra que no era perturbado por el más ligero indicio de preocupación. Sólo él sabía entonces que su aturdido corazón estaba condenado para siempre a la incertidumbre. Al principio, embriagado por la gloria del regreso, por las victorias inverosímiles, se había asomado al abismo de la grandeza. Se complacía en mantener a la diestra al duque de Marlboroug, su gran maestro en las artes de la guerra, cuyo atuendo de pieles y uñas de tigre suscitaban el respeto de los adultos y el asombro de los niños. Fue entonces cuando decidió que ningún ser humano, ni siquiera Úrsula, se le aproximara a menos de tres metros. En el centro del círculo de tiza que sus edecanes trazaban dondequiera que él llegara, y en el cual sólo él podía entrar, decidía con órdenes breves e inapelables el destino del mundo. La primera vez que estuvo en Manaure después del fusilamiento del general Moncada, se apresuró a cumplir la última voluntad de su víctima, y la viuda recibió los lentes, la medalla, el reloj y el anillo, pero no le permitió pasar de la puerta.
 -No entre, coronel -le dijo-. Usted mandará en su guerra, pero yo mando en mi casa.
 El coronel Aureliano Buendía no dio ninguna muestra de rencor, pero su espíritu sólo encontró el sosiego cuando su guardia personal saqueó y redujo a cenizas la casa de la viuda. "Cuídate el corazón, Aureliano", le decía entonces el coronel Gerineldo Márquez. "Te estás pudriendo vivo". Por esa época convocó una segunda asamblea de los principales comandantes rebeldes. Encontró de todo: idealistas, ambiciosos, aventureros, resentidos sociales y hasta delincuentes comunes. Había, inclusive, un antiguo funcionario conservador refugiado en la revuelta para escapar a un juicio por malversación de fondos. Muchos no sabían ni siquiera por qué peleaban. En medio de aquella muchedumbre abigarrada, cuyas diferencias de criterio estuvieron a punto de provocar una explosión interna, se destacaba una autoridad tenebrosa: el general Teófilo Vargas. Era un indio puro, montaraz, analfabeto, dotado de una malicia taciturna y una vocación mesiánica que suscitaba en sus hombres un fanatismo demente. El coronel Aureliano Buendía promovió la revolución con el propósito de unificar el mando rebelde contra las maniobras de los políticos. El general Teófilo Vargas se adelantó a sus intenciones: en pocas horas desbarató la coalición de los comandantes mejor calificados y se apoderó del mando central. "Es una fiera de cuidado", les dijo el coronel Aureliano Buendía a sus oficiales. "Para nosotros, ese hombre es más peligroso que el Ministro de la Guerra". Entonces un capitán muy joven que siempre se había distinguido por su timidez levantó un índice cauteloso:
 -Es muy simple, coronel -propuso-: hay que matarlo.
 El coronel Aureliano Buendía no se alarmó por la frialdad de la proposición, sino por la forma en que se anticipó una fracción de segundo a su propio pensamiento:
 -No esperen que yo dé esa orden -dijo.
 No la dio, en efecto. Pero quince días después el general Teófilo Vargas fue despedazado a machetazos en una emboscada y el coronel Aureliano Buendía asumió el mando central. La misma noche en que su autoridad fue reconocida por todos los comandos rebeldes, despertó sobresaltado, pidiendo a gritos una manta. Un frío interior que le rayaba los huesos y lo mortificaba inclusive a pleno sol le impidió dormir bien varios meses, hasta que se le convirtió en una costumbre. La embriaguez del poder empezó a descomponerse en ráfagas de desazón. Buscando un remedio contra el frío, hizo fusilar al joven oficial que propuso el asesinato del general Teófilo Vargas. Sus órdenes se cumplían antes de ser impartidas, aún antes de que él las concibiera y siempre llegaban mucho más lejos de donde él se hubiera atrevido a hacerlas llegar. Extraviado en la soledad de su inmenso poder, empezó a perder el rumbo. Le molestaba la gente que lo aclamaba en los pueblos vencidos y que le parecía la misma que aclamaba al enemigo. Por todas partes encontraba adolescentes que lo miraban con sus propios ojos, que hablaban con su propia voz, que lo saludaban con la misma desconfianza con que él los saludaba a ellos y que decían ser sus hijos. Se sintió disperso, repetido y más solitario que nunca. Tuvo la convicción de que sus propios oficiales le mentían. Se peleó con el duque de Marlborough. "El mejor amigo -solía decir entonces- es el que acaba de morir". Se cansó de la incertidumbre, el círculo vicioso de aquella guerra eterna que siempre lo encontraba a él en el mismo lugar, sólo que cada vez más viejo, más acabado, más sin saber por qué, ni cómo ni hasta cuándo. Siempre había alguien fuera del círculo de tiza. Alguien a quien la hacía falta dinero, que tenía un hijo con tos ferina o que quería irse a dormir para siempre porque ya no podía soportar en la boca el sabor a mierda de la guerra y que, sin embargo, se cuadraba con sus últimas reservas de energía para informar: "Todo normal, mi coronel". Y la normalidad era precisamente lo más espantoso de aquella guerra infinita: que no pasaba nada. Solo, abandonado por los presagios, huyendo del frío que habría de acompañarlo hasta la muerte, buscó un último refugio en Macondo, al calor de sus recuerdos más antiguos. Era tan grave su desidia que cuando le anunciaron la llegada de una comisión de su partido autorizada para discutir la encrucijada de la guerra, él se dio vuelta en la hamaca sin despertar por completo.
 -Llévenlos donde las putas -dijo.
 Eran seis abogados de levita y chistera que soportaban con un duro estoicismo el bravo sol de noviembre.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Orbis, 1982, pp. 180-183. ISBN: 84-7530-035-9.]

domingo, 8 de diciembre de 2024

La interpretación de los sueños.- Sigmund Freud (1856-1939)

 

