lunes, 31 de agosto de 2015

"El sombrero de tres picos".- Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891)


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1.-De cuándo sucedió la cosa

 "Comenzaba este largo siglo, que ya va de vencida. No se sabe fijamente el año. Sólo consta que era después del 4 y antes del 8.
 Reinaba, pues, todavía en España don Carlos IV de Borbón, por la gracia de Dios, según las monedas, y por olvido o gracia especial de Bonaparte, según los boletines franceses. Los demás soberanos europeos descendientes de Luis XIV habían perdido ya la corona (y el jefe de ellos la cabeza) en la deshecha borrasca que corría esta envejecida parte del mundo desde 1789.
 No paraba aquí la singularidad de nuestra patria en aquellos tiempos. El Soldado de la Revolución, el hijo de un oscuro abogado corso, el vencedor en Rívoli, en las Pirámides, en Marengo y en otras cien batallas, acababa de ceñirse la corona de Carlo Magno y de transfigurar completamente la Europa, creando y suprimiendo naciones, borrando fronteras, inventando dinastías y haciendo mudar de forma, de nombre, de sitio, de costumbres y hasta de traje a los pueblos por donde pasaba en su corcel de guerra como un terremoto animado, o como el Anticristo, que le llamaban las potencias del Norte... Sin embargo, nuestros padres -Dios los tenga en su santa Gloria-, lejos de odiarlo o de temerle, complacíanse aún en ponderar sus descomunales hazañas, como si se tratase del héroe de un libro de caballerías, o de cosas que sucedían en otro planeta, sin que ni por asomos recelasen que pensara nunca venir por acá a intentar las atrocidades que había hecho en Francia, Italia, Alemania y otros países. Una vez por semana -y dos, a lo sumo- llegaba el correo de Madrid a la mayor parte de las poblaciones importantes de la Península, llevando algún número de la Gaceta -que tampoco era diaria-, y por ella sabían, las personas principales -suponiendo que la Gaceta hablase del particular-, si existía un Estado más o menos allende al Pirineo, si se había reñido otra batalla en que peleasen seis u ocho reyes y emperadores, y si Napoleón se hallaba en Milán, en Bruselas o en Varsovia...; por lo demás, nuestros mayores seguían viviendo a la antigua usanza española, sumamente despacio, apegados a sus rancias costumbres, en paz y en gracia de Dios, con su Inquisición y sus frailes, con su pintoresca desigualdad ante la ley, con sus privilegios, fueros y exenciones personales, con su carencia de toda libertad municipal o política, gobernados simultáneamente por insignes obispos y poderosos corregidores -cuyas respectivas potestades no era muy fácil deslindar, pues unos y otros se metían en lo temporal y en lo eterno -y pagando diezmos, primicias, alcabalas, subsidios, mandas y limosnas forzosas, rentas, rentillas, capitaciones, tercias reales, gabelas, frutos civiles y hasta cincuenta tributos más cuya nomenclatura no viene a cuento ahora.
 Y aquí termina todo lo que la presente historia tiene que ver con lo militar y política de aquella época; pues nuestro único objeto, al referir lo que entonces sucedía en el mundo, ha sido venir a parar a que el año de que se trata -supongamos que el de 1805- imperaba todavía en España el antiguo régimen en todas las esferas de la vida pública y particular, como si, en medio de tantas novedades y trastornos, el Pirineo se hubiese convertido en otra muralla de la China.

 2.-De cómo vivía entonces la gente

 En Andalucía, por ejemplo -pues precisamente aconteció en una ciudad de Andalucía lo que vais a oír-, las personas de suposición continuaban levantándose muy temprano, yendo a la Catedral a misa de prima; aunque no fuese día de precepto; almorzando a las nueve un huevo frito y una jícara de chocolate con picatostes; comiendo, de una a dos de la tarde, puchero y principio, si había caza y, si no, puchero solo; durmiendo la siesta después de comer, paseando luego por el campo; yendo al rosario, entre dos luces, a su respectiva parroquia; tomando otro chocolate a la Oración -éste con bizcochos-; asistiendo los muy encopetados a la tertulia del corregidor, del deán o del título que residía en el pueblo, retirándose a casa a las Animas; cerrando el portón antes del toque de la queda; cenando ensalada y guisado por antonomasia, si no habían entrado boquerones frescos, y acostándose incontinenti con su señora -los que la tenían-, no sin antes hacerse calentar primero la cama durante nueve meses del año...
 ¡Dichosísimo tiempo aquel en que nuestra tierra seguía en quieta y pacífica posesión de todas las telarañas, de todo el polvo, de toda la polilla, de todos los respetos, de todas las creencias, de todas las tradiciones, de todos los usos y de todos los abusos santificados por los siglos! ¡Dichosísimo tiempo aquel en que había en la sociedad humana variedad de clases, de afectos y de costumbres! ¡Dichosísimo tiempo, digo..., para los poetas especialmente, que encontraban un entremés, un sainete, una comedia, un drama, un auto sacramental o una epopeya detrás de cada esquina, en vez de esa prosaica uniformidad y desabrido realismo que nos legó al cabo la Revolución francesa! ¡Dichosísimo tiempo, sí!... Pero esto es volver a las andadas. Basta ya de generalidades y de circunloquios, y entremos resueltamente en la historia de El sombrero de tres picos".   

