De A la sombra de los menhires (1995)
IV
«Acostado a la sombra de los menhires
Persiguiendo el curso del sol
Escuchaba el coro de los albatros
Mi alma era un ramal de siglos extasiados
Mi alma era un castillo transparente
Mi alma era reciente como una mirada
Cuando resplandeció de pronto
El perfil de un navío
Maniobró
Y supe que era el mío
Y supe que era el barco
Cuando una de las aves echó a volar
Y convirtiose en un ángel dorado
VI
Porque la orilla un día termina de repente
Y las aves escapan hacia otras latitudes
Cómplices a través de la niebla
Sobre la tierra
Quedan las huellas y las plumas
Y fragmentado el viento
Marañas de desdeñosas hojas se suicidan
Allí permanece un hombre apagado
Su sombrero gris es negro
Ayer murió su mano
Y más sonoro es su nombre
Que la melancolía
XI
Deja en la puerta besos y caricias
Y entra como la luz sin ser sentida
Y acércate con esa juventud
Que sólo de tu cuerpo bebería
Pósate imperceptible sobre todas
Las cosas de mi vida y hazte tan
Necesaria que nunca te confunda
Ni en el amor ni en el llanto ni en la risa
Y rómpete en montones de secretos
Como un inmenso y desunido océano
Donde extraviar gaviotas y sirenas
Y aléjame por último las sombras
Que levantan los juicios de los hombres
Llenando de dolor los corazones
XV
Unas gotas de bálsamo?
Si llegara la muerte
Sería como el olvido vagando equivocado
Ojos de par en par abiertos
Y mis dudas
Mis indecisiones
Mis opacidades
Oh Dios si estás allá arriba
Cuando llegue la sombra
Con las alas del martín pescador
Y el aroma otoñal de las rosas
Conviértelo todo en copas
O nubes
O ríos de frescura
Algún día construirá el clamor
Un mundo de silencio
Y el mejor tiempo habrá sido»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Tusitala, colección Erato, 2018, pp. 61, 64, 70 y 75. Depósito legal: Z-853-2018.]
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