24.-"Late for the sky". Jackson Browne
«¿Qué escuchaba yo en 1974 cuando salió "Late for the Sky"? No a Jackson Browne, para empezar. No me enteré verdaderamente de su existencia hasta 1977, cuando mi microclima musical era más que demasiado feroz para hacer sitio a delicadas flores de California: la omnipresencia de "The Pretender" en las colecciones de discos de todas las chicas que conocí en la universidad confirmaba mi sospecha de que en lo tocante a música las chicas no se enteraban. Y entonces, un par de décadas después y en medio de una ruptura matrimonial, me encontré con que Blood on the Tracks y Tunnel of Love habían sido explotados exhaustivamente durante los tiempos de paz y no les quedaba mucho dentro y, entretanto, los Clash y los Ramones, la gente que, me parecía, me habían hecho mirar por encima del hombro a "The Pretender", hacía mucho que habían dejado de servirme de algo. (Lo que no equivale a decir que, después de todo, las chicas de la universidad habían ganado. Teníamos diecinueve años, todos tendríamos que haber estado escuchando música punk y no canciones sobre desavenencias matrimoniales y crisis prematuras de madurez, aunque considerando que los chicos escuchaban música punk mientras estudiaban literatura inglesa o derecho en la Universidad de Cambridge se podría argumentar que ambas opciones incluían un elemento de mentira, que unos jóvenes adultos tendrían que haber superado ya.) De manera que seguí el consejo de mi amigo Lee (véase) y volví a casa con un par de LP de Jackson Browne, y a los pocos minutos comprendí que había hecho un nuevo amigo.
No conocía ninguna de las canciones importantes de esos tres o cuatro primeros discos, aparte de "Doctor My Eyes" y "Take It Easy". Nunca había oído "Late for the Sky", ni "These Days", ni "For a Dancer" ni "From Silver Lake", ni "Jamaica, Say You Will". Era casi como descubrir un escritor al que nunca hubiera leído, salvo que siempre descubrimos escritores a los que nunca hemos leído y sólo muy raramente nos tropezamos, de adultos, con artistas pop importantes que tengan un fondo de catálogo decente: en general fueron más los prejuicios que la ignorancia lo que nos impidió conocerlos, y los prejuicios son difíciles de vencer (y, desde luego, mucho más divertidos de mantener). Y sí, por supuesto, que fueron los prejuicios los que me impidieron escuchar a Jackson Browne. No era punk. Llevaba un corte de pelo redondo, de tazón, nada rockero. Escribió "Take It Easy" ("Tómatelo con calma") cuando yo no quería tomármelo con calma. Y aunque no había oído ninguno de sus canciones sabía que eran ñoñas, intimistas, sensibleras... americanas en todos los malos sentidos de la palabra y en ninguno de los buenos.
Y de pronto aquí estaba yo, a los cuarenta y tantos, disfrutando con aquello, dispuesto a perdonar todo tipo de desafortunadas banalidades líricas en las canciones tristes; dispuesto a perdonar, también, todos los blandos y desdichados intentos, por suerte bastante raros, de sacar rock (aunque hubiera sido mucho menos indulgente en los tiempos del vinilo, cuando no tenía a mano un mando a distancia para cambiar de canción). Estoy dispuesto a perdonar las canciones malas porque las mejores son sencillamente hermosas y la belleza es un artículo raro, especialmente en la música pop, de modo que al cabo de un rato cualquier cosa que te impida disfrutar de ella llega a parecerte ofensiva. Ya no puedo permitirme ser un esnob del pop, y si hay por ahí una pieza de música que logra conmoverme, quiero escucharla sin que me importe quién la hizo. Antes solía tener razones para que no me gustasen Little Feat (demasiado correctos, por lo que recuerdo, y puede que musicalmente demasiado precisos) o Neil Young (solos de guitarra ultralargos), pero ya nadie puede permitirse alimentar esa clase de manías del gusto. O estás a favor de la música o estás en contra, y estar a favor significa aceptar a cualquiera que sea un poco bueno.
Que los esnobs del pop rechacen a gente como el pobre Jackson sería perdonable si todo lo que nos pasábamos el tiempo escuchando en nuestros años más esnobs hubiera sido de un valor equivalente, pero, por supuesto, la mayor parte era una basura absolutamente espantosa (y efímera). Hace poco la revista Mojo publicó una lista de "Los mejores cien singles del punk" y es justo decir que probablemente hay ochenta que eran y siguen siendo sencillamente horribles: poco originales, infantiloides, sin armonía incluso para el contexto punk, nada que yo quisiera oír otra vez. Y sin embargo es casi seguro que en aquella época prefería mil veces a Half Man Half Biscuit o a The Users que a Jackson Browne. (¿Qué digo? Claro que prefería mil veces a Half Man Half Biscuit que a Jackson Browne.) No oí el solo de guitarra de David Lindley, ese himno lleno de alma, en "Late for the Sky" durante un cuarto de siglo porque era un intolerante, de mentalidad tan estrecha y tan burro como cualquier racista. (Y hablando de eso: tenía edad suficiente para votar y sin embargo justificaba "Belsen Was a Gas" de los Sex Pistols mientras al mismo tiempo me sentía incapaz de absolver a un hombre por llevar un corte de pelo dudoso y tener un toque de introspección... Ahora que lo pienso, por aquel entonces todo daba bastante miedo.) Ahora me siento bastante más beligerante a favor de Jackson Browne de lo que nunca me sentí con los Sex Pistols: "¿Que no te gusta "Late for the Sky"? Pues jódete, me importa un carajo."
Esto puede significar simplemente que me he hecho viejo y que, por consiguiente, la música sedante de Jackson Browne me atrae más que el punk, que todo esto es un camino de lo más largo y tortuoso para decir que he cumplido los cuarenta y cinco (¡hoy, mientras escribo esto!), así que ahora escucho cantautores folky y no grupos de mocosos con guitarras bien ruidosas... Hijos..., lumbago..., una noche agradable viendo El ala oeste de la Casa Blanca..., bla, bla, bla. Y sin embargo todavía aprecio y reconozco el valor del ruido, como corroborará mi compañera, seguro que sin mucha alegría. [...] Hay tantas minucias en la música de Jackson Browne que no creo que hubiera podido apreciarla de joven, porque tiene una delicadeza y una fragilidad que hubiera confundido con falta de garra.»
[El extracto pertenece a la edición es español de la editorial Anagrama, 2009, en traducción de Fernando González Corugedo. ISBN: 978-84-339-7352-8.]
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