1.- Los sueños
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 «En tiempos que podemos llamar precientíficos, la explicación de los sueños era para los hombres cosa corriente. Lo que de ellos recordaban al despertar era interpretado como una manifestación benigna u hostil de poderes supraterrenos, demoníacos o divinos. Con el florecimiento de la disciplina intelectual de las ciencias físicas, toda esta significativa mitología se ha transformado en psicología y actualmente son muy pocos, entre los hombres cultos, los que dudan aún de que lo sueños son una propia función psíquica del durmiente.
 Pero desde el abandono de la hipótesis mitológica han quedado los sueños necesitados de alguna explicación. Las condiciones de su génesis, su relación con la vida psíquica despierta, su dependencia de estímulos percibidos durante el sueño, las muchas singularidades de su contenido que repugnan al pensamiento despierto, la incongruencia entre sus representaciones y los afectos a ellas ligados y, por último, su fugacidad y su repulsa por el pensamiento despierto, que considerándolos como algo extraño a él, los mutila o extingue en la memoria, son problemas que desde hace muchos siglos demandan una satisfactoria solución, aún no hallada. El más interesante de todos ellos es el relativo a la significación de los sueños, el cual entraña dos interrogaciones principales. Refiérese la primera a la significación psíquica del acto de soñar, al lugar que el sueño ocupa entre los demás procesos anímicos y a su eventual función biológica. La segunda trata de inquirir si los sueños pueden ser interpretados, esto es, si cada uno de ellos posee un "sentido" tal como estamos acostumbrados a hallarlos en otros productos psíquicos.
 Tres distintas orientaciones se han seguido en el estudio de los sueños. Una de ellas, que ha conservado como un eco de la antigua valoración de este fenómeno ha sido adoptada por varios filósofos, para los cuales la base de la vida onírica es un estado especial de la actividad psíquica, al que incluso consideran superior al normal. Tal es, por ejemplo, la opinión de Schubert, según el cual el sueño sería la liberación del espíritu del poder de la naturaleza exterior, un desligamiento del alma de las cadenas de la materia. Otros pensadores no van tan lejos, pero mantienen el juicio de que los sueños nacen de estímulos esencialmente anímicos y representan manifestaciones de fuerzas psíquicas (de la fantasía onírica, Scherner, Volket) que durante el día se hallan impedidas de desplegarse libremente. Numerosos observadores conceden también a la vida onírica una capacidad de rendimiento superior a la normal por lo menos en determinados sectores (memoria).
 En total oposición a estas hipótesis, coincide la mayoría de los autores médicos en una opinión que apenas atribuye a los sueños el valor de un fenómeno psíquico. Según ella, los sueños son provocados exclusivamente por estímulos físicos o sensoriales, que actúan desde el exterior sobre el durmiente, o surgen casualmente en sus órganos internos. Lo soñado no podrá, por tanto, aspirar a significación ni sentido, siendo comparable a la serie de sonidos que los dedos de un individuo profano en música arrancan al piano al recorrer al azar su teclado. Los sueños deben, pues, considerarse como "un proceso físico inútil siempre y en muchos casos patológico" (Binz) y todas las peculiaridades de la vida onírica se explican por la incoherente labor que órganos aislados o grupos de células del cerebro sumido fuera de ellos en el sueño realizan obedeciendo a estímulos fisiológicos.
 Poco influida por este juicio de la ciencia e indiferente al problema de las fuentes de los sueños, la opinión popular parece mantenerse en la creencia de que los sueños tienen desde luego un sentido -anuncio del porvenir- que puede ser puesto en claro extrayéndolo de su argumento enigmático y confuso por un procedimiento interpretativo cualquiera. Los más empleados consisten en sustituir por otro el contenido del sueño tal y como el sujeto lo recuerda, ora trozo a trozo, conforme a una clave prefijada, ora en su totalidad y por otra totalidad con respecto a la cual constituye el sueño un símbolo. Los hombres serios ríen de estos esfuerzos interpretativos. "Los sueños son vana espuma".

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  Para mi gran asombro, descubrí un día que no era la concepción médica del sueño, sino la popular, medio arraigada aún en la superstición, la más cercana a la verdad. Tales conclusiones sobre los sueños fueron el resultado de aplicar a ellos un nuevo método de investigación psicológica que me había prestado excelentes servicios en la solución de las fobias, obsesiones y delirios, y que desde entonces había sido aceptado con el nombre de psicoanálisis por toda una escuela de investigadores. Las múltiples analogías de la vida onírica con los más diversos estados psicopatológicos de la vida despierta han sido acertadamente indicadas por numerosos investigadores médicos. Había, pues, desde un principio grandes esperanzas de que un procedimiento investigativo, cuya eficacia se había comprobado en los productos psicopáticos, pudiera aplicarse también a la explicación de los sueños. Las obsesiones  y los delirios son tan extraños a la conciencia normal como los sueños a la conciencia despierta, para la cual permanecen igualmente desconocidos los orígenes respectivos de ambas clases de fenómenos.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Planeta-De Agostini, 1985, en traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres, pp. 7-9. ISBN: 84-395-0001-7.]

domingo, 1 de diciembre de 2024

La tía Tula.- Miguel de Unamuno (1864-1936)

 

VII

 «Ahora, ahora que se había quedado viudo, era cuando Ramiro sentía todo lo que sin él siquiera sospecharlo había querido a Rosa, su mujer. Uno de sus consuelos, el mayor, era recogerse en aquella alcoba en que tanto habían vivido amándose y repasar su vida de matrimonio.
 Primero el noviazgo, aquel noviazgo, aunque no muy prolongado, de lento reposo, en que Rosa parecía como que le hurtaba el fondo del alma siempre, y como si por acaso no la tuviese o haciéndole pensar que no la conocería hasta que fuese suya del todo y por entero; aquel noviazgo de recato y de reserva, bajo la mirada de Gertrudis, que era todo alma. Repasaba en su mente Ramiro, lo recordaba bien, cómo la presencia de Gertrudis, la tía Tula de sus hijos, le contenía y desasosegaba, cómo ante ella no se atrevía a soltar ninguna de esas obligadas bromas entre novios, sino a medir sus palabras.
 Vino luego la boda y la embriaguez de los primeros meses, de las lunas de miel; Rosa iba abriéndole el espíritu, pero era éste tan sencillo, tan transparente, que cayó en la cuenta Ramiro de que no le había velado ni recatado nada. Porque su mujer vivía con el corazón en la mano y extendía ésta en gesto de oferta y con las entrañas espirituales al aire del mundo, entregada por entero al cuidado del momento, como viven las rosas del campo y las alondras del cielo. Y era a la vez el espíritu de Rosa como un reflejo del de su hermana, como el agua corriente al sol de que aquél era el manantial cerrado.
 [...]
 ¡Qué de recuerdos! Aquellos juegos cuando la pobre se le escapaba y la perseguía él por la casa toda, fingiendo un triunfo para cobrar como botín besos largos y apretados, boca a boca; aquel cogerle la cara con ambas manos y estarse en silencio mirándole el alma por los ojos y, sobre todo, cuando apoyaba el oído sobre el pecho de ella, ciñéndole con los brazos el talle, y escuchándole la marcha tranquila del corazón, le decía: "¡Calla, déjale que hable!"
 Y las visitas de Gertrudis, que con su cara grave y sus grandes ojazos de luto a que asomaba un espíritu embozado, parecía decirles: "Sois unos chiquillos que cuando no os veo estáis jugando a marido y mujer; no es ésta la manera de prepararse a criar hijos, pues el matrimonio se instituyó para casar, dar gracias a los casados y que críen hijos para el cielo".
 ¡Los hijos! Ellos fueron sus primeras grandes meditaciones. Porque pasó un mes y otro y algunos más y al no notar señal ni indicio de que hubiese fructificado aquel amor, "¿tendría razón -decíase entonces- Gertrudis? ¿Sería verdad que no estaban sino jugando a marido y mujer, y sin querer, con la fuerza toda de la fe en el deber, el fruto de la bendición del amor justo?" Pero lo que más le molestaba entonces, recordábalo bien ahora, era lo que pensarían los demás, pues acaso hubiese quien le creyera a él, por no haber podido hacer hijos, menos hombre que otros. ¿Por qué no había de hacer él, y mejor, lo que cualquier mentecato, enclenque y apocado hace? Heríale en su amor propio; habría querido que su mujer hubiese dado a luz a los nueve meses justos y cabales de haberse ellos casado. Además, eso de tener hijos o no tenerlos debía depender -decíase entonces- de la mayor o menor fuerza de cariño que los casados se tengan, aunque los hay enamoradísimos uno de otro y que no dan fruto, y otros, ayuntados por conveniencias de fortuna y ventura, que se cargan de críos. Pero -y esto sí que lo recordaba bien ahora- para explicárselo había fraguado su teoría, y era que hay un amor aparente y consciente, de cabeza, que puede mostrarse muy grande y ser, sin embargo, infecundo, y otro sustancial y oculto, recatado aun al propio conocimiento de los mismos que lo alimentan, un amor del alma y el cuerpo enteros y juntos, amor fecundo siempre. ¿No querría él lo bastante a Rosa o no le querría lo bastante Rosa a él? Y recordaba ahora cómo había tratado de descifrar el misterio mientras la envolvía en besos, a solas, en el silencio y oscuridad de la noche, y susurrándola, una y otra vez al oído, en letanía, un rosario de "¿me quieres, me quieres, Rosa?", mientras a ella se le escapaban los síes desfallecidos. Aquello fue una locura, una necia locura, de la que se avergonzaba apenas veía entrar a Gertrudis derramando serena seriedad en torno, y de aquello le curó la sazón del amor cuando le fue anunciado el hijo. Fue un transporte loco..., ¡había vencido! Y entonces fue cuando vino, con su primer fruto, el verdadero amor.
  El amor, sí. ¿Amor? ¿Amor dicen? ¿Qué saben de él todos esos escritores amatorios, que no amorosos, que de él hablan y quieren excitarlo en quien los lee? ¿Qué saben de él los galeotos de las letras? ¿Amor? No amor, sino mejor cariño. Eso de amor -decíase Ramiro ahora- sabe a libro; sólo en el teatro y en las novelas se oye el yo te amo; en la vida de carne y sangre y hueso el entrañable ¡te quiero! y el más entrañable aún callárselo. ¿Amor? No, ni cariño siquiera, sino algo sin nombre y que no se dice por confundirse ello con la vida misma. Los más de los cantores amatorios saben de amor lo que de oración los masculla-jaculatorias, traga-novenas y engulle-rosarios. No, la oración no es tanto algo que haya que cumplirse a tales o cuales horas, en sitio apartado y recogido y en postura compuesta, cuanto es un modo de hacerlo todo votivamente, con toda el alma y viviendo en Dios. Oración ha de ser el comer, y el beber, y el pasearse, y el jugar, y el leer, y el escribir, y el conversar y hasta el dormir, y el rezo todo, y nuestra vida un continuo y mudo "hágase tu voluntad" y un incesante "¡venga a nos el tu reino!", no ya pronunciados, mas ni aun pensados siquiera, sino vividos. Así oyó la oración una vez Ramiro a un santo varón religioso que pasaba por maestro de ella, y así lo aplicó él al amor luego. Pues el que profesara a su mujer y a ella le apegaba veía bien ahora en que ella se le fue, que se le llegó a fundir con el rutinero andar de la vida diaria, que lo había respirado en las mil naderías y frioleras del vivir doméstico, que le fue como el aire que se respira y al que no se le siente sino en momentos de angustioso ahogo, cuando nos falta. Y ahora ahogábase Ramiro, y la congoja de su viudez reciente le revelaba todo el poderío del amor pasado y vivido.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Salvat Editores, 1969, pp. 52-55. Depósito legal: M-8.545-1969.]

