I.-Introducción al estudio de la filosofía y del materialismo histórico
Algunos puntos de referencia fundamentales
«Es preciso destruir
el muy difundido prejuicio de que la filosofía es algo sumamente difícil por
ser la actividad intelectual propia de una determinada categoría de científicos
especialistas o de filósofos profesionales y sistemáticos. Es preciso, por
tanto, demostrar, antes que nada, que todos los hombres son
"filósofos", y definir los límites y los caracteres de esta
"filosofía espontánea", propia de "todo el mundo", esto es,
de la filosofía que se halla contenida: 1) en el lenguaje mismo, que es un
conjunto de nociones y conceptos determinados, y no simplemente de palabras
vaciadas de contenido; 2) en el sentido común, y en el buen sentido; 3) en la religión
popular y, por consiguiente, en todo el sistema de creencias, supersticiones,
opiniones, maneras de ver y de obrar que se manifiestan en lo que se llama
generalmente "folklore".
Después de
demostrar que todos son filósofos, aun cuando a su manera, inconscientemente,
porque incluso en la más mínima manifestación de una actividad intelectual
cualquiera, la del 'lenguaje”, está contenida una determinada concepción del
mundo, se pasa al segundo momento, el de la crítica y el conocimiento, esto es,
se plantea el problema de si: ¿Es preferible "pensar" sin tener
conocimiento crítico, de manera disgregada y ocasional, es decir,
"participar" de una concepción del mundo "impuesta"
mecánicamente por el ambiente externo, o sea, por uno de los tantos grupos
sociales en que uno se encuentra incluido automáticamente hasta su entrada en
el mundo consciente (y que puede ser la aldea o la provincia, que puede tener
origen en la parroquia y en la "actividad intelectual" del cura o del
vejete patriarcal cuya "sabiduría" dicta la ley; de la mujercita que
ha heredado la sabiduría de las brujas o del pequeño intelectual avinagrado en
su propia estupidez e incapacidad para obrar), o es mejor elaborar la propia
concepción del mundo de manera consciente y crítica, y, por lo mismo, en
vinculación con semejante trabajo intelectual, escoger la propia esfera de
actividad, participar activamente en la elaboración de la historia del mundo,
ser el guía de sí mismo y no aceptar del exterior, pasiva y supinamente, la huella
que se imprime sobre la propia personalidad? […]
Vinculación
entre el sentido común, la religión y la filosofía. La filosofía es un
orden intelectual, cosa que no pueden ser la religión ni el sentido común.
Véase cómo, en la realidad, tampoco coinciden religión y sentido común. Sin
embargo, la religión es un elemento del sentido común disgregado. Por otra
parte, "sentido común" es nombre colectivo, como
"religión"; no existe un solo sentido común, pues también éste es un
producto y un devenir histórico. La filosofía y la crítica son la superación de
la religión y del sentido común y, en ese aspecto, coinciden con el "buen
sentido" que se contrapone al sentido común.
Relación entre
ciencia-religión-sentido común. La religión y el sentido común no pueden
constituir un orden intelectual porque no pueden reducirse a unidad y
coherencia ni siquiera en la conciencia individual, y no hablemos ya de la
conciencia colectiva; no pueden reducirse a unidad y coherencia
"libremente", aunque por imposición "autoritaria'' ello podría
ocurrir, como en verdad ocurrió en el pasado dentro de ciertos límites. El
problema de la religión, entendido no en el sentido confesional, sino en el
laico, de unidad de fe entre una concepción del mundo y una norma de conducta conforme
a ella: pero ¿para qué llamar "religión" a esta unidad de fe, en
lugar de llamarla "ideología", o más bien, "política"?
En verdad, no
existe la filosofía en general: existen diversas filosofías o concepciones del
mundo, y siempre se hace una elección entre ellas. ¿Cómo se produce esta
elección? ¿Es un hecho puramente intelectual o más complejo? ¿Y no ocurre a
menudo que entre el hecho intelectual y la norma de conducta exista
contradicción? ¿Cuál será, entonces, la verdadera concepción del mundo: la
afirmada lógicamente como hecho intelectual, o la que resulta de la real
actividad de cada cual, que se halla implícita en su obrar? Puesto que el obrar
es siempre un obrar político, ¿no puede decirse que la filosofía real de cada
cual se halla toda contenida en su política? Este contraste entre el pensar y
el obrar, esto es, la coexistencia de dos concepciones del mundo, una afirmada
en palabras y la otra manifestándose en el obrar mismo, no se debe siempre a la
mala fe. La mala fe puede ser una explicación satisfactoria para algunos
individuos singularmente considerados, o también para grupos más o menos
numerosos, pero es satisfactoria cuando -el contraste se verifica en las
manifestaciones de la vida de las amplias masas; en tal caso dicho contraste
sólo puede ser la expresión de contradicciones más profundas de orden histórico
social. Significa ello que un grupo social tiene su propia concepción del mundo, aunque embrionaria,
que se manifiesta en la acción, y que cuando irregular y ocasionalmente —es
decir, cuando se mueve como un todo orgánico—, por razones de sumisión y
subordinación intelectual, toma en préstamo una concepción que no es la suya, una
concepción de otro grupo social, la afirma de palabra y cree seguirla, es
porque la sigue en "tiempos normales", es decir, cuando la conducta
no es independiente y autónoma, sino precisamente cometida y subordinada. He
ahí también por qué no se puede separar la filosofía de la política, y por qué
se puede demostrar, al contrario, que la elección de la concepción del mundo es
también un acto político.
