viernes, 15 de diciembre de 2017

El crimen de las estanqueras.- Alfonso Grosso (1928-1995)


Resultado de imagen de alfonso grosso   
Remedios contra adversa fortuna

«A lo largo de las dos semanas que Andalucía Occidental sufriera los efectos de las inundaciones que provocaran en la cárcel el terror ante el posible hundimiento del edificio y el entusiasmo ante la probabilidad de ser trasladados a otras prisiones, Lorenzo Castro Bueno, alias el Tarta, inició casualmente unos primeros contactos de comunicación afectiva con el tangerino Muley Tesaut, algo que terminaría por transformarse en amistad en la medida de sus respectivas y complejas psicologías.
 Pasadas las borrascas atlánticas -que tantas muertes causaran en las tierras del Sur-, una tarde, tras haber salido Muley Tesaut del modesto taller de ebanistería de la prisión, donde el tangerino trabajaba como tornero, ambos, sentados en el poyete de la galería oeste del patio, cambiaron las primeras impresiones sobre sus respectivas vidas.
 Muley Tesaut contó a Lorenzo Castro Bueno que él amaba la ciudad donde había nacido y que se sentía marroquí a pesar de ser Tánger una ciudad franca, pero que no se diferenciaba en absoluto del resto de Marruecos. Díjole que se alzaba en una amplia bahía entre arenas y montañas y con una playa maravillosa; su interior cubierto de bosques de coníferas y situada a muy pocos kilómetros del cabo Espartel, donde se encuentran las famosas grutas de Hércules. Su vida en Tánger le había vinculado en cierta medida a Europa, ya que en la ciudad predominaban fundamentalmente distintas culturas: la francesa, la española, la inglesa e incluso la alemana, italiana y norteamericana. A continuación, le explicó que el motivo de su estancia en la cárcel sevillana era debido a su detención un año antes al haberle sido confiscado por la Guardia Civil en el coche que conducía, a la altura del pueblo de Los Palacios, dos sacas conteniendo veinte kilos de grifa que solía transportar cada semana desde Algeciras, tras haber atravesado el Estrecho, para su venta en Sevilla y en Córdoba.
 A continuación Muley Tesaut preguntó al Tarta si, como se aseguraba en la cárcel, él había sido el único asesino de las estanqueras y Juan Vázquez Pérez y Antonio Pérez Gómez sólo sus cómplices, y no habían intervenido en los asesinatos.
 -Yo -le respondió el Tarta- soy incapaz de matar una mosca. Es más, de niño, me negaba en mi casa, en el pueblo de Villanueva, a matar a las gallinas, a los pollos y a los conejos que mis padres me quisieron enseñar a degollar para luego echarlos a la cazuela. Puedo asegurarte que cuando entré en el estanco a robar, tanto doña Matilde como doña Encarnación Silva Montero se encontraban ya asesinadas. Lo mismo Juan que Antonio no penetraron en el piso sino que permanecieron custodiando la puerta, y ése fue el motivo de que ellos dudaran en los primeros momentos de mi inocencia al haber abandonado el estanco con la chaqueta manchada de sangre al registrar el cuerpo de las difuntas y obtenido como botín unas siete mil pesetas y un par de paquetes de cigarrillos. No penetré siquiera en sus respectivas alcobas, en una de las cuales por cierto se encontraba algo que me dejó completamente desconcertado: un camaleón colgado de la lámpara de la mesilla de noche, animal por el que siento verdadera repugnancia. Al salir y después de haber tomado para observarla la bayoneta del crimen, y al darme cuenta de que había dejado en ella mis huellas, decidí sacarla del estanco para arrojarla al Guadalquivir. Fui yo también el que en efecto subió el volumen de la radio que se hallaba encendida, pero en silencio.
 -Creo en tu inocencia -le contestó Muley Tesaut-. En Marruecos suelen ser frecuentes los asesinatos a los que suceden también, inevitablemente, los posteriores saqueos.
 
 Al toque de diana, después de la formación, sucedía la revista de policía. El sol comenzaba a asomar por Oriente cuando los reos abandonaban las brigadas. Los destinos se incorporaban a su trabajo mientras la gleba iniciaba su holganza en los corredores para, tras la sopa de pasta del desayuno, iniciar sus peripatéticos paseos en grupo por el patio. La temperatura había descendido aquel invierno en Sevilla -año en que se celebrara en Barcelona el Congreso Eucarístico- hasta el punto de alcanzar en la segunda quincena de diciembre, media hora después de amanecer, los cero grados.
 Lorenzo Castro Bueno, alias el Tarta, había sido incluido tres días atrás en el turno de limpieza, mientras a Juan Vázquez Pérez y Antonio Pérez Gómez les cayera en suerte la cocina, donde los rancheros reían de su miedo por las negras, brillantes y escurridizas cucarachas domésticas que se escapaban de los fogones. Ambos hubieran preferido luchar con un toro de lidia, un lobo o una alimaña antes de verse obligados a machacarlas contra las baldosas que cubrían los mugrientos muros, algo que se les exigía cada día como prólogo a sus labores.
 El duro trabajo a que se obligara a los tres condenados a lo largo de sus cinco meses y medio de prisión, había hecho que el peso físico de cada uno de ellos bajara en casi diez kilos. Tras el período, su reclusión les obligaba a participar en todo tipo de faenas, al margen de la limpieza general y la cocina. Sin embargo, el veintitrés de diciembre fueron llamados por el director para ofrecerles la posibilidad de incorporarse a los talleres de ebanistería y guarnicionería donde se fabricaban sillas, mesas y armarios de cocina, albardas, esteras y serones de esparto.
 A partir de aquel día -y tras aceptar el ofrecimiento del director, que no comunicarían emocionados a sus respectivos abogados hasta pasada la festividad del día de Reyes- los acusados por el crimen de las estanqueras entraron en una nueva fase carcelaria. Los tres estaban convencidos -pese a las discusiones, a punto de reyerta, que tantas veces mantenían cuando se hallaban juntos en el patio- que si se les había dado la posibilidad de trabajar en los talleres -lo que rebajaría en un cincuenta por ciento los años de su condena- no cabía la menor duda de que la pena a que se verían sometidos no alcanzaría por tanto la muerte a través del garrote vil, como la mayoría de sus compañeros de prisión les aseguraran.»
 
 [El extracto pertenece a la edición de Planeta. ISBN: 84-08-00038-1.]
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: