miércoles, 10 de marzo de 2021

El número 11.- Jonathan Coe (1961)

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El premio Winshaw
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   «¿No era él el primer investigador criminal verdaderamente intelectual de Inglaterra? ¿No consideraba que todo crimen se resuelve mejor si se sitúa en su contexto político? ¿Qué la teoría cultural y la filosofía moral podían a menudo señalar el camino hacia la solución de un modo más claro que unas huellas dactilares en el marco de una ventana o unas huellas de pisadas en el sendero de un jardín? Era el momento de ponerse a estudiar.
 De modo que durante los siguientes cinco días el oficial Pilbeam apenas salió de su estudio.
 Al principio se sorprendió al comprobar que se había escrito tan poco sobre la historia y la filosofía del humor. Aparte de algunos comentarios dispersos de Platón, Aristóteles y Cicerón, los filósofos de la antigüedad parecían no tener mucho que decir sobre este tema. La observación más temprana en lengua inglesa al respecto era de Thomas Hobbes, quien se mostraba de acuerdo con René Descartes en que la risa derivaba del orgullo y era una expresión agresiva de superioridad sobre nuestros conciudadanos. Immanuel Kant fue uno de los primeros filósofos que planteó una incongruente teoría sobre el humor, en la que afirmaba que “la risa es una afección que brota por la repentina transformación de una expectativa fallida en nada” y que produce “una sensación de alivio al remover los intestinos”. Kierkegaard se metió de lleno en el tema sosteniendo que la comedia nacía de la contradicción, aunque en ese caso era una “contradicción indolora” frente a la “contradicción dolorosa” de la tragedia. Por otro lado, Henri Bergson volvió a la teoría de la superioridad para explicar el humor y la refinó declarando que nos reímos de otras personas cuando percibimos en ellas “une certaine raideur de mécanique là où l’on voudrait trouver la souplesse attentive et la vivante flexibilité d’une personne”. Sólo unos años después, Freud publicaba su seminal El chiste y su relación con el inconsciente, donde proponía una teoría que parecía ser la más profunda y persuasiva de todas. Freud consideraba que el golpe de efecto de un chiste creaba una suerte de cortocircuito psíquico que nos trasladaba rápidamente de una idea a otra por un camino rápido e inesperado que de este modo permitía una “economía de gasto psíquico”, un ahorro de energía mental que se expulsaba a través del explosivo estallido de la carcajada.
 Nathan leyó todas esas explicaciones con suma atención, marcando los pasajes más interesantes y tomando detalladas notas. Se fijó en que muy pocos pensadores habían abordado específicamente el tema de la sátira o el humor político, aunque localizó una desdeñosa observación de Milan Kundera. Por lo visto, Kundera menospreciaba la sátira como “arte de tesis” que pretendía conducir a los espectadores hacia una posición política o moral preconcebida, y por tanto quedaba por debajo de lo que él consideraba el auténtico propósito de una creación artística, que consistía en hacer a la gente consciente de la ambigüedad y multiplicidad de los significados.
 Cuando consideró que ya había agotado las fuentes escritas de las que disponía, Nathan exploró internet y empezó a rastrear blogs sobre comedia y foros de discusión, la mayor parte de ellos consagrados a las manifestaciones contemporáneas del humor. Se adentró en un mundo muy diferente en el que obsesos y pirados de la comedia que sabían un montón sobre el tema y estaban completamente ofuscados con el asunto, debatían sobre el humor moderno dando rienda suelta a toda la pasión sin restricciones, la compulsión, hostilidad, vitriolo, excesos escatológicos, arbitrariedad, agresividad, mezquindad, grosería, impudor y obscenidad que permitía internet. Era gente que amaba la comedia con tanta intensidad que su amor se podía transformar en odio por una minucia. Un chiste que no les parecía gracioso o un humorista que no les había hecho reír se convertían en una ofensa personal que debía vengarse multiplicando por diez el castigo. Mostraban una admiración reverente por el reducido grupo de humoristas más radicales, los que utilizaban el escenario para lanzar una crítica ácida, provocadora y profunda a la sociedad con un lenguaje que los convertía en inaceptables para la mayor parte del público. A los humoristas comunes y corrientes, los que no pretendían otra cosa que divertir y entretener a su público con un sentido del absurdo amable, se los toleraba como una distracción inocua. El auténtico odio se reservaba para aquellos cuyo trabajo se situaba entre estos dos polos: los que salpimentaban sus inofensivos espectáculos con moderadas digresiones políticas que complacían a la audiencia para dejar constancia de su conciencia social de corte progresista. Éstos eran objeto de ataques, ridiculización y escarnio por parte de esos críticos internautas aislados en el cómodo anonimato.
