viernes, 19 de marzo de 2021

Historia de las mujeres filósofas.- Gilles Ménage (1613-1692)

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Filósofas de escuela incierta


  «Hipo (ca. siglo XII a. C.). Hija del centauro Quirón, que enseñó a Eolo la observación de la naturaleza, según testimonio de Clemente de Alejandría en el libro I de los Stromata y de Cirilo en el libro IV de Contra Juliano. Pues la observación de la naturaleza es una parte esencial de la filosofía. También en el libro IV de los Stromata, de Clemente, Eurípides recuerda a Hipo como adivina y mujer versada en cuestiones astrológicas.

 Aristoclea (siglo VI a. C.). Se verá más adelante con el nombre de Temistoclea, en el apartado de las pitagóricas.

 Cleobulina (fl. 570 a. C.). Hija de Cleóbulo, uno de los siete sabios de Grecia, por eso conocida vulgarmente así, aunque a ella su padre (son palabras de Plutarco) la llamaba Eumetida. Escribió enigmas en versos hexámetros que elogió Ateneo en el libro X, capítulo XV. Aristóteles, en el libro III, capítulo II de la Retórica, cita este célebre enigma sobre la aplicación de la ventosa: «Vi a un hombre que con fuego soldaba bronce sobre otro hombre». Plutarco testifica en el Banquete de los siete sabios que este enigma es de Cleobulina. En este mismo libro Tales la llama “la sabia”, lo cual el compilador del índice de Plutarco interpreta que significa “dedicada a la filosofía”. Y así estimaba Charles Caton de Court, varón de doctrina y modestia singulares, que tenían que ser interpretadas estas palabras. La recuerda Cratino en la pieza Cleobulinas, obra que escribió sobre su nombre. Pues indican Laercio en su “Cleóbulo” y Ateneo en el libro IV, capítulo XXI, que esta pieza se conoce con el nombre en plural. Menos correctamente en singular, Cleobulina, esta obra es citada por Pólux en el libro VII, capítulo XI. Sobre Cleobulina, además de Plutarco y Laercio en los textos citados y de Suidas en “Cleóbulo”, hay que consultar a Clemente de Alejandría en el libro IV de los Stromata, en el que dice que ella lavaba los pies de los huéspedes de su padre. Sabemos por Homero en la Odisea, canto XIX, por el apóstol Pablo en la Primera carta a Timoteo, capítulo V, por el libro I, capítulo XXV, de Samuel, por Plutarco en las Virtudes de mujeres y a través del oráculo dado a los milesios, citado por Heródoto, que en otro tiempo las mujeres acostumbraban a lavar los pies de los hombres.

