domingo, 21 de marzo de 2021

La ley del progreso.- Emilia Serrano, baronesa de Wilson (1843-1922)


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Capítulo V

La educación obligatoria
I

 «La moralidad es la base del amor al trabajo, del amor a la familia, del respeto a la sociedad, de la solidez en las instituciones y de la preponderancia y prestigio en el seno de las nacionalidades, pues sin moral aquellas serían un caos.
 No puede existir un buen ciudadano, si no tiene la moral por principio y cimiento, pues no sólo en los hombres de Estado se admira su vida política, ya heroica como guerrero, ya elevada como legislador, sino que es un deber dar ejemplo a sus conciudadanos con la pureza de su vida privada pues según los gobernantes, adquiere un pueblo buenas o malas condiciones.
 En la gran familia humana, la libertad de costumbres y el desarreglo de estas, proviene de la falta de principios morales y la decadencia de los pueblos, su aniquilamiento, su ruina, es obra de la relajación de las doctrinas y de la ausencia de moralidad, rectitud y justicia.
 Grecia, decayó de su antiguo esplendor, el día en que entregada al ocio, al abuso de los vicios, a la inacción del espíritu y del sentimiento, confió en su pasado, en las glorias de otras épocas y en sus recuerdos heroicos.
 Grecia, la cuna de los sabios, ese astro de la antigüedad, el radiante meteoro que iluminaba por doquiera con los destellos que desde Atenas lanzaban las artes, las ciencias y las letras, Grecia, perdió libertad, riquezas, prestigio y el puesto tan brillantemente conquistado, descuidando sus virtudes, envileciéndose por sus acciones quedando en breve aquel gran pueblo reducido a la nada: al vicio: hoy sólo posee las páginas de su lejana prosperidad y los nombres de aquellos, que tan alto elevaron a su patria.
 Roma, fue poderosa y grande, en tanto que el desdén por el lujo y el amor a las virtudes cívicas, basadas en la austeridad de costumbres, conducían a los hombres a combatir y ganar victorias, buscando en los campos de batalla laureles que orlaban sus banderas e inspiraban respeto y admiración por el nombre romano, fijándose las demás naciones, en aquellas matronas de noble apostura, de costumbres tan puras como severas y modelos de moral y de virtud.
 Grecia, fue menos reflexiva, más ligera, más impetuosa y menos moralizada que Roma, notable entre los pueblos de la antigüedad, por su moderación y el exacto cumplimiento de sus deberes.
 La corrupción vino más tarde y de las clases más elevadas, descendió, e invadió las clases populares, empequeñeciendo a los que habían dominado al universo y sembrando la malicia, el olvido de su heroísmo y del orgullo de su valor y fuerza moral.
 La depravación se apoderó de las matronas y de los patricios, convirtiéndose aquellas en esclavas del lujo y de los afeites.
 Roma desapareció en el Océano tumultuoso de sus pasiones, de sus venganzas, de sus ambiciones: esa tempestad, hizo zozobrar la nave que hasta entonces, surcara las ondas con majestuosa seguridad y ante cuya bandera, se inclinaban las más altivas de Europa y Asia.

II

 En ese abismo, en donde rodaba una nación señora poco antes y reina poderosa y envidiada, habían rodado también Herculano y Pompeya, al llegar al apogeo de su inmoralidad, siendo la lava del Vesubio, el instrumento tal vez de la cólera celeste y oculto y misterioso castigo de seres envilecidos.
 Roma se destruyó lentamente y si no desapareció por completo, vegeta contemplando como Grecia, su pasada grandeza en las ruinas de sus edificios, de sus arcos triunfales y de obeliscos y columnas, que hacen sonar con un pueblo de gigantes, que hacen meditar en las causas de esa decadencia y estudiar los medios que pudieron haberla modificado o detenido.
 ¿Es ley sin embargo de todo lo creado? ¿Es la mano del tiempo? ¿Es la fuerza de los acontecimientos, es imprescindible que toda elevación tenga un término y que en la más alta cima, sea imposible sostenerse en ella? ¿Es una necesidad imperiosa, lo que impulsa a descender rápidamente? Quién sabe; ¿acaso todo no está sujeto a la destrucción?
 Pero la civilización ha demostrado que la voluntad y la inteligencia pueden mucho: al hombre le es posible consolidar las sociedades y el prestigio, las glorias, el poderío, el bienestar, teniendo por auxiliares a la educación y a la moralidad.
 En tales condiciones, ¿no es un deber en los gobernantes obligar a los jefes de familia para que no dejen a sus hijos en el estado de la ignorancia?

