miércoles, 5 de agosto de 2015

"Reencuentro".- Fred Uhlman (1901-1985)

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"Y así vine a Estados Unidos. He vivido aquí durante treinta años.
 Cuando llegué, fui a la escuela y después a Harvard, donde estudié Derecho. Aborrecía esa idea. Quería ser poeta, pero el primo de mi padre no toleraba disparates.
 -Poesía, poesía -dijo-. ¿Acaso piensas que eres otro Schiller? ¿Cuánto gana un poeta? Primero estudiarás Derecho. Después podrás escribir cuantos poemas se te antojen en tus horas libres.
 De modo que estudié Derecho, me gradué como abogado a los veinticinco años y me casé con una muchacha de Boston con la que tengo un hijo. En mi carrera de abogado "me ha ido bastante bien", como dicen los ingleses, y la mayoría opina que he triunfado en la vida.
 Desde un punto de vista superficial, esto es cierto. Lo tengo "todo": un apartamento frente a Central Park, automóviles y una casa en el campo. Además, soy socio de varios clubes judíos, y todas esas cosas. Pero no me engaño. Nunca he hecho lo que verdaderamente quería hacer: escribir un buen libro y buena poesía. Al principio me faltó valor para dedicarme a eso porque no tenía dinero, pero ahora que tengo dinero me falta valor porque no tengo confianza. Aunque esto no importa mucho. Sub specie aeternitatis todos, sin excepción, somos unos fracasados. No recuerdo dónde leí que "la muerte debilita nuestra confianza en la vida al demostrar que al final todo es igualmente fútil ante la oscuridad definitiva". Sí, "fútil" es la palabra exacta. De cualquier forma, no debo quejarme: tengo más amigos que enemigos y hay momentos en los que casi me alegro de vivir... cuando veo cómo se pone el sol y asoma la luna, o cuando contemplo la nieve que corona las montañas. Y hay otras compensaciones, como cuando puedo volcar toda mi influencia en favor de una causa que considero justa: la igualdad racial, por ejemplo, o la abolición de la pena de muerte. Estoy satisfecho de mi prosperidad económica porque me ha permitido prestar cierta ayuda a los judíos para la construcción de Israel y a los árabes para el asentamiento de algunos de sus refugios. Incluso he enviado dinero a Alemania.
 Mis padres han muerto, pero me complace decir que no terminaron en Belsen. Un día apostaron a un nazi frente al consultorio de mi padre, con la siguiente pancarta: "Cuidado, alemanes. Eludid a los judíos. Todos los que tienen contacto con un judío se contaminan". Mi padre se puso su uniforme de oficial con todas sus condecoraciones, incluida la Cruz de Hierro de Primera Clase, y se colocó junto al nazi. Éste se sintió cada vez más turbado y gradualmente se fue congregando una multitud. Al principio los espectadores permanecieron callados, mas a medida que aumentaba su número surgieron murmullos que finalmente se transformaron en burlas agresivas.
 Pero su hostilidad estaba dirigida contra el nazi, y fue éste quien al cabo de poco tiempo tomó sus bártulos y partió. No volvió ni fue reemplazado. Pocos días después, mientras mi madre dormía, mi padre abrió la llave del gas y así murieron. Desde su muerte he evitado dentro de lo posible los encuentros con los alemanes y no he abierto un solo libro alemán. Ni siquiera de Hölderlin. He procurado olvidar.
 Por supuesto, es inevitable que unos pocos alemanes se crucen en mi camino, buenas personas que han estado en la cárcel por combatir a Hitler. Siempre verifico su pasado antes de estrecharles la mano. Debes proceder con cautela antes de aceptar a un alemán. ¿Qué garantías tienes de que el hombre con quien conversas no se ha manchado con la sangre de tus amigos y parientes? Claro que, en estos casos, no me quedaba la menor duda. A pesar de haber sido miembros de la resistencia eran propensos a tener remordimientos, y yo los compadecía. Pero incluso en presencia de ellos fingía que me resultaba difícil hablar alemán.
 Ésta es una especie de fachada protectora que levanto casi (no del todo) de un modo inconsciente cuando debo platicar con un alemán. Es cierto que aún puedo hablar perfectamente esa lengua, con acento americano, pero me disgusta emplearla. Mis heridas no han cicatrizado y quienes me traen el recuerdo de Alemania no hacen más que frotarlas con sal".  

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