 Aspasia (ca. 470-410 a. C.). Milesia, hija de Axíoco. Enseñó retórica a Pericles y retórica y filosofía a Sócrates. Consultad a Platón en el Menéxeno y a Clemente de Alejandría en el libro IV de los Stromata. Suidas en “Aspasia” y el escoliasta de Aristófanes en Los acarnienses la llaman «sofista » y, lo que es rarísimo en su sexo, “maestra de elocuencia”. Nos indica Ateneo, en el libro V, que también fue poeta y que muchos de sus versos fueron publicados por Heródico Cratecio. Fue, primero, amante y, después, esposa de Pericles. Capturada por los atenienses, éste la desposó en un matrimonio infausto para la patria, pues este hecho fue el origen de dos grandes guerras, contra los samios y contra los peloponesios. De esto trata Aristófanes en Los acarnienses. Los versos de Aristófanes, que fueron traducidos al latín por Frischlin, suenan así:
 Los jóvenes que marchaban hacia Megara se habían embriagado jugando al cotabo y furtivamente se llevaron a la meretriz Simeta. Los megarenses, conmocionados por un justo dolor, robaron a su vez dos hetairas amigas de Aspasia. A causa de tres meretrices se inició una guerra entre todos los pueblos griegos. El olímpico Pericles lanzaba con ira truenos y relámpagos y agitaba toda Grecia. Además promulgó leyes escritas más bien como cantos de banquete: prohibió a los megarenses permanecer en tierra, en el foro, en el mar y en el continente. Pronto los megarenses, cada vez más forzados por el hambre, rogaron a los lacedemonios que interpusieran su influencia para que revocásemos este decreto que había sido promulgado a causa de unas rameras. Pero nosotros no queríamos oír sus muchas y reiteradas súplicas. Oíamos el furor de la guerra y el estrépito de las armas.
 Ateneo recogió asimismo esta cita de Aristófanes en el libro XIII.
 Pero oigamos también qué dice, acerca de Aspasia, el propio Plutarco en su “Pericles”:
 Pero porque se cree que lo que llevó a cabo Pericles contra los samios lo hizo para agradar a Aspasia, no resulta incongruente, sobre todo en este punto, considerar qué arte y qué fuerza tan grande poseía esta mujer para tener bajo su poder a los hombres principales de la ciudad y para que los filósofos hicieran mención de ella como ilustre y célebre. Es sabido que nació en Mileto y que fue hija de Axíoco. Dicen que siguió los pasos de una tal Targelia, así como los de las antiguas mujeres jónicas, y que buscó la amistad de los que eran muy ricos. Ciertamente, Targelia, que era de hermoso rostro y que unía belleza y agudeza de ingenio, tuvo familiaridad con muchos griegos, concilió a todos éstos con el rey y, mediante su colaboración, furtivamente esparció en las ciudades los principios del partido de los medas. Pero dicen que Pericles eligió a Aspasia porque era prudente y experta en cuestiones políticas. También el propio Sócrates la frecuentó con sus íntimos. Los socráticos llevaban a sus mujeres a escucharla, aunque tuviera una escuela poco decorosa y honesta, pues criaba jóvenes que hacían negocio con sus cuerpos. Esquines cuenta que Lisicles, un ganadero que tuvo relación con Aspasia después de la muerte de Pericles, de ser un hombre de baja estofa y abyecto se convirtió en uno de los principales de la ciudad de Atenas. En el Menéxeno de Platón, aunque el principio haya sido escrito en tono de broma, hay, sin embargo, algo de verdad cuando se afirma que es por todos sabido que muchos atenienses aprendieron de Aspasia el arte de hablar. Pero es verosímil que el amor de Pericles por ella fuera lascivo ya que él tenía como esposa a una pariente próxima que antes había estado casada con Hipónico y que le había dado un hijo, Calias, un rico personaje. También de la unión con Pericles había engendrado esta mujer a Jantipo y a Paralo. Como este matrimonio fuera odioso a ambos, Pericles la entregó a otro contra su voluntad. Entonces él se casó con Aspasia, a la que amó mucho, pues, cuando iba o volvía del foro, siempre la saludaba con un beso. En las comedias Aspasia es llamada nueva Ónfale, Deyanira y Juno. Cratino abiertamente la denominó «concubina» […]. Pero se cuenta que Aspasia fue tan célebre y noble que Ciro, que hizo la guerra al rey de los persas por el reino, llamaba Aspasia a la concubina que más amaba y que antes tenía por nombre Milto.
 Asimismo, Plutarco narra que Aspasia fue acusada por el comediógrafo Hermipo de impiedad y de llevar a la prostitución a mujeres libres, de las que se servía Pericles. También escribe que ella se libró del juicio por la intercesión de este último. Ved el diálogo al que nos referimos, titulado Aspasia, acerca del cual Laercio testifica que lo escribió el socrático Antístenes.
 No hace mucho había en Roma, en la dactiloteca de Felicia Rondanina, mujer de la aristocracia, una antigua piedra de jaspe que, engarzada en un anillo, tenía grabada, bajo el nombre de ΑΣΠΑΣΟΥ, la imagen de una hermosa mujer de largos cabellos que le caían sobre el pecho y los hombros, adornada con un collar y pendientes, armada de un yelmo y protegida por una égida: en el casco había pintada una cuadriga de caballos y sobre ésta se podía ver a Pegaso y a la esfinge. Canini y Bellori, que describieron esta imagen, uno en sus antiguas Imágenes de hombres ilustres, el otro en su Iconología, consideraron que aquella mujer era Aspasia de Mileto, maestra de Sócrates. Pero, a pesar del respeto por esos doctos varones, permítaseme objetar: cómo puede decir Ασπασος en vez de Ασπασια; en efecto, no lo veo en los libros antiguos, porque, de hallárselo, sería nombre de varón, no de mujer. Ασπασω en vez de Ασπασιη podría ser. Y pienso si el grabador no habría querido poner Ασπασους, en caso genitivo. Debió de ser así.