domingo, 24 de noviembre de 2024

101 experiencias de filosofía cotidiana.- Roger-Pol Droit (1949)

 

44.-Hacer caligrafía
Duración: de 20 a 30 minutos
Material: papel y pluma de buena calidad
Efecto: concentrador

 «Escribir no es una actividad intelectual. Es, en primer lugar, un ejercicio de la mano. Quizá principalmente eso. Lo que pensamos, lo que escribimos en el papel como supuestos o pretendidos significados, tiene, sin duda, mucha menos importancia, y mucho menos interés, que la atención que se requiere para formar bien las letras, esbozar estéticamente su contorno exacto, realizar minúsculos equilibrios entre líneas rectas y curvas, bucles y puntos.
 Para experimentarlo, debes empezar por esforzarte en trazar al mismo ritmo, sin brusquedad, de manera regular, las frases, incluso las más triviales, que te pasen por la cabeza. Lo que cuenta, una vez más, no es el alcance de lo que estás escribiendo. El contenido de los signos, su "sentido", como se suele decir, no tiene más que una importancia secundaria. Lo único que vale es la regularidad de los trazos, su progresión metódica, el hecho de escribir, en orden, unas letras encadenadas, bien formadas, legibles, proporcionadas, claras.
 Concentra tu atención en los movimientos exactos y minúsculos de tus músculos, los cortos recorridos de la punta del bolígrafo o la pluma. Procura no detenerte, o lo menos posible, entre dos frases. Mantén el mismo ritmo. Lo que escribes no tiene ninguna importancia. El acto de escribir es suficiente. Evita en la medida de lo posible acelerar el ritmo o aminorarlo. La letra debe ser cuidada, dibujada, pero también monótona, constante y fluida en su avance. Su velocidad debe variar lo menos posible. Tienes que conseguir una continuidad casi perfecta, automática. Esta vez, también, solamente cuenta el hecho de que vas trazando, inexorablemente, con una aplicación cada vez más indiferente a toda voluntad, unas líneas horizontales dibujadas en el papel mediante la obstinada sucesión de letras y palabras.
 Puedes escribir todo lo que se te ocurra, recuerdos de la niñez, lista de la compra, insultos nuevos, parodia de un informe policial, postales de vacaciones, confesiones íntimas, cartas de amor, declaración de impuestos, parte de accidente. Lo esencial es que, cada vez, te preocupes menos por lo que significan las frases. Sea cual sea su significado, debes considerarlas como simples ocasiones para que la escritura prosiga.
 La experiencia consiste en sentir que el avance de las líneas, la caligrafía de las páginas que se suceden unas tras otras, permanece indiferente a lo que las frases quieren decir. Por un lado, el bullicio de nociones, sintaxis y sentimientos, el alboroto del sentido, la proliferación de coherencias y conflictos. Por otro lado (¿es realmente un "lado"?), el pulso de la grafía, sin sentido, casi pura, automática, movida por la única necesidad de seguir avanzando, por la regularidad repetida de ser incesantemente idéntica a sí misma.
 Quizá así llegues a sentir que todo lo que creemos decir y pensar es doble. Más allá del sentido más evidente que transmitimos, más o menos conocido pero siempre en apariencia disponible, probablemente distingas la permanencia secreta, inagotable, imposible de delimitar, de una inscripción corriente, arrastrada por su propio movimiento. Nada que ver con lo que significan las palabras. Por completo indiferente a lo que transmiten los textos en cuanto a ideas, informaciones, afectos. Grafía, nada más que grafía. Atravesando los cuerpos, los pensamientos, los músculos, las hojas. El interminable flujo de lo escrito.
[...]

77.- Oír nuestra voz grabada
Duración: unos minutos
Material: una grabación donde se oiga nuestra voz
Efecto: descolocante

 Uno siempre se sorprende. "¿Ése soy yo?" Tu propia voz te parece demasiado aguda o demasiado grave, demasiado lenta o demasiado rápida, mal puesta, mal colocada, desfasada, inesperada. Al principio no reconoces el timbre ni la velocidad. Y eso que la grabación refleja correctamente la voz de los demás. Pero la tuya, no.
 Sabes que eres tú quien ha pronunciado esas palabras y esas frases. Por otra parte, identificas sin dudar tu discurso, pero como al bies, de perfil, desde un ángulo curioso. Tú y no tú. Caes en una falla, un vacío que se ha abierto de repente. Tú te conoces "desde dentro". Ahora te percibes "desde fuera". Los profesionales están acostumbrados. Los profesionales de radio y de grabaciones se conocen la voz desde fuera tanto como desde dentro. Trabajan con y en esta materia. Están acostumbrados a oírse y ya no experimentan la sorpresa y el malestar que suscitan, por lo común, las primeras veces que uno escucha su propia voz tal como la oyen los demás.
 Jamás ningún ser humano, en el mundo de otras épocas, pudo oír su voz como los demás la oían. Como tampoco ver su imagen como los demás la veían. Las máquinas han hecho posible este descentramiento. No es un salir de sí mismo. Confirma, con el apoyo de las herramientas, que nuestra intimidad es ignorancia. La técnica ayuda a la filosofía. Nos lleva a preguntar con qué apariencia quedarnos: ¿la que nos ofrece, desde dentro, una imagen de nosotros mismos o bien la que parece objetiva y se graba? La misma pregunta es válida para la cara, los pensamientos, para el conjunto de nuestros comportamientos. Permanece indefinidamente sin respuesta. Siempre sorprende.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Blackie Books, 2015, en traducción de Esther Andrés Gromaches, pp. 141-144 y 239-241. ISBN: 978-84-941676-7-6.]