III

 Como una muestra de paternal cariño deben mirar los pueblos las sabias disposiciones, que hacen obligatoria la educación: cuanto más educado el individuo, más se encuentra en estado de analizar el bien y el mal.
 Todo gobierno debe hacer obligatoria la instrucción e imponer castigos a los padres morosos, descuidados e ignorantes, que no comprenden cuán grande es la falta que pesa sobre su conciencia, dejando a los pobres niños vagar sin dirección, y ese gobierno celoso, esos hombres que tienen que velar por la prosperidad de la patria, por su porvenir, por crear ciudadanos útiles contraen el deber ineludible de fomentar la enseñanza, sin que por eso se crea es un ataque a la libertad individual: que los padres hagan aprender a sus hijos, sea en la casa o en la escuela, tal es la educación obligatoria; es decir no autorizar la vagancia: prohibido el desorden que acarrea, cuando es ignorante la juventud en las masas populares; estimular con premios y exámenes y explicaciones el amor al trabajo y al deseo de elevarse: desarrollar provechosa emulación, aun desde la infancia e impedir que el ocio, las malas compañías y la pereza, hagan en vez de hombres útiles, seres perjudiciales.
 El niño que en vez de asistir a la escuela y pasar la mayor parte de las horas del día, entregado a los libros y al estudio, entretenido moral e intelectualmente, no tiene la costumbre del trabajo y sale a la calle en busca de otros pobres seres, que como él se ven abandonados a sí propios, tiene necesariamente que pensar como ellos y acostumbrarse a las travesuras que poco a poco, llevan muy lejos y conducen a la deshonra, a los vicios y al crimen.
 Niños de once años, he visto robar a sus padres para correr las calles, cometer mil excesos reprensibles y llegar al tristísimo caso de amenazar al que les diera el ser, ultrajar a su madre y huir de la casa paterna hurtando cuanto les era posible.
Resultado de imagen de baronesa de wilson la ley del progreso He visto al mismo llegar a los quince años, sin noción alguna de moral, ni religión, y que reprendido por su padre, ciego de cólera porque le negaba una cantidad se atrevió ¡impío! a poner las manos en aquel que si bien era culpable, por haberle dejado crecer vicioso e ignorante, merecía su respeto y veneración.
 Más tarde, fue preciso hacerle ingresar en una casa de corrección, a petición de sus propios padres.
 ¿No hubiera sido preferible les hubiera obligado, como hoy se practica, a que desde niño lo enviasen a la escuela?
 ¿No es triste que en las capitales, sea en donde mayor número de niños pululan, holgazanes y vagos?
 Si las comisiones de instrucción pública y las direcciones y subdirecciones de estudios, despliegan el celo debido y cumplen escrupulosamente su cometido, muy loable es por cierto y la voz de la humanidad, de la Justicia, del interés patrio y de la civilización, debe elevarse firme y decidida a favor de la enseñanza obligatoria.

IV

 Los pueblos necesitan mujeres, que sepan practicar las virtudes y trasmitirlas a sus hijos, y hombres que tanto en el hogar cuanto en la vida pública, sean instruidos, rectos y morales.
 Al ver un niño que vaga por calles y plazuelas, sin ocupar su tiempo, ni dedicarse a nada, debemos preguntarnos, ¿qué será mañana? La solución del problema no será difícil.
 La ley de enseñanza obligatoria, debe ponerse en ejecución con toda severidad; ¿no se hace así para todo lo reprensible? ¿No condenan los tribunales, al ladrón, al falsario, al ratero, a todo aquel que de un modo más o menos directo falta a la sociedad?
 Pues todos esos crímenes, son en su mayoría consecuencia de la ignorancia, de la holgazanería, por lo que la instrucción pública debe perfeccionarse en todo y por todos los medios.
 Para los desheredados de la fortuna, están las escuelas gratuitas, los establecimientos benéficos; prohíbase recibir joven alguno, en almacenes, fábricas, o casas mercantiles, si no sabe leer ni escribir, esto dará por resultado el deseo de aprender, como sucede en Prusia, Estados Unidos e Inglaterra, aun cuando en esta última nación, no sea el pueblo de lo más instruido, a pesar de los esfuerzos por conseguirlo.
 Abusar de la infantil imaginación de los niños, y darles estudios superiores a sus fuerzas, sería un absurdo, porque perjudicaría al desarrollo físico, pero empezar la enseñanza lo más pronto que la edad permite, acostumbrándolos al trabajo y a reglamentar sus horas de ocio y juegos, es indispensable.
 Esos mismos niños pobres, que no pueden tener porvenir alguno en la ignorancia, ¿quién podrá prever hasta donde alcanzarán a elevarse con una educación esmerada?
 A ellos me dirijo ahora, a la clase del pueblo, que mira casi siempre con aversión a los superiores; con la aplicación, llegará a escalar estos mismos puestos que envidia; con el estudio sus hijos serán ricos, respetados y considerados: con el trabajo manual ayudados por la instrucción, serán industriales inteligentes y su bienestar crecerá, a medida de sus conocimientos.
 El que desea ser algo, el que aspira a salir de la oscuridad y de la miseria, puede lograrlo con la educación y la laboriosidad. !Ojalá las páginas de este libro sean una saludable semilla y alcancen a despertar en el corazón del pueblo americano la ambición digna y noble, que enaltece y alcanza estimación general!»

   [El texto pertenece a la edición en español de Tipografía La Concordia, San Salvador, 1883, pp. 68-77.]

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