domingo, 30 de agosto de 2015

"Eros y civilización".- Herbert Marcuse (1898-1979)

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La dialéctica de la civilización

 "La mayor parte de los clichés con los que la sociología describe el proceso de deshumanización en la actual cultura de masas son correctos; pero parecen estar dirigidos en una dirección equivocada. Lo que es retrogresivo no es la mecanización y la regularización, sino su contenido; no la coordinación universal, sino su encubrimiento bajo libertades, elecciones e individualidades espurias. El alto nivel de vida en el dominio de las grandes corporaciones es restrictivo en un concreto sentido sociológico: los bienes y servicios que los individuos comparan controlan sus necesidades y petrifican sus facultades. A cambio de las comodidades que enriquecen su vida, los individuos venden no sólo su trabajo, sino también su tiempo libre. La vida mejor es compensada por el control total sobre la vida. La gente habita en edificios de apartamentos -y tiene automóviles privados con los que ya no puede escapar a un mundo diferente-. Tienen enormes refrigeradores llenos de comida congelada. Tienen docenas de periódicos y revistas que exponen los mismos ideales. Tienen innumerables oportunidades de elegir, innumerables aparatos que son todos del mismo tipo y los mantienen ocupados y distraen su atención del verdadero problema -que es la conciencia de que pueden trabajar menos y además determinar sus propias necesidades y satisfacciones.
 La ideología de hoy se basa en que la producción y el consumo reproducen y justifican la dominación. Pero su carácter ideológico no altera el hecho de que sus beneficios son reales. La represión de la totalidad se basa en un alto grado de su eficacia: aumenta la magnitud de la cultura material, facilita la adquisición de los bienes de la vida, hace la comodidad y el lujo más baratos, lleva áreas cada vez más grandes a la órbita de la industria -y, al mismo tiempo, sostiene el trabajo con esfuerzo y la destrucción-. El individuo paga sacrificando su tiempo, su conciencia, sus sueños; la civilización paga sacrificando sus propias promesas de libertad, justicia y paz para todos.
 La discrepancia entre la liberación potencial y la represión actual ha llegado a la madurez: envuelve todas las esferas de la vida en todo el mundo. La racionalidad del progreso. La cohesión social y el poder administrativo son suficientemente fuertes para proteger el conjunto de la agresión directa, pero no son los suficientemente fuertes para eliminar la agresividad acumulada. [...]
 Bajo estas circunstancias, la pregunta sobre si el estado actual de la civilización es demostrablemente más destructivo que los anteriores no parece ser muy relevante. [...] Hay algo más que una diferencia cuantitativa en el hecho de que las guerras sean realizadas por ejércitos profesionales en espacios fijos o tengan lugar contra poblaciones enteras en una escala mundial; en el hecho de que las invenciones técnicas que pueden liberar al mundo de la miseria sean empleadas para la conquista o para la creación del sufrimiento; en el hecho de que miles sean asesinados en el combate o millones sean exterminados científicamente con la ayuda de doctores e ingenieros; en el hecho de que los exiliados puedan encontrar refugio, atravesar las fronteras o sean cazados por toda la tierra; en el hecho de que la gente sea naturalmente ignorante o sea hecha ignorante por medio de la información y la diversión diaria. El terror es asimilado a la normalidad y la destructividad a la construcción con mayor facilidad. Sin embargo, el progreso sigue adelante y sigue debilitando las bases de la represión. En la cumbre de sus logros progresivos, la dominación no sólo mina sus propios fundamentos, sino que también corrompe y liquida la oposición contra ella. [...]
 La enajenación del trabajo es casi completa. La mecánica de la línea de ensamble, la rutina de la oficina, el ritual de comprar y vender, están libres de cualquier conexión con las potencialidades humanas. Las relaciones de trabajo han llegado a ser en gran parte relaciones entre personas tratadas como objetos intercambiables por directores científicos y expertos en eficiencia. [...] La individualidad es literalmente sólo un nombre en la específica representación de "tipos" (tales como vampiresa, mujer de su casa, ondina, mujer de carrera, etc.), del mismo modo que la competencia tiende a ser reducida a variedades arregladas con anterioridad en la producción de aparatos, envolturas, sabores, colores y cosas por el estilo. [...] La existencia humana en este mundo es una mera esencia, un asunto, una materia que no tiene el principio de su movimiento en sí misma".    

sábado, 29 de agosto de 2015

"Cuzary".- Jehuda Halevi (1075-1141)


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Discurso tercero

 "1.-Haber: La costumbre del Religioso, o siervo de Dios entre nosotros, no es apartarse y separarse del mundo, porque no le sea por carga, y venga a aborrescer la vida, que es de los principales bienes del Criador, y con ella recuerda las obligaciones que le debe por los beneficios que continuamente recibe de su liberal mano, como dize el texto (Exod., 23:26): El numero de tus días cumpliré; y en otro lugar (Deut., 22:7): Y alargaras días; pero ama el mundo y la longura de días, porque mediante esso adquiere la vida eterna en el otro mundo; y quanto más bien hiziere en esta vida, subirá a mayor grado en el otro mundo. Pero desseára esto, si llegasse al grado de Hanoch, que se dize del (Gen., 5:24): Y anduvose Hanoch con Dios; o al grado de Eliau, su memoria para bien; y de apartarse del mundo hasta unirse con la compañía de los Angeles; y no le sería molesta la soledad, pero ellos serían su compañía, y aborresceria estar entre mucho Pueblo, porque está fuera de los negocios del mundo inferior, y acrescentado de la visión del Reyno de los Cielos, con la qual no necessitará de comida ni bebida; y á semejantes a estos compite la perfecta soledad; y si dessean la muerte, es porque llegaron al summo grado, que no pueden esperar otro mayor. Y los sabios de los Philosophos aman la soledad, para que se purifiquen sus pensamientos, para conseguir de sus opiniones las verdaderas consequencias hasta que lleguen a alcançar la verdad en las cosas sobre que les quedaron dudas; y aman con esto el encuentro de discípulos que los traigan a la especulación y memoria; como quien se ocupa en juntar hazienda, que aborresce tratar con otros, sino con quien es mercader, para ganar con el; este fue el grado de Sócrates y sus sequaces; y al grado destos singulares varones, no ay esperança de llegar. Y quando assistia la Divinidad en la tierra santa, en el pueblo dispuesto para la Prophecia, habían hombres que se apartavan del mundo y moravan en los desiertos, juntándose con sus semejantes, no viviendo totalmente solitarios, y se ayudavan de santidad y pureza en las sciencias de la ley y sus obras, que los hazian allegar a ese grado; estos eran los hijos de los Prophetas. Pero en este tiempo, en este lugar y en este Pueblo, falto de la Prophecia que en los pasados era copiosa, con la diminuycion de la sciencia adquirida y falta de aquella sciencia natural, quien se sugera a apartarse del mundo con abstinencias, se mete en suplicios y enfermedad del alma y del cuerpo, y se manifestará en el la flaqueza de las enfermedades, imaginando los hombres que es flaqueza causada del quebrantamiento y humildad, y vendrá a ser aprisionado y aflito, aborreciendo su vida, porque le pesará de sus afliciones y dolores, no por el desseo de la soledad; y como no será esto? , siendo que no se pega con la luz divina, en la qual se halla la compañía de los Prophetas, ni llegó a las sciencias suficientes, para meditar en ellas, y para con ellas alcançar deleitación el resto de su vida como los Philosophos; y si dixeres que el tal es temeroso de Dios y pio, que ama el conversar con Dios en soledad, estando en pie, rogando y orando las rogativas y peticiones que sabe: estas cosas nuevas no tienen deleitación, sino muy pocos días, en quanto son nuevas, y quanto más se repitieren con la lengua, no harán impression en el alma, ni se hallará en ellas humillación ni devoción; y su alma, pretenderá del, en los tiempos del día y la noche, la contribuycion que deve a las facultades que están impressas en ella, del oyr, ver y hablar, meditación, exercicio, comida, bebida, ganar hazienda, governar su casa, y favorecer los pobres y la religión con su hazienda; y quando viere algún estorvo en estas cosas, ciertamente que se arrepentirá de haver atado su alma con abstinencias, y se le acrecentará este arrepentimiento, quando se sintiere apartado del caso Divino, que tanto trabajó para aproximarse a el.
 2.-Cuzary: Si es ansi, relatame las obras del que entre vosotros será tenido por pio el dia de oy.
 3.-Haber: El pio es aquel que con prudencia es precatado con los de su Provincia, que limita y distribuye a cada uno su sustento y todo lo que ha menester, y se govierna con ellos con justicia, no engañando a ninguno, ni dándole más de la parte que le conviene de derecho; y los hallará obedientes quando los huviere menester, prestes para responderle quando los llamáre, encomendarles há y harán su mandamiento, y advertirlos há y serán advertidos.
 4.-Cuzary: Del varon Pío te pregunté, no del dominador.
 5.-Haber: El Pio es aquel que es dominador, obedecido de sus sentidos y sus facultades animales y corporales, y que los govierna gobierno corporal, como dize el texto (Prov., 16:32): Y el que domina en su espirito, es mejor que el que prende Ciudad; y este tal es digno de dominio, porque si dominára en alguna Provincia, la governaria con justicia, ansi como govierna su cuerpo y su alma;"  

