jueves, 28 de diciembre de 2017

El mundo visto a los ochenta años. Impresiones de un arteriosclerótico.- Santiago Ramón y Cajal (1852-1934)


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Capítulo IV.- Las traiciones de la memoria senil

«Archivo de lo pasado, lucimiento del presente y único consuelo de la vejez, la memoria es el don más preciado y maravilloso de la vida. Por algo los griegos la divinizaron con el nombre de Mnemosina, madre de las musas. Ella hace posible la noción de la personalidad, eternizando lo vivido, puesto que enlaza y funde el presente con el pasado. Enriquece la percepción actual con todas asociaciones suscitadas antaño al contemplar hechos análogos. "Adivina, en fin -según expresa bien Ebbinghaus-, lo que está oculto antes de que sea visible o tangible, permitiéndonos adaptar las reacciones a todo lo alejado en el tiempo y  el espacio, y usar, por tanto, en la lucha contra las cosas, de precaución y previsión."
 Ni en el sueño nos abandona. Con ayuda de la fantasía creadora, reaviva en las tinieblas de lo subconsciente imágenes borrosas, próximas a extinguirse, proyectándolas a menudo en las incoherencias y fulgurantes alucinaciones del ensueño, que, pese a Freud y a algunos autores impregnados de misticismo, escapa a toda explicación racional.
 Por desdicha nuestra, tan preciosa propiedad del cerebro flaquea lamentablemente en la senectud. A despecho de la atención exploradora, la cinta cinematográfica del pasado sufre sorprendentes mutilaciones, que disminuyen nuestra capacidad mental y paralizan los esfuerzos de intelección y expresión.
 Existen, sin embargo, retentivas heroicas que apenas claudican llegada la decrepitud. Ha de convertirse, empero, en el hecho de la amnesia senil, fenómeno harto conocido y descrito por los psicólogos, y que Ribot define con esta frase: "Lo nuevo muere antes que lo antiguo". Exacto; aunque habría que hacer algunos distingos. Atengámonos, no obstante, a los casos comunes. Y lo común es que las palabras e ideas se eclipsan cuando las buscamos. [...] Pero lo más grave es la confusión provocada por el correr del tiempo en el fruto de nuestras lecturas y reflexiones. ¡Qué apuros cuando, deseosos de decorar la trivialidad de la prosa, escudriñamos los archivos de la retentiva! (que juzgamos ordenados minuciosamente). ¡Vana ilusión!... Fallan las doctas referencias y caemos en extraños y ridículos anacronismos. Con ingenuidad encantadora, convertimos un guerrero en filósofo, o un científico en literato, o atribuimos máximas de los clásicos a escritores o pensadores contemporáneos o cronológicamente poco alejados.
 Interrogados los psicólogos acerca de estas extrañas anomalías, responden que hay dos memorias; una orgánica, espontánea, puramente sensible y casi inconsciente; y otra memoria esencialmente psicológica, consciente y sistematizada. La primera, afirma Degas, privativa de los animales, persiste casi exclusivamente en los viejos. Al principio -nos aseguran- se desvanecen los nombres propios, luego los nombres comunes y más tarde los demás. Fuera inoportuno tratar aquí del fenómeno del olvido, que se hallará perfectamente desarrollado en los tratados y monografías psicológicos.
 Lo que debemos tener presente, viejos o jóvenes, es que la memoria se adhiere y fija mediante tres mordientes (hablando en términos de tintorería) diversamente repartidos, pero jamás ausentes en los cerebros relativamente sanos de los proyectos: el interés, la emoción y la atención obstinada. Cuanto más tiempo haya permanecido un hecho en el campo de la conciencia, mejor se lo recuerda (W. James). Y cuando no interesa ni es ahincadamente atendido, ni se acompaña de una enérgica tonalidad emocional, desvanécese rápidamente. Por donde resulta que también el viejo, aunque al precio de atención profunda y perseverante, puede aspirar a la vivacidad y brillantez del recuerdo. [...] Sin entrar aquí en más antecedentes acerca de la amnesia de los viejos, sentemos una conclusión innegable. El anciano podrá, si duplica o triplica su trabajo, alcanzar, en un tema estudiado con cariño, un rendimiento casi tan bueno como el conseguido por el hombre joven o maduro. Todo es cuestión de tiempo, interés y pasión. Lo malo es que no todos los viejos disponen de voluntad y paciencia suficientes para fortificar la atención desfalleciente o distraída. Falta en algunos el entusiasmo y sobra en otros el desaliento. Otras veces paraliza nuestra pluma o congela nuestro pensamiento esta formidable interrogación: "¿Para qué trabajar?... ¿Viviré lo bastante para acabar mi obra? Y suponiendo que dé cima al arduo empeño, ¿hallaré lectores que miren con benevolencia mis chocheces, aunque estén entreveradas con algún acierto?" Tiempo ha hicimos notar, no sin amargura, "que lo terrible de la senectud es carecer de mañana".
 A guisa de ejemplos de lapsus cometidos por los viejos, permítaseme citar algunos casos típicos. Pero antes importa clasificar las causas presuntas de aquéllos.
 Según mi experiencia personal, los errores accidentales cometidos en la conversación y en los trabajos científicos y literarios pueden clasificarse (excluyendo distracciones, apresuramientos y tendencias automáticas al ahorro de esfuerzo) en los siguientes grupos:
 1º.- Error por analogía fonética (como cuando distraídamente decimos o escribimos termómetro por barómetro).
 2º.- Por similitud ideológica.
 3º.- Por antítesis (como cuando, según ocurrió a un célebre periodista, escribió meridiano por paralelo).
 4º.- Por generalización excesiva y precipitada.
 5º.- Por cambio de personas y funciones.
 6º.- Por exceso de confianza en el saber de los demás (repetición casi maquinal de lapsus autorizados por escritores ilustres).
 7º.- Por desagregación espontánea de las representaciones y creación de nuevas combinaciones arbitrarias.
 8º.- Por confusión inconsciente de juicios valorativos (peyorativos casi siempre) sobre las personas. Aquí se comprenden algunas de las equivocaciones de la conversación, ingeniosamente analizadas por Freud.
 Y prescindimos de otras variedades, que se hallarán en los tratados psicológicos. Mencionamos solamente los grupos de lapsus más corrientes sufridos por nosotros, o recogidos en nuestras recientes lecturas.
 Huelga advertir que los errores a que aludimos, no raros en los escritores jóvenes o maduros, se multiplican deplorablemente en los viejos.»
 
 [El extracto pertenece a la edición en español de Editorial Espasa Calpe. ISBN: 84-239-9321-3.]
 

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