Es preciso, por
consiguiente, explicar por qué sucede que en cada época coexistan muchos
sistemas y corrientes filosóficas; cómo nacen, cómo se difunden, por qué la
difusión sigue ciertas líneas de ruptura y ciertas direcciones, etc. Esto nos
muestra cuán necesario es sistematizar crítica y coherentemente nuestras
intuiciones del mundo y de la vida, fijando con exactitud lo que debe entenderse
por "sistema", a fin de que no sea comprendido en el sentido
pedantesco y profesoral de la palabra. Pero esta elaboración sólo puede y debe
ser hecha en el cuadro de la historia de la filosofía, que muestra qué
elaboración ha sufrido el pensamiento en el curso de los siglos y qué esfuerzo
colectivo ha costado nuestro actual modo de pensar, que resume y compendia toda
la historia pasada, incluso en sus errores y delirios, que no por haber sido
cometidos en el pasado, cuando eran correctos, tienen por qué ser reproducidos
en el presente, cuando no son necesariamente correctos.
¿Qué idea se hace
el pueblo de la filosofía? Se la puede reconstruir a través de los modos de
decir del lenguaje común. Uno de los más difundidos es aquel de "tomar las
cosas con filosofía" que, una vez analizado, no tiene por qué ser
rechazado totalmente. Es cierto que se contiene en él una implícita invitación
a la resignación y a la paciencia; pero, a lo que parece, el punto más importante
es su invitación a la reflexión, a tomar conciencia de que lo que sucede es en
el fondo racional y que como tal es preciso encararlo, concentrando las fuerzas
racionales y no dejándose arrastrar por los impulsos instintivos y violentos.
Se podrían reagrupar estos modos de decir populares junto a las expresiones
similares de escritores de carácter popular —tomándolas de los grandes vocabularios—,
de las que forman parte los términos "filosofía" y
"filosóficamente", y se podrá ver que éstas tienen un significado muy
preciso, de superación de las pasiones bestiales y elementales, en una
concepción de la necesidad que da al obrar una dirección consciente. Este es el núcleo sano del sentido común, lo que
podría llamarse el buen sentido y que merece ser desarrollado y convertido en
cosa unitaria y coherente. Así aparece claro por qué no es posible separar lo
que se llama "filosofía científica'' de la filosofía "vulgar y
popular", que es sólo un conjunto disgregado de ideas y opiniones.
Pero en este punto
se plantea el problema fundamental de toda concepción del mundo, de toda
filosofía que se haya convertido en una "religión", una
"fe"; es decir, que haya producido una actividad práctica y una
voluntad, y que esté contenida en éstas como "premisa" teórica
implícita (una "ideología", se podría decir, si al término ideología
se le diera el significado más alto de concepción del mundo que se manifiesta
implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad económica, en todas
las manifestaciones de la vida individual y colectiva); esto es, el problema de
conservar la unidad ideológica de todo el bloque social, que precisamente es
cimentado y unificado por esta ideología. La fuerza de las religiones, y
especialmente de la iglesia católica, ha consistido y consiste en que ellas
sienten enérgicamente la necesidad de la unión doctrinaria de toda la masa
"religiosa" y luchan para que los estratos intelectualmente
superiores no se separen de los inferiores. La iglesia romana ha sido siempre
la más tenaz en la lucha por impedir que se formen "oficialmente" dos
religiones: la de los "intelectuales" y la de las "almas
simples". Esta lucha no ha transcurrido sin grandes inconvenientes para la
iglesia misma; pero tales inconvenientes están unidos al proceso histórico que
transforma toda la sociedad civil y que contiene en bloque una crítica corrosiva
de las religiones. Por lo mismo, resulta mucho más la capacidad organizativa
del clero en la esfera de la cultura, y la relación abstractamente racional y
justa que la iglesia en su ámbito ha sabido establecer entre intelectuales y
simples. Los jesuitas han sido, indudablemente, los mayores artífices de este
equilibrio, y para conservarlo han impreso a la iglesia un movimiento
progresista que tiende a dar ciertas satisfacciones a las exigencias de la ciencia
y de la filosofía, pero con ritmo tan lento y metódico que las mutaciones no
han sido percibidas por la masa de los simples, si bien aparecen como
"revolucionarias" y demagógicas ante los "integralistas".»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Nueva Visión, 1971, en traducción de Isidoro Flambaun y revisión de Floreal Mazía, pp. 7-12.]
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