viernes, 28 de agosto de 2015

"Señas de identidad".- Juan Goytisolo (1931)


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"Gorras, boinas, calzones de pana, blusas, mandiles, pañuelos anudados al cuello, chalecos sucios, alpargatas: mozos, adultos, viejos, chiquillos se amontonan en las trancas horizontales de las talanqueras al acecho del portal donde está enchiquerado el novillo. Es un público elemental y hosco sin turistas lectores de Hemingway, señoritos con sombrero cordobés y cigarro habano, bellezas de barrera con peineta y mantón, anglosajonas frígidas en busca de emociones rudas y agrestes. Para aliñar el tiempo los mozos aguzan espaciosamente sus varas. Otros empinan el brazo para beber a caño el vino espeso de la provincia. El chorro entra por la boca abierta con geométrica exactitud y, a veces, el bebedor hace arabescos y filigranas que provocan la admiración de la asamblea. Las botas pasan de mano en mano y, en el ruedo, los vendedores de cerveza y gaseosa pregonan su mercancía. Los maletillas aguardan la aparición del bicho ejecutando pases de salón con las muletas y adoptando los desplantes desdeñosos y viriles de las figuras consagradas.
 Desgraciadamente para ellos su apostura resiste poco: cuando el toril se abre el novillo sale flechado y su estampa de maestros parece fundir de súbito bajo el ardor despiadado del sol. El bicho embiste, desgarra una capa de brega de un derrote, cornea con rabia las tablas del burladero, encaja asombrado los varazos y golpes que le propinan desde el palenque. En cuanto se aproxima a ellos, los hombres se estrujan y aúpan unos a otros fundidos en una masa tentacular y polícroma. Los de las trancas inferiores se aferran a los de arriba como pueden y por donde pueden y los racimos humanos cuelgan sobre los pitones del bicho como los condenados sobre las llamas del infierno en las ilustraciones de La divina comedia de Gustavo Doré. Al otro lado de las talanqueras las mujeres se hacinan de pie, en cuclillas, sentadas en el suelo, con el rostro mudado de placer, insultando al toro, azuzando a los hombres con sus chillidos. 
 El objetivo de la cámara capta, moroso, las incidencias y ritos de la muerte del animal: los pases fallidos de los maletas, los bastonazos de los boyeros, el arrobo dichoso del público. Apenas se vuelve el novillo, los mozos corren a varearlo, los espectadores le lanzan piedras, un gañán le tira furiosamente del rabo. Los golpes llueven sobre él sin perdonar sitio alguno: los cuernos, el testuz, el morrillo, el lomo, el vientre, los corvejones. La costumbre impide matarle de una estocada: hay que prolongar el juego hasta el límite, apurar su agonía hasta la hez. El mayoral intenta apresarle las astas con una soga pero el bicho desconfía, retrocede, acula la grupa a la puerta del toril. Varias veces el hombre le echa el lazo sin éxito. El toro babea y arroja sangre por la boca. Envalentonándose, los maletas lo citan con sus capas de brega. Como el animal no se mueve el público lo bombardea con toda clase de proyectiles. Un individuo asoma por un portillo situado tras él y le infiere un tajo profundo en la base del rabo con una cuchilla de carnicero. La sangre mana a borbotones y el bicho muge de dolor. El concurso recompensa con aplausos la audacia e ingeniosidad del artista. El mayoral prueba de nuevo con el lazo pero la soga resbala sobre los pitones. Las tentativas se repiten y los hombres encaramados en las rejas vecinas golpean al animal con sus fustas para obligarle a desalojar. El toro humilla el testuz, rastrea la tierra con el hocico, camina unos pasos, clava las pezuñas en el suelo, dobla las patas, se arrodilla, se sienta, se incorpora, vuelve a caer, vomita más sangre.
 Su impotencia aviva el regocijo de la multitud. Disminuido, el bicho asiste a su propio derrumbe como a una pesadilla violenta y abrumadora. Cuando el mayoral le aprisiona por fin los cuernos un aullido ronco saluda la hazaña. Al punto los gañanes castigan al toro con ahínco, halan de la cuerda para ligarle al farol, un hombre canosos pasa junto a él y le hunde un punzón en la grupa. Mientras docenas de manos sostienen el cabo de la cuerda, el gentío baja del palenque. Unos mozos se agarran al rabo del bicho y tiran con tanta fuerza de él que, medio desprendido ya por el corte de la cuchilla, lo arrancan de cuajo. El novillo parece insensible al nuevo desastre y observa el espeso caldo humano con ojos sanguinolentos...
 Misericordioso, el carrete de la película se detiene aquí". 