domingo, 17 de noviembre de 2024

Historia de la filosofía II.- Felipe Martínez Marzoa (1943)

 Epílogo


 «A lo largo de este libro hemos interpretado el título philosophía en el sentido de que una sophía (destreza, pericia, saber-habérselas) que ya no fuese ni la del carpintero ni la del marinero ni la de ningún otro en particular, sino algo así como el saber-habérselas pura y simplemente, digamos el hacerse cargo del juego mismo que siempre ya se está jugando, sería una cierta ruptura con el juego o detención de él, ciertamente de o con el juego que se está jugando, por lo tanto sería, ciertamente, jugar, pero, por así decir, llegando de fuera, y esto es lo que dice la palabra griega theoría, pues el theorós es aquél que está en un juego o fiesta llegando de fuera; el tema adjetival philo-, que designa la pertenencia, esto es, la separación esencial o interna, expresa este carácter de ruptura, separación o detención. El hacerse cargo del juego mismo sólo puede ocurrir como una cierta pérdida del juego o ruptura con él o distanciamiento con respecto a él y, sin embargo, el juego es el juego que siempre ya estamos jugando y seguimos jugando; que el juego mismo acontezca, eso sólo ocurre en la pérdida de él mismo, en su mismo substraerse; el rasgo "filosófico", el que el juego mismo acontezca, comporta a la vez la pérdida del juego; el juego mismo es el "entre" o la abertura o la distancia, el substraerse que le es inherente deja como el rastro de ese substraerse el horizonte uniforme-infinito, y como vimos, esto, dicho de otra manera, es que el perderse inherente a Grecia deja que tenga lugar el Helenismo y, cuando eso que queda, el rastro de substraerse, sea no sólo lo que queda, sino, en cuanto lo que queda, la base para un nuevo comienzo, entonces será la Modernidad. Por ser ello la distancia o el "entre" o la abertura, por eso su comparecer es ni más ni menos que su substraerse, y por eso Grecia es su mismo perecer y así dejar que tenga lugar aquello que en el presente contexto hemos designado como lo uniforme-infinito. Y aquí todo lo ya dicho de que el sentido del estudio de Grecia es que él es el camino hacia la asunción  de lo propio nuestro, porque es Grecia, en cuanto que ella es su mismo perecer, lo que deja que tengamos lugar nosotros, y de que, recíprocamente, puesto que Grecia es ese mismo perecer, el viaje a Grecia sólo es auténtico si produce él mismo el retorno. Bien entendido -digámoslo una vez más- que por "estudio de Grecia" no entendemos proposiciones acerca de "Grecia" y "lo griego", sino el trabajo línea a línea y verso a verso sobre Homero, Píndaro, Sófocles, Heráclito, Parménides, Platón, Aristóteles y que por ocupación sobre la Modernidad no entendemos tesis acerca de "la Modernidad", "lo moderno", la "crítica de la modernidad", etc. sino el trabajo línea a línea (en su caso verso a verso) sobre Leibniz, Kant, Fichte, Schelling, Hegel, Hölderlin, Goethe, etc.; nada de lo que hemos dicho tiene el carácter de tesis "acerca de" "Grecia", "la Modernidad", "la filosofía", "la historia", "la historia de la filosofía"; todo ello son sólo maneras coyunturalmente breves de aludir al verdadero trabajo.
  Aun con todas las precauciones en las que tanto hemos insistido acerca del significado (o de la carencia de significado) que cabe atribuir a las fórmulas generales que nosotros mismos ocasionalmente empleamos, parece que lo dicho impide obviar la siguiente cuestión: nuestra exposición sobre la historia de la filosofía ha querido esbozar cómo en efecto el que el juego mismo acontezca como tal comporta aquella detención o ruptura del juego, cómo esto, una vez ocurrido, deja como rastro el horizonte uniforme-infinito, la verdad como cosa del enunciado, etc. y cómo ello, a través de la reinterpretación de la cuestión del juego como cuestión de la legitimidad del enunciado o de la certeza, conduce a la absolutez de la distancia, a que el "a dónde" de la ruptura, que por su misma noción es nada, sea todo. Parece, pues, que la philosophía se ha "consumado", que la Geschichte se ha cumplido. ¿Significa esto que "la historia de la filosofía" ha terminado?, la fórmula, tal como suena, está fuera de lugar, porque, si decimos que "termina" o que "ha terminado", ya la estamos considerando como un segmento dentro del acontecer que siempre viene de atrás y siempre sigue, cuando de lo que se trataba desde el principio (desde 1) era de entender que esa noción del horizonte no es una noción fenomenológicamente primaria. Más bien debemos, pues, relacionar la impresión de que la Geschichte se ha cumplido con algo precisamente vinculado a lo antes dicho de que no se trata de unas u otras fórmulas generales, sino de entender las palabras, y ello es lo siguiente: que se ha cumplido o que se ha consumado no quiere decir que "ya no haya" filosofía; quiere decir precisamente que la hay, esto es: que está ahí reclamando ser entendida; esto no sólo no nos priva de originalidad, sino que constituye una situación rigurosamente original en el siguiente sentido: si el que la comprensión de Platón o de Kant por Hegel fuese unilateral, la de Platón por Kant de manual malo, la de Kant por Nietzsche errónea, la de Platón por Nietzsche superficial, etc., si todo ello no impide en absoluto que cada uno de esos pensadores herede legítimamente a los anteriores, en cambio hoy es probablemente esa especie de diálogo inocente o de continuidad no pensada lo que nos está vedado. Que a la filosofía hoy le sea inherente el carácter hermenéutico no quiere decir nada parecido a que consista en "exégesis de textos" en el significado trivial de esta expresión. Se trata de una caracterización referente al sentido global de la tarea, no al modo de su plasmación disciplinar.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Istmo, 1994, pp. 266-268. ISBN: 84-7090-274-1 (tomo II).]

domingo, 10 de noviembre de 2024

Temor y temblor.- Sören Kierkegaard (1813-1855)

 

Proemio

 «Érase cierta vez un hombre (1) que en su infancia había oído contar la hermosa historia (2) de cómo Dios quiso probar a Abraham, y cómo éste soportó la prueba, conservó la fe y, contra toda esperanza, recuperó de nuevo a su hijo. Siendo ya un hombre maduro volvió a leer aquella historia y le admiró todavía más, porque la vida había separado lo que se había presentado unido a la piadosa ingenuidad del niño. Y sucedió que cuanto más viejo se iba haciendo, tanto más frecuentemente volvía su pensamiento a este relato: su entusiasmo crecía más y más, aunque, a decir verdad, cada vez lo entendía menos. Hasta que al fin, absorbido por él, acabó olvidando todo lo demás y su alma no alimentó más que un solo deseo: ver a Abraham; sólo tuvo un pesar: no haber podido ser testigo presencial de aquel acontecimiento. No es que anhelase contemplar las hermosas comarcas de oriente, ni las bellezas mundanas de la tierra prometida, ni a aquel matrimonio temeroso de Dios, cuya vejez bendijo el Señor, ni la venerable figura del patriarca, tan entrado ya en años, ni la florida juventud de ese Isaac donado por Dios; para él habría sido lo mismo si la historia hubiese acaecido en el más estéril de los eriales. Lo que de veras deseaba era haber podido participar en aquel viaje de tres días, cuando Abraham, caballero sobre su asno, llevaba su tristeza por delante y su hijo junto a él. Hubiera querido presenciar el instante en que Abraham, al levantar la mirada, vio, allá en el horizonte, el monte Moriah; y hubiera querido presenciar también el instante en que, después de apearse de los asnos, a solas ya con el hijo, inició la ascensión de la montaña: su pensamiento no estaba atento a artísticos bordados de la fantasía sino a los estremecimientos de la idea.
 Este hombre no era un pensador, no experimentaba deseo alguno de ir más allá de la fe y le parecía que lo más maravilloso que le podría suceder era ser recordado por las generaciones futuras como padre de esa fe: consideraba el hecho de poseerla como algo digno de envidia, aun en el caso de que los demás no llegasen a saberlo.
 Este hombre no era un docto exégeta. Tampoco conocía la lengua hebrea; de haberlo sabido es posible que le hubiese resultado fácil comprender la historia de Abraham.
[...]

