Libro VI.- Capítulo II (Diógenes el cínico)
«Diógenes de Sínope era hijo del banquero Hicesias. Diocles cuenta que hubo de exiliarse porque su padre, que poseía un banco público, había adulterado la moneda. Sin embargo, Eubúlides, en su libro sobre Diógenes, asegura que fue éste mismo quien lo hizo, conchabado con su padre. Además, el mismo Diógenes confiesa en su "Pordalo" que había falsificado moneda. Cuentan algunos que, siendo encargado de la vigilancia los trabajadores, fue inducido por éstos, y se dirigió a Delfos o a Delos, patria de Apolo, y preguntó al oráculo si debía hacer lo que le pedían que hiciera. Como el dios le autorizara a modificar las instituciones públicas, no advirtiendo el doble sentido de la expresión(1), Diógenes adulteró la moneda pública y, al ser descubierto, fue expulsado, según unos, de la ciudad; según otros, huyó de la misma voluntariamente, por temor a las consecuencias.
Hay aún quienes dicen que, habiéndole su padre confiado la moneda, éste la adulteró, el padre fue hecho preso y murió, y el hijo consiguió huir y se dirigió al Apolo délfico preguntándole, no si podía falsificar la moneda, sino qué debería hacer para alcanzar la mayor gloria; entonces recibió por respuesta el oráculo antes citado.
Llegado a Atenas, se dirigió a Antístenes. Fue rechazado por él, ya que nunca admitía alumnos, pero merced a su constante porfía consiguió al fin que aquél lo aceptase. Cierta vez lo amenazó con su bastón, pero Diógenes, ofreciendo su mejilla, dijo: "Pega, que no hay bastón tan duro que me aparte de ti, mientras piense que tengas algo que decir."
A partir de entonces fue su discípulo y, exiliado como era, se dispuso a llevar un frugal género de vida.
Relata Teofrasto en su Megárico que, observando en cierta ocasión a un ratón que correteaba sin rumbo fijo, sin buscar lecho para dormir, sin temor a la noche, sin preocuparse de nada de lo que los humanos consideran provechoso, descubrió el modo de adaptarse a las circunstancias. Fue el primero, dicen algunos, que dobló su manto al verse obligado a dormir sobre él; que llevó alforjas para poner en ellas sus provisiones y que hacía en cualquier lugar cualquier cosa, ya fuese comer, dormir o conversar. Así solía decir, señalando al pórtico de Zeus y al Pompeyon, que los atenienses le habían provisto de lugares para vivir.
[...] Encargó a uno que le buscase una choza para vivir, pero como éste se demorara, se alojó en un barril del Metron, según él mismo narra en sus Cartas. En verano se revolcaba en la arena ardiente y en invierno abrazaba las estatuas cubiertas de nieve, ejercitándose ante todo tipo de adversidades.
Se comportaba de modo terriblemente mordaz: echaba pestes de la escuela de Euclides, llamaba a los diálogos platónicos pérdidas de tiempo; a los juegos atléticos dionisíacos, gran espectáculo para estúpidos; a los líderes políticos, esclavos del populacho. Solía también decir que, cuando observaba a los pilotos, a los médicos y a los filósofos, debía admitir que el hombre era el más inteligente de los animales; pero que, cuando veía a intérpretes de sueños, adivinos y a la muchedumbre que les hacía caso, o a los codiciosos de fama y dinero, pensaba que no había ser viviente más necio que el hombre. Repetía de continuo que hay que tener cordura para vivir o cuerda para ahorcarse.
[...] Preguntándosele en qué lugar de Grecia había visto hombres buenos respondió: "Hombres buenos, en ninguna parte; buenos muchachos, en Esparta." Cierta vez que nadie prestaba atención a una grave disertación suya, se puso a hacer trinos. Como la gente se arremolinara en torno a él, les reprochó el que se precipitaran a oír sandeces y, en cambio, tardaran tanto en acudir cuando el tema era serio. Decía que los hombres competían en cocearse mejor y cavar mejor las zanjas, pero no en ser mejores. Se extrañaba asimismo de que los gramáticos se ocuparan con tanto celo de los males de Ulises, despreocupándose de los suyos propios; de que los músicos afinaran las cuerdas de sus liras, mientras descuidaban la armonía de sus disposiciones anímicas; o de que los matemáticos se dieran a observar el sol y la luna, pero se despreocuparan de los asuntos de aquí; de que los oradores elogiaran la justicia, pero no la practicaran nunca; o de que, por último, los codiciosos echasen pestes del dinero, a la vez que lo amaban sin medida. Reprochaba asimismo a los que elogiaban a los virtuosos por su desprecio del dinero, pero envidiaban a los ricos. Le irritaba que se sacrificase a los dioses en demanda de salud y, en el curso del sacrificio, se celebrara un festín perjudicial a la salud misma. Se sorprendía de que los esclavos, viendo a sus dueños devorar manjares sin tregua, no les sustrajeran algunos.
Elogiaba a los que, a punto de casarse, se echaban atrás; a los que, yendo a emprender una travesía marítima, renunciaban a la misma; a los que discurrían meterse en política, pero no lo hacían; a los que se habían propuesto formar una familia, pero rehusaban al final; a los que proyectaban vivir junto a los poderosos, pero renunciaban a ello.
Solía decir que se debía ofrecer a los amigos la mano abierta.
Narra Menipo en la Venta de Diógenes que, capturado éste y puesto a la venta como esclavo, se le preguntó qué sabía hacer: "Mandar", contestó; y al subastador le dijo: "Pregona si alguien desea adquirir un amo." Se le prohibió que se sentara y replicó: "No importa: estén como estén, los peces siempre encuentran comprador."
Le maravillaba -decía- que antes de adquirir una marmita o un plato lo contrastáramos haciéndolo resonar, mientras que si de un hombre se trataba, nos contentáramos con una simple mirada.
[...] Habiéndole uno invitado a entrar en su lujosa mansión, le advirtió que no escupiese en ella, tras lo cual Diógenes arrancó una buena flema y la escupió a la cara del dueño, para decirle después que no le había sido posible hallar lugar más inmundo en toda la casa. Otros, sin embargo, atribuyen esta anécdota a Aristipo.
En otra ocasión, gritó: "¡Hombres a mí!" Al acudir una gran multitud les despachó golpeándolos con el bastón: "Hombres he dicho, no basura." Narra esto Hecatón en el libro primero de sus Sentencias.
Se afirma que Alejandro había dicho: "De no haber sido Alejandro, me hubiera gustado ser Diógenes."
[...] Decía de sí mismo que era un perro al que todos elogiaban, pero con el que nadie se atrevía a salir de caza.»
(1) Paracharáxai tò nómisma: falsificar moneda/modificar las leyes/transmutar los valores. Nómina es moneda y ley, costumbre, uso.
[El extracto pertenece a la edición en español de Ediciones Alhambra, en traducción de Rafael Sartorio. ISBN: 84-205-1269-9.]