 Después de rastrear todo ese material durante dos o tres horas, Nathan clicó en un enlace a un blog que lo dejó pasmado porque combinaba una evidente solidez argumentativa con una evidente tendencia al desvarío. El autor parecía una especie de aspirante a anarquista/terrorista, aunque no quedaba claro si sus impulsos revolucionarios lo habían llevado en alguna ocasión más allá de la pantalla de su ordenador portátil. Había una foto de perfil, pero en ella tenía la cara girada noventa grados con respecto a la cámara, en sombra, y además la imagen estaba desenfocada como para hacer que el retratado resultase (deliberadamente) inidentificable. El blog se llamaba estaestullamadadespertador y el nombre de usuario del autor era ChristieMalry2.
 La entrada que llamó la atención de Nathan se titulaba “No es broma” y le pareció interesante por varios motivos. Para empezar era obvio que ChristieMary2 aceptaba la teoría de Freud sobre el origen de la risa, pero él, de un modo fascinante, la trasladaba de la esfera psicológica a la política:
 Freud [escribía el bloguero] consideraba que la risa es placentera porque genera un ahorro de gasto psíquico. Quintaesencialmente, en otras palabras, absorbe energía y la LIBERA o la DISIPA y por lo tanto la convierte en inútil. De modo que ¿cómo se aplica esto al (llamado) humor “político” por el que Inglaterra es mundialmente famosa? Se aplica de este modo: el humor político es la antítesis de la acción política. So sólo su antítesis, sino su enemigo mortal.
Resultado de imagen de jonathan coe el numero 11  Cada vez que nos reímos de la desvergüenza de un político corrupto, de la codicia del gestor de un fondo de inversión, de las espurias efusiones de una columnista de derechas, los estamos librando de la culpa. La RABIA que deberíamos sentir hacia esa gente, que de otro modo debería conducir a la ACCIÓN, es liberada y disipada en forma de RISA. Lo cual es una manera de dar al público lo que desea y exactamente por lo que están pagando: otra excusa para seguir sentados sobre sus posaderas y continuar su propio camino egoísta y cómodo sin recibir ningún tipo de verdadera amenaza o reto a su preciado estilo de vida.
 Por eso no son Josephine Winstan-Eaves y los de su tediosa índole los que generan la mayor amenaza a la justicia social en la Inglaterra de hoy. Son los Mickey Parr, Ray Turnbull y Ryan Quirky, con sus siempre predecibles mofas hacia ella, ante las que los gilipollas de clase media que escuchan la jodida Radio-4, leen el Guardian, beben litros de Pinot Grigio y pagan por ver a esos humoristas en estadios y sintonizan sus programas de radio, babean y se ríen y después sienten que no tienen que hacer NADA excepto reacomodarse en sus butacas con los brazos cruzados a la espera de la siguiente ironía cutre. Reírse a carcajadas de esos chistes patéticos y superficiales, que podría escribir mientras duerme un chimpancé ciego, les proporciona la excusa perfecta para aplacar su mala conciencia y conformar la engañosa imagen que se han creado de sí mismos como combatientes del bando correcto en una batalla entre la izquierda y la derecha, que en cualquier caso se combatió y perdió hace años.
 Odio a estos jodidos humoristas de clase media progresistas de izquierda y lo mismo deberías hacer tú. Me parece quintaesencial que sean barridos de la faz de este planeta porque de lo contrario jamás acumularemos la energía necesaria para derrocar a nuestra actual casta política podrida, corrupta y destructora de almas. ¡Abajo el humor, joder! ¡Y arriba la auténtica lucha!
 El oficial Pilbeam leyó varias veces esos párrafos. Después guardó la web en favoritos y, para asegurarse de no perder la información, imprimió los bloques más significativos y guardó escrupulosamente las hojas en uno de sus archivadores. Bostezó y miró el reloj.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 2017, en traducción de Mauricio Bach, pp. 241-246. ISBN: 978-84-339-7970-4.]

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