 (1) Probablemente el padre de Kierkegaard.
 (2) Gén. cap. 22

Consideraciones preliminares

 Dice un antiguo proverbio, procedente del mundo externo y visible: "Quien no quiera trabajar, no coma" (1). Pero resulta tan evidente como curioso que dicho proverbio se adecúa muy poco al ambiente que lo inspiró: el mundo exterior está sujeto a la ley de la imperfección y por ello podemos ver una y otra vez darse la circunstancia de que también come quien no trabaja, recibiendo además el dormilón más abundante y sustanciosa comida que el trabajador. En este mundo de las apariencias visibles las cosas pertenecen a quienes las poseen, y están sometidas constantemente a la ley de la indiferencia; basta poseer el anillo para que el genio que en él mora obedezca a su propietario, tanto si es Nuredin como si es Aladino (2); quien posee las riquezas de este mundo es dueño de ellas, sin que importe la forma en que las consiguió. Pero en el mundo del espíritu no ocurren las cosas del mismo modo. Impera en él un orden eterno y divino; no llueve allí del mismo modo sobre justos e injustos (3), ni brilla allí el mismo sol sobre buenos y malos. En el mundo del espíritu es válido el proverbio de que sólo quien trabaja come; sólo quien conoció angustias reposa; sólo quien desciende a los infiernos salva a la persona amada y sólo quien empuña el cuchillo conserva a Isaac. A quien se niega a trabajar se le niega a su vez la comida, y se le engaña del mismo modo que los dioses engañaron a Orfeo con una silueta etérea en lugar de su amada (4); le engañaron porque era blando y nada valeroso, le engañaron porque era un tañedor de cítara, pero no un hombre. De nada sirve allí el tener a Abraham por padre (5) ni diecisiete cuarteles de nobleza; allí se le aplica a quien se niega a trabajar aquello que está escrito de las vírgenes de Israel (6): "Parirá viento, pero quien trabaja parirá a su propio padre".
  Existe una doctrina que temerariamente pretende introducir en el mundo del espíritu ese principio de indiferencia que aflige al mundo visible. Supone que basta con conocer lo que es grande y que no se requiere mayor esfuerzo. Pero al obrar así falta el alimento y llega la muerte por hambre mientras todo lo que está alrededor se transmuta en oro (7); ¿qué se puede llegar a conocer así?
 Sumaban unos cuantos miles los griegos contemporáneos de Milcíades que supieron de los triunfos de éste, e incontables han sido las personas de las generaciones posteriores que también los han conocido, pero sólo una persona entre tal muchedumbre perdía el sueño por su causa (8). Innumerables generaciones han sabido de memoria, palabra por palabra, la historia de Abraham, pero ¿cuántos perdieron el sueño por su causa?»

 (1) Cf. II Tes., 3-10.
 (2) En Aladino, de Oehlenschläger, el protagonista, símbolo de la luz, aparece en contraposición a Nuredin, que representa las tinieblas.
 (3) Mt., 5-45.
 (4) Se refiere a la interpretación humorística que da Platón del mito de Orfeo (Banquete, 179 D): los dioses le engañan porque en vez de tener el valor de morir antes para ir en busca de Eurídice, se las había ingeniado para entrar vivo en los infiernos.
 (5) Mt., 3-9.
 (6) Is., 26-18 
 (7) Alusión a la leyenda de Midas (Ovidio, Metamorfosis, XI, 85 y ss.)
 (8) Cf. Plutarco, Temístocles 3-3. 

 [El texto pertenece a la edición en español de Editora Nacional, 1981, en traducción de Vicente Simón Merchán, pp. 61-62 y 83-85. ISBN: 84-276-1257-7.] 

domingo, 3 de noviembre de 2024

Cinco vidas.- Francisco Javier Martínez Cisneros (1963)

 

 De A la sombra de los menhires (1995)

IV
«Acostado a la sombra de los menhires
Persiguiendo el curso del sol
Escuchaba el coro de los albatros

Mi alma era un ramal de siglos extasiados
Mi alma era un castillo transparente
Mi alma era reciente como una mirada

Cuando resplandeció de pronto
El perfil de un navío
Maniobró
Y supe que era el mío

Y supe que era el barco
Cuando una de las aves echó a volar
Y convirtiose en un ángel dorado

VI

Porque la orilla un día termina de repente
Y las aves escapan hacia otras latitudes
Cómplices a través de la niebla

Sobre la tierra
Quedan las huellas y las plumas
Y fragmentado el viento
Marañas de desdeñosas hojas se suicidan

Allí permanece un hombre apagado
Su sombrero gris es negro
Ayer murió su mano

Y más sonoro es su nombre
Que la melancolía

XI

Deja en la puerta besos y caricias
Y entra como la luz sin ser sentida
Y acércate con esa juventud
Que sólo de tu cuerpo bebería

Pósate imperceptible sobre todas
Las cosas de mi vida y hazte tan
Necesaria que nunca te confunda
Ni en el amor ni en el llanto ni en la risa

Y rómpete en montones de secretos
Como un inmenso y desunido océano
Donde extraviar gaviotas y sirenas

Y aléjame por último las sombras
Que levantan los juicios de los hombres
Llenando de dolor los corazones


XV

 ¿Quién derramará sobre mí
Unas gotas de bálsamo?

Si llegara la muerte
Sería como el olvido vagando equivocado
Ojos de par en par abiertos

Y mis dudas
Mis indecisiones
Mis opacidades
Oh Dios si estás allá arriba
Cuando llegue la sombra
Con las alas del martín pescador
Y el aroma otoñal de las rosas
Conviértelo todo en copas
O nubes
O ríos de frescura

Algún día construirá el clamor
Un mundo de silencio

Y el mejor tiempo habrá sido»

  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Tusitala, colección Erato, 2018, pp. 61, 64, 70 y 75. Depósito legal: Z-853-2018.]

domingo, 27 de octubre de 2024

La Biblia.- Anónimo (900 a.C. - 100 d.C.)

 

Eclesiástico
5.- La falsa seguridad

  «1.-No te apoyes sobre las riquezas / y no digas: "Me basto a mí mismo".
 2.-No te apoyes en ti mismo y en tu fuerza / para vivir según los deseos de tu corazón.
 3.-No digas: "¿Quién me dominará?" / Porque sin duda te castigará el Señor.
 4.-No digas: "He pecado ¿y qué me ha sucedido?" / Porque el Señor es paciente.
 5.-Aun del pecado expiado no vivas sin temor / y no añadas pecados a pecados.
 6.-Y no digas. "Grande es su misericordia, / Él perdonará mis muchos pecados".
 7.-Porque en Él hay misericordia y cólera / y sobre los pecadores desahogará su furor.
 8.-No difieras convertirte al Señor / y no lo dejes de un día para otro.
 9.-Porque de repente se desfoga su ira / y en el día de la venganza, perecerás.
 10.-No te apoyes en las riquezas mal adquiridas, / porque nada te aprovecharán en el día de la ira.