 Diotima (siglo V a. C.). Enseñó a Sócrates filosofía amatoria, según el testimonio que él mismo da en el Banquete de Platón. Sobre la filosofía del amor hay que leer a los platónicos y en primer lugar a Máximo de Tiro. Sobre Diotima, además del mencionado pasaje de Platón, hay que consultar a Luciano en sus Imágenes.

 Beronice. Focio menciona a Beronice en su Biblioteca cuando enumera a los filósofos cuyos apotegmas recoge Estobeo. Con el nombre de Berenice hubo cuatro reinas, pero sin ninguna relación con nuestra Beronice, que también parece ser distinta de aquella Ferenice de la cual hablan Valerio Máximo, Plinio y Pausanias y que fue la única mujer a la que se le permitió asistir a un espectáculo deportivo cuando acompañó a Olimpia a su hijo Euclea, que tenía que participar en un certamen; fue hija de padre olimpiónico (es decir, vencedor en varias ocasiones del certamen olímpico) y tuvo hermanos que, con no pocos esfuerzos, consiguieron este mismo título. Beronice, Berenice y Ferenice son el mismo nombre.

 Pánfila (siglo I). De Epidauro de Egipto. Hija de Soterida, un celebérrimo gramático. Suidas la llama “la sabia de Epidauro” y Focio dice que sus libros están llenos de cuestiones filosóficas. Escribió ocho libros misceláneos que Focio cita en su Biblioteca. Suidas testifica que fueron treinta y tres y que escribió muchas otras cosas: un epítome de Ctesia, epítomes de historias, de controversias y sobre las fiestas de Afrodita. Vivió en tiempos de Nerón. A menudo Laercio utiliza su testimonio y Gelio la cita en el libro XV, capítulos XVII y XXIII. Su padre, Soterida, le dedica sus comentarios. Hay que consultar a Suidas bajo el nombre de Soterida. Pánfila contrajo matrimonio con Socrátida, según el testimonio de Suidas en “Pánfila”. Y Focio dice que estuvo casada con aquél durante trece años.

 Clea (siglos I-II). Plutarco le dedicó sus Virtudes de mujeres, obra en la que afirma que ella era versada en la lectura de libros. Dice también que cuando Clea hubo sufrido la muerte de la excelente Leontida, que, conjeturamos, acaso fuera su madre, ambos tuvieron un rico coloquio de consolación filosófica. Por eso sospechamos que Clea se dedicaba a la filosofía.

Resultado de imagen de historia de las mujeres filósofas Eurídice (siglos I-II). Esposa de Poliano. Plutarco escribió para ellos sus Preceptos conyugales. Dice también que Eurídice había sido educada en la filosofía. Jonsius, en el libro III, capítulo VI, de Escritores de la historia filosófica, piensa que fue hija de Plutarco. Confieso que no sé de dónde saca esta afirmación. Pues esta Eurídice nuestra es distinta de aquella Eurídice que, siendo bárbara, de hecho Plutarco la llama «tres veces bárbara» (era iliria y de Hierápolis), sin embargo, ya en edad avanzada se dedicó al estudio para educar a sus hijos. De esta noble dedicación trata un epigrama en el último capítulo del tratado Sobre la educación de los hijos, de Plutarco.

