II.-La modernidad
“contingente”
Capítulo 3: El concepto
de riesgo
II
«Las antiguas civilizaciones desarrollaron para
problemas análogos unas técnicas muy dispares. Naturalmente no necesitaron de
la palabra riesgo, tal y como nosotros la entendemos. Por supuesto que
elaboraron determinados mecanismos culturales que dotaban de certidumbre a la
existencia futura. En este sentido, se confió mayormente en la práctica de la
adivinación, si bien ésta no garantizaba una seguridad plena respecto a los
acontecimientos venideros. Por lo demás, permitía que la propia decisión no
desatara la ira de los dioses o de otras fuerzas numinosas y garantizaba el
contacto con los misteriosos designios del destino. En muchos aspectos el
complejo semántico del pecado (conducta que viola los ordenamientos religiosos)
ofrece un equivalente funcional, ya que puede servir para explicar el
surgimiento de la desgracia. Ya en el antiguo comercio marítimo oriental
existía conciencia de riesgo con los correspondientes ordenamientos jurídicos,
que en sus inicios apenas eran distinguibles de los programas adivinatorios, de
la llamada de los dioses protectores, etc. Sin embargo, con la división
jurídica entre el patrón y el navegante, se establecieron aún más claramente
sistemas de seguros, que ya en la Edad Media influyeron en el derecho de
comercio marítimo y en los seguros marítimos. No obstante, en la antigüedad no
cristiana faltó una conciencia mínimamente desarrollada de las decisiones. De “riesgo”
se habla por vez primera en el transcurso de la Edad Media a la incipiente
modernidad.
Los orígenes de la palabra son desconocidos.
Hay quien habla de su posible procedencia árabe. En Europa el término ya se
encuentra en documentos medievales, sin embargo se extiende en primer lugar con
la llegada de la imprenta, especialmente en Italia y España. De cualquier modo,
se echan de menos investigaciones históricas respecto al concepto riesgo. La
razón es que el citado término aparece con poca frecuencia y muy disperso en
diferentes ámbitos de la realidad social. El viaje por mar y el comercio son
casos en los que el empleo de la palabra es frecuente. Los seguros marítimos
son un primer ejemplo de la planificación del control del riesgo.
Independientemente de esto, se encuentran formulaciones como “ad risicum et fortunam…”, o “pro securitate et risico…” o “ad omnem risicum, periculum et fortunam Dei…”
en contratos que reglamentan quién debe hacerse responsable en caso de daño.
Sin embargo, la palabra riesgo no
permanece restringida a este ámbito, muy
al contrario se difunde desde el año 1500 con motivo de la aparición de la
imprenta. Scipio Ammirato piensa, según fuentes consultadas, que, por ejemplo,
aquel que difunde rumores corre el riesgo de ser cuestionado acerca de las
bases de sus afirmaciones. Giovanni Bottero afirma: “Chi non risaca non guadagna” y restringe esta máxima a una vieja
tradición de proyectos vanos y temerarios. Annibale Romei reprocha el “non voler arrischiar la sua vita per la sua
religione”. En una carta de Luca Contile, fechada el 15 de septiembre de
1545, a Claudio Tolomei se encuentra la siguiente formulación: “vivere in risico di metteri in mano di gente
forestiere e forse barbare”. El lenguaje de esta etapa histórica dispone de
términos como peligro, desafío, azar, suerte, arrojo, temor, aventura (aventuyre). Sin embargo, la utilización
de un nuevo vocablo responde a la necesidad de conceptualizar una situación
puntual que no puede ser expresada con la precisión requerida por las palabras
de que se dispone en ese momento. Por otra parte, la palabra tiende a
sobrepasar el contexto de partida (el ya citado “non voler arrischiar la sua vita per la sua religione”), por lo
cual no es fácil reconstruir, a partir de algún hallazgo casual, los motivos
que posibilitaron su aparición.
Con todas estas reservas, el problema radica
en comprender que son accesibles algunas ventajas únicamente si se pone algo en
juego, vale decir, si se asumen riesgos. No se trata del problema de los costes
calculados de antemano que se ven compensados por las ventajas obtenidas. Por
el contrario, refiere a una decisión de la que arrepentirse, como se puede prever, cuando se ocasiona
el daño que se esperaba evitar. Con la institucionalización de la confesión, la
religión ha intentado conducir el arrepentimiento al pecador. Desde un punto de
vista secular el cálculo de riesgo trata de un programa de minimización del
arrepentimiento. En el primer caso se alude a un enfoque inconsistente respecto al transcurso del tiempo. En el
segundo, a un tener en cuenta el factor tiempo. La diferencia entre la
perspectiva religiosa y secular también se halla en la tensión del conocido
cálculo de fe propuesto por Pascal. El riesgo de incredulidad es elevado, ya
que la salvación está en juego. El riesgo de creer, por el contrario, ni tan
siquiera es considerado.