Moderación de la lengua

 11.-No te dejes llevar de todo viento / y no camines por una senda cualquiera / que así es como obra el pecador de doble corazón.
 12.-Sé firme en tus juicios / y no tengas más que una palabra.
 13.-Sé pronto para oír / y lento para responder.
 14.-Si tienes que responder, responde; / si no, pon la mano a la boca.
 15.-En el hablar está la gloria o la deshonra / y la lengua del hombre es su ruina.
 16.-Que nadie te llame chismoso / y no tiendas lazos con tu lengua.
 17.-Porque sobre el ladrón vendrá la confusión / y la condenación sobre el de corazón doble.
 18.-No ofendas a nadie, ni en mucho ni en poco.

6 

 1.- Y no te hagas enemigo para con el amigo / porque mala fama trae como herencia vergüenza y oprobio; / tal es (lo que le espera) al pecador de lengua doble.

El orgullo

 2.-No te engrías en el consejo de tu alma / no sea que te destroce como un toro.
 3.-No devores las hojas para echar a perder tus frutos / pues te quedarás como leño seco.
 4.-El alma perversa se pierde a sí misma / y será el ludibrio de sus enemigos.
 5.-La palabra suave multiplica los amigos, / la lengua bien hablada es rica en afabilidad.

Los amigos
6.-Si tuvieres muchos amigos / uno entre mil sea tu consejero.
 7.-Si tienes un amigo, ponle a prueba / y no te confíes a él tan fácilmente.
 8.-Porque hay amigos de ocasión / que no son fieles en el día de la tribulación.
 9.-Hay amigo que se torna en enemigo / y que descubrirá tu querella ignominiosa.
 10.-Hay amigos que sólo son compañeros de mesa / y no te serán fieles en el día de la tribulación.
 11.-En tus días felices será otro tú / y hablará afablemente de los tuyos.
 12.-Pero si te viere humillado se volverá contra ti / y te ocultará su rostro.
 13.-Apártate de tus enemigos / y guárdate de tus amigos.
 14.-Un amigo fiel es poderoso protector; / el que le encuentra halla un tesoro.
 15.-Nada vale tanto como un amigo fiel; / su precio es incalculable.
 16.-Un amigo fiel es remedio saludable; / los que temen al Señor lo encontrarán.
 17.-El que teme al Señor es fiel a la amistad / y como fiel es él, así lo será su amigo.

Ventajas de la sabiduría 

 18.-Hijo mío, desde tu mocedad date a la doctrina / y hasta tu ancianidad hallarás sabiduría.
 19.-Allégate a ella como ara y siembra el labrador / y espera buenos frutos.
 20.-Porque el trabajo te fatigará un poco / pero pronto comerás de sus frutos.
 21.-Es muy duro para los indisciplinados / y el insensato no permanecerá en él.
 22.-Pesará sobre él como pesada piedra de prueba / y no tardará en arrojarla de sí.
 23.-Porque la sabiduría es conforme a su nombre / y no se manifiesta a muchos.
 24.-Escucha, hijo mío, y recibe mis avisos / y no rehúyas mis consejos.
 25.- Da tus pies a sus cepos / y tu cuello a su argolla.
 26.-Dale tu hombro / y no te molesten sus ataduras.
 27.-Allégate a ella con toda tu alma / y con todas tus fuerzas sigue sus caminos.
 28.-Sigue su rastro, busca y se te dará a conocer / y una vez apresada no la sueltes;
 29.-Porque al fin hallarás en ella tu descanso y tu gozo.
 30.- Y serán para ti sus cepos defensa poderosa, / y su argolla túnica de gloria.
 31.-Su yugo es ornamento de oro / y sus ataduras son cordón de jacinto.
 32.-Te la vestirás como túnica de gloria / y te la ceñirás como corona de exaltación.
 33.-Si quieres, hijo mío, adquirirás la doctrina / y si te entregas a ella, serás avisado.
 34.-Si con gusto la oyes, la tendrás; / si inclinas a ella tu oído, serás sabio.
 35.-Busca la compañía de los ancianos/ y si hallas algún sabio, allégate a él. / Toda conversación acerca de Dios, escúchala con gusto / y no rehúyas las sentencias de la sabiduría.
 36.-Si ves hombre discreto, apresúrate a unirte a él / y frecuenten tus pies la escalera de su puerta.
 37.-Medita en los preceptos del Señor / y ejercítate siempre en sus mandatos; / Él confirmará tu corazón / y te dará sabiduría a tu deseo.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Biblioteca de Autores Cristianos, 1977, en versión de Eloino Nacar Fuster y Alberto Colunga Cueto, y revisión a cargo de una comisión de escrituristas presidida por Maximiliano García Cordero, pp. 888-890. ISBN: 84-220-0258-2.]

domingo, 20 de octubre de 2024

Critón o del deber.- Platón (427 - 327 a.C.)

 

  «Sócrates: Nosotros, mi querido Critón, no debemos curarnos de lo que diga el pueblo sino sólo de lo que dirá aquél que conoce lo justo y lo injusto, y este juez único es la verdad. Ves por esto que sentaste malos principios cuando dijiste al comienzo que debíamos hacer caso de la opinión del pueblo sobre lo justo, lo bueno y lo honesto y sus contrarios. Quizá me dirás: pero el pueblo tiene el poder de hacernos morir.
 Critón: Seguramente que se dirá.
 Sócrates: Así es, pero mi querido Critón, esto no podrá variar la naturaleza de lo que acabamos de decir. Y si no, respóndeme: ¿no es un principio sentado que el hombre no debe desear tanto el vivir como el vivir bien?
 Critón: Estoy de acuerdo.
 Sócrates: ¿No admites igualmente que vivir bien no es otra cosa que vivir como lo reclaman la probidad y la justicia?
 Critón: Sí.
 Sócrates: Conforme a lo que acabas de concederme, es preciso examinar ante todo si hay justicia o injusticia en salir de aquí sin el permiso de los atenienses; porque si esto es justo, es preciso intentarlo; y si es injusto es preciso abandonar el proyecto. Porque con respecto a todas esas consideraciones que me has alegado, de dinero, de reputación, de familia, ¿qué otra cosa son que consideraciones de ese vil populacho que hace morir sin razón y que sin razón quisiera después hacer revivir, si le fuera posible? Pero respecto a nosotros, conforme a nuestro principio, todo lo que tenemos que considerar es si haremos una cosa justa dando dinero y contrayendo obligaciones con los que nos han de sacar de aquí, o bien si ellos y nosotros no cometeremos en esto injusticia; porque, si la cometemos, no hay más que razonar; es preciso morir aquí o sufrir cuantos males vengan antes que obrar injustamente.
 Critón: Tienes razón, Sócrates, veamos cómo hemos de obrar.
 Sócrates: Veámoslo juntos, amigo mío; y si tienes alguna objeción que hacerme cuando yo hable, házmela, para ver si puedo someterme, y en otro caso, cesa, te lo suplico, de estrecharme a salir de aquí contra la voluntad de los atenienses. Yo quedaría complacidísimo de que me persuadieras a hacerlo pero yo necesito convicciones. Mira, pues, si te satisface la manera con que voy a comenzar este examen y procura responder a mis preguntas lo más sinceramente que te sea posible.
 Critón: Lo haré.
 Sócrates: ¿Es cierto que jamás se pueden cometer injusticias? ¿O es permitido cometerlas en unas ocasiones y en otras no? ¿O bien es absolutamente cierto que la injusticia jamás es permitida, como muchas veces hemos convenido y ahora mismo acabamos de convenir? ¿Y todos estos juicios, con los que estamos de acuerdo, se han desvanecido en tan pocos días? ¿Sería posible, Critón, que en nuestros años, las conversaciones más serias se hayan hecho semejantes a las de los niños, sin que nos hayamos dado cuenta de ello? ¿O más bien es preciso atenernos estrictamente a lo que hemos dicho: que toda injusticia es vergonzosa y funesta al que la comete, digan lo que quieran los hombres, y sea bien o sea mal el que resulte?
 Critón: Estamos conformes.
 Sócrates: ¿Es preciso no cometer injusticia de ninguna manera?
 Critón: Sí, sin duda.
 Sócrates: ¿Entonces es preciso no hacer injusticia a los mismos que nos la hacen, aunque el vulgo crea que esto es permitido, puesto que convienes en que en ningún caso puede tener lugar la injusticia?
 Critón: Así me lo parece.
 Sócrates: ¡Pero qué! ¿Es permitido hacer mal a alguno o no lo es?
 Critón: No, sin duda, Sócrates.
 Sócrates: ¿Pero es justo volver el mal por el mal, como lo quiere el pueblo, o es injusto?
 Critón: Muy injusto.
 Sócrates: ¿Es cierto que no hay diferencia entre hacer el mal y ser injusto?
 Critón: Lo confieso.
 Sócrates: Es preciso, por consiguiente, no hacer jamás injusticia, ni volver el mal por el mal, cualquiera que haya sido el que hayamos recibido. Pero, ten presente, Critón, que confesando esto, acaso hables contra tu propio juicio, porque sé muy bien que hay muy pocas personas que lo admiten y siempre sucederá lo mismo. Desde el momento en que están discordes sobre este punto, es imposible entenderse sobre lo demás y la diferencia de opiniones conduce necesariamente a un desprecio recíproco. Reflexiona bien, y mira si realmente estás de acuerdo conmigo y si podemos discutir, partiendo de este principio: que en ninguna circunstancia es permitido ser injusto, ni volver injusticia por injusticia, mal por mal; o si piensas de otra manera, provoca como de nuevo la discusión. Con respecto a mí, pienso hoy como pensaba en otro tiempo. Si tú has mudado de parecer, dilo, y exponme los motivos, pero si permaneces fiel a tus primeras opiniones, escucha lo que te voy a decir.
 Critón: Permanezco fiel y pienso como tú; habla, ya te escucho.
 Sócrates: Prosigo, pues, o más bien te pregunto: ¿un hombre que ha prometido una cosa justa debe cumplirla o faltar a ella?
 Critón: Debe cumplirla.
 Sócrates: Conforme a esto, considera si saliendo de aquí sin el consentimiento de los atenienses haremos mal a alguno y a los mismos que no lo merecen. ¿Respetaremos o eludiremos el justo compromiso que hemos contraído?
 Critón: No puedo responder a lo que me preguntas, Sócrates, porque no te entiendo.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones EDAF, 1980, en versión de Patricio Azcárate, pp. 30-33. ISBN: 84-7166-656-1.]

