Allegretto
XLV.- Precisamente por esto
«Es difícil, creo yo, encontrar otro ser que haya sufrido mayor fracaso en toda su vida. Nada me queda por perder. Todos los hilos y los puntales que sostienen a los demás están cortados. Tanto los que bajan del cielo como los que encadenan a la tierra. Estoy en el fondo de la sima del mal; he renunciado, he debido renunciar; he abandonado y me han abandonado.
Mis conocimientos no me bastan; los hombres me fastidian; las mujeres aún más; la literatura me asquea; la inspiración no acude a mí; la gloria me produce náuseas; mi vida es sucia y tediosa; mi cuerpo se deshace y mi primer y máximo deseo, el deseo del sumo poder, ya no existe, ni siquiera como deseo. Todas las tablas de valores han saltado hechas astillas en estas convulsiones interiores; toda esperanza se ha apagado en la oscuridad de estos años; las áncoras posibles de salvación no son más que ganchos que permanecen clavados en tierra, para una vida que carece de promesas e invitaciones.
La representación ha terminado; los decorados se amontonan junto al muro, las luces se apagan, las cantantes se despojan de sus disfraces de reina y parten en coche, vestidas de negro; quedan los instrumentos allí, abandonados y sin voz, junto a las partituras cerradas que jamás volverán a abrirse. La última fiesta terminó con la postrera nota que aún vibra en el aire, para dar el "la" a este silencio demasiado vacío. Sólo quedan dos caminos: idiotizarse por completo o matarse.
Sin embargo todavía siento en mí una enorme voluntad de vivir. No quiero morir. Quiero comenzar de nuevo la vida. Quiero hallar otros momentos para vivir. Y vivir a pesar de todo, suspendido de la nada, sin hilos sobre mi cabeza, sin puntales tras mi espalda, sin muletas bajo mis sobacos. Pero vivir todavía, vivir siempre, vivir en el pleno sentido de la palabra, vivir con los ojos y con las manos, con el cerebro y con el hígado, vivir aún diez, veinte, treinta años. Hasta que sepa conquistar mi pedazo de pan en el horno del mundo y sepa decir mis palabras en los coros disonantes de los hombres.
No quiero morir, ni del todo, ni a medias, ni como alma, ni como cuerpo. Hay en mí algo más fuerte que todas las derrotas; hay un escollo plantado en medio de mi alma que resiste todas las tempestades que lo han cubierto en los últimos tiempos. Hay una bestia que quiere comer, hay dos piernas que quieren caminar, hay un cerebro que quiere pensar, una mano que quiere escribir. ¿Por qué razón? ¿En nombre de qué fe? ¿A la vista de qué meta? La bestia no lo sabe, la bestia no es intelectual, la bestia no es religiosa, la bestia no comprende nada; pero no quiere declararse vencida. Si las banderas son arriadas, permanecen las murallas; si las palabras ya no corresponden a los hechos, ¡al diablo las palabras y vivan los hechos! El hecho resiste y existe, el hecho es irrefutable y prepotente, el hecho no quiere morir.
No es solamente la sangre la que no quiere detenerse. El mismo yo, que fue cerrando una tras otra todas las ventanas de las posibilidades, y debió renunciar hasta a la última, aquélla que da sobre lo imposible, no quiere desertar. Permanece en la oscuridad, sin fuerzas y sin deseos: pero no quiere aniquilarse. Aguarda siempre. No espera nada, pero aguarda. Si llegase lo peor, lo aceptaría; pero no quiere arrojarse al abismo donde comienza la nada, sin mantener siquiera la esperanza del dolor.
Pero este nuevo capítulo no se asemeja en absoluto a todos los demás. Las cosas que negó, negadas permanecen; no pido que vuelvan a mí los sueños abandonados; las ambiciones que desprecié también hoy las rehúso; los hombres que me esquivaron también hoy los mantengo alejados de mí; los propósitos que cegaron mis ojos están lejos para siempre. ¡Qué importa! Se inicia una nueva senda. El secreto ha sido hallado. Una última posibilidad de grandeza aparece ante mí, y yo no la rehúso. Sólo por ella florece de nuevo el desierto en silencio, y brillan las pupilas, avergonzadas bajo los párpados enrojecidos. Todavía puedo ser un héroe. Tengo necesidad de tenerme en gran estima para no verme obligado a aniquilarme; y es este nada lo que me salva.
Sé que ningún resultado darán los humanos esfuerzos. Sé que todos nuestros edificios quedarán destruidos; que de nuestros ideales, aun los alcanzados y dominados, se precipitarán en la eterna oscuridad del olvido, en el vacío del no ser.
Ninguna esperanza resta en mi corazón; ninguna promesa puedo hacerme a mí mismo y a los demás; ninguna compensación puedo prever por mis actos; ningún resultado por mis pensamientos. El futuro, este encantador de todos los hombres, esta causa perpetua de todos los efectos, no es para mí nada más que la desnuda perspectiva del aniquilamiento.
Sin embargo, ante tan espantoso espectáculo, ante tan tremenda desesperanza, ante esta carrera hacia el abismo, no me altero ni retrocedo. Consiento en seguir viviendo. Todo cuanto haga será inútil, pero precisamente por esto me siento impelido a hacerlo. La nada -nada de mí mismo, de mi obra, del mundo entero- es el punto de llegada de cualquier esfuerzo mío, y precisamente por esto seguiré esforzándome hasta que la tierra me llame a su oscuro reposo.
Quiero abjurar de todo mi pasado utilitario. Todos los hombres buscan una recompensa, un pago por todo cuanto hacen. Incluso las acciones que parecen más espirituales -actos de creación, actos de fe y de amor- esperan su premio, exigen, antes o después, ser saldadas. Nadie hace nada por nada. Hasta las religiones, hasta las artes, hasta las filosofías, se fundan en la ganancia. Las obras humanas, sin excepción de ninguna clase, son letras que deben ser pagadas. El vencimiento será más o menos largo, pero siempre llega el día de las cuentas. Si los hombres supiesen con seguridad que alguno de sus actos no será recompensado más tarde o más temprano, nadie se preocuparía de obrar.
Yo mismo, en el pasado, fui el más ávido de estos gananciosos.»
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Argos Vergara, 1980, en traducción de Vicente Santiago, pp. 219-222. ISBN: 84-7017-920-9.]
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