jueves, 27 de agosto de 2015

"Gargantúa y Pantagruel".- François Rabelais (1494-1553)


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Capítulo XXIII: De cómo Gargantúa fue instruido por Ponocrátes con tal disciplina que no perdía una hora del día

 "Gargantúa se despertaba, pues, a eso de las cuatro de la mañana. Mientras le aseaban, le leían alguna página de la Sagrada Escritura en voz alta y clara, con la pronunciación que convenía a la materia, tarea que estaba encomendada a un joven paje natural de Basché, llamado Anagnosta. Según el argumento y el propósito de la lección, Gargantúa se entregaba muchas veces a reverencias, adorar, rezar y suplicar al buen Dios, de quien la lectura mostraba la majestad y los juicios maravillosos.
 Luego iba al excusado a expeler las heces de las digestiones naturales. Allí su preceptor repetía lo que había sido leído y le explicaba los puntos más oscuros y difíciles.
 A la vuelta, miraban el estado del cielo, por si había cambiado desde la noche anterior, y comprobaban en qué signos entraban el sol y la luna ese día. Hecho esto, lo vestían, peinaban y perfumaban, y durante ese espacio de tiempo, le repetían las lecciones del día anterior. Él mismo las decía de memoria y mezclaba en ellas algunos casos prácticos relativos a la condición humana, lo que duraba a veces hasta dos o tres horas, aunque cesaba ordinariamente cuando se hallaba vestido del todo. Después le hacían escuchar lecturas durante tres horas enteras.
 A continuación salían, discutiendo siempre acerca del fondo de la lectura, y se divertían en Bracque o en los prados jugando a la pelota, haciendo diestramente ejercicio con el cuerpo, como antes lo habían hecho con las almas.
 Jugaban con amplia libertad, porque abandonaban la partida cuando les parecía bien y cesaban de ordinario cuando sudaban o estaban cansados. Entonces se secaban, se mudaban de camisa y, paseándose despacio, iban a ver si estaba hecha la comida. Mientras esperaban, recitaban clara y elocuentemente algunas de las frases de la lección, que guardaban en la memoria.
 Entretanto llegaba el señor Apetito y, aprovechando la buena oportunidad, se sentaban a la mesa. Al principio de la comida era leída alguna historia de proezas antiguas, hasta que Gargantúa hubiera bebido vino.
   Entonces, si les parecía bien, continuaba la lectura o se ponían a conjeturar alegremente, hablando juntos, durante los primeros meses, de la virtud, propiedad, eficacia y naturaleza de todo lo que les servían en la mesa: el pan, el vino, el agua, la sal, las carnes, el pescado, la fruta, las hierbas, las raíces, y del aderezo y aliño de todo ello. Por este medio aprendió en poco tiempo todos los pasajes relacionados con todo ello de Plinio, Ateneo, Dioscórides, Julio Pólux, Galeno, Porfirio, Oppiano, Polibio, Heliodoro, Aristóteles, Eliano y otros. Mientras tenían estas pláticas, para estar más seguros hacíanse traer los susodichos libros a la mesa. Su memoria retenía tan bien y con tanta precisión las cosas dichas que, por aquel entonces, no había médico que supiera la mitad que él sobre ellas. Después hablaban de las lecciones leídas por la mañana y, mientras acababan de comer, con alguna confitura de membrillo, él se limpiaba los dientes con un tallo de lentisco, se lavaba las manos y los ojos con agua fresca y daba gracias a Dios entonando bellos cánticos en loor de la benignidad y munificencia divinas.
 Una vez hecho esto, traían naipes, no para jugar, sino para aprender en ellos mil pequeñas gentilezas e invenciones, las cuales tenían como base la aritmética. Por este medio tomó afición a la ciencia de los números, y todos los días, después de comer y cenar, pasaba con ello un rato tan agradable como el que le proporcionaban los dados o los naipes. Más tarde conoció esta ciencia, tanto la teoría como la práctica, tan bien, que el inglés Tunstal, que había escrito extensamente sobre ella, confesó que, realmente, en comparación con Gargantúa, él no sabía más que un niño de pecho.
 Y no sólo ésta, sino también las otras ciencias matemáticas, como geometría, astronomía y música, porque en tanto esperaban la cocción y digestión de la comida, fabricaban mil alegres instrumentos y trazaban figuras geométricas, al tiempo que practicaban las leyes astronómicas. Después se divertían cantando musicalmente cuatro o cinco partituras o un tema improvisado. En lo que se refiere a instrumentos musicales, aprendió a tocar el laúd, la espinela, el arpa, la flauta alemana y la de nueve agujeros, además de la viola.
 Empleaba así esta hora y acabada la digestión, se purgaba de los excrementos naturales; luego reanudaba su estudio principal durante tres horas o más, bien repitiendo la lectura matutina, o bien continuando el libro empezado o escribiendo y trazando las antiguas letras romanas.
 Terminado esto salían de su casa e iba con ellos un joven gentilhombre de Turena llamado Gimnasta el escudero, quien le enseñaba el arte de la caballería. Mudándose, pues, de ropa, montaba sobre un corcel, un rocín, un caballo español entero y de mediano cuerpo, un caballo de raza bereber, un caballo ligero, y le daba cien carreras, le hacía voltijear en el aire, salvar el foso, saltar la empalizada y volverse tanto a la derecha como a la izquierda en el reducido espacio de un ruedo". 
 

miércoles, 26 de agosto de 2015

"El gatopardo".- Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957)