domingo, 13 de octubre de 2024

Cómo se hace una tesis.- Umberto Eco (1932-2016)

 

II.- La elección del tema
II.6.- ¿Tesis científica o tesis política?
II.6.1.- ¿Qué es la cientificidad?

 «Una investigación es científica cuando cumple los siguientes requisitos:
 1) La investigación versa sobre un objeto reconocible y definido de tal modo que también sea reconocible por los demás. El término objeto no tiene necesariamente un significado físico. También la raíz cuadrada es un objeto aunque nadie la haya visto nunca. La clase social es un objeto de investigación, aunque alguno pudiera objetar que sólo se conocen individuos o medias estadísticas y no clases en sentido estricto. [...] Definir el objeto significa entonces definir las condiciones bajo las cuales podemos hablar en base a unas reglas que nosotros mismos estableceremos o que otros han establecido antes que nosotros. [...] Naturalmente, surgen problemas si tenemos que hablar, por ejemplo, de un ser fabuloso cuya inexistencia reconoce la opinión común, como por ejemplo el centauro. Llegados a este punto tenemos tres alternativas. En primer lugar, podemos decidirnos a hablar de los centauros tal y como se presentan en la mitología clásica, y así nuestro objeto llega a ser públicamente reconocible y localizable, pues tenemos que vérnoslas con textos (verbales o visuales) en que se habla de centauros [...] En segundo lugar podemos intentar una indagación hipotética sobre las características que tendría que tener una criatura viviente en un mundo posible (que no es el real) para poder ser un centauro. En tal caso habríamos de definir las condiciones de subsistencia de este mundo posible advirtiendo que toda nuestra disertación se desenvuelve en el ámbito de la hipótesis. [...] En tercer lugar podemos decidir que tenemos pruebas suficientes para demostrar que los centauros existen de verdad. Y, en tal caso, para constituir un objeto susceptible de discurso tendremos que presentar pruebas (esqueletos, restos óseos, huellas sobre lava solidificada, fotografías hechas con rayos infrarrojos en los bosques de Grecia o todo lo que queramos) tales que los demás puedan admitir que, por correcta o errónea que sea nuestra tesis, se trata de algo sobre lo que se puede hablar.
 Naturalmente, este ejemplo es paradójico y no creo que nadie quiera hacer tesis sobre los centauros, [...]
 2) La investigación tiene que decir sobre este objeto cosas que todavía no han sido dichas o bien revisar con óptica diferente las cosas que ya han sido dichas. Un trabajo matemáticamente exacto que viniera a demostrar con los métodos tradicionales el teorema de Pitágoras no sería un trabajo científico, pues no añadiría nada a nuestro conocimiento. [...] Hay que tener presente una cosa: que una obra de compilación sólo tiene sentido si no existe todavía ninguna parecida en ese campo. [...]
 3) La investigación tiene que ser útil a los demás. Es útil un artículo que presente un nuevo descubrimiento sobre el comportamiento de las partículas elementales. Es útil un artículo que cuente cómo ha sido descubierta una carta inédita de Leopardi y la transcriba por entero. Un trabajo es científico (una vez observados los requisitos de los puntos 1 y 2) si añade algo a lo que la comunidad ya sabía y si ha de ser tenido en cuenta, al menos en teoría, por todos los trabajos futuros sobre el tema. Naturalmente, la importancia científica es proporcional al grado de indispensabilidad que presenta la contribución. [...] Ahora bien, podría ocurrírsele a alguien sacar a la luz uno de esos documentos que suelen atribuirse burlonamente a los filósofos alemanes, de los que suelen llamarse "notas de lavandería"; se trata de textos de valor ínfimo en los que el autor había anotado las compras que tenía que hacer ese día. A veces también son útiles datos de este género, pues a pesar de todo dan un toque de humanidad a un autor que todos suponían aislado del mundo, o revelan que en aquel período él vivía bastante pobremente. A veces, en cambio, no añaden absolutamente nada a lo que ya se sabe, son pequeñas curiosidades biográficas y no tienen ningún valor científico, aunque lo tengan para las personas que consiguen fama de investigadores incansables sacando a la luz semejantes inepcias. [...]  
 4) La investigación debe suministrar elementos para la verificación y la refutación de las hipótesis que presenta y, por tanto tiene que suministrar los elementos necesarios para su seguimiento público. Este requisito es fundamental. Puedo pretender demostrar que hay centauros en el Peloponeso, pero tengo que hacer cuatro cosas precisas: a) presentar pruebas (como se ha dicho, por lo menos un hueso caudal); b) decir cómo he procedido para hacer el hallazgo; c) decir cómo habría que proceder para hacer otros; d) decir aproximadamente qué tipo de hueso (u otro hallazgo) mandaría al cuerno mi hipótesis el día que fuera encontrado.
 De este modo no sólo he suministrado las pruebas de mi hipótesis, sino que lo he hecho de modo que también otros puedan seguir buscando para confirmarla o ponerla en tela de juicio.
 Lo mismo sucede con cualquier otro tema. [...] Con lo cual he presentado una hipótesis, pruebas y procedimientos de verificación y de refutación. [...]
 Lo bueno de un procedimiento científico es que nunca hace perder el tiempo a los demás: también trabajar siguiendo el surco de una hipótesis científica para descubrir después que hay que refutarla es hacer algo útil bajo el impulso de una propuesta precedente. [...]
 Por otra parte, puede decirse que todo trabajo científico, en tanto que contribuye al desarrollo de los conocimientos de los demás, tiene siempre un valor político positivo (tiene valor político negativo toda acción que tienda a bloquear el proceso de conocimiento); mas por otra parte cabe decir con seguridad que toda empresa política con posibilidades de éxito ha de tener una base de seriedad científica.
 Ya habéis visto cómo se puede hacer una tesis "científica" sin hacer uso de logaritmos ni probetas.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Gedisa, 1985, en versión de Lucía Baranda y Alberto Clavería Ibáñez, pp. 48-53. ISBN: 84-7432-137-9.]

