El surgir de la conciencia ecológica
«No obstante, como apunta F. Aramburu (2004), pueden sistematizarse en tres las opciones que se han venido defendiendo ante la nueva situación:
1.-Opción “naturalista”:
ejercida por grupos ecologistas radicales (“ecología profunda”), que pretende
desvincular al Hombre de la Naturaleza en cuanto máxima fuerza perturbadora,
por lo que lo elimina de toda consideración medioambiental.
2.-Opción “humanista”:
considera el medio ambiente como un complejo global, en el que se interconectan
los sistemas natural, social y técnico. El hombre ha causado y sigue causando
graves problemas, pero suya es la conciencia y la responsabilidad por su
evolución.
3.-Opción “tecnocrática”:
reduce el progreso social a las realizaciones tecnológicas y considera un mito
el agotamiento de los recursos naturales; igualmente, piensa que no hay que
preocuparse por los problemas medioambientales, ya que la ciencia-tecnología
sabrá resolverlos cuando sea necesario.
Obviamente, sólo la segunda opción
resulta correcta, siendo la tercera la más peligrosa e injustificable, producto
del clima de acumulación economicista y del neoliberalismo posesivo. Pero
también la primera resulta injustificable y perturbadora, pues el hombre, pese
a sus excesos contra el medio ambiente, constituye una parte integrante y
esencial del mismo en cuanto “entorno natural”. Es cierto que la conciencia
ecológica surgió en la “década catastrofista” (los años 70 del pasado siglo)
ante la evidencia de la fragilidad de la biosfera, ante el agotamiento de los
recursos naturales, la ruptura de los equilibrios sistémicos (ecosistemas),
etc. Los informes del Club de Roma sobre “los límites del crecimiento” y el
horizonte del “crecimiento cero” contribuyeron a crear en los países más
desarrollados una fuerte reacción anti-humanista.
Pero hoy es ya bien patente que el Medio Ambiente funciona como un
sistema complejo en el que deben distinguirse tres subsistemas interconectados
entre sí mediante un equilibrio dinámico: el “medio físico-químico y biológico”,
formado por los ecosistemas y denominado biosfera; el “medio humano” que
constituyen las relaciones sociales o sociosfera; y un “universo tecnológico”,
elaborado por el hombre, que condiciona al medio humano y natural, y se
denomina tecnosfera. Este último subsistema, la tecnosfera, se ha hipertrofiado
a partir de la Revolución Industrial y es el responsable de importantes
desajustes y de la inestabilidad de los otros dos, en especial de los desastres
medioambientales.
Ahora bien, el desajuste y la degradación
ambiental no tienen por qué ser irremediables. Ante todo, porque los tres
subsistemas (biosfera, sociosfera y tecnosfera) constituyen un todo complejo
cuya dinámica interna tiende al equilibrio. Sólo es preciso reforzar la
sociosfera y vincularla más estrechamente con la biosfera para que en el
horizonte aparezca la promesa de un reequilibrio, aunque esforzado y siempre
amenazado. Es decir, la ética y la política (legislación) han de aliarse con la
ecología. El llamado “desarrollo sostenible” sólo será posible mediante la
conjunción y equilibrio de los tres subsistemas.
En la actualidad es perceptible un fuerte
desenfoque de muchas tendencias ecologistas, por un lado, y del tecnocentrismo,
por otro. Lo básico es que el puesto del hombre está dentro de la naturaleza,
no frente a ella. Como repetía R. Margaleff, “el hombre en la naturaleza, no el
hombre y la naturaleza”. De lo contrario, nos embarcamos en un “maniqueísmo”
esterilizante, según el cual “los culpables son los demás”. Tampoco el
planteamiento exclusivamente científico por sí solo es suficiente: precisamos
del trío compuesto por ciencia, ética y democracia. Algunos avances
significativos se han producido ya en este despertar de la conciencia
medioambiental: la exigencia de informes de impacto ambiental, el principio de
responsabilidad ampliada (Principio de Precaución) y el Principio ético de “sostenibilidad”.
Se ha lanzado la denominada “Biología de Conservación” (J.A. García Rodríguez,
2004), que promete ser una guía del cómo actuar, aunque precisa de la ética para
no caer en la conocida falacia naturalista. En efecto, lo natural es valioso en
sí, pero únicamente a través del reconocimiento y de la valoración humana puede
llegar a ser objeto de obligación moral.
Por lo demás, resulta descabellado intentar
evitar todo impacto ambiental del hombre sobre la naturaleza: es constitutivo
del Homo Faber, como más adelante expondré.
Lo que es posible y necesario es limitar y encauzar dicho impacto, que forma
parte de la antropogénesis, tanto más cuanto que la técnica (o transformación
adaptativa del entorno natural) forma parte de su mismo ser. Ello atañe no sólo
al “sistema de soporte vital” de la biosfera, sino también a los ciclos que nos
afectan directamente (climáticos, energéticos, bióticos). La ciencia será la
encargada de enseñarnos “el manejo alternativo” de los recursos ecológicos y
económicos, pero los principios de sostenibilidad (explotación racional de los
recursos naturales) y de biodiversidad (conservación y restauración) desempeñarán
un papel crucial.