  Julia Domna (170-217). Esposa del emperador Severo. Dión Casio, al final del libro LXXV de la Historia romana, dice de ella: “Empezó a filosofar y pasaba los días con los sofistas”. Por eso Filóstrato, en Filisco, la llama «filósofa»: «Antonino era hijo de la filósofa Julia». Se refiere a Antonino Caracalla. De este modo hay que leer la excelente enmienda de Claude Saumaise a Elio Lampridio. Antes se leía erróneamente “del filósofo”. Acerca del mismo sofista, Filóstrato prosigue: “Gracias a Julia, Filisco obtuvo del emperador Caracalla la cátedra de filosofía de Atenas”. Pues también hay que leer así, teniendo en cuenta la enmienda del mismo Saumaise, en vez de como se leía antes: “por su [de él] intercesión”. La emperatriz Julia conocía no sólo a Filóstrato sino también a otros sofistas, que la acompañaban diariamente. Pues Tzetzes en la historia cuadragésimo quinta de la sexta Quiliada ofrece el testimonio de que los sofistas estaban a menudo con ella. Era de patria siria, de la ciudad de Emesa. Después de haberla hecho venir de Siria, Severo la desposó. Acerca de él dice Espartiano:
 Después de haber perdido a su esposa y, queriéndose casar con otra, requería los horóscopos de las posibles consortes. Él mismo era muy experto en matemáticas. Y como había oído que en Siria existía una mujer que tenía un horóscopo que la hacía digna de unirse a un rey, la pidió como esposa.
 Tras la muerte de Severo, quisieron que Julia se casase con su hijastro Antonino Caracalla. Espartiano, a propósito de Caracalla, dice:
 Conviene saber de qué manera se había casado con su madrastra Julia. Como ella era bellísima y quizás por negligencia se había desnudado la mayor parte del cuerpo, Antonino le dijo: «Querría, si fuera lícito». Se cuenta que ella respondió: «Si te gusta, es lícito. ¿Acaso no sabes que eres el emperador y que promulgas las leyes, no las acatas?». Oído esto, su deseo desordenado fue alentado a cometer el acto criminal y se celebraron las nupcias. Si Antonino hubiera sabido promulgar leyes, él mismo habría debido prohibirse este acto: pues se casó con su madre (no se podía decir de otra manera). Al parricidio añadió el incesto, ya que se unió en matrimonio a aquella a cuyo hijo había matado recientemente.
 Aurelio Víctor, Eutropio y Orosio se suman a Espartiano. Pero grandes testigos, libres de toda sospecha, como Opiano, Herodiano y Filóstrato,  testifican que todos aquellos se equivocan. Escritores contemporáneos de Julia dijeron unánimemente que ella era la madre de Caracalla, no la madrastra. Lo ratifican las antiguas monedas e inscripciones, que dan testimonio de lo que ya nadie duda: Caracalla fue el hijo de Julia Domna, no el hijastro. Esto ya había sido reconocido por los doctos varones, por Casaubon y Saumaise en la Historia augusta, por Tristan en los Comentarios históricos, por Spanheim en la séptima disertación acerca de la Importancia y uso de las monedas, por Spon en las Misceláneas de la Antigüedad erudita, y recientemente por Vaillant en las Monedas, donde habla de Septimio Severo, Julia Pía y Antonino Caracalla.
 Domna era su cognomen. Opiano, en el libro I de su De la caza, en el que habla de Antonino Caracalla, a quien dedicó su obra, dice: “la gran Domna lo dio al gran Severo”. Pues en este lugar “Domna” no es “dueña”, como querían Scipione Gentile en el libro II, capítulo XXII de Introducción al derecho y Rittershausen en el comentario a Opiano, sino que es un nombre propio, o mejor dicho un cognomen. Consultad, si os place, lo que decimos en Amenidades del derecho, capítulo XXV. Añado que la esposa de Isidoro, aquel celebérrimo filósofo cuya vida escribió Damascio, se llamaba “Domna”. Ved los extractos de su vida en Focio.
 Sabemos por Herodiano, cuando habla de Caracalla, y por Capitolino, en su Opilio Macrino, que tuvo una hermana, Julia Mesa. Tristan y Patin escribieron que este nombre en sirio fenicio significa “sol” [lo que dudo mucho. De hecho, me veo obligado a creer que no es una palabra ni siria ni fenicia, tal como me aseguró Luis Pico, teólogo de la Sorbona, gran experto en lenguas orientales].

 Miro. De ella Suidas dice así: “Miro de Rodas, filósofa”. Escribió tratados sobre mujeres que fueron reinas, y también fábulas. Según Suidas, no se trata de Miro, la celebérrima poeta, hija o madre de Homero, uno de los poetas trágicos de la Pléyade. Pues nuestra Miro fue bizantina, como consta en Suidas. Ateneo también la hace bizantina en el libro XI, capítulo XII y Eustacio en el comentario al verso 310 del canto XXIV de la Ilíada. Pero allí se la llama Moiro, no Miro. Además, según el testimonio de Suidas, escribió, lo diré de pasada, versos elegiacos y mélicos, así como una obra con el título de Anemosyne, según dice Ateneo, y un libro sobre los dialectos, según Eustacio.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Herder Editorial, 2009, en traducción de Mercè Otero Vidal, pp. 47-58. ISBN: 978-84-254-2581-3.]

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