domingo, 6 de octubre de 2024

La voluntad de estilo: teoría e historia del ensayismo hispánico.- Juan Marichal (1922-2010)

El derecho a una voz propia: 
vislumbres del ensayo en la prosa del siglo XV

  «Las Epístolas de Mosén  Diego de Valera y los escritos de Fernando de la Torre y de Teresa de Cartagena (sobrina del obispo) -tres "cristianos nuevos"- revelan una misma actitud, dejando de lado ahora sus marcados contrastes; domina en ellos la voluntad de singularización y de individuación expresivas. Claro que este impulso individualizador se sustenta y justifica en nombre de un principio tradicional del origen religioso: "Todo hombre es de oír porque espíritu de Dios donde quiere expira; y muchas cosas se callaron por algunos grandes varones que se dijeron por otros menores"; así defendía Valera su derecho a la expresión literaria, a la enunciación de sus opiniones personales. [...] La novedad de Valera radica, ante todo, en presentarse como un "pobre caballero que sólo tiene un arnés y un pobre caballo" para exponer sus opiniones en materia política y social, equiparándolas a las de los religiosos y "hombres de consejo" que rodean al monarca castellano. Es así la suya una afirmación de la voz del "lego", del hombre alejado del centro del poder político -en contraste, por ejemplo, con la posición "central" de Alfonso de Cartagena-, pero que quiere, como él mismo dice, "entremeterse" en los asuntos públicos. Justifica también su osadía expresiva declarando modestamente que se dirige, en la mayoría de sus escritos, "a los que no tanto leyeron". Delimita así a su público, a su potencial auditorio, quitándose importancia y marcando el carácter casi "vulgar" de su función literaria. Pero, al mismo tiempo, indica que hay unos lectores, si se puede decir, poco leídos, que necesitan "guías" que estén a su mismo bajo nivel. Valera se convierte en su "pastor" mundano, en el intermediario entre ellos y la cultura. Para él, el escritor tiene el deber de "guiar a la humanidad e instruirla de buenas costumbres"; la conexión, que él no establece explícitamente, entre "los que no tanto leyeron" y "la humanidad" es manifiesta y apunta a su propósito literario, a la voluntad de enlazar su persona con las necesidades espirituales del mundo, del público "inculto". [...]
 La obra más interesante de Fernando de la Torre -el Libro de las veinte cartas y cuestiones, publicado por Paz y Melia en 1907- presenta una teoría y defensa de la literatura "mundana" mucho más sistemática que la de Valera. [...] Hasta hay en él una afirmación orgullosa -muy distinta a la actitud defensiva de Valera- de su condición de experto en materias de expresión mundana: "diciendo yo algo saber en la elocuencia común y plazible a los discretos". Ya no es, como en el caso de Valera, el escritor que aspira a vincularse con el "mundo", sino que se trata, ahora, del hombre que habla desde dentro del "mundo" y que se siente respaldado por el "mundo". Fernando de la Torre se complace así en referirse a las características propiamente "mundanas" de sus escritos, aludiendo a sus "desvaríos mal ordenados", a sus "letras de desvaríos". Señala, es verdad, que es "osado" al "escribir tantos desvaríos", pero -en contraste con Valera- la pretendida "osadía" está no en su condición personal, ni en el contenido de sus cartas, sino en la forma misma de éstas. Insistencia que revela manifiestamente su afán por mostrar el carácter natural de su composición literaria, su contraste obvio con la "manera de ordenar" eclesiástica. [...] En él los "desvaríos" apuntan sobre todo a dar un tono ameno, a conseguir lo que él llama "estilo gracioso" en su prosa, más que a reflejar fielmente el discurrir interno. Esta aspiración a escribir "graciosas lecturas" debe enlazarse además con el carácter de su auditorio: Fernando de la Torre se dirige preferentemente a las damas de la corte. [...] Porque, para el desarrollo de una prosa personalizada, era indispensable la participación, casi diríamos que el amparo, de un auditorio femenino; los "desvaríos" de Fernando de la Torre eran el reflejo directo de la demanda emocional de las lectoras. Éstas, las damas de la corte, consagraban así un estilo expresivo que representaba un nuevo grado de personalización en la prosa discursiva castellana, regida hasta entonces por los principios de la elocuencia que Fernando de la Torre llamaba "frairiega". Es probable que este escritor fuera un personaje semi-bufonesco para aquellas damas; y, desde luego, sus escritos marcaron una relativa "feminización" de la expresión literaria. [...]
 En el proceso articulador del siglo XV, Teresa de Cartagena representa quizás el mejor ejemplo de la persona "desgarrada" de su mundo que vence su aislamiento social mediante la creación de una obra semi-literaria. A su condición de cristiana nueva -y, en cierta medida, de mujer- se añadía en su caso un obstáculo físico: Teresa de Cartagena se había quedado sorda en su temprana juventud. Sus escritos -Arboleda de los enfermos y Admiración de las cosas de Dios- respondieron a su necesidad de comunicar al menos consigo mismo. Decide escribir, decía, para "hacer guerra a la ociosidad", aunque sentía que su obrita (la Arboleda) no era "comunal". En ella, por lo tanto, la expresión literaria no es enlace con los demás, sino ante todo vía de conocimiento propio; [...] "más sola me veréis en compañía de muchos que no cuando sola me retraigo a mi celda". Ya no es simplemente la conciencia del apartamiento social -ser cristiana nueva- de su antiguo grupo religioso, ni la sensación de no pertenecer enteramente a la nueva comunidad, sino también la real separación física. Por eso, en su prosa se sienten como aberturas que profundizan la interioridad personal, como esas vedutas de los cuadros prerrenacentistas que el pintor utilizaba para dar perspectivas interiores al espacio representado; Teresa de Cartagena decide poblar de "arboleda graciosa" la "ínsula" donde se recoge espiritualmente y allí, "so la sombra", logrará descansar su persona. Y, sobre todo, en esa soledad fecunda tiene el privilegio de aprender mucho gracias a la ayuda divina. Dios es como un libro abierto para ella: "Él solo me leyó ['enseñó']". Declaración que responde también al deseo de defenderse de las acusaciones que la "maliciosa admiración" ha difundido: que Teresa había derivado su librito de numerosas y diversas lecturas. Ella afirma que, malo o bueno, todo lo que dice procede de sí misma, de lo que ha leído "en Dios". Añadiendo también el mismo argumento que Valera: los seres pequeños tanto pueden revelar como los mayores. En su caso esta defensa de la voz del ser humano "pequeño" asume un nuevo significado, pues se identifica Teresa con el "estado femenino". Y así sus escritos resultan ser también una intensa defensa del derecho a la voz literaria de la mujer.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Revista de Occidente, 1971, pp. 37-43.]