Estas indicaciones muestran la complejidad del
problema que subyace al surgimiento del concepto. No se trata de un mero
cálculo de costes en virtud de un pronóstico seguro. Tampoco alude a la clásica
supernorma ética de la modestia (modestas,
mediocritas) y de la justicia (iustitia)
respecto a todos los bienes deseables. De igual modo, no refiere a formas
ahistóricas de racionalidad con las que una sociedad estancada en el tiempo
mantiene que la vida perdura sobre un conglomerado de ventajas y desventajas,
perfecciones y corrupciones y en las que a menudo el bien deviene mal. No es un
intento de expresar a la racionalidad en una metarregla, ya sea de optimización
o de moderación, que pretenda dar cabida a la diferencia entre lo bueno y lo
malo como unidad y formular ésta como buena (como valor recomendable). No alude
a la resolución de una paradoja con la que se está confrontado cuando el
esquematismo del bien y del mal se aplica sobre uno mismo. No se trata de
banalidades retóricas que encuentran el bien en lo malo y lo malo en el bien.
Consecuentemente se derrumban las viejas prudencias en las que la varietas temporum y la mezcla de
propiedades buenas y malas del prójimo juegan un importante papel. Al mismo
tiempo que se utiliza la terminología del riesgo, se emplean reiteradamente
estos viejos medios –por ejemplo, en las teorías de las virtudes del príncipe y
de sus mentores o en el concepto de la razón de estado. Sin embargo, se
reconoce en la dramatización de esas formas semánticas que la auténtica
dimensión del problema pasa totalmente desapercibida. Sobre este particular
Richelieu lanza la siguiente máxima: “Un mal qui ne peut arriver que rarement doit
être présumé n’arriver pint. Principalement, si, pour l’éviter, on s’expose à beaucoup d’autre qui
sont inevitable et de plus grand consequence”.
Lo que
subyace a esta idea es que hay demasiadas razones
por lo que algo de manera improbable puede cambiar su curso como para
considerarlas en un cálculo racional. Esta máxima nos conduce al centro de la
controversia política actual sobre las consecuencias de los problemas
tecnológicos y ecológicos de la sociedad moderna. Esto confiere al concepto de
riesgo, que Richelieu no tuvo que utilizar, un valor muy distinto.
Las investigaciones históricas sobre el
término riesgo no aportan ninguna
información veraz. Tan
sólo algún punto de apoyo, especialmente el de que las pretensiones de
racionalidad se encuentran progresivamente en una relación precaria con el
tiempo. Así es, ese mismo punto de apoyo subraya que el término riesgo refiere
a decisiones con las que se vincula el tiempo, aunque el futuro no se puede conocer suficientemente; ni tan siquiera
el futuro que se produce a través de las decisiones personales. Desde
Bacon, Locke y Vico aumenta la confianza en la factibilidad de las relaciones;
y progresivamente se fue aceptando que conocimiento y productividad iban de la
mano. Esta pretensión se corrige en cierta manera con la noción de riesgo, así
como con la novedad del cálculo de probabilidad. Ambos conceptos parecen
garantizar que cuando algo cambia su curso normal puede haberse desarrollado
correctamente. Por tanto, inmunizan a la decisión frente al fracaso en la
medida en que sólo se aprende a evitar errores. Así se modifica el sentido de securitas. Mientras la tradición latina
ve en ella una predisposición subjetiva a la ausencia de preocupación o, en una
valoración negativa, a la despreocupación en relación a las cuestiones de la
salvación (=acedia), en la tradición
francesa (sûreté, que más tarde
adquiere el sentido de sécurité
subjetiva) se toma al concepto en su significado objetivo –como si se hubieran
encontrado los fundamentos de las decisiones seguras en relación a un futuro
siempre incierto. Con la ampliación de las pretensiones del saber, las viejas
limitaciones cosmológicas, las esencias y misterios de la naturaleza se
sustituyen por nuevas distinciones, que caen en la esfera del cálculo racional.
Así es como se entiende el riesgo hasta nuestros días.
Esta tradición racionalista basa la
comprensión del problema en que los daños se deben evitar en lo posible.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial
Anthropos, 1996, en traducción de Celso Sánchez Capdequí y revisión técnica de
Josetxo Beriain, compilación de Josetxo Beriain, pp. 130-135. ISBN:
84-7658-466-0.]
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