viernes, 5 de marzo de 2021

Diccionario de últimas palabras.- Werner Fuld (1947)

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«A: De Abelardo a Austen

 Al hacérsele al filósofo griego Anaxágoras (†428 a.C.) la pregunta de cuál sería el mejor modo de que se acordasen de él: “Dad a los alumnos un día de vacación”.

D: De D’Annunzio a Duveen

 El matemático y filósofo René Descartes (†1650) tenía ideas sumamente particulares acerca de Dios y del mundo. A los animales los tenía por máquinas vivientes, que funcionan sólo mecánicamente, y, al no tener alma, no pueden sentir ningún dolor. El alma era localizada por Descartes en el ser humano en la glándula pineal. En su opinión, de no estar penetrados ambos por Dios, el cuerpo y el alma no tendrían nada que ver entre sí. Así es como Descartes, al final de sus días, pudo hablar en estos términos a su alma: “Ha llegado la hora de abandonar tu prisión y desprenderte de las cadenas de tu cuerpo. ¡Mucha suerte!” 
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 A la vista de la guillotina, el girondino Jean-François Ducos (†1793) tuvo aún una idea: “La Convención debe sacar un decreto que garantice la inseparabilidad de nuestras cabezas de nuestros cuerpos”.
 El fundador suizo de la Cruz Roja, Henri Dunant (†1910), a cuya iniciativa diplomática se ha de agradecer también la Convención de Ginebra, de 1864, vinculante hasta hoy día, era partidario de un cristianismo primitivo y rechazaba –claro que sin resultado alguno- todas las ceremonias de la Iglesia: “Mi deseo es ser enterrado como un perro, sin ninguna de todas vuestras celebraciones. Dios respetará mi última voluntad y espero que vosotros también lo hagáis. Amén”. 
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F: De Federico II a Frohman

 El escritor francés Bernard de Fontenelle (†1757), cuyas obras excesivamente numerosas han sido hoy día, en conjunto, y con razón olvidadas, fue famoso entre sus contemporáneos por su estilo elegante. No se nos han transmitido ideas suyas que sean originales, aunque Fontenelle alcanzó la avanzada edad, inhabitual en aquel entonces, de cien años. La única frase que le sobrevivió y que resulta característica de la cortesía de que hizo gala toda su vida es la última que pronunció: “No siento nada, salvo una cierta dificultad de seguir existiendo”.
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H: De Hall a Hus

 El poeta Heinrich Heine (†1856) no tenía fama de haber llevado una vida que pudiera resultarle particularmente grata a la divinidad. Por ello, en su lecho de muerte fue preguntado si no le preocupaba si Dios acaso no le iba a perdonar sus pecados. Pero Heine estaba seguro: “Dios me perdonará: es su profesión”.
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 El joven asesino Richard Hickock (†1965), que, insatisfecho con su propia vida, había liquidado con la ayuda de un cómplice a una familia entera –Truman Capote cuenta la historia en su libro A sangre fría-, dijo en la horca: “Me enviáis a un mundo mejor de lo que éste haya sido nunca”.
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L: De Laënnec a Lutero

 Su profesión fue la de genio universal: Leonardo da Vinci (†1519) se había formado como pintor y escultor, pero sus intereses se inclinaban más bien hacia las artes técnicas del tipo de la arquitectura y hacia las ciencias naturales. Terminó pocos de sus cuadros, no pasando muchos de ellos de su estado preliminar de dibujo. En sus escritos de índole teórica, Leonardo se reveló como un investigador visionario, ocupado con el diseño de aparatos de vuelo o el surgimiento de los fósiles. La multiplicidad de sus intereses fue, en definitiva, un impedimento para su concentración en un campo específico consecuentemente trabajado, quedándose casi todas sus obras en el estado de fragmentos. Él mismo lo reconocía y lamentaba a la hora de su muerte: “He ofendido a Dios y a los hombres al no haber resultado mis obras tan buenas como podrían haber sido”.
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O: De Oates a Oscar II

 El explorador de la Antártida Lawrence Oates (†1912) fue una de las víctimas de la expedición al Polo Sur de Robert Scott. Por habérsele quedado congelados sus miembros en las constantes tempestades de nieve apenas podía andar, y pidió a sus compañeros, que querían partir de nuevo al día siguiente, que le dejasen solo atrás. Cuando ellos se negaron a atender sus ruegos, reunió sus últimas fuerzas y salió en medio de la tormenta mientras decía: “Voy a salir y probablemente me quede fuera un rato”.
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R: De Raabe a Rubinstein

