Prólogo: La teoría de la Vaca Nueva
«Si hace un año alguien me hubiera preguntado por qué los hombres dejan a las mujeres y no regresan nunca, yo habría respondido:
"Hembra Nueva. Vaca Nueva".
"Vaca Nueva" es la forma abreviada de la Teoría de la Vaca Nueva, que a su vez es la forma abreviada de la Teoría de la Vaca Vieja y la Vaca Nueva que, naturalmente, es la forma abreviada de la triste, dolorosa verdad de que los hombres abandonan a las mujeres y no regresan nunca porque lo que quieren, en realidad, es otra hembra, otra vaca.
La Teoría de la Vaca Nueva no es mía, aunque yo la rebauticé y la perfeccioné para aplicarla a mis propósitos. Recogí la semilla de esta teoría de un artículo sobre la conducta masculina que me llamó la atención, en parte porque apareció en la primera página del suplemento científico de The New York Times y no en un libro de autoayuda con un título de veintitrés palabras, y también, supongo, por el momento en que lo leí: siete meses después de que Ray se largara de mi apartamento sin razón aparente y poco después de que yo descubriera que la sinrazón aparente siempre había tenido un nombre:
Vaca Nueva.
La Teoría de la Vaca Nueva se basó en diversos estudios sobre fertilidad citados en el artículo en cuestión, que hablaban de las preferencias del toro a la hora del apareamiento.
En primer lugar, a un toro se le ofrecía una vaca.
Se apareaban.
Cuando al toro se le ofrecía la misma vaca para que se apareara por segunda vez, el macho no demostraba el menor interés. Quería Vaca Nueva y ésa era Vaca Vieja.
Entonces se le ofrecía la misma vaca, aunque disfrazada con un sombrero o un vestido. Y una vez más el toro se negaba a aparearse con ella, porque sabía que no era Vaca Nueva. No era más que Vaca Vieja vestida de Vaca Nueva.
Finalmente, puesto que era imposible engañar visualmente al toro, se ponía en práctica un ingenioso truco: se perfumaba a la Vaca Vieja con una fragancia de Vaca Nueva. Al oler Vaca Nueva, el macho se levantaba y cruzaba el establo para ver mejor.
Pero el toro no era tonto. Aquello no era Vaca Nueva.
Era Vaca Vieja camuflada.
Vaca Vieja con piel de cordero.
Mona vestida de seda.
Si hace año y medio, después de conocer a Ray, alguien me hubiera preguntado por qué los hombres dejan a las mujeres y no vuelven, se lo habría explicado.
Le habría dicho un montón de cosas para probar la Teoría de la Vaca Nueva.
Por ejemplo, que los insectos machos exhiben una bola húmeda y viscosa de comida para atraer a una pareja potencial y luego, después de la cópula, se llevan los restos de la bola para seducir a otra hembra.
Que el intervalo entre erecciones en las ratas macho disminuye drásticamente cuando entra una hembra nueva en la jaula.
O que los machos de la mayoría de las especies tratan de copular con cualquier objeto que se parezca mínimamente a una hembra: un pavo con una cabeza de pava; una serpiente macho con el cadáver de una serpiente hembra (hasta que se lo dirige hacia una viva); un bonobo macho con una caja de cartón o con las botas de goma del guarda del zoológico.
Las Vacas Viejas creen saberlo todo sobre todo.
Pero a mí nadie me preguntó.
Si alguien me hubiera preguntado, habría dado una respuesta distinta.
Habría puesto los ojos en blanco, habría mirado al techo, habría alzado las manos al cielo, como hacen las viejas italianas, y habría dicho:
"Escapa a nuestro entendimiento".
Es lo que dicen las que se han dado por vencidas y supongo que yo era una de ellas. Y puede que me hubiera dado por vencida porque había llegado a la conclusión de que los hombres no abandonaban a todas las mujeres.
Sólo me abandonaban a mí.
Me llamo Jane Goodall.
No la célebre Jane Goodall, aunque a veces creo que fue mi nombre lo que me hizo pasar de los hombres a las vacas, de las vacas a los monos y finalmente a mis investigaciones y teorías. Todo tiene una razón, por fortuita o insignificante que parezca; todo nos conduce a otra cosa: un guiño, un beso, una expresión facial, una combinación de palabras, como "ya no te quiero" o "quiero a otra", son claves que hay que descifrar, analizar, interpretar. Al menos eso creía yo, Jane Goodall, simióloga.
Pero ya no soy simióloga.
Ahora soy simióloga en vías de recuperación.»
[El fragmento pertenece a la edición en español de Círculo de Lectores, 1998, en traducción de María Eugenia Ciocchini. ISBN: 84-226-7305-3.]
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