viernes, 21 de agosto de 2015

"Novelas amorosas y ejemplares".- María de Zayas (1590-1661)

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  Al fin se paga todo

 "Era verano, y para aguardar a mi amante hice sacar al jardín dos colchoncillos de raso, y ponerlos debaxo de unas parras, tomando por achaque el calor, y era la causa del retirarme de las demás criadas, que si me vieran vestida no se entraran a acostar, y no era eso lo que yo quería, pues más deseaba la soledad que la compañía, aguardando sola la de mi amante. En fin, ellas dexándome desnuda, y a su parecer dormida, se entraron a recoger; sólo quedó conmigo la que sabía mis cosas, y eso con orden de irse luego y dexarme en el lugar donde había de combatir mi amor y mi honor, quedando éste vencido y aquél triunfante y vencedor; cuando estando con la puerta abierta, que por no ser el jardín muy grande lo podía hacer sin que entrase nadie que no fuese visto, llegaron las criadas a decirme que su señor y mi esposo era venido, que habiendo el que iba en su compañía dado una gran caída y lastimádose mucho, se volvieron, no pudiendo proseguir la caza.
 Pues como yo viese a don Pedro en casa, y la dicha de mi mano en no haber venido don Gaspar, y el peligro en que estaba su vida y la mía si acertase a venir, mandé a mi secretaria que cerrase la puerta por donde había de entrar con llave, pareciéndome que cuando viniese y la hallase cerrada se volvería, y que a la mañana, avisándole lo que pasaba, se quedaría satisfecho como era razón lo estuviese, pues con el legítimo dueño no hay excusas.
 Hecho esto llegó don Pedro con los brazos abiertos a quien hube de recebir con los mismos, aunque con ánimo diferente. Y él, alabando el lugar y la cama para remedio del calor, diciéndome que sabía mejor aprovecharme de la ocasión y acomodarme al tiempo que no él, dándome cuenta de su vuelta, se desnudó, y acostó, ocupando el lugar que estaba para mi amante. El cual, como dentro de poco tiempo que sucedido esto llegase a la puerta y la hallase cerrada, cosa tan fuera de nuestro concierto, concibiendo desta acción pesados y locos celos, no pudiendo pensar qué fuese la ocasión que le estorbaba su entrada, sino otra ocupación amorosa (porque en siendo una muer fácil, hasta con los mismos que la solicitan su facilidad se hace sospechosa), ayudándole un criado, saltó las tapias, que no eran muy altas, y paso a paso, por no ser sentido, se vino a buscar la causa de su atrevimiento.
 Había a este tiempo acabado ya la Luna su carrera, y escondídose en su primera casa, con que estaba todo en confusas tinieblas, y nosotros rendidos al sueño; y así, tuvo lugar de, rodeando el jardín, venir a dar junto a la cama en que yo y mi esposo estábamos; y como en la vislumbre viese que en ella había dos personas, no creyendo fuese don Pedro, se baxó y puso de rodillas, diciendo entre sí que no era su sospecha vana, y llevado de la cólera sacó una daga, y como quisiese dar con ella a mi inocente dueño, determinación pesada y sólo aconsejada de su cólera, el cielo que mira con más piedad las cosas, permitió que a este punto, dando don Pedro vuelta en la cama, suspiró, con lo que conoció don Gaspar su engaño, y coligió lo que podía ser, y dando gracias al cielo de su aviso, se puso de mi lado, y dando lugar a esto el sueño de don Pedro y su atrevimiento, me despertó. Yo, conociendo su temeridad en tal caso, le pedí por señas que se fuese, lo cual hizo viendo mi temor, llevando en prenda con mis brazos las flores de mis labios, fruto diferente del que él pensó coger aquella noche. Con esto, tornando a saltar la tapia, que por la parte de adentro era menos difícil, se volvió a su posada, a rogar de nuevo facilitase este imposible, yo a sentir y llorar mi corta suerte.
[...]
 Como fue tan desgraciado mi amor en la primera ocasión, temía aventurarme en la segunda, mas eran los ruegos de mi amante tantos y con tantas veras, que hube de determinarme; y así, aconsejándome con aquella criada secretaria de mi amor, me respondió que se espantaba de una mujer que decía tenerle que tuviese tan poco ánimo y se aventurase tan poco; que viniese don Gaspar y entrase de noche antes de cerrarse las puertas, que ella le tendría escondido en su aposento, y que yo (después de acostado don Pedro) podría, fingiendo algún achaque, levantarme de su lado". 

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