lunes, 15 de marzo de 2021

Las consecuencias perversas de la modernidad.- Niklas Luhmann (1927-1998) y otros


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II.-La modernidad “contingente”

Capítulo 3: El concepto de riesgo
II

 «Las antiguas civilizaciones desarrollaron para problemas análogos unas técnicas muy dispares. Naturalmente no necesitaron de la palabra riesgo, tal y como nosotros la entendemos. Por supuesto que elaboraron determinados mecanismos culturales que dotaban de certidumbre a la existencia futura. En este sentido, se confió mayormente en la práctica de la adivinación, si bien ésta no garantizaba una seguridad plena respecto a los acontecimientos venideros. Por lo demás, permitía que la propia decisión no desatara la ira de los dioses o de otras fuerzas numinosas y garantizaba el contacto con los misteriosos designios del destino. En muchos aspectos el complejo semántico del pecado (conducta que viola los ordenamientos religiosos) ofrece un equivalente funcional, ya que puede servir para explicar el surgimiento de la desgracia. Ya en el antiguo comercio marítimo oriental existía conciencia de riesgo con los correspondientes ordenamientos jurídicos, que en sus inicios apenas eran distinguibles de los programas adivinatorios, de la llamada de los dioses protectores, etc. Sin embargo, con la división jurídica entre el patrón y el navegante, se establecieron aún más claramente sistemas de seguros, que ya en la Edad Media influyeron en el derecho de comercio marítimo y en los seguros marítimos. No obstante, en la antigüedad no cristiana faltó una conciencia mínimamente desarrollada de las decisiones. De “riesgo” se habla por vez primera en el transcurso de la Edad Media a la incipiente modernidad.
 Los orígenes de la palabra son desconocidos. Hay quien habla de su posible procedencia árabe. En Europa el término ya se encuentra en documentos medievales, sin embargo se extiende en primer lugar con la llegada de la imprenta, especialmente en Italia y España. De cualquier modo, se echan de menos investigaciones históricas respecto al concepto riesgo. La razón es que el citado término aparece con poca frecuencia y muy disperso en diferentes ámbitos de la realidad social. El viaje por mar y el comercio son casos en los que el empleo de la palabra es frecuente. Los seguros marítimos son un primer ejemplo de la planificación del control del riesgo. Independientemente de esto, se encuentran formulaciones como “ad risicum et fortunam…”, o “pro securitate et risico…” o “ad omnem risicum, periculum et fortunam Dei…” en contratos que reglamentan quién debe hacerse responsable en caso de daño. Sin embargo, la palabra riesgo no permanece restringida  a este ámbito, muy al contrario se difunde desde el año 1500 con motivo de la aparición de la imprenta. Scipio Ammirato piensa, según fuentes consultadas, que, por ejemplo, aquel que difunde rumores corre el riesgo de ser cuestionado acerca de las bases de sus afirmaciones. Giovanni Bottero afirma: “Chi non risaca non guadagna” y restringe esta máxima a una vieja tradición de proyectos vanos y temerarios. Annibale Romei reprocha el “non voler arrischiar la sua vita per la sua religione”. En una carta de Luca Contile, fechada el 15 de septiembre de 1545, a Claudio Tolomei se encuentra la siguiente formulación: “vivere in risico di metteri in mano di gente forestiere e forse barbare”. El lenguaje de esta etapa histórica dispone de términos como peligro, desafío, azar, suerte, arrojo, temor, aventura (aventuyre). Sin embargo, la utilización de un nuevo vocablo responde a la necesidad de conceptualizar una situación puntual que no puede ser expresada con la precisión requerida por las palabras de que se dispone en ese momento. Por otra parte, la palabra tiende a sobrepasar el contexto de partida (el ya citado “non voler arrischiar la sua vita per la sua religione”), por lo cual no es fácil reconstruir, a partir de algún hallazgo casual, los motivos que posibilitaron su aparición.
 Con todas estas reservas, el problema radica en comprender que son accesibles algunas ventajas únicamente si se pone algo en juego, vale decir, si se asumen riesgos. No se trata del problema de los costes calculados de antemano que se ven compensados por las ventajas obtenidas. Por el contrario, refiere a una decisión de la que arrepentirse, como se puede prever, cuando se ocasiona el daño que se esperaba evitar. Con la institucionalización de la confesión, la religión ha intentado conducir el arrepentimiento al pecador. Desde un punto de vista secular el cálculo de riesgo trata de un programa de minimización del arrepentimiento. En el primer caso se alude a un enfoque inconsistente respecto al transcurso del tiempo. En el segundo, a un tener en cuenta el factor tiempo. La diferencia entre la perspectiva religiosa y secular también se halla en la tensión del conocido cálculo de fe propuesto por Pascal. El riesgo de incredulidad es elevado, ya que la salvación está en juego. El riesgo de creer, por el contrario, ni tan siquiera es considerado.
