Anales de los Kachiqueles
«Aquí escribiré unas cuantas historias de nuestros primeros padres y antecesores, los que engendraron a los hombres en la época antigua, antes que estos montes y valles se poblaran, cuando no había más que liebres y pájaros, según contaban; cuando nuestros padres y abuelos fueron a poblar los montes y valles. ¡Oh, hijos míos!, en Tulán.
Escribiré las historias de nuestros primeros padres y abuelos que se llamaban Gagavitz, el uno, y Zactecauh, el otro, las historias que ellos nos contaban: que del otro lado del mar llegaron al lugar llamado Tulán, donde fuimos engendrados y dados a luz por nuestras madres y nuestros padres, ¡oh hijos nuestros!
[...] este es el principio de las historias que contaban Gagavitz y Zactecauh:
De cuatro lugares llegaron las gentes a Tulán. En oriente está una Tulán; otra en Xibalbay; otra en el poniente, de allí llegamos nosotros del poniente; y otra donde está Dios. Por consiguiente, había cuatro Tulanes, ¡oh hijos nuestros! Así dijeron: "Del poniente llegamos a Tulán, desde el otro lado del mar; y fue a Tulán a donde llegamos para ser engendrados y dados a luz por nuestras madres y nuestros padres." Así contaban.
Entonces fue creada la piedra de Obsidiana por el hermoso Xibalbay. Entonces fue hecho el hombre por el Creador y el Formador, y rindió culto a la piedra de Obsidiana.
Cuando hicieron al hombre, de tierra lo fabricaron, y lo alimentaron de árboles, lo alimentaron de hojas. Únicamente tierra quisieron que entrara en su formación. Pero no hablaba, no andaba, no tenía sangre ni carne, según contaban nuestros antiguos padres y abuelos ¡oh, hijos míos! No se sabía qué debía entrar en el hombre. Por fin se encontró de qué hacerlo. Sólo dos animales sabían que existían el alimento en Paxil, nombre del lugar donde se hallaban aquellos animales que se llamaban el coyote y el cuervo. El animal coyote fue muerto y entre sus despojos, al ser descuartizado, se encontró el maíz. Y yendo el animal llamado Tiuh-tiuh a buscar para sí la masa del maíz, fue traída de entre el mar por el Tiuh-tiuh la sangre de la danta y de la culebra y con ellas se amasó el maíz. De esta masa se hizo la carne del hombre por el Creador y Formador. Así supieron el Creador, el Formador, los Progenitores, cómo hacer al hombre formado, según dijeron. Habiendo terminado de hacer al hombre formado resultaron trece varones y catorce mujeres; había una mujer de más.
En seguida hablaron, anduvieron, tenían sangre, tenían carne. Se casaron y se multiplicaron. A uno le tocaron dos mujeres. Así se unieron las gentes, según contaban los antiguos ¡oh, hijos nuestros! Tuvieron hijas, tuvieron hijos aquellos primeros hombres. Así fue la creación del hombre, así fue la hechura de la piedra de Obsidiana.
Y poniéndonos en pie, llegamos a las puertas de Tulán. Sólo un murciélago guardaba las puertas de Tulán. Y allí fuimos engendrados y dados a luz; allí pagamos el tributo en la oscuridad y en la noche ¡oh, hijos nuestros!, decían Gagavitz y Zactecauh. Y no olvidéis el relato de nuestros mayores, nuestros antepasados. Estas fueron las palabras que nos legaron.
[...] Hacía tiempo que habían llegado las siete tribus y, poco después, comenzaron a llegar los guerreros. Luego llegamos nosotros los cakchiqueles. En verdad, fuimos los últimos en llegar a Tulán. Y no quedaron otros después que nosotros llegamos, según contaban Gagavitz y Zactecauh.
De esta manera nos aconsejaron: "Éstas son vuestras familias, vuestras parcialidades", les dijeron a Gekaquch, Baqaholá y Zibakihay. Estos serán vuestros jefes, uno es el Ahpop, el otro el Ahpop Qamahay. Así les dijeron a los Gekaquch, Baqaholá y Zibakihay. "Procread hijas, engendrad hijos, casaos entre vosotros los señores", les dijeron. Por lo tanto, ellos fueron madres y abuelas. Los primeros que llegaron fueron los Zibakihay; después llegaron los Baqaholá y luego los Gekaquch. Estas fueron las primeras familias que llegaron.
Más tarde, cuando llegamos nosotros los jefes, se nos mandó de esta manera por nuestras madres y nuestros padres: "Id, hija mía, hijo mío, tu familia, tu parcialidad se ha marchado. Ya no debes quedarte atrás, tú el hijo más pequeño. En verdad, grande será tu suerte." Búscalos, pues, le dijeron el ídolo de madera y de piedra llamado Belehé, Toh y el otro ídolo de piedra llamado Hun Tihax. "Rendid culto a cada uno", se nos dijo. Así contaban.
En seguida se revistieron de sus arcos, escudos, cotas de algodón y plumas y se pintaron con yeso. Y vinieron las avispas, los abejorros, el lodo, la obscuridad, la lluvia, las nubes, la neblina. Entonces se nos dijo: "En verdad, grandes serán vuestros tributos. No os durmáis y venceréis, no seréis despreciados, hijos míos. Os engrandeceréis, seréis poderosos. Así poseeréis y serán vuestros los escudos, las riquezas, las flechas y las rodelas. Si se os tributan piedras preciosas, metal, plumas verdes y azules, canciones por vosotros despreciadas, vuestras serán también; seréis más favorecidos y se os alegrarán los rostros. Las piedras de jade, el metal, las plumas verdes y azules, las pinturas y esculturas, todo lo que han tributado las siete tribus os alegrará los rostros en vuestra patria; todos seréis favorecidos y se os alegrarán los ojos con vuestras flechas y vuestros escudos. Tendréis un jefe principal y otro más joven. A vosotros los trece guerreros, a vosotros los trece señores, a vosotros los jefes de igual rango, os daré vuestros arcos y vuestros escudos. Pronto se van a alegrar vuestros rostros con las cosas que recibiréis en tributo, vuestros arcos y vuestros escudos. Hay guerra allá en el oriente, en el llamado Zuyva; allá iréis a probar vuestros arcos y vuestros escudos que os daré. ¡Id allá, hijos míos!" Así se nos dijo cuando fuimos a Tulán, antes que llegaran las siete tribus y los guerreros. Y cuando llegamos a Tulán fue terrible, en verdad; cuando llegamos en compañía de las avispas y los abejorros, entre las nubes, la neblina, el lodo, la obscuridad y la lluvia cuando llegamos a Tulán.
Al instante comenzaron a llegar los agoreros. A las puertas de Tulán llegó a cantar un animal llamado Guardabarranca, cuando salíamos de Tulán. "Moriréis, seréis vencidos, yo soy vuestro oráculo", nos decía el animal. "¿No pedís misericordia para vosotros? ¡Ciertamente, seréis dignos de lástima!" Así nos habló este animal, según contaban.»
[El extracto pertenece a la edición en español de Editora Nacional, 1981. ISBN: 84-276-0554-4.]
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