Propuestas de fundamentación de
la ecoética
Lo que
aquí nos atañe, sobre todo, es el estudio de la respuesta que ha dado –y debe
dar- la ética a los nuevos problemas medioambientales y a la nueva sensibilidad
surgida de los mismos. Hay que decir que, en general, la ética tradicional no
ha estado a la altura de las nuevas circunstancias. Pero en los dos últimos
decenios ha surgido de modo muy vigoroso un nuevo tipo de ética aplicada, esto
es, una hermenéutica crítica de la acción del hombre en la naturaleza, que
suele denominarse “ética ecológica”, “ética medioambiental” o “ecoética”. Por
similitud con la ética clásica, trata de reflexionar y prescribir la acción
correcta del hombre en el medio ambiente. Una revista muy conocida, Environmental Ethics, ha servido con
frecuencia de punta de lanza en esta investigación aplicada, aunque con sesgo
radical.
Como antes dejé apuntado, son varias las líneas
de enfoque y acción que se vienen defendiendo, con diferencias muy notables
entre las mismas. Algunos problemas siguen discutiéndose en un debate poco
fructífero, dadas las diferentes convicciones de partida. Baste enumerar algunos:
¿sigue vigente la famosa falacia naturalista? ¿Puede hablarse con propiedad de
los “derechos de los animales”? ¿Es justificable un antropocentrismo moderado?
¿Es inevitable el signo utilitarista de la tecnología? ¿Son justificables
racionalmente los atributos cualitativamente diferenciales del ser humano, o
constituyen un simple “especieísmo” (privilegio de especie)? Se hace imprescindible,
pues, efectuar una fundamentación serena y crítica de las principales líneas de
enfoque, a fin de discernir las más equilibrada y fiable, con fines
orientadores. La nueva filosofía de la naturaleza y la nueva ecología sistémica
proporcionan servicios inestimables a la ecoética.
José Mª García Gómez-Heras (2002) ha
presentado una sistematización de las principales propuestas de fundamentación
en un trabajo a la vez sintético, claro y preciso, y al que me atendré en sus líneas
maestras. Según Gómez-Heras, pues, serían seis las grandes corrientes
concurrentes: “antropocentrismo” (valor hombre), “patocentrismo” (capacidad de
sentir), “biocentrismo” (valor vida), “fisiocentrismo” (valor naturaleza), “metafísica”
(valor ser) y “argumentación religiosa” (teologías). Dejaré de lado las dos últimas
por considerarlas menos relevantes. En todas ellas se trata de ampliar más y más
el ámbito moral, de modo que la ecoética se ocupe de los mismos, al modo de círculos
concéntricos graduales. Son perceptibles dos grandes ejes alternativos: “antropocentrismo-fisiocentrismo”
por un lado y “subjetivismo-objetivismo axiológico”, por el otro. Examinemos
los cuatro primeros.
Fundamentación antropocéntrica
Desde Protágoras, el antropocentrismo radical
ha sido la tesis filosófica central de Occidente: el ser humano es el único fin
en sí mismo en cuanto único sujeto moral. Tras la Ilustración y la Revolución
Industrial se acentuó exageradamente el uso puramente utilitarista de la
naturaleza, que ha desembocado en la crisis ecológica actual. A partir de la
segunda mitad del siglo XX han surgido, sin embargo, diversas orientaciones de
antropocentrismo moderado, entre las que cabe citar:
1.-Argumento
de los derechos de generaciones futuras, a partir de un concepto ampliado
de la justicia y de una clara sensibilidad medioambiental (J. Passmore, H. Jonas).
Las exigencias de igualdad y solidaridad complementan las de justicia. Añade el
concepto central de “justicia intergeneracional”, que obliga a preservar las
condiciones de habitabilidad del planeta, del que la generación actual es sólo
la administradora.
2.-Argumento
deontológico y discursivo en torno al principio de “universalización de
normas” morales y su aplicación crítica al trato del hombre con la naturaleza.
Destacan los trabajos de Hare y, en especial de Apel y Habermas con su ética
discursivo-dialógica: toda pretensión de validez ha de ser debatida teniendo en
cuenta los argumentos e intereses de todos los afectados. La ilegitimidad de la
conocida falacia naturalista se refuerza
con nuevos argumentos. El hombre es el único “animal ético”, esto es, el único
ser capaz de razonar siguiendo principios previamente fundamentados y de
aplicarlos mediante hermenéutica crítica y dialógica a la acción.
3.-Argumento
de las necesidades básicas: se trata de superar el enfoque utilitarista del
hombre en la naturaleza, distinguiendo entre las necesidades básicas, en las
que la primacía humana resulta indiscutible, de otras necesidades secundarias o
artificiales, cuya relevancia hay que demostrar. Se trata, en realidad, de
jerarquizar las necesidades para asegurar lo principal; en definitiva, de un
antropocentrismo bien ordenado.
4.-Argumento
estético: los valores estéticos de la naturaleza, objeto hasta ahora de
poetas y artistas, pasan a generar según este planteamiento obligaciones
morales, de tal modo que el ser humano ha de cumplir el deber de su cuidado y
conservación. La naturaleza bella obligaría también moralmente y vetaría su
utilización meramente utilitarista o tecnocrática.
Fundamentación patocéntrica
Sus argumentaciones siguen la línea de una ecoética
ampliada a los animales (Patosfera). En sus planteamientos, la distinción
hombre-animal se aligera hasta desaparecer. El valor moral central sería la
compasión.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Proteus, pp. 16-20.
ISBN: 978-84-936999-3-2.]