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Capítulo tercero

 "Llegado a la salita del Ayuntamiento donde tenía efecto la votación, se sorprendió al ver que todos los componentes de la mesa electoral  se levantaban cuando su estatura llenó por completo la altura de la puerta. Fueron apartados algunos campesinos que llegaron antes a votar, y así, sin tener que esperar, don Fabrizio entregó su "sí" en manos de don Calogero Sedàra. En cambio, el padre Pirrone no votó porque había tenido el cuidado de no inscribirse como residente en el lugar. Don Onofrio, obedeciendo a los expresos deseos del príncipe, manifestó su monosilábica opinión con respecto a la complicada cuestión italiana; obra de arte de concisión que se llevó a cabo con el mismo agrado con que un niño se toma el aceite de ricino. Luego fueron invitados todos a "tomar una copa" arriba, en el despacho del alcalde. Pero el padre Pirrone y don Onofrio expusieron buenas razones de abstinencia uno y de dolor de estómago el otro, y se quedaron abajo. Don Fabrizio tuvo que enfrentarse solo con el copeo.
 Tras el despacho del alcalde flameaba un retrato de Garibaldi y (ya) uno de Vittorio Emmanuelle, afortunadamente colocado a la derecha; magnífico hombre el primero y feísimo el segundo, pero ambos hermanados por la poderosa lozanía de su pelambrera que casi los enmascaraba. Sobre una mesita baja un plato con viejísimos bizcochos que las defecaciones de las moscas habían puesto de luto, y doce toscos vasitos llenos de rosoli: cuatro rojos, cuatro verdes, cuatro blancos, éstos en el centro, ingenuo simbolismo de la nueva bandera, que puso el bálsamo de una sonrisa en el remordimiento del príncipe. Eligió para sí el licor blanco porque presumiblemente era menos indigesto, y no, como se quiso insinuar, como tardío homenaje a la bandera borbónica. Las tres variedades de rosoli estaban, por lo demás, igualmente azucaradas, pegajosas y tenían mal sabor. Se tuvo el buen gusto de no brindar. Además, como dijo don Calogero, las grandes alegrías son mudas. Se mostró a don Fabrizio una carta de las autoridades de Girgenti que anunciaban a los laboriosos ciudadanos de Donnafugata la concesión de una contribución de dos mil liras para el servicio de cloacas, obra que sería terminada en 1961, como aseguró el alcalde, incurriendo en uno de esos lapsus cuyo mecanismo explicaría Freud muchos decenios después. Y la reunión se disolvió.
 Antes de la puesta del sol las tres o cuatro putillas de Donnafugata -también las había allí, no agrupadas, sino actuantes en sus haciendas privadas- comparecieron en la plaza, el cabello adornado con cintitas tricolores, para protestar contra la exclusión de las mujeres en el voto. Las pobrecillas fueron expulsadas incluso por los más exaltados liberales y obligadas a meterse de nuevo en sus casas. Esto no impidió que el Giornale de Tinacria, cuatro días después, hiciera saber a los palermitanos que en Donnafugata "algunas gentiles representantes del bello sexo habían querido manifestar su fe inquebrantable en los nuevos y resplandecientes destinos de la patria amantísima, y desfilaron por la plaza entre la general aprobación de aquella población patriótica".
 Después se cerró el colegio electoral y se procedió al escrutinio, y ya de anochecida se abrió el balcón del Municipio y don Calogero mostróse con faja tricolor y todo, teniendo a cada lado un funcionario con candelabros encendidos que, por lo demás, el viento apagó sin vacilar. Anunció a la multitud invisible en las tinieblas que en Donnafugata el plebiscito había dado estos resultados:
 Inscritos, 515; votantes, 512; sí, 512; no, cero.
 Desde el fondo oscuro de la plaza brotaron los aplausos y los vivas. Desde el balcón de su casa Angelica, junto con la fúnebre doncella, aplaudía con sus bellas manos rapaces. Fueron pronunciados discursos: adjetivos cargados de superlativos y de consonantes sonoras saltaban y chocaban en la sombra desde una pared a otra de las casas. Con las explosiones de los cohetes se expidieron mensajes al rey -al nuevo- y al general. Algún cohete tricolor surgió de la sombra hacia el cielo sin estrellas. A las ocho todo había terminado, y no quedó más que la oscuridad, como otra noche cualquiera, desde siempre". 

martes, 25 de agosto de 2015

"La gallina ciega. Diario español".- Max Aub (1903-1972)


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11 de septiembre

 "No ha perdido su aire profesoral, a pesar de que hace siglos que no da clases. Aunque se me hace difícil creerlo: banquero. Tal vez, algún día, cuente cómo llegó a serlo.
 -A mi juicio, la afición española al anarquismo hay que buscarla en el catolicismo, mejor dicho en el cristianismo. El hacer de Cristo el "primer comunista" o el "primer anarquista" es un lugar común peninsular y universal. Pero perfectamente comprensible en un pueblo donde Jesucristo ha tenido la popularidad que le hizo mucho más conocido -en su figura y preceptos- que en otros pueblos europeos, como no sea en Rusia. Cuando, a mediados del siglo XVIII, la justicia se abre paso entre las vallas de la aristocracia y la burguesía, el proletariado de los países más industrializados se inclinará hacia el comunismo y la socialización de los medios de producción menos en España, donde las teorías de Bakunin y Kropotkin hallarán su único baluarte valedero, y no por el viaje de un buen enviado, dos años antes de que apareciera otro, marxista, sino porque el español siempre estará más de acuerdo con las teorías de unos aristócratas que con las de los burgueses; con las de un príncipe que con las de un abogado. Así somos sin que nos importe la realidad sino la justicia. Igual nos había sucedido a principios de siglo, llevados de la mano por las Cortes de Cádiz. La sencillez y la grandilocuencia hacen buena pareja en el suelo español. La justicia por la propia mano es uno de los leitmotiv del teatro nacional. Y no digamos el quijotismo. Desde el punto de vista social y práctico el remedio parece difícil. Lo fue en la primera república y en la segunda, lo fue en 1909, en 1917, en 1934. El español no suele rebelarse contra los tiranos sino contra los libertadores, contra los liberales. Le hizo la vida imposible a Pepe Botellas, a Azaña y a Madero (lo digo en tu honor de mexicano). Todo sea por el nacionalismo: capaces los republicanos de hoy de ayudar al régimen de Franco para recobrar Gibraltar; capaces de seguir a la Iglesia en 1808 y de conformarse -con y por la Iglesia- en 1823. Todo en honor de Jesucristo y de dar al César lo que es del obrero. Así no hay pueblo que valga más que en explosiones aparatosas y fugaces. A la fuerza han de imponerse largos períodos de apatía e indiferencia. La Iglesia y los representantes del orden (que no son los mismos aunque generalmente coinciden sus intereses) cuidan vigilantes. España no ha sido un pueblo tranquilo ni feliz, como el francés o el inglés, hace ya siglos, a pesar de las guerras. Ha conocido lapsos de tiempos oscuros y tajos terribles que no parece que le importaran demasiado; la pérdida de sus últimas colonias, que es lo que podemos conocer de más de cerca; la guerra, pero los