Resultado de imagen de las consecuencias perversas de la modernidad Estas indicaciones muestran la complejidad del problema que subyace al surgimiento del concepto. No se trata de un mero cálculo de costes en virtud de un pronóstico seguro. Tampoco alude a la clásica supernorma ética de la modestia (modestas, mediocritas) y de la justicia (iustitia) respecto a todos los bienes deseables. De igual modo, no refiere a formas ahistóricas de racionalidad con las que una sociedad estancada en el tiempo mantiene que la vida perdura sobre un conglomerado de ventajas y desventajas, perfecciones y corrupciones y en las que a menudo el bien deviene mal. No es un intento de expresar a la racionalidad en una metarregla, ya sea de optimización o de moderación, que pretenda dar cabida a la diferencia entre lo bueno y lo malo como unidad y formular ésta como buena (como valor recomendable). No alude a la resolución de una paradoja con la que se está confrontado cuando el esquematismo del bien y del mal se aplica sobre uno mismo. No se trata de banalidades retóricas que encuentran el bien en lo malo y lo malo en el bien. Consecuentemente se derrumban las viejas prudencias en las que la varietas temporum y la mezcla de propiedades buenas y malas del prójimo juegan un importante papel. Al mismo tiempo que se utiliza la terminología del riesgo, se emplean reiteradamente estos viejos medios –por ejemplo, en las teorías de las virtudes del príncipe y de sus mentores o en el concepto de la razón de estado. Sin embargo, se reconoce en la dramatización de esas formas semánticas que la auténtica dimensión del problema pasa totalmente desapercibida. Sobre este particular Richelieu lanza la siguiente máxima: “Un  mal qui ne peut arriver que rarement doit être présumé n’arriver pint. Principalement, si, pour l’éviter, on s’expose à beaucoup d’autre qui sont inevitable et de plus grand consequence”. Lo que subyace a esta idea es que hay demasiadas razones por lo que algo de manera improbable puede cambiar su curso como para considerarlas en un cálculo racional. Esta máxima nos conduce al centro de la controversia política actual sobre las consecuencias de los problemas tecnológicos y ecológicos de la sociedad moderna. Esto confiere al concepto de riesgo, que Richelieu no tuvo que utilizar, un valor muy distinto.
 Las investigaciones históricas sobre el término riesgo no aportan ninguna información veraz. Tan sólo algún punto de apoyo, especialmente el de que las pretensiones de racionalidad se encuentran progresivamente en una relación precaria con el tiempo. Así es, ese mismo punto de apoyo subraya que el término riesgo refiere a decisiones con las que se vincula el tiempo, aunque el futuro no se puede conocer suficientemente; ni tan siquiera el futuro que se produce a través de las decisiones personales. Desde Bacon, Locke y Vico aumenta la confianza en la factibilidad de las relaciones; y progresivamente se fue aceptando que conocimiento y productividad iban de la mano. Esta pretensión se corrige en cierta manera con la noción de riesgo, así como con la novedad del cálculo de probabilidad. Ambos conceptos parecen garantizar que cuando algo cambia su curso normal puede haberse desarrollado correctamente. Por tanto, inmunizan a la decisión frente al fracaso en la medida en que sólo se aprende a evitar errores. Así se modifica el sentido de securitas. Mientras la tradición latina ve en ella una predisposición subjetiva a la ausencia de preocupación o, en una valoración negativa, a la despreocupación en relación a las cuestiones de la salvación (=acedia), en la tradición francesa (sûreté, que más tarde adquiere el sentido de sécurité subjetiva) se toma al concepto en su significado objetivo –como si se hubieran encontrado los fundamentos de las decisiones seguras en relación a un futuro siempre incierto. Con la ampliación de las pretensiones del saber, las viejas limitaciones cosmológicas, las esencias y misterios de la naturaleza se sustituyen por nuevas distinciones, que caen en la esfera del cálculo racional. Así es como se entiende el riesgo hasta nuestros días.
 Esta tradición racionalista basa la comprensión del problema en que los daños se deben evitar en lo posible.»

  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anthropos, 1996, en traducción de Celso Sánchez Capdequí y revisión técnica de Josetxo Beriain, compilación de Josetxo Beriain, pp. 130-135. ISBN: 84-7658-466-0.]


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