4.-El Traidor
«Así comenzó nuestra historia de amor. Estuve un curso entero sin portarme por la escuela, pero ¿y qué?, aprobé con notas excelentes compradas al profesor-guía por mil pesos. Cuando aquello, mil pesos era todavía dinero, una suma para caerse de culo. No sólo obtuve buenas notas, sino que me dieron una carrera en el Pedagógico. Era el momento del célebre lemita, que tantos estragos profesionales produjo, de que "la vocación no existe, la vocación es el deber cumplido". Y todo el mundo, en masa, tenía que ser maestro o médico, porque la patria lo necesitaba, y no había profesores de Educación Física, y esa carrera era mortal porque tenías derecho a un cuarto en Ciudad Libertad -compartido entre cinco, claro- ropa deportiva, zapatillas de tenis mortales, mono para yoguin mortal, medias gordas hasta las rodillas con rayas a colores mortalísimas, desayuno, almuerzo, merienda y comida en un comedor estelar, piscina, profesores requetebuenísimos, rubios, tostaditos, musculosos, aspavientosos. Y en esa carrera me inscribieron, sólo por la interesante suma de otros mil pesos más, que pagaba el Traidor, claro, él ganaba mucho: trescientos veinticinco pesos al mes, más los derechos de autor que se habían restituido. A esa facultad mandaron también a los filtros del aula, a los de cien, a los que aspiraban a ser psicólogos, periodistas, diplomáticos, juristas, científicos, a los cerebrones que se habían matado en las actividades políticas, escuelas al campo, reuniones y todo tipo de comemierdería para ganarse la militancia. Porque si no eras militante no te ganabas la carrera de tus sueños. Pero la carrera de tus sueños se convirtió en la de tus pesadillas cuando se impuso el deber cumplido, porque la vocación es otro invento yanqui, pura propaganda enemiga. ¿Qué será hoy de la vida de Pepe Soto, que quería ser cantante lírico y tuvo que irse a correr campo y pista? Además, para colmo, mira que la vocación le resultó irónica, nada más y nada menos que carrera con obstáculos. ¿Y de la de Julia León, que soñaba con ser fiscal, acusar y acusar? ¡A cuantos no echó p'alante para probar y recontrademostrar que en el futuro podía ser un fiscal de altura, de las que no se rajan! Tuvo que irse a Medicina, a la especialidad de Ginecobstetricia. ¡A cuántos inocentes no estará condenando al patíbulo! Yo había faltado todo el año a la escuela. En mi vida había pisado un terreno de Educación Física, no era militante por haberme escapado de madrugada para ir a pajear a los varones en su albergue, y por no haber accedido ante el asedio sexual del secretario general de la ujotacé de mi grupo. Yo era la peor de todas y, sin embargo, ya estaba en la universidad. Gracias a la benevolencia del Traidor pero, sobre todo, gracias a mi "prisión fecunda" a su servicio.
A partir de aquella segunda noche en la que aparentemente ya yo reunía los requisitos para que el Traidor se acostara conmigo, a éste se le metió entre ceja y ceja que yo era un ser inocente, al cual debía forjar, defender de los horrores y de las agresiones del mundo exterior y hacer a su imagen y semejanza. Dejé las clases de mecanografía. La mulata sofisticada había desfalcado los bolsillos de mis padres, yo llevaba seis meses tecleando en la vieja Remington y no había aprendido ni a usar todos los dedos. Un mediodía, el Traidor me desnudó y me sentó como vine al mundo frente a su espléndida Olympia. Tapó el teclado con una hoja en blanco, vendó mis ojos, comenzó a acariciarme el cuello, la espalda, las nalgas, las teticas, el ombligo. Mientras tanto me dictaba poemas de En la calzada de Jesús del Monte. Mi sudor corría a mares y sus manos larguiruchas y secas cortaban los chorros que corrían desde mi cuello a mis pezones, desde mi espalda a la raja del culo, de mis sobacos a las caderas. Antes del anochecer, ya yo escribía ciento veinte palabras por minuto, imposible pero cierto. Así comenzó esta historia de amor, a lo militar, él ordenaba y yo cumplía al pie de la letra. Yo era una extensión de su pensamiento. Si él escribía un ensayo sobre el cine mudo era yo la que debía dedicarme a ver minuciosamente, filme a filme, desde la invención de los Lumière hasta los inicios del cine parlante, y por tanto la decadencia del mudo. Yo llegaba con toda la documentación, se la colocaba en el lado derecho de la máquina y él escribía un ensayo brillante digno de una antología sobre el Cementerio del Cine. Si se trataba de la pintura gótica tenía que leerme todas las enciclopedias, marcar con papelitos de diferentes tonalidades y anotar cuidadosamente los nombres de los cuadros y de los autores en las puntas para que él pudiera hallar sin demora las reproducciones de las obras de arte a las que hacía referencia. Empecé a darme cuenta de su tiranía bien tarde, en realidad cuando ya había aprendido -o chupado- lo suficiente, porque aquella sin duda alguna fue mi gran universidad. A pesar de lo que sufrí y trabajé, madrugadas enteras sin pegar un ojo, a pesar de la explotación (¿lo era?). Sí, pero yo no lo sabía, yo cumplía cada orden por amor. Para mí, así debía amarse, eso era el amor. Él, sin embargo, ordenaba por negocio. Yo era la estudiante que recibía comida, cama, sexo, y una enseñanza grandiosa, exquisita. [...] Cuando meses después entré por la puerta de Ciudad Libertad, me bastaron tres semanas para darme cuenta de que sus aulas nada tenían que ver con el conocimiento. Me dormía en las clases, no resistía los largos entrenamientos. (Total, yo no iba a ir a ninguna olimpiada, yo sólo impartiría clases de educación física a niños, adolescentes o, en el mejor de los casos, a jovencitas aburridas y templonas como yo.) [...] Tres semanas fueron más que suficientes y desistí. Nunca más fui. Así y todo, por malabarismo monetario del Traidor, en la pared de la sala de la casa de mis padres hoy cuelga mi flamante diploma de graduada universitaria en Educación Física. Nunca ejercí Mi brillante carrera. [...] ¿Qué pensaban mis padres entretanto, qué opinaban? Nada, porque nada sabían. El Traidor y yo preparamos un guión perfecto y con sus buenas relaciones con funcionarios de todo tipo de ministerios consiguió los documentos necesarios para lograr la gran mentira. Para mis padres, yo había hecho mi último año de preuniversitario con una beca especial para hijos de pinchos en Isla de Pinos, me habían captado en la escuela por mi inteligencia y buen comportamiento, pero por encima de todo por el excelente desenvolvimiento de mi progenitor, implacable dirigente sindical. Para mis padres, yo era militante (poseía hasta un falso carnet). Para mis padres, yo había matriculado la carrera de Educación Física y permanecía becada en Ciudad Libertad. En las vacaciones mentía diciendo que iba al campo a colaborar en los planes agrícolas. Para mis padres, yo era un modelo de hija. El Traidor era el maestro-guía que cada mes los visitaba para informarles de mis progresos y prodigioso rendimiento escolar. Para ellos, yo era dirigente estudiantil. Eso a mi papito lo ponía en el clímax del orgasmo paternal.»
[El extracto pertenece a la edición de RBA. ISBN: 84-473-1202-X.]
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