miércoles, 31 de marzo de 2021

Ética del siglo XXI.- José Rubio Carracedo (1940)

Resultado de imagen de jose rubio carracedo Ecoética y justicia ambiental
El surgir de la conciencia ecológica

 «No obstante, como apunta F. Aramburu (2004), pueden sistematizarse en tres las opciones que se han venido defendiendo ante la nueva situación:
 1.-Opción “naturalista”: ejercida por grupos ecologistas radicales (“ecología profunda”), que pretende desvincular al Hombre de la Naturaleza en cuanto máxima fuerza perturbadora, por lo que lo elimina de toda consideración medioambiental.
 2.-Opción “humanista”: considera el medio ambiente como un complejo global, en el que se interconectan los sistemas natural, social y técnico. El hombre ha causado y sigue causando graves problemas, pero suya es la conciencia y la responsabilidad por su evolución.
 3.-Opción “tecnocrática”: reduce el progreso social a las realizaciones tecnológicas y considera un mito el agotamiento de los recursos naturales; igualmente, piensa que no hay que preocuparse por los problemas medioambientales, ya que la ciencia-tecnología sabrá resolverlos cuando sea necesario.

Obviamente, sólo la segunda opción resulta correcta, siendo la tercera la más peligrosa e injustificable, producto del clima de acumulación economicista y del neoliberalismo posesivo. Pero también la primera resulta injustificable y perturbadora, pues el hombre, pese a sus excesos contra el medio ambiente, constituye una parte integrante y esencial del mismo en cuanto “entorno natural”. Es cierto que la conciencia ecológica surgió en la “década catastrofista” (los años 70 del pasado siglo) ante la evidencia de la fragilidad de la biosfera, ante el agotamiento de los recursos naturales, la ruptura de los equilibrios sistémicos (ecosistemas), etc. Los informes del Club de Roma sobre “los límites del crecimiento” y el horizonte del “crecimiento cero” contribuyeron a crear en los países más desarrollados una fuerte reacción anti-humanista.
  Pero hoy es ya bien patente que el Medio Ambiente funciona como un sistema complejo en el que deben distinguirse tres subsistemas interconectados entre sí mediante un equilibrio dinámico: el “medio físico-químico y biológico”, formado por los ecosistemas y denominado biosfera; el “medio humano” que constituyen las relaciones sociales o sociosfera; y un “universo tecnológico”, elaborado por el hombre, que condiciona al medio humano y natural, y se denomina tecnosfera. Este último subsistema, la tecnosfera, se ha hipertrofiado a partir de la Revolución Industrial y es el responsable de importantes desajustes y de la inestabilidad de los otros dos, en especial de los desastres medioambientales.
 Ahora bien, el desajuste y la degradación ambiental no tienen por qué ser irremediables. Ante todo, porque los tres subsistemas (biosfera, sociosfera y tecnosfera) constituyen un todo complejo cuya dinámica interna tiende al equilibrio. Sólo es preciso reforzar la sociosfera y vincularla más estrechamente con la biosfera para que en el horizonte aparezca la promesa de un reequilibrio, aunque esforzado y siempre amenazado. Es decir, la ética y la política (legislación) han de aliarse con la ecología. El llamado “desarrollo sostenible” sólo será posible mediante la conjunción y equilibrio de los tres subsistemas.
 En la actualidad es perceptible un fuerte desenfoque de muchas tendencias ecologistas, por un lado, y del tecnocentrismo, por otro. Lo básico es que el puesto del hombre está dentro de la naturaleza, no frente a ella. Como repetía R. Margaleff, “el hombre en la naturaleza, no el hombre y la naturaleza”. De lo contrario, nos embarcamos en un “maniqueísmo” esterilizante, según el cual “los culpables son los demás”. Tampoco el planteamiento exclusivamente científico por sí solo es suficiente: precisamos del trío compuesto por ciencia, ética y democracia. Algunos avances significativos se han producido ya en este despertar de la conciencia medioambiental: la exigencia de informes de impacto ambiental, el principio de responsabilidad ampliada (Principio de Precaución) y el Principio ético de “sostenibilidad”. Se ha lanzado la denominada “Biología de Conservación” (J.A. García Rodríguez, 2004), que promete ser una guía del cómo actuar, aunque precisa de la ética para no caer en la conocida falacia naturalista. En efecto, lo natural es valioso en sí, pero únicamente a través del reconocimiento y de la valoración humana puede llegar a ser objeto de obligación moral.
 Por lo demás, resulta descabellado intentar evitar todo impacto ambiental del hombre sobre la naturaleza: es constitutivo del Homo Faber, como más adelante expondré. Lo que es posible y necesario es limitar y encauzar dicho impacto, que forma parte de la antropogénesis, tanto más cuanto que la técnica (o transformación adaptativa del entorno natural) forma parte de su mismo ser. Ello atañe no sólo al “sistema de soporte vital” de la biosfera, sino también a los ciclos que nos afectan directamente (climáticos, energéticos, bióticos). La ciencia será la encargada de enseñarnos “el manejo alternativo” de los recursos ecológicos y económicos, pero los principios de sostenibilidad (explotación racional de los recursos naturales) y de biodiversidad (conservación y restauración) desempeñarán un papel crucial.