grandes alborotos internos fueron por la proclamación de la República y la celebración de la victoria de Franco, lo que no se compagina más que con la inconstancia. Que lo celebraran gente de muy diversa condición es lo más probable: la hay para todo, aquí y en todas partes (eso lo aduje yo): los franceses han adorado sucesivamente a Pétain y a De Gaulle. Los ingleses lo mismo han renegado de Churchill que de Wilson. Los alemanes han seguido como borregos a Guillermo II, a Hitler y a Adenauer; los rusos a Nicolás II, a Lenin y Stalin. Sólo cuando se trata del ocio son capaces de entrematarse tomando partido. -Volvió a perorar-: En política, el mandamás tiene todas las de ganar, por eso han sido tan pocas las revoluciones triunfantes a menos que sean golpes de Estado a punta de pistola. Primo de Rivera se impuso sin dificultad. La guerra de 1936 fue otra cosa porque Giral fue un hombre honrado, un masón convertido y un republicano a marchamartillo y a Azaña le tenía sin cuidado el poder, del que sólo le gustaba la apariencia. Las masas españolas no hicieron la guerra sino la revolución. Los republicanos, que no eran muchos, intentaron hacer la guerra; los comunistas, que eran pocos al principio de la contienda, nunca pudieron imponerse; Indalecio Prieto se vio perdido desde el primer día; Caballero jugó a ser Lenin y, naturalmente, fracasó; sólo Negrín intentó lo imposible, pero no le secundaron. Los anarquistas no tenían la menor experiencia y la mayoría de ellos se dedicaron a vivir sobre y de los restos de su madre. Que yo sepa en ningún sitio crearon nada valedero; a lo sumo se aprovecharon de lo realizado por otros, como en cualquier país subdesarrollado. Los comunistas, a mi juicio equivocadamente, creyeron poder ganar tiempo -no como lo pensaba Negrín- sino entendiéndose con Hitler. Así les fue. Si no es por Churchill y Roosevelt, quién sabe lo que hubiera pasado. Ahora, las cosas han cambiado mucho. Hay que esperar, yo no lo veré. Pero algún día alemanes y japoneses pueden tomar su revancha. Ni los rusos ni los chinos (de ésos, ¿quién sabe nada?) parecen llamados a hacer grandes cosas fuera de algunas hazañas espectaculares. Los norteamericanos tienen bastante quehacer con ellos mismos y los negocios de sus negreros. Los ingleses y los franceses han pasado a la historia, como los españoles, los romanos o los griegos. Los negros... El año tres o cuatro mil tal vez y, de aquí allá, estarán los planetas al alcance de la mano y el mundo ya no será el que es. ¿Para qué preocuparnos de lo y de los que ya no se preocuparán por nosotros? Jesucristo todavía estará seguramente en las enciclopedias -sean como sean éstas-, pero no estaremos ni tú ni yo. Posiblemente ya no se hable español. De nuestra época tal vez quede algún nombre: Einstein, quizá. Picasso, tal vez".