Capítulo 1: Algunas reflexiones iniciales
1.6.-¿Cuándo hay comunicación?
«¿Cuándo podemos decir genuinamente que hay comunicación? Podemos entender esta pregunta en dos sentidos diferentes. En uno de ellos, orientamos la pregunta hacia la recepción, de modo que equivale más o menos a cuándo diríamos que la comunicación se ha producido con éxito; la respuesta obvia es que ha habido comunicación cuando la persona a la que se dirige el mensaje lo recibe e interpreta correctamente. No es este, sin embargo, el sentido sobre el que quiero llamar la atención: el que me interesa es el otro sentido, en el que la pregunta se orienta hacia la producción. ¿Qué requisitos tienen que cumplirse para que podamos hablar propiamente de 'comunicación'?
Para dar respuesta a esta pregunta, consideremos la siguiente situación. A su centro de trabajo ha llegado un nuevo profesor y se lo presentan. Charlan un rato y él le explica en qué otros centros ha trabajado anteriormente, qué materias prefiere, dónde ha encontrado casa... Por su acento, se ve que es andaluz, y por el modo de relacionarse y la manera de vestir parece un hombre campechano y amante de los deportes al aire libre; en el dedo anular ve la marca blanca que queda al quitarse un anillo: quizá se acaba de divorciar y por eso ha pedido el traslado... Usted no conocía al profesor de antes y no tenía sobre él ninguna información previa, de modo que toda la que ahora posee la ha obtenido en la conversación que acaban de mantener.
La pregunta es la siguiente: todos los datos de que ahora dispone, ¿le han sido comunicados? Algunos, desde luego, sí: todos los relativos a su trabajo anterior y a sus preferencias docentes, es decir, todas las informaciones que le ha proporcionado explícitamente su colega durante la conversación. Hay otros, en cambio, que ha obtenido sin que su interlocutor haya hecho nada para transmitírselos: son las deducciones sobre su procedencia, sus aficiones o el cambio reciente en su estado civil. Para usted constituyen, obviamente, información nueva. Y, sin embargo, no parece que podamos decir que su interlocutor le haya comunicado esta información; es usted el que la ha inferido a partir de ciertos indicios disponibles.
Imaginemos de nuevo la situación anterior, pero modificando un detalle: cuando usted lo conoce, el profesor lleva una alianza. Más tarde, usted se entera de que las cosas entre el profesor y su pareja no van bien. Un día, se cruza de nuevo con su colega, y éste levanta la mano y le muestra la marca blanca en su dedo anular. ¿Constituye esto una muestra de comunicación? Los elementos son los mismos que en el caso anterior: usted ve una marca blanca en el dedo anular y de ella deduce que el profesor se ha divorciado. Hay, sin embargo, una diferencia decisiva: en el primer caso, usted simplemente notó la marca de manera casual; en el segundo, su colega le ha mostrado la marca de manera patente, sabiendo que en cuanto la vea, y en función de su conocimiento previo, hará usted la deducción adecuada. En este segundo caso sí podemos hablar de comunicación, porque ha habido una intención manifiesta por parte de una persona de producir un gesto visible para que, a partir de ese gesto, pueda usted inferir los contenidos que dicha persona pretendía transmitirle.
En consecuencia, parece acertado no agrupar bajo la misma denominación los procesos en los que se transmiten contenidos intencionalmente (sea por medios lingüísticos o de otra naturaleza) y aquellos otros en los que los contenidos se obtienen como fruto de la deducción a partir de datos observados más o menos fortuitamente: sólo hay comunicación cuando hay 'intención comunicativa'. Es cierto que se puede obtener información de muchas fuentes (de señales producidas intencionalmente y de la observación de las cosas), pero sólo cuando aquella se ofrece de manera voluntaria es legítimo hablar de comunicación. Al inicio del capítulo recogíamos la toma de contacto como una propiedad característica de la comunicación; pues bien, ahora estamos en condiciones de refinar algo más aquella idea y de incluir la intencionalidad como un nuevo elemento en nuestra caracterización: una información que no se transmite intencionalmente no es una información comunicada.
La intencionalidad confiere, además, una dimensión añadida de credibilidad a la información recibida. Efectivamente, cuando un emisor comunica intencionalmente unos datos, se hace responsable de la verdad de la información que proporciona: si lo que dice es falso, siempre podrá ser acusado de haber mentido. Los datos que uno obtiene a partir de fenómenos no intencionales, en cambio, no tienen más garantía que la propia de la deducción que se ha hecho. Uno puede equivocarse, por ejemplo, al confundir el acento andaluz con el acento canario; o atribuir a la ropa que lleva el profesor una significación que no le corresponde: por ejemplo, puede ser que al nuevo profesor le perdieran la maleta en el vuelo de llegada y las prendas que viste son las que le ha prestado otro colega y no tienen nada que ver con su manera habitual de vestir, y la marca blanca del anillo puede deberse a un olvido casual... Lo importante es que, si cualquiera de las deducciones que uno ha hecho por cuenta propia resulta ser falsa, no se puede culpar a nadie de haber proporcionado una información inexacta. Por supuesto, entra dentro de lo posible el que alguien manipule conscientemente algunos elementos para provocar deducciones falsas: el profesor puede imitar un acento andaluz para ocultar su procedencia. Pero tampoco en este caos puede hablarse de comunicación ya que, aunque la modificación es consciente, su éxito depende precisamente de que esa voluntariedad permanezca oculta.
La intención es fundamental porque establece una diferencia decisiva entre los actos voluntarios y los involuntarios: los actos voluntarios representan formas de comportamiento; los actos involuntarios son actos reflejos. Si tiene algún interés estudiar la comunicación humana es porque constituye una variedad específica y compleja de comportamiento y no, simplemente, un acto reflejo.
La comunicación humana contrasta así con la comunicación animal en varios sentidos. Es cierto que se habla del lenguaje de las abejas, para referirse a los mecanismos por los que las abejas exploradoras comunican al resto de la colmena la distancia y la dirección en la que se encuentra una nueva fuente de alimento, utilizando para ello una danza especial. De los monos vervet se dice que cuentan con tres llamadas de alerta diferentes, para advertir al grupo de la presencia de diversos tipos de depredadores: una, para los leopardos, que hace que todo el grupo se suba a lo más alto de los árboles; otra, para las águilas, que hace que todos se vayan a las ramas bajas o al suelo; y otra, para las serpientes, que hace que todos salten, golpeen el suelo y agiten los brazos. Ahora bien, incluso en los casos que parecen más complejos, lo que solemos llamar 'comunicación animal' no pasa de ser, en realidad, un acto reflejo, en el que un individuo reacciona ante un estímulo o una situación (la visión de un predador, o de una presa; la visión de un competidor o de una posible pareja reproductora...) de la única manera en que puede hacerlo; esta reacción consiste en emitir una señal analógica, sin posibilidades de elección o de modificación.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Gredos, 2005, pp. 17-20. ISBN: 84-249-2739-7.]
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