Propuestas de fundamentación de la ecoética

  Lo que aquí nos atañe, sobre todo, es el estudio de la respuesta que ha dado –y debe dar- la ética a los nuevos problemas medioambientales y a la nueva sensibilidad surgida de los mismos. Hay que decir que, en general, la ética tradicional no ha estado a la altura de las nuevas circunstancias. Pero en los dos últimos decenios ha surgido de modo muy vigoroso un nuevo tipo de ética aplicada, esto es, una hermenéutica crítica de la acción del hombre en la naturaleza, que suele denominarse “ética ecológica”, “ética medioambiental” o “ecoética”. Por similitud con la ética clásica, trata de reflexionar y prescribir la acción correcta del hombre en el medio ambiente. Una revista muy conocida, Environmental Ethics, ha servido con frecuencia de punta de lanza en esta investigación aplicada, aunque con sesgo radical.
Resultado de imagen de etica del siglo XXI Como antes dejé apuntado, son varias las líneas de enfoque y acción que se vienen defendiendo, con diferencias muy notables entre las mismas. Algunos problemas siguen discutiéndose en un debate poco fructífero, dadas las diferentes convicciones de partida. Baste enumerar algunos: ¿sigue vigente la famosa falacia naturalista? ¿Puede hablarse con propiedad de los “derechos de los animales”? ¿Es justificable un antropocentrismo moderado? ¿Es inevitable el signo utilitarista de la tecnología? ¿Son justificables racionalmente los atributos cualitativamente diferenciales del ser humano, o constituyen un simple “especieísmo” (privilegio de especie)? Se hace imprescindible, pues, efectuar una fundamentación serena y crítica de las principales líneas de enfoque, a fin de discernir las más equilibrada y fiable, con fines orientadores. La nueva filosofía de la naturaleza y la nueva ecología sistémica proporcionan servicios inestimables a la ecoética.
 José Mª García Gómez-Heras (2002) ha presentado una sistematización de las principales propuestas de fundamentación en un trabajo a la vez sintético, claro y preciso, y al que me atendré en sus líneas maestras. Según Gómez-Heras, pues, serían seis las grandes corrientes concurrentes: “antropocentrismo” (valor hombre), “patocentrismo” (capacidad de sentir), “biocentrismo” (valor vida), “fisiocentrismo” (valor naturaleza), “metafísica” (valor ser) y “argumentación religiosa” (teologías). Dejaré de lado las dos últimas por considerarlas menos relevantes. En todas ellas se trata de ampliar más y más el ámbito moral, de modo que la ecoética se ocupe de los mismos, al modo de círculos concéntricos graduales. Son perceptibles dos grandes ejes alternativos: “antropocentrismo-fisiocentrismo” por un lado y “subjetivismo-objetivismo axiológico”, por el otro. Examinemos los cuatro primeros.

 Fundamentación antropocéntrica

 Desde Protágoras, el antropocentrismo radical ha sido la tesis filosófica central de Occidente: el ser humano es el único fin en sí mismo en cuanto único sujeto moral. Tras la Ilustración y la Revolución Industrial se acentuó exageradamente el uso puramente utilitarista de la naturaleza, que ha desembocado en la crisis ecológica actual. A partir de la segunda mitad del siglo XX han surgido, sin embargo, diversas orientaciones de antropocentrismo moderado, entre las que cabe citar:
 1.-Argumento de los derechos de generaciones futuras, a partir de un concepto ampliado de la justicia y de una clara sensibilidad medioambiental (J. Passmore, H. Jonas). Las exigencias de igualdad y solidaridad complementan las de justicia. Añade el concepto central de “justicia intergeneracional”, que obliga a preservar las condiciones de habitabilidad del planeta, del que la generación actual es sólo la administradora.
 2.-Argumento deontológico y discursivo en torno al principio de “universalización de normas” morales y su aplicación crítica al trato del hombre con la naturaleza. Destacan los trabajos de Hare y, en especial de Apel y Habermas con su ética discursivo-dialógica: toda pretensión de validez ha de ser debatida teniendo en cuenta los argumentos e intereses de todos los afectados. La ilegitimidad de la conocida falacia naturalista  se refuerza con nuevos argumentos. El hombre es el único “animal ético”, esto es, el único ser capaz de razonar siguiendo principios previamente fundamentados y de aplicarlos mediante hermenéutica crítica y dialógica a la acción.
 3.-Argumento de las necesidades básicas: se trata de superar el enfoque utilitarista del hombre en la naturaleza, distinguiendo entre las necesidades básicas, en las que la primacía humana resulta indiscutible, de otras necesidades secundarias o artificiales, cuya relevancia hay que demostrar. Se trata, en realidad, de jerarquizar las necesidades para asegurar lo principal; en definitiva, de un antropocentrismo bien ordenado.
 4.-Argumento estético: los valores estéticos de la naturaleza, objeto hasta ahora de poetas y artistas, pasan a generar según este planteamiento obligaciones morales, de tal modo que el ser humano ha de cumplir el deber de su cuidado y conservación. La naturaleza bella obligaría también moralmente y vetaría su utilización meramente utilitarista o tecnocrática.

 Fundamentación patocéntrica

 Sus argumentaciones siguen la línea de una ecoética ampliada a los animales (Patosfera). En sus planteamientos, la distinción hombre-animal se aligera hasta desaparecer. El valor moral central sería la compasión.»

     [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Proteus, pp. 16-20. ISBN: 978-84-936999-3-2.]
                    

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