I.-La pregunta al destino
«Anatol: Sí, querido amigo, sigo pensando. Soy desgraciado, estoy loco.
Max: Es decir, ¿todavía... dudas?
Anatol: Lo que se dice dudar... no. Sé positivamente que me engaña. Mientras está prendida de mis labios, mientras me acaricia el cabello... mientras somos felices... sé que me es infiel.
Max: ¡Imaginaciones tuyas!
Anatol: En absoluto.
Max: ¿Tienes pruebas?
Anatol: Lo presiento, lo siento, luego lo sé.
Max: ¡Extraña lógica!
Anatol: Las mujeres siempre nos serán infieles. Es su natural... no se dan cuenta... Lo mismo que yo tengo que leer dos o tres libros a la vez, las mujeres tienen que tener dos o tres líos.
Max: Entonces te ama.
Anatol: Infinitamente... Pero eso no conviene al caso. Ella me es infiel.
Max: ¿Con quién?
Anatol: ¡Y yo qué sé! Quizás con un príncipe que la ha seguido por la calle, quizás con un poeta de una casa de barrio que le ha sonreído desde la ventana cuando pasaba por delante esta mañana.
Max: ¡Estás loco!
Anatol: ¿Y qué razón iba a tener ella para no serme infiel? Es como cualquier otra, ella ama la vida y no quiere pensar. Si le pregunto: "¿Me amas?", ella me dirá que sí... y estará diciendo la verdad. Y si le pregunto "¿me eres fiel?", me dirá que sí y seguirá diciendo la verdad, pues en ese momento al menos no se acuerda de los otros. Y además, ¿es que hay alguna que te haya contestado "te soy infiel"? ¿Cómo vamos a estar seguros? Y si me es fiel...
Max: Entonces lo es.
Anatol: Será pura casualidad... En absoluto se le ocurre pensar: "Debo ser fiel a mi querido Anatol", en absoluto.
Max: Pero, ¿si ella te ama?
Anatol: No seas ingenuo. Como si eso fuera un motivo...
Max: ¿Entonces...?
Anatol: ¿Por qué no le soy yo fiel? Yo la quiero.
Max: Bueno, un hombre...
Anatol: La estúpida frase de siempre. Siempre estamos intentando convencernos de que las mujeres son distintas de nosotros. Sí, algunas, aquélla a la que su madre la encierra o la que no tiene temperamento... Por lo demás, somos exactamente lo mismo. Cuando le digo a una: "te quiero, sólo a ti", me doy cuenta de que no le estoy mintiendo, incluso aunque la noche anterior haya descansado en el pecho de otra.
Max: Eso, tú.
Anatol: Efectivamente, yo. ¿Acaso tú no? Y Cora, mi adorada Cora, ¿no? Es que me vuelvo loco. Si me echara a sus pies y le dijera: "Tesoro, cariño. Te perdono todo de antemano, pero dime la verdad", ¿de qué me serviría? Ella seguiría mintiendo como antes y yo seguiría sabiendo lo mismo que antes. Todavía no hay ninguna que me haya suplicado: "por amor de Dios, dime, ¿me eres infiel? No tendré ni una palabra de reproche, en el caso de que no lo seas. Pero, dime la verdad, necesito saberlo". ¿Y qué es lo que he hecho yo? Mentir, tranquilamente,... con la conciencia más tranquila. "¿Por qué voy a entristecerla?", pensé. Y le dije: "sí, ángel mío, fiel hasta la muerte". Y yo me lo creí y me quedé tan contento.
Max: Entonces...
Anatol: Pero ni me lo creo ni soy feliz. Lo sería si hubiera algún medio para hacer hablar a estas estúpidas, dulces y odiosas criaturas, si hubiera cualquier medio para averiguar de cualquier manera la verdad... Pero no existe otro nada más que la casualidad.
Max: ¿Y la hipnosis?
Anatol: ¿Cómo?
Max: Pues, eso, la hipnosis. Es decir: la duermes y le ordenas: "dime la verdad".
Anatol: Hum...
Max: Tienes que... ¿me entiendes?
Anatol: ¡Interesante!
Max: Debería resultar... Y le sigues preguntando: "¿me amas?, ¿amas a alguien más?... ¿de dónde has venido? ¿adónde vas ahora? ¿Cómo se llama el otro?" Y así sucesivamente...
Anatol: ¡Max, Max!
Max: ¿Qué?
Anatol: ¡Que tienes razón!... ¡Se podría ser un mago! Por fin se podría conjurar una palabra de verdad de una boca femenina.
Max: ¿Entonces, manos a la obra? Te veo salvado. Cora es un medio muy apropiado... Esta misma tarde puedes saber si eres un seductor o...
Anatol: O un Dios... ¡Max! Ven que te abrace... Me siento como liberado. Soy otra persona. La tengo en mi poder.
Max: Estoy verdaderamente intrigado.
Anatol: ¿Por qué? ¿Es que lo dudas?
Max: Vaya, los otros no pueden dudar, sólo tú.
Anatol: Por supuesto... Si un marido sale de la casa donde ha descubierto a su mujer con su amante y se le llega un amigo con las palabras: "Creo que tu mujer te engaña", no va a contestarle: "acabo de convencerme". Más bien tendría que decir: "eres un canalla"
Max: ¡Ah, sí!, ya había olvidado que el primer deber de los amigos es dejarles sus ilusiones.»
[El extracto pertenece a la edición en español de Cátedra, en traducción de Miguel Ángel Vega y Karl Rudolf. ISBN: 84-376-1481-3.]
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