 La presuntuosa y preciosa obra temprana del poeta alemán Rainer María Rilke (†1926) no daba a conocer aún qué nuevos mundos del lenguaje elaboraría luego este autor. Rilke continuó siendo, tanto en la vida como en el arte, un solitario, un viajero errante en busca de un gozo que él sólo encontró en una existencia lingüística. La leucemia le estaba devorando por dentro, pero él prohibió a los médicos que le dijeran el nombre de la enfermedad e incluso le hablaran de la posibilidad de la muerte. Cuando la cosa fue a mayores, le dijo a la amiga que estaba sentada junto a su lecho: “Ayúdeme a morir mi propia muerte, yo no quiero la muerte de los médicos, quiero tener mi libertad. La vida ya no puede darme nada más. He estado en todas las cimas… No olvide nunca, querida, que la vida es algo magnífico”.
 El dramaturgo británico Thomas William Robertson (†1871), antaño famoso por los diálogos de sus muy representadas obras teatrales, se despedía, al final, de su hijo: “Adiós, hijo mío, y que Dios te bendiga. Ven mañana y mira por mí. No tengas miedo si yo no te digo nada… Y no olvides dar un beso a tu padre”.
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S: De Sade a Swift

Resultado de imagen de diccionario de ultimas palabras  En los lexicones alemanes es designado Carl Schurz (†1906) como político y publicista estadounidense. Da la impresión de que a los alemanes les sigue resultando penoso reconocer que en 1848 hubo un intento, si bien vacilante, de revolución. Schurz, entonces estudiante de Historia en Bonn, se unió a los sublevados, fue arrestado, se liberó luego a sí mismo y, en una valerosa acción (1850), también al líder Gottfried Kinkel, razón por la cual no le quedaba otra elección que aceptar su ejecución o emigrar. De modo que huyó sin ser reconocido, a los Estados Unidos, donde se unió, como enemigo de la esclavitud, al partido republicano de Lincoln, teniendo una gran participación, como orador muy apreciado, en su victoria electoral de 1860, cuyo resultado fue decidido por los votantes germanoamericanos. En la Guerra Civil mandó como general una división germanoamericana y siguió siendo, hasta una edad avanzada, un defensor de los derechos de los indios en la sociedad norteamericana. Habiendo escapado a la muerte más de una vez, su comentario en el lecho de muerte fue el siguiente: “¡Es tan sencillo morir”!
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V: De Valentino a Voltaire

 Dos años tuvo que esperar en prisión Sir Henry Vane (†1662) su ejecución. Había intrigado contra Cromwell y era responsable, en gran medida, de su derrocamiento. El reentronizado Carlos II amnistió a todos los implicados, pero no a Henry Vane, probablemente con la sospecha no del todo descabellada, de que Vane podría volverse en el futuro contra él mismo. En el cadalso, nuestro delincuente bromeaba: “La muerte no me asusta. Hasta ahora ha sido ella la que se ha asustado de mí”.
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W: De Wallace a Wycherley

  La razón de la ejecución de Waltheof, conde de Northumberland (†1076), sigue oculta entre la niebla de la historia. Más nítidamente se oyó cómo, con la cabeza en el tajo, empezó a recitar el pater noster, hasta llegar al “Y no nos dejes caer en la tentación…” Su voz quedó aquí ahogada por las lágrimas, pero el verdugo no quiso esperar a que el conde se recompusiera, y le decapitó de un golpe. Los asistentes a la ejecución aseguraban luego que la cabeza seccionada habría recitado aún, con toda claridad, las últimas palabras de la oración: “Mas líbranos del mal. Amén”.
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 Cuando Oscar Wilde (†1900) vio a los dos médicos que hicieron su aparición en el hotel parisino Alsace para visitarlo por última vez en su lecho de muerte, el poeta, completamente empobrecido, comentó: “Muero como he vivido siempre… por encima de mis posibilidades”.
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X: De Xavière a Xavière

 El aristócrata francés Henri de Xavière († 1794), estando ya ante la guillotina, rechazó un último vaso de vino: “Cuando he bebido pierdo fácilmente mi sentido de la orientación”.

Y: De Yeats a Young

 A lo largo de su vida, el poeta irlandés William Butler Yeats (†1939) lo había intentado con el espiritismo, la filosofía india, la cábala, los misterios celtas y la Rosa Cruz, pero nada daba paz duradera a su alma anhelante. De manera que su voluminosa obra da testimonio, más que de su propio carácter, de la multiplicidad de influencias que tuvo. Únicamente más tarde encontró, en los poemas, su tono personal. Cerró aquella búsqueda de sentido, de toda una vida, con un suspiro: “Ya basta”.»
 
   [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Seix Barral, 2004, en traducción de Pedro Madrigal, pp. 14-15, 58, 62, 72, 94-95, 119, 143, 163-164, 175-176, 197-198, 202-203, 205, 207. ISBN: 84-322-9640-6.]

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