sábado, 9 de diciembre de 2017

El papiro de Sept.- Isabel Pisano (1948)


Resultado de imagen de isabel pisano   
Primera parte: Hipatia de Alejandría
45.-Irak, 25 de marzo de 2003

«La primavera y el Tigris habían invadido la ciudad con su infinita variedad de perfumes, indiferentes a la guerra. El presidente de Irak ya ni leía los informes que llegaban por fax del Ministerio de Defensa. ¿Para qué? Daba la impresión de que no tenía control sobre los acontecimientos, ni idea de cómo defender su país.
 Sin armas de destrucción masiva ni de ningún otro tipo, se encontraba a merced de un destino infausto para él y para su pueblo. Estaba seguro de que los soldados defenderían la capital casa por casa, pero ignoraba que los ocupantes hubiesen comprado al jefe de Estado mayor para que entregase Bagdad sin combatir. No se sabe por qué el militar concertó ese pacto, si para salvar la vida de sus congéneres, cosa muy loable, o si para asegurarse un holgado retiro en algún país de Oriente Medio. Si era por lo primero, se había tratado de un enorme error. Por cielo y tierra, los ocupantes tenían una ciega determinación destructiva: matar todo lo posible, destruir las infraestructuras vitales para la población civil y llevar a Irak al medioevo. Como había prometido el ministro de Defensa americano.
 Desde los carros Humvee de combate disparaban a civiles y soldados sin distinción. Se trataba de una matanza en toda regla.
 La prensa internacional no dio las cifras de los muertos de aquel primer día en Bagdad. Tampoco las ONG. Era alto secreto. Los periodistas, que seguían con prismáticos el avance de las tropas al otro lado del Tigris, no podían creer lo que veían sus ojos: dos cámaras de televisión dirigieron el objetivo a la masacre y fue lo último que hicieron en su vida. El cañón disparó sobre ellos, que murieron en pocos minutos.
 La matanza había empezado a las cinco de la tarde hora iraquí, el Ministerio de Defensa recibió el impacto de varios misiles, el suelo tembló en un aterrador terremoto provocado y el presidente comprendió que el tiempo de poder había llegado a su fin. Mandó llamar a su mujer e hijos y les obligó a partir, a alejarse del infierno. Los hijos varones permanecieron junto al padre. De las hijas y de su esposa Safiya tuvo que despedirse entre lágrimas. Ambos sabían que muy posiblemente no volverían a verse. Él, que era la imagen misma de la derrota, sólo pudo decir apretándola contra su pecho: "Ten fe, esposa mía, nadie conoce los designios de Alá." El tiempo de los adioses fue eterno, aunque duró segundos; habría de mantenerlos en su retina hasta el fin de sus días, que presumía cercanos.
 Las mujeres se alejaron en la noche de boato infernal, acompañadas por hombres de confianza. El presidente pidió a Alá que las protegiese en el camino. Desde entonces, el fuego incendiaba el cielo de Bagdad y le abría heridas amarillas y rojas presagiando sangre y saboreándola.
 ¿Cómo se había llegado a esto? Los ocupantes habían sido sus aliados, lo habían apoyado, le habían vendido armas para demoler a los persas. ¡Los persas! ¿Cuánto duraba esa contienda? Desde el principio de la humanidad. Pero sus amigos eran cada vez más ávidos y tenían otros intereses. Él había convertido Irak en el país más avanzado, moderno y culto, junto con Palestina, de Oriente Medio. Y el más laico. El despertar de su conciencia le había obligado a quebrar pactos, no era un títere; si los ocupantes no respetaban los acuerdos, él estaba obligado a cambiar las reglas.
 Los libros sagrados habían escrito ya el final de esta historia, y en la última página él aparecía como rehén de un destino que lo había colocado al frente de la antigua Mesopotamia. ¡Ay, de los sueños de gloria! Ella conlleva siempre el beso en el polvo de la más profunda humillación, cuando no la peor de las muertes.
 Miró una vez más a través del ventanal la ciudad en llamas y, por primera vez desde que era un hombre, rompió en sollozos.
 La voz de su edecán ahuyentó las lágrimas:
 -Presidente, vámonos. Aquí ya no tenemos nada que hacer.
 Asintió. Con paso decidido dejó atrás el pasado y salió afuera, donde la muerte y el dolor arreciaban. Se dirigía hacia una nueva vida, incierta.»

 
 [El extracto pertenece a la edición de Ediciones B, para el sello Zeta Bolsillo, año 2011. ISBN: 978-84-9872-240-6.]
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: