viernes, 14 de agosto de 2015

"El obsceno pájaro de la noche".- José Donoso (1925-1996)

Resultado de imagen de jose donoso 

6
 "Mi padre sólo recordaba a su propio padre, el maquinista de la locomotora, más allá sólo la oscuridad de la gente como nosotros, sin historia particular de la familia, pertenecientes a la masa en que las identidades y los hechos se borran para gestar leyendas y tradiciones populares. No recordaba nuestra historia, era sólo un Peñaloza, un profesor de chiquillos consentidos que le trizaban los nervios. Oigo la voz de mi padre bajo nuestra lámpara fétida de parafina. De noche, después de haber comido cualquier guiso que tenía más de la imaginación de mi madre que de enjundia, mi padre trazaba planes para mí, para que de alguna manera llegara a pertenecer a algo distinto a ese vacío de nuestra triste familia sin historia ni tradiciones ni rituales ni recuerdos, y la noche nostálgica se alargaba en la esperanza de su voz que ansiaba legarme una forma, y la gotera insistente que caía del techo en una bacinica lo iba contradiciendo empecinadamente. Mi padre me lo explicaba todo. Me lo exigía sin exigírmelo, con la vehemencia de su mano tierna pero pudorosa que quería tocar la mía sin atreverse a hacerlo sobre la carpeta bordada por mi hermana, que lograba disimular la ordinariez pero no la cojera de nuestra mesa. Sí, papá, sí se puede, cómo no, se lo prometo, le juro que voy a ser alguien, que en vez de este triste rostro sin facciones de los Peñaloza adquiriré una máscara magnífica, un rostro grande, luminoso, sonriente, definido, que nadie deje de admirar. Y como compadeciéndome en mi empresa inútil, mi madre levantaba la vista por un segundo para mirarme, y luego la volvía a concentrar en la enagua de alguna ricachona de barrio que estaba remendando. Alguien. Ser alguien. Mi madre supo desde el primer instante que yo jamás iba a ser alguien. Quizás por eso, pese a sus sacrificios para apoyar nuestros sueños en que no creía, la he olvidado tan completamente. Jamás me sentí ligado a ella, permanecía en la periferia, cuidándonos, pero jamás se hundió en lo que nos arrastraba a mi padre, a mi hermana y a mí. Ser alguien. Sí, Humberto, me decía mi padre, ser un caballero. Él tenía la desgarradora certeza de no serlo. De no ser nadie. De carecer de rostro. Ni siquiera poder fabricarse una máscara para poder ocultar la avidez de ese rostro que no tenía porque nació sin rostro y sin derecho a llamarse caballero, que era la única forma de tenerlo. Él sólo tenía la dicción ridículamente cuidadosa de un maestrito de escuela y la angustia por pagar sus deudas a tiempo, cosas que después supe no son atributos esenciales de los caballeros. Me decía allí, bajo la lámpara, en el frío con olor a guiso y a cosas que se han ido ablandando con la humedad, me repetía, claro que él no era un iluso ni un ingenuo de modo que se daba cuenta de que yo jamás iba a poder llegar a ser un caballero de veras, como ese señor, por ejemplo, que esta mañana figuró en el diario firmando el tratado de límites con un país colindante, o como esos señorones que promovían leyes de censura o de fomento industrial o agrícola, ni como los que efectuaban transacciones de minas y tierras, manejando este país minúsculo donde todos se conocen y donde, sin embargo, nadie, absolutamente nadie salvo otros profesorcillos, nadie salvo el carnicero de la otra cuadra y la verdulera de más allá, nadie que fuera alguien nos conocía a nosotros los Peñaloza... no, no era un tonto ni un iluso que aspiraba a que yo fuera un caballero como ellos porque daba por descontado que eso era imposible, uno nace caballero, lo es por Gracia Divina, y al fin y al cabo, pasara lo que pasara, yo sería siempre un Peñaloza y él no era más que un profesor primario con el traje nublado por la tiza del pizarrón y mi abuelo no había sido más que el maquinista de una locomotora que echaba mucho humo pero tragaba pocas leguas. No. Eso no. No aspiraba a tanto. Pero quién sabe si con sacrificio y empeño yo pudiera llegar a ser algo siquiera parecido, un remedo que consiguiera tender un puente cualquiera con tal que fuera honrado, para rozarlos a ellos. ¿Por qué no? ¿No se hablaba tanto del surgimiento de la Clase Media en nuestro país? ¿Quién sabe si perteneciendo a la Clase Media -pronunciaba esas palabras con una reverencia sólo menor a la reverencia con que pronunciaba la palabra caballero- pudiera llegar a ser algo semejante? Abogado, por ejemplo, notario o algo así, o juez. Y pasar a la política. Era cosa sabida que muchos jóvenes como yo, carentes de relaciones, dinero, parentescos y presencia, jóvenes de origen tan desconocido como el mío y con apellidos casi, casi tan ridículos como el mío, se habían afirmado en la política para saltar la barrera y llegar a ser alguien, huyendo del limbo poblado por los que carecen de facciones. Mi padre no pudo huir. Nunca siquiera lo intentó. El mundo de los otros, de los que eran alguien por derecho propio, gente conocida, tenía para él proporciones mágicas y resonancias fabulosas. ¿Cómo es posible que la imaginación de mi pobre padre, enclenque y cuadriculada en otras cosas, fuera tan efusiva en este sentido